La semana en que el Sr. Draghi degradó el cargo de presidente del BCE y sacrificó inútilmente la distinción entre política monetaria y política fiscal

Yanis Varoufakis


En unos pocos días el desventurado Sr. Draghi ha conseguido menoscabar el poder de su cargo y borrar para siempre la línea que separaba política fiscal y política monetaria, sin siquiera amagar con una política fiscal que pudiera ayudar a la supervivencia del euro. Infinitos son los caminos por los que los dirigentes europeos buscan el estrago de nuestro común hogar europeo.
Primero vinieron las declaraciones impresionantes: el BCE hará todo lo necesario para asegurar que quienes hostigan a corto al euro y apuestan por su desintegración, perderán. “Y, créanme”, añadió, “será suficiente”. Significativamente, utilizó la locución “riesgo de convertibilidad” (nombre codificado para el riesgo de que los fondos mantenidos en alguna parte de la Eurozona se vean obligados a convertirse a alguna moneda nueva, devaluada), y prometió erradicarlo. Ni que decir tiene, los mercados respondieron con un entusiasmo considerable.
Luego vino el momento de jugarse a todo o nada su credibilidad. Y hete aquí que, probablemente bajo una indecible presión de la Bundesbank, se quedó en nada. Los ciudadanos y los inversores quedaron anegados en una ola de desesperación, y se desvanecieron todas las ganancias generadas por las grandes declaraciones. Luego, algunos analistas han vuelto a leer entre líneas lo que dijo el Sr. Draghi en la conferencia de prensa del martes en busca de algún indicio de actuaciones venideras que pudieran ofrecer alivio a la agitada Eurozona. En vano, mucho me temo.
¿Cuál era la posición del BCE antes de las heroicas declaraciones de Draghi? Esta: que el BCE no puede parar la crisis, a menos que los Estados miembros actúen como parte de un Gran Acuerdo sobre el modo de llevar a cabo una política fiscal en toda la Eurozona; entonces, y sólo entonces, podría el BCE orientar sus esfuerzos a través de sus propias operaciones de política monetaria. Obviamente, esa posición inducía a los mercados a creer que la Eurozona no tenía ningún plan creíble para lidiar con la crisis, puesto que el carro (la unión fiscal) se ponía delante del caballo (una intervención seria, centrada en el BCE, para frenar el abrazo de la muerte entre los bancos insolventes y las naciones insolventes).
¿Y cuál es la posición de Draghi tras la crucial reunión, el pasado jueves, de la dirección del BCE? Esta: que el BCE está dispuesto a comprar bonos en el mercado secundario, una vez que los Estados miembros actúen como parte de un Gran Acuerdo sobre el modo de llevar a cabo una política fiscal en toda la Eurozona. En otras palabras: nada ha cambiado. ¡Nada! En este sentido, la marchita posición del BCE, inicialmente considerada inadecuada, se reiteraba cual si de política fresca se tratara unos cuantos días después de que su presidente se manifestara dispuesto a poner por obra una nueva política radicalmente diferente. El resultado final es, simplemente, la pérdida de la credibilidad del presidente del BCE. O, para decirlo de otro modo: si el Sr. Draghi volviera ha realizar unas declaraciones parecidamente imponentes (“daremos muerte a este dragón, cueste lo que cueste”), no hay duda de que la respuesta del mercado sería harto más débil que la experimentada la semana pasada. Así pues, el cargo de presidente del BCE ha sido menoscabado.
Por si todo eso no fuera suficiente, el Sr. Draghi, acaso sin pretenderlo, ha socavado uno de los bienquistos principios del BCE, sin  reemplazarlo por algún nuevo (y posiblemente más conveniente) principio. ¿Qué principio? El principio de que el BCE no debe meterse en política fiscal y traspasar los lindes del mantenimiento de la estabilidad de los precios y de un mecanismo sano de transmisión de la política monetaria. Repárese en esta afirmación del Sr. Draghi: la “orientación que hemos dado a los comités del BCE difiere del anterior programa, porque (…) aquí tenemos condicionalidad explícita. Y como una condición necesaria, el cumplimiento, por parte de los gobiernos y de la zona euro, de sus compromisos”. Desentrañemos el significado de eso. El anterior programa a que se refiere es el de la oleada de compras de bonos griegos, portugueses e irlandeses durante 2010/11, el propósito de las cuales era estabilizar los diferenciales de prima de riesgo de esos países y evitar la insolvencia de los mismos. Ese programa terminó en un fracaso miserable, aun si logró desacelerar durante un tiempo la tasa de incremento de esas tasas de interés. Lo que Draghi está diciendo ahora es que, a diferencia de aquellas compras realizadas por el BCE sin imponer condicionalidad alguna a los tres países concernidos, toda nueva compra vendrá ahora acompañada de restricciones, es decir, de un Memorandum de Entendimiento entre el BCE, el FEEF y el Estado miembro, cuyos bonos sean adquiridos por el BCE en los mercados secundarios. Esto, en mi opinión, es el final de cualquier pretensión de mantener la política monetaria separada de la política fiscal. En efecto, el BCE se otorga a sí mismo la tarea de imponer a los Estados miembros determinadas políticas fiscales (de gran austeridad).
