Esfuerzo mayor


Alfredo Zaiat
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El ciclo corralito-corralón culminará en abril del año próximo cuando se cancele la última cuota del Boden 2013 por unos 245 millones de dólares. Esos títulos en dólares fueron los últimos entregados a ahorristas con el denominado canje II de depósitos reprogramados en moneda extranjera, y también para completar hasta el valor del dólar la pesificación a 1,40 más CER de esa última etapa del trueque de depósitos. El dinero de los plazos fijos no podía retirarse de los bancos, entonces la oferta oficial fue cambiar esos fondos por el Boden 2012, permitir utilizarlos como certificados de pago en la compra de autos o inmuebles o reprogramar su vencimiento a un plazo más prolongado que el original. Hubo una porción de los ahorristas que inicialmente no aceptó ninguna de esas alternativas, a quienes el Gobierno les ofreció después una segunda vuelta de canje. Como había pasado casi un año de esa operación y para que no tenga una ventaja relativa respecto de los ahorristas que aceptaron la serie 2012, la propuesta fue el Boden 2013. La emisión fue por 1942 millones de dólares, a diez años y seis meses, devengando la tasa Libo con un tope del 3 por ciento anual, con vencimiento el 29 de abril de 2013. El fin del Boden 2012 adquirió carácter simbólico porque era el bono más importante, por monto y volumen de negocios, originado de la estafa a la confianza de los ahorristas y de la socialización de los quebrantos de la debacle bancaria causada por la convertibilidad y el corralito de Cavallo.
La cancelación total de esos dos bonos, como la política de desendeudamiento global, significa ampliar los márgenes de autonomía de la política económica y saldar parte de la herencia perturbadora de décadas de casino financiero, aunque también implica un esfuerzo mayor de la economía. Los primeros años con superávit fiscal y luego con reservas del Banco Central, el peso de la deuda ha disminuido en relación con la riqueza generada durante un año (PBI) por el efecto combinado de la cancelación neta de deuda y el crecimiento de la economía. Hoy la deuda pública total representa el 41,8 por ciento del PBI, cuando en 2002 había alcanzado el 166 por ciento.
El ciclo de desendeudamiento tiene un componente económico-financiero derivado de uno político, que nace de la decisión del Gobierno de no estar subordinado a la calificación del mundo financiero para cada una de las eventuales refinanciaciones de vencimientos. Esas transacciones están atadas a las exigencias de satisfacer demandas del mercado, que en general apuntan a reclamar estrategias de austeridad como garantía de cobro de la deuda. De ese modo se va constituyendo un círculo vicioso de deterioro económico y, en consecuencia, de subordinación a la ortodoxia económica, con elevados costos sociales y laborales. Es lo que padecen hoy los países periféricos de Europa, lo mismo que Argentina en los noventa.
La determinación del kirchnerismo de no quedar atrapado de la lógica de sumisión del mercado financiero tiene el beneficio de eludir la trampa que conduce hacia una crisis económica. Pero tiene su costo. No es una decisión liviana, sin efectos sobre la economía, desafiar el funcionamiento del negocio financiero internacional, corazón del capitalismo global de las últimas décadas, hoy en graves problemas, aunque con un grado de resistencia notable a perder privilegios. El costo del desafío del desendeudamiento es, paradójicamente, quedar fuera del acceso voluntario al crédito internacional a tasas de interés bajas. Veda que termina reforzando la política de desendeudamiento vía utilización de reservas del Banco Central, porque el Gobierno rechaza la posibilidad de tomar deuda a tasas altas o disminuir el gasto público para generar el superávit fiscal necesario para pagar vencimientos.
Después del pago del Boden 2012, indicadores de deuda muestran un escenario muy holgado con,
- la relación deuda pública total/PBI en 41,8 por ciento, e
- intereses de la deuda pública pagados en porcentaje de los recursos totales del Estado en 6,0 por ciento.
En relación con la deuda pública total en poder de privados, el saldo
- sobre el PBI es del 12,0 por ciento,
- en moneda extranjera/PBI, 8,4 por ciento,
- en moneda extranjera/reservas internacionales, 88,0 por ciento, y
- en moneda extranjera per cápita, 962 dólares.
Estas cifras en un proceso de crecimiento económico prolongado, con el compromiso oficial de pagar la deuda hasta con reservas del Banco Central, se traduciría para cualquier otro país en ofertas de financiamiento a tasas bajas. No es el caso para Argentina. Además del desafío al mundo financiero por la estrategia elegida de desendeudamiento, una sucesión de acontecimientos económicos a contramano de lo que esperaba la ortodoxia tuvo como respuesta un prolongado castigo del mercado. El default, la renegociación de esa deuda con quita de capital, disminución de la tasa y extensión de los plazos, el fin del negocio de las AFJP, las estatizaciones, la utilización de reservas para pagar deuda, la expropiación de acciones de YPF en manos de Repsol y, en términos generales, la heterodoxia de la política económica, derivaron en un rechazo del gran capital financiero a la política económica argentina. Esa resistencia tiene también como argumento la inflación y los gaseosos conceptos de la confianza y la inseguridad jurídica, destacando lo que consideran un default encubierto por los índices de precios al consumidor del Indec utilizados en la actualización de bonos ajustados por el CER.
Todo ese marco de política económica heterodoxa tiene su costo en un terreno hostil, que deriva en un esfuerzo mayor para la economía cuando se tiene que pagar cada uno de los vencimientos de la deuda sin posibilidad de refinanciarlos. Ese tránsito tiene aún más tensión por la persistente fuga de capitales que ha limitado la capacidad de acumulación de reservas del Banco Central. Si desde 2007 el ritmo de fuga hubiese sido sólo la mitad de lo que fue, el stock de reservas se ubicaría casi en el doble del actual, lo que hubiera significado una situación financiera más aliviada, e incluso no hubiese sido necesario establecer el estricto control en la administración de divisas.
Con una política económica resistida por el mercado financiero y la ortodoxia, acompañado de una fuerte fuga de capitales, el escenario todavía se presentó más complicado porque no hubo año que no haya habido abundancia de pronósticos negativos sobre la economía. Pese a que no se cumplieron, han tenido influencia en la generación de expectativas de los inversores y reforzaron el castigo financiero a la Argentina.
El desendeudamiento, para ganar margen de autonomía de la política económica y no quedar sometidos a los financistas, ha convertido así al kirchnerismo en el período político que más deuda ha pagado en forma neta desde el regreso de la democracia. Quienes entendieron las razones político-económicas de este ciclo y no quedaron atrapados de la lógica de la ortodoxia, eludiendo los diagnósticos y pronósticos alarmistas sobre la economía local, ganaron y están ganando mucho con la deuda argentina.
El kirchnerismo muestra las cifras del desendeudamiento reclamando que el mercado reconozca su política que deriva en mayor solvencia financiera. Aval que no logrará porque significaría para la ortodoxia la confesión de su derrota conceptual y práctica en la administración de la economía. Por eso, con vencimientos no tan pesados en los próximos años, el desendeudamiento continuará y seguirá siendo un esfuerzo mayor de la economía.