Camila Vallejo: Los problemas del derecho a la educación deben afrontarse a escala global

Blanche Petrich
La Jornada

  • En Chile trascendimos el debate de la enseñanza y hoy cuestionamos el modelo de desarrollo, señala
  • No se trata de repetir experiencias, sino de nutrirnos
  • #YoSoy132, más radical frente a los medios

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Camila Vallejo en entrevista con La Jornada en la UAM XochimilcoFoto Carlos Cisneros

Esta chica que está por concluir su carrera de geógrafa por la Universidad de Chile lo tiene muy claro: cuando concluya su tesis sobre la construcción social en territorios vulnerables, después de titularse y especializarse para hacer de su profesión una herramienta para combatir la desigualdad, se va a dedicar a la política.
De por sí, como dirigente estudiantil, Camila Vallejo Dowling hace política, y no sólo en Chile, sino extendiendo alianzas y compartiendo experiencias en otras latitudes: los indignados de Europa, los OcupaWall Street de Estados Unidos y ahora el #YoSoy132 de México. Para trascender debemos tener una visión global. Los problemas del derecho a la educación son propios del modelo neoliberal en todo el mundo. Entonces, hay que enfrentarlo a escala global; no para repetir experiencias de otros países ni exportar las nuestras, sino para nutrirnos, compartir, aprender.
Desde que aterrizó su vuelo desde los Andes hasta el valle de México, no ha parado: conferencia de prensa, foro en la UAM Xochimilco y una lista de entrevistas con medios de comunicación.
Con La Jornada es generosa con su tiempo; acepta hablar de cómo transcurrió su infancia en la posdictadura; cómo el movimiento estudiantil de hoy se inspiró en los ideales de la Unidad Popular, sin decirlo explícitamente. Incluso cita El Habitante, de Pablo Neruda, el infaltable.
Recuperando la memoria de los años de Allende
El movimiento popular chileno hizo un gran esfuerzo por recuperar la memoria histórica, la de los años de Salvador Allende, porque la educación, en general, tiende a engendrar la desmemoria. Se recuperan así esos procesos de los estudiantes de antes de la dictadura, los de los años 60, principios de los 70, muy significativos: la politización que había, la discusión, ese pensar el país, lo que me hace pensar en ese poema de Neruda: Podrán matar todas las flores, pero no la primavera.
Habla también de cómo la movilización que empezó el año pasado en los campus de Santiago se expandió a otros sectores y radicalizó a la oposición en Chile: trascendimos el debate de la educación y la política y hoy en día cuestionamos el modelo de desarrollo, este que lucra con la salud, el trabajo, la vivienda, la alimentación, las pensiones.
Y de cómo un debate que empezó con lo educativo llegó a la política: una de las riquezas del movimiento fue su transversalidad. No todos son de izquierda. Hay mucha diversidad, pero se ha autodeterminado políticamente. El debate de la enseñanza es un debate político. Entendimos que para hacer reforma educativa se necesitaban transformaciones sociales, políticas, económicas. Por ejemplo, aplicar la gratuidad, con los niveles de desigualdad de hoy, es regresión. Se necesita una reforma tributaria para que los más ricos paguen más impuestos y cambios políticos para cambiar la constitución pinochetista. Y para eso necesitamos cambiar el sistema binominal, un duopolio político que siempre bloquea en el Parlamento todas las reformas.
A Camila Vallejo, militante de las juventudes del Partido Comunista de Chile, no le hace mucha gracia que The New York Times la llame la revolucionaria glamorosa. Ni que el inglés The Guardian diga que desde tiempos del carismático subcomandante Marcos no había surgido otro ícono de la izquierda latinoamericana hasta que apareció ella: los medios operan con lo de la personificación, pero siempre es necesario objetar esto, porque la gente luego se cree que el movimiento es una sola persona, y no es así.