La cuestión aquí no es si uno está, o no, de acuerdo con la austeridad. La cuestión es que el grado de austeridad, y el alcance que deban tener políticas como la privatización de la red eléctrica de una nación, se suponían hasta ahora materias de todo punto ajenas a los cometidos del Banco Central. Eran asunto de gobiernos democráticamente elegidos. Durante 2010/11, cuando el BCE estaba comprando bonos en apuros, lo hacía sobre la base de que la crisis de deuda de esos Estados miembros amenazaba la capacidad del BCE para determinar los tipos de interés en zonas como Grecia e Irlanda. Así pues, intervino en los mercados secundarios de bonos, a fin de reparar esos mecanismos de transmisión de política monetaria. A su vez, cualquier política de condicionalidad con Grecia, Irlanda y Portugal la imponía la Troika en el contexto de los empréstitos suministrados a esos países por medio de garantías respaldadas por los contribuyentes de los países superavitarios. En una palabra: el principio de mantener separadas política monetaria y política fiscal quedaba (a despecho de las protestas de Axel Weber) más o menos intacto.
Lo que ahora, sin embargo, está proponiendo el Sr. Draghi es cargarse el principio: no puede interpretarse de otro modo su propósito de vincular la intervención en el mercado secundario de la deuda italiana y española a determinadas políticas fiscales de austeridad en Roma y en Madrid. Ese abandono de la división formal entre entra las políticas monetaria y fiscal no es necesariamente malo en sí mismo. Pero seamos honrados intelectualmente, y llamemos al pan, pan, y al vino, vino. La razón por la que la estricta honradez intelectual es aquí imperiosa es esta: ahora que el BCE ha decidido entrar tan audazmente en el ámbito de la política fiscal, no hay razón de principio por la que no pudiera también impulsar políticas fiscales que funcionaran. Porque las de austeridad, obvio es decirlo, no funcionan.
Por ejemplo, dada esa nueva audacia, no hay nada que impida al BCE declarar que fijará un límite de un 3,5% a los diferenciales de prima de riesgo en la Eurozona, prometiendo comprar tantos bonos como sea necesario de Estados miembros, cuyos diferenciales rebasen el 3,5%. ¿Qué le impide ahora hacer esa declaración? He aquí la respuesta: el mito, según el cual eso significaría cruzar el Rubicón que separa la política monetaria (el instrumento del BCE) de la política fiscal (el área de responsabilidad de los gobiernos electos). Pero ese argumento ya no se tiene en pie, ahora que un presidente del BCE acaba de cruzar ese Rubicón diciendo que ¡usará el poder del BCE para imprimir dinero, a fin de imponer determinadas políticas fiscales a los Estados miembros que quieran verse favorecidos por esa intervención!
En suma: en unos pocos días el desventurado Sr. Draghi ha conseguido menoscabar el poder de su cargo y borrar para siempre la línea que separaba política fiscal y política monetaria, sin siquiera amagar con una política fiscal que pudiera ayudar a la supervivencia del euro. Infinitos son los caminos por los que los dirigentes europeos buscan el estrago de nuestro común hogar europeo. Ojala desistan del empeño, antes de que sea demasiado tarde.
Yanis Varoufakis es un reconocido economista greco-australiano de reputación científica internacional. Autor del aclamado The Global Minotaur (Zedbooks, Londres 2011: una larga reseña crítico-analítica del libro se puede leer en SinPermiso Nº 12, en prensa), actualmente es profesor de política económica en la Universidad de Atenas y consejero del programa económico del partido griego de la izquierda, Syriza.
Traducción: Mínima Estrella (Sin Permiso)