Italia es vista con desencanto por su gente

Elena Llorente
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“Somos a menudo un pueblo de ovejitas, que tendemos siempre a seguir al más fuerte,
 a adecuarnos a la tendencia general.”

No importa si los diarios, las revistas o los canales de televisión son de izquierda o de derecha. Todos están llenos de malas noticias: de la economía que se tambalea, de fábricas que cierran, de obreros desocupados o en huelga, de las regiones y municipios que deberán recortar una vez más su presupuesto, de los aumentos de gas, luz y nafta en agosto, de los consumos a nivel de 1930, durante la peor crisis del capitalismo. Las noticias sobre las Olimpíadas pasaron a segundo plano. Estos son los medios de difusión. Pero ¿y la gente? ¿Qué piensa? ¿Cómo se siente viviendo esta angustia cotidiana? ¿Qué es necesario cambiar para que el país funcione según ella? La mayor parte de los entrevistados, por inseguridad o por desconfianza en una situación como la actual, prefirió no dar su apellido.

Riccardo R., un quiosquero que vende exclusivamente diarios y revistas en una calle comercial de Roma, contó que sus negocios han disminuido un 60/70 por ciento desde el año pasado y que desde hace cuatro años no logra irse de vacaciones, pese a que trabaja todos los días, de las 6 de la mañana a las 7 de la tarde. “Es un desastre, un verdadero desastre. Los gastos son muy superiores a las ganancias. En Italia habría que optimizar todo. Claro, yo no sé cómo hacerlo. Además hay demasiados desniveles, hay poca gente que tiene mucho y mucha que tiene poco. Falta el sector intermedio. La brecha se ha hecho demasiado grande. Disminuir esa distancia sería importante para el país”, dijo.

Roberta, que salía de comprar (o tal vez sólo de mirar) en un negocio de ropa, es secretaria y trabaja en la dirección de una empresa farmacéutica. Fue terminante respecto a los medios de difusión. “Yo siempre compraba diarios, escuchaba los informativos. Ahora, cambio de canal porque todo es demasiado deprimente. No me parece que estemos logrando grandes cosas”, dijo. Según ella, los actuales problemas italianos no están ligados sólo al país porque la situación fue provocada por otros. “Pero encima, nosotros ni siquiera somos capaces de mantener aquello para lo que siempre fuimos buenos, como la pequeña y mediana empresa. Es inútil que apuntemos a la gran industria, no es nuestro sector. Nosotros somos capaces de hacer cosas de gran calidad, pero ahora nos hemos rendidos ante los franceses y los chinos”, enfatizó.

Lorenzo y Federica salen de una librería. El, universitario, tiene 20 años. Estudia Física en la Universidad La Sapienza de Roma y está preocupado por cómo mucha gente, incluidos sus compañeros de universidad, reaccionan. O mejor dicho, no reaccionan. “Yo veo que la gente no tiene ganas de hacer nada, se deja estar. Y precisamente creo que para cambiar una situación como ésta, hay que suscitar intereses.” Piensa que en la base de la actual situación italiana hay un problema cultural: reina, dijo, una “ignorancia arrogante” que no permite la elaboración de un pensamiento crítico. “Muchos sólo saben hablar de lo que ocurre en televisión o en el fútbol. Pero no son capaces de elaborar un pensamiento propio”, añadió. Su idea deja entrever algo que sociólogos y expertos habían ya indicado como un mal generalizado entre los italianos hoy: la falta de sentido crítico y de madurez para asumir la responsabilidad de un cambio. “Esto es sólo una parte del problema. La otra es que es necesario tener pasión para cambiar las cosas”, subrayó.

Federica, 21 años, estudiante del último año de la Facultad de Lenguas y Literaturas Extranjeras de la Universidad de Bolonia (centro-este de Italia), está de vacaciones en la capital italiana. “A mi manera de ver el problema principal de nuestro país es la mentalidad. Va más allá de lo económico o lo político. Somos a menudo un pueblo de ovejitas, que tendemos siempre a seguir al más fuerte, a adecuarnos a la tendencia general, en cambio de elaborar un pensamiento propio. En Italia está de moda la no-cultura: presentarse en televisión, entrar en política, vender el propio cuerpo para conseguir un cargo. Tendemos a seguir lo que hace la mayoría y evitamos el compromiso personal. Si la cultura fuera promovida realmente, ayudaría a cambiar el modo de pensar de mucha gente”, subrayó.

Otro Riccardo, que trabaja hace 20 años en un bar, asegura que las ganancias del negocio han bajado por lo menos un 30 por ciento en el último año. El bar no sólo vende un café delicioso, sino todo tipo de mermeladas exóticas y de condimentos para la pasta. “Yo comenzaría todo desde el principio, empezando por el gobierno –dijo–. Tiraría todo abajo. Pero eso sólo se puede hacer con una revolución. Voté una sola vez en mi vida, a los 18 años, por curiosidad. Nunca más volví a hacerlo. No creo en la política. Creo en los honestos, en Aldo Moro (dirigente de la Democracia Cristiana asesinado por las Brigadas Rojas), en Falcone y Borsellino (jueces antimafia asesinados por la mafia). No hay que ir a votar, así los políticos se darán cuenta de que nadie cree en ellos.”

Para el señor Giovanni, 75 años, jubilado hace diez, que todas las mañanas monta una pequeña mesa en una esquina, cerca de un concurrido mercado, para vender sobres de plástico para documentos y carpetas, habría que “ir al Parlamento y preguntarles a esos delincuentes a dónde están llevando el país”. Tiene una pequeña jubilación de 500 euros y cada mañana dice que gana unos 20-25 euros más. “Lo que gano a la mañana me sirve para comer”, dice. “Acá hay que tirar todo a la basura –continúa–; hay que hacer una revolución. Hay demasiados políticos en este país. Eso es equivocado. Hay gente que tiene tanto y gente que tiene poco. ¿Cuándo terminará todo esto? ¿Cuando estemos muertos?”