Quiera o no, la rara mezcla de una belleza tipo Romi Schneider, una sencillez que desbarata y una sorprendente articulación del discurso de Camila Vallejo mueve multitudes. Carisma, le dicen. A ella parece darle igual lo que digan. Ella, a lo suyo:
Nací en el 88, con la supuesta vuelta de la democracia, el primer año de la Concertación (1988-2009). Yo por suerte provengo de una familia de izquierda; mis padres son comunistas, aunque ellos nunca me adoctrinaron con nada. Pero en general los jóvenes viven en la apatía, la despolitización.
–De chicos, ¿qué aprendían de los libros de texto que ensalzaban al dictador Pinochet, que hablaban de la amenaza comunista?
–Nosotros no vivimos la dictadura militar, sino la de la democracia pactada. Se va el dictador, pero nos queda amarrada una dictadura empresarial, un modelo neoliberal, de constitución pinochetista, antidemocrática en lo político. Hay una ideología imperante que cala a través de los medios de comunicación y de la educación. Esos son los dos grandes aparatos de control ideológico.
Durante la dictadura se pensaba que la enseñanza pública era la plaza del enemigo interno, del marxismo. Entonces todo se abre al mercado.
–Y a pesar de todo, surge la rebeldía del movimiento estudiantil, primera década del siglo XXI.
–La dictadura pudo haber matado a muchos, desaparecerlos, pero las ideas siguen vivas. A pesar de que se intentó destruir el tejido social y matar las ideas de justicia social, la solidaridad, la construcción de otro mundo posible, sin grandes relatos pero cada cual con su lucha particular hace resurgir esa visión humana de querer recuperar la historia.
–¿Es la militancia, el activismo, lo que les devuelve todo esto?
–La Juventud del Partido Comunista me permite entrar a un debate más de fondo, me da más herramientas quizá que a un joven sin militancia. Pero en el mundo universitario se da ese debate también. El movimiento estudiantil no obtiene esas herramientas ni en las aulas ni en los medios de comunicación. Muchos jóvenes se inician en la movilización porque están endeudados, y ahí se dan cuenta de dónde viene el problema, de la era de Pinochet.
–¿El movimiento del siglo XXI considera que los ideales de la Unidad Popular, de hace medio siglo, merecen ser rescatados?
–No explícitamente. Hay algunas similitudes con las reformas de los 60: educación pública, democratizar su acceso, pensar el país desde la universidad, la educación como herramienta de transformación social. Lo cierto es que una de nuestras consignas es: Va a caer, va a caer, la educación de Pinochet.
–Este movimiento estudiantil no empieza con Santiago Piñeira en el gobierno, sino con una presidenta socialista, Michelle Bachelet. Y no empieza en las universidades, sino con los niños de las secundarias. Cuéntanos.
–La revolución de los pingüinos empezó en 2006, el año que yo entré a la universidad. Entonces ni tenía vida estudiantil activa. Me incorporo después. Pero los chicos son claves; ellos son los que logran el salto cualitativo, de la demanda gremial de financiamiento al cuestionamiento a la estructura del modelo, al lucro de la educación subvencionada. En respuesta, el gobierno de Bachelet y la derecha llegaron a un acuerdo a puerta cerrada: la ley general de educación, que se conoce como la gran estafa.
–El movimiento juvenil chileno tiene este modo nuevo, creativo, que tienen los indignados del 15M de España, el Ocupa Wall Street y ahora el #YoSoy132.
–Hay un factor común que tiene que ver con los objetivos. Todos tenemos la necesidad de conquistar la opinión pública, que no se logra con los actuales medios de comunicación. Había que innovar, crear espacios para explicar de fondo nuestras propuestas. Lo hicimos en las calles, en las redes sociales.
–¿Es un cuestionamiento al modelo mediático también en Chile, como lo es ahora en México?
–Totalmente, pero no de manera tan concreta como aquí. Nosotros gritamos: La prensa burguesa no nos interesa. El #YoSoy132 tiene una expresión mucho más radical frente al poder fáctico de los medios.