No queremos volver a la Europa y a la España del siglo XIX
Juan Francisco Martín Seco
ATTAC España
El viernes pasado, 1 de junio, el diario El País presentaba con cierta
relevancia, un artículo titulado “No queremos volver a la España de los años
cincuenta” firmado por tres brillantes y jóvenes economistas. Los tres tienen en
común el hecho de dar clases en universidades extranjeras, lo que concede una
gran prestancia en este país de papanatas dispuestos a adorar, con ese secular
complejo de inferioridad, todo lo que provenga de allende los Pirineos o de más
allá de los mares. Presentan además otra nota en común, pertenecen a esa
sociedad tan aséptica y neutral denominada Fundación de Estudios de Economía
Aplicada (FEDEA), fundada y dirigida por las instituciones financieras y por las
grandes empresas del país, es decir, las mismas instituciones que han creado esa
situación tan dramática que ahora nos describen los ínclitos profesores. Son,
por tanto, miembros de ese grupo de cien economistas que en distintos
manifiestos han tomado postura a favor del despido libre y gratuito y del
desmantelamiento del sistema público de pensiones.
Para estos insignes profesores, el BCE y Alemania son entidades benéficas y
gracias a ellas la economía de nuestro país, basada en el despilfarro y en el
caciquismo, no se ha precipitado al abismo. Escriben que “Alemania no quiere
dominar Europa. El problema es precisamente el contrario, que Alemania quiere
que la dejen en paz y asegurarse de que no se le impone una solución en la que
le toman el pelo y en la que debe hacer transferencias al resto de Europa hasta
el fin de los tiempos”. Si atendemos a la Historia, no parece que pueda
extrañarnos que muchos ciudadanos europeos sospechen que Alemania ansía dominar
Europa. En cualquier caso, de lo que no hay duda es que quiere -y lo está
consiguiendo- dominar y constituir una dictadura en la Eurozona. Además no lo
oculta. Merkel parece hacer ostentación impúdica de ello. Y el BCE se limita a
ser un mero apéndice de Berlín.
En cuanto a las transferencias, discurren más bien a la inversa: del resto de
los países hacia Alemania, ya que su economía está logrando financiarse gratis a
costa de los demás y, lo que es más importante, el mantenimiento del mismo tipo
de cambio le está permitiendo ganar competitividad en los mercados y apoderarse
de un trozo mayor de la tarta. Alemania, por otra parte, no ha puesto en
términos relativos ni un euro más para el rescate que, por ejemplo, España.
Tampoco a los países rescatados se les ha hecho ningún favor, ya que las
condiciones han sido draconianas. En realidad, a quien se rescata más bien a los
bancos de los países acreedores, entre otros a los alemanes.
Estos profesores pintan un escenario dantesco fuera del euro. “Extra Eclesiae
non est salus”, fuera de la Eurozona no hay salvación; en el fondo, el
neoliberalismo tiene mucho de nueva religión. Lo cierto es que la crisis ataca
especialmente a los países de la Unión Monetaria, y que aquellos otros que
tuvieron el acierto de no entrar en tan selecto club están capeando la situación
de forma bastante más desahogada. Porque el quid de la cuestión no radica en
salir, sino en que no teníamos que haber entrado. Los firmantes del artículo,
quizá por su juventud, no tuvieron nada que ver con el desatino, pero sí sus
insignes maestros y precursores en el neoliberalismo, y ellos mismos parecen
estar ahora plenamente de acuerdo con la incorporación ya que no encuentran en
ella el origen de ninguno de nuestros males.
La descripción que los doctos firmantes del artículo hacen del posible
retorno a la peseta es de trazo grueso, sin matizaciones, cayendo muchas veces
en contradicciones y sin tener en cuenta las distintas hipótesis, por ejemplo,
qué ocurriría si el euro dejase de existir. En todo caso, nadie niega la trampa
en que nos han metido y que la vuelta atrás resulta problemática y puede tener
un coste muy elevado. Prueba palpable del dogmatismo que profesaban los padres
de la Unión Monetaria es que nunca sospecharon que la aventura pudiera acabar
mal y que quizá resultara necesario el retorno a las antiguas monedas. Los
profesores nos amenazan con que fuera del euro volveríamos a la España de los
años cincuenta y al caciquismo. Como buenos neoliberales, no saben de posturas
intermedias. O libertad absoluta para el capital, las empresas, los flujos
financieros y los mercados o economía cerrada y autarquismo. Pero se dice que en
el medio está la virtud y establecer un código de circulación no significa
prohibirla o eliminarla.
Con todo, la cuestión de fondo que se plantea es si el euro puede mantenerse
y, en todo caso, cuál es el coste de nuestra permanencia. El artículo no
describe explícitamente qué nos espera dentro de la Unión Monetaria, sin
embargo, los autores nos dan una pista sobre lo que piensan, cuando minimizan
todos los ajustes, reformas y recortes acometidos y proponen un gobierno de
tecnócratas que sea capaz de llevar a cabo lo que consideran las reformas de
verdad. Si hasta ahora se ha cercenado gravemente el Estado social, parece ser
que eso no es nada para lo que se avecina y desean tan ínclitos economistas en
consonancia con los que mandan en la Unión Monetaria: retornar al liberalismo
del siglo XIX o principios del XX, a ese Estado gendarme y policía, que se
inhibe ante los problemas sociales y económicos y contempla impasible la
injusticia y la pobreza de la mayoría de los ciudadanos, a ese Estado sin
democracia, en el que el gobierno es tan solo el consejo de administración de
los poderes económicos.
Para terminar, los autores del artículo citan la conocida frase de Ortega de
que Europa es la solución. Pues bien, esa Europa a la que se refería Ortega hace
102 años, fue la del liberalismo, la de las dos guerras mundiales y una enorme
crisis económica. Algunos no anhelamos esa Europa a la que la actual tanto se va
pareciendo. Queremos la Europa de los cincuenta y los sesenta, la de los Estados
democráticos y la de la economía mixta. Los tres profesores gritan enfáticamente
que no quieren volver a la España de los cincuenta. Somos muchos los que no lo
deseamos, pero la diferencia es que tampoco queremos retornar a la Europa y a la
España del siglo XIX.
Publicado en República de las Ideas