Trotsky, el socialismo y la democracia

Por Guillermo Almeyra
para La Jornada (México)
publicado el 20 de Agosto de 2010

El 20 de agosto se cumplen 70 años del asesinato en México de León Trotsky, presidente del soviet de San Petersburgo en 1905 y 1917 y, después, líder de la lucha por la regeneración del partido de Lenin y del Estado nacido de la revolución en la que opuso intransigentemente el combate por la democracia interna y la plena y libre discusión de ideas al totalitarismo burocrático de Stalin, nacido de la fusión entre el partido único monolítico y el Estado, ambos en manos de la burocracia seudosocialista.

Los soviets -o consejos- obreros y campesinos (al igual que los consejos de soldados, que eran campesinos en uniforme) fueron -tanto en Rusia, en sus dos revoluciones, como después de la Primera Guerra Mundial en Alemania, Austria-Hungría o incluso Italia en 1920- una creación directa del sector más decidido, culto y organizado de los trabajadores, no de los partidos. En 1905, en efecto, los bolcheviques, el partido de Lenin, se habían opuesto a los consejos a los que veían como competidores de las organizaciones obreras y campesinas del partido y de los que desconfiaban, creyendo que podrían ser maniobrados por los mencheviques, los anarquistas, los socialrevolucionarios, ya que en los consejos militaban todas las organizaciones socialistas, además de gran cantidad de personas sin partido.

Porque los consejos eran el organismo político de coordinación y discusión pluralista de todas las ideas que circulaban entre los trabajadores. Trotsky, de este modo, presidió en 1905 la organización de la expresión directa de todas las tendencias existentes en el campo de la revolución y, en 1917, volvió a dirigir los soviets o consejos pluralistas y democráticos, en los que los bolcheviques tuvieron que ganar la mayoría y enfrentar sus ideas y propuestas con las otras tendencias obreras, antes mayoritarias. Dicho sea de paso, el gobierno soviético presidido por Lenin no fue el de un partido único ni mucho menos monolítico. En el partido bolchevique había, en efecto, libertad de tendencias y una intensa discusión entre las diversas corrientes en la que Lenin muchas veces quedó en minoría, y en el gobierno, además de los bolcheviques -en cuyo partido confluyeron muchísimos anarquistas- estaban los mencheviques internacionalistas y los socialistas revolucionarios de izquierda.

La concepción de Trotsky fue siempre la de Marx: la liberación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos, no de una minoría, una vanguardia autodesignada. El partido es sólo un instrumento, en el mejor de los casos un maestro y un organizador, nunca el reemplazante de quienes declara servir. Y la base de la construcción del socialismo es la autogestión, como la expresada en los consejos que cumplen el papel del Estado sin estar integrados en éste porque legislan, controlan, deciden sobre los recursos, todo sobre la base de las asambleas y de la libre discusión entre las diferentes tendencias, organizadas partidariamente o no.

Ya a comienzos del siglo pasado, cuando acompañado por Rosa Luxemburgo discutía contra la idea del partido ultracentralizado, de vanguardia, defendida en 1903 por Lenin, Trotsky había advertido sobre el peligro de que ese tipo de organización anulase la vida interna y favoreciese la dictadura de unos pocos y hasta la de un jefe en el partido. Sólo en 1923, fracasado su intento de regenerar un partido ya muerto y un sistema soviético en el cual habían desaparecido ya los soviets (consejos) de los años de la revolución y el nombre sólo servía para cubrir los concejos municipales de un partido sin vida interna alguna, Trotsky reivindica la concepción del partido de Lenin. Lo hace porque Stalin y sus secuaces lo acusan de advenedizo, de antileninista y antibolchevique, y la dictadura del aparato inventa un marxismo-leninismo que nada tenía que ver con Marx o con Lenin y que, además, convertía en dogma, en ortodoxia, lo que era un método de análisis revolucionario de la sociedad.
Contra esa invención del trotskismo por la burocracia en el poder, que lo presentaba en oposición al leninismo, Trotsky asume el nombre de bolchevique leninista, la continuidad política de las posiciones de Lenin y, respecto del partido, lucha contra Stalin en nombre del breve periodo de vida del partido triunfante en octubre bajo la dirección de Lenin. Pero en cuanto a los soviets, sigue luchando por revivirlos y hacerlos independientes del Estado supuestamente soviético. Y pugna hasta su muerte para que los consejos -órganos de todos los trabajadores de una empresa o región, sindicalizados o no, miembros o no de algún partido obrero- remplacen a los organismos estatales de mediación, como los sindicatos burocratizados, para ayudar a construir así la independencia política y la conciencia de los trabajadores, y para afirmar su autoconfianza y desarrollar sus capacidades de decisión políticas y administrativas.

Frente a quienes piensan que el socialismo caerá a los trabajadores como un nuevo maná, dispensado desde el partido-Estado, Trotsky aboga en cambio por el socialismo de los consejos, de la autogestión. No sin contradicciones, no sin desvíos momentáneos y excesos administrativos, no sin concesiones incluso a la burocracia que él aborrecía y que le odiaba, pero sí como hilo rojo que marca toda su vida política, que se identifica con toda su vida consciente. Por eso la burocracia mandó asesinarlo: porque era inasimilable e incorruptible. Por eso también le rendimos homenaje en un momento en que muchos pretenden construir el socialismo fundamentalmente desde arriba, con el aparato estatal, desde el aparato estatal, con los trabajadores actuando apenas como coro.

Fuente.jornada.com.mx
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Trotsky (1938): México y el imperialismo británico
(Escrito del 5 de junio de 1938)

La campaña internacional que los círculos imperialistas están realizando sobre la expropiación de las empresas petroleras mexicanas, hecha por el gobierno, se ha distinguido por poseer todos los rasgos de las bacanales propagandísticas del imperialismo: combina la impudicia, el engaño, la especulación de la ignorancia con la certeza de su propia impunidad.

El gobierno británico inició esta campaña al declarar el boicot al petróleo mexicano. El boicot, como es sabido, siempre involucra al autoboicot y por lo tanto viene acompañado de grandes sacrificios por parte de quien lo hace. Gran Bretaña era hasta hace poco el mayor consumidor de petróleo mexicano; claro que no lo hizo por simpatía para con el pueblo mexicano, sino considerando sus propios beneficios.

El mayor consumidor de petróleo en Gran Bretaña, es el mismo estado, por su armada gigantesca y el rápido crecimiento de su fuerza aérea. El boicot del gobierno inglés al petróleo mexicano significaba, entonces, un boicot simultáneo no sólo de la industria británica, sino también de la defensa nacional. El gobierno de Mr. Chamberlain ha mostrado con una franqueza inusual que los beneficios de los ladrones capitalistas británicos están por encima de los intereses del estado. Las clases y los pueblos oprimidos deben aprender profundamente esta conclusión fundamental.

Tanto cronológica como lógicamente, el levantamiento del general Cedillo resