El ocaso del neoliberalismo: Una K para la Europa en crisis
Víctor Ego Ducrot
APAS
- Más de la mitad de los jubilados italianos perciben ingresos por debajo de lo mínimo previsto para comer, a la vez que miles de millones de euros desaparecen entre evasiones fiscales, apropiaciones de recursos públicos por parte de los funcionarios del gobierno y negocios de estos con el crimen organizado, sobre todo con la mafia siciliana y la camorra napolitana. (*)
Estoy en Milán gracias a una invitación imposible
de rechazar. El 25 de abril último cumplió 90 años el artista plástico y
filósofo del diseño y de las nuevas tecnologías Tomás Maldonado,
argentino y reconocido en el mundo como uno de los más importantes intelectuales
en actividad: ya en la pasada década de los ’50, y desde la Hochschule
Gestaltung de Ulm (Alemania), había revolucionado los estudios de semiótica en
Europa. Unos días antes de la celebración, el diario La Repupblica publicó una
entrevista en la que Maldonado se definió a sí mismo como un “sujeto de
intersecciones interdisciplinarias”, y ensayó una curiosa interpretación
acerca de esa, su propia definición como hombre de las ideas.
“Siempre
fui curioso y la forma en que desplegué mi curiosidad debió haber recibido
alguna influencia familiar. Mi padre fue profesor de Química y yo soy el hermano
del medio de tres hijos varones. El mayor fue uno de los grandes poetas
argentinos, Edgar Bayley, quien prefirió adoptar el apellido irlandés de nuestra
madre; mientras que el menor, Héctor Maldonado, fallecido hace poco más de un
año, se constituyó como uno de los biólogos de mayor excelencia que dio la
ciencia. Seguramente, a mí me tocó ser el de las mediaciones entre los
conocimientos científicos y humanísticos”, dijo el pensador que festejó su casi
siglo entero de vida trabajando y con proyectos de libros y nuevas búsquedas en
la plástica.
El diálogo con Tomás Maldonado y con algunos de los
invitados que concurrieron a saludarlo es el responsable de la línea de
desarrollo que me atreví a elegir para el texto de esta semana: tratar de
explicarme, y compartir con ustedes, un ensayo interpretativo, como en rigor de
verdad deberían ser todos los textos con pretensiones de tal, sobre la
compleja situación, casi traumática, que vive esta vieja y cansada Europa, en
clave argentina; desde un punto de observación designado por el escenario
político cultural de nuestro país.
El domingo pasado, otro diario, Il
Fatto Quotidiano, una de las últimas novedades en el universo mediático de
Italia que en su primera plana se ufana de no recibir “ningún tipo de
financiamiento público”, editó una columna de humor que lleva por título Fattore
K. Ninguna relación tiene con la resemantización política que los argentinos
hicimos de esa letra del abecedario, ni siquiera con aquel fattore k que, hace
muchos años, antes de la caída en desgracia de Partido Comunista local, los
italianos de derecha utilizaban para referirse a los millones de afiliados que
tenía la agrupación que supo contar en su filas a Antonio Gramsci, Palmiro
Togliatti y a, por ejemplo, ese gran cineasta que se llamó Luchino
Visconti.
Se me ocurrió comentarle este título periodístico, llamativo
para cualquier argentino, a Carlo Feltrinelli, el titular de la editorial y
cadena nacional de librerías que lleva por nombre a su propio apellido y supo
ser una especie de Meca para lo mejor de la literatura y del pensamiento de
izquierda durante las convulsionadas décadas del ’60 y del ’70 del siglo
pasado.
No lo sorprendió mi comentario. Dijo: “comprendo la intención de
tus palabras y la comparto, quizás a la Europa de la actual crisis le viniese
bien un poco de lo que creo entender como pensamiento y acción política K, a la
argentina. Y no quiero decir que los italianos, los franceses o los
españoles necesitemos exactamente de un Néstor Kirchner ni de una Cristina
Fernández, pero sí estoy seguro de que nuestros dirigentes políticos, al menos
aquellos que dicen querer sacarnos del desastre con crecimiento y distribución
de la riqueza, debieran aprender de la presidenta argentina y de su antecesor en
la Casa Rosada, aunque sea algo de lo que, estoy seguro, fueron y son sus
enormes virtudes: creatividad y coraje político para convertir sus discursos en
hechos, mediante la recuperación de la política como acción
colectiva”.
Es probable que Feltrinelli haya pegado justo en el centro
del clavo. De lo visto y oído, sobre todo en las calles, entre trabajadores de
las más variadas ocupaciones y estudiantes, en forma particular entre estos
últimos, podría concluirse, tal como lo señaló Alessandra Riccio, destacada
periodista y académica experta en América Latina que reside en Nápoles, “los
jóvenes europeos son los más golpeados por la actual crisis; no ven y les cuesta
mucho imaginar una salida a toda esta barbarie que nos dejaron las derechas y
las ‘izquierdas’ que no son tales, con años de frivolidad y decisiones políticas
al servicio de los más poderosos”.
Fue el propio presidente de Italia,
Giorgio Napolitano, un político respetado por todos, tanto en Italia como en el
resto de Europa, quien, el 25 de abril, aniversario de la liberación tras la
caída de Benito Mussolini, alertó sobre los peligros de la “antipolítica”, esa
que proclama el muy escuchado actor cómico Beppe Grillo -en Argentina estaría
con Mauricio Macri, por supuesto-.
Las mayores preocupaciones de los
italianos y de los europeos en general, incluso de los que más se entusiasmabann
con el probable triunfo de los socialistas en Francia, el domingo 6 de mayo,
para ver el final de Sarkó, como lo llaman al actual jefe de Estado Nicolas
Sarkozy, el mismo que hace pocas horas reconoció que no le molesta que lo llamen
fascista; las mayores preocupaciones de los europeos, escribía, pasan por la
certeza de que sus dirigentes políticos no están a la altura de las
circunstancias y por la desconfianza que despiertan, incluso los de la llamada
centroizquierda, cuando insisten en que hay volver a cierto modo de
keynesianismo para confrontar con la lógica del ajuste que viene imponiéndose
desde el eje Berlín-París, con la mirada distraída de Londres y la poca
capacidad de influencia, casi nula, de Madrid y Lisboa en el concierto de la UE.
Una desconfianza que se origina en la pertenencia a la misma corporación a la
que dicen oponerse.
En declaraciones al ya citado Il Fatto Quotidiano, el
politólogo Giovanni Sartori se manifestó en acuerdo con el alerta que diera el
presidente Napolitano sobre la “antipolítica”, aunque destacó que “la falta de
fe” en los partidos por parte de la sociedad “obedece principalmente a la
corrupción que los atraviesa”, admitiendo de alguna manera que se trata de un
fenómeno que afecta a todos, a la derecha sobre todo, pero también a la centro
izquierda. El diario L’Unitá, aquel que fuera fundado por Gramsci en 1924, se
especializó en los últimos días en destacar la caída en el poder adquisitivo de
los salarios y de las jubilaciones en toda Europa, y provocó una verdadera
convulsión entre sus lectores cuando, el 27 de abril, publicó que más de la
mitad de los jubilados italianos perciben ingresos por debajo de lo mínimo
previsto para comer, a la vez que miles de millones de euros desaparecen entre
evasiones fiscales, apropiaciones de recursos públicos por parte de los
funcionarios del gobierno y negocios de estos con el crimen organizado, sobre
todo con la mafia siciliana y la camorra napolitana.
En fin, de este
lado del Atlántico un poco de K vendría muy bien.
(*) Artículo
publicado por el director de APAS en el diario Tiempo Argentino el miércoles 2
de mayo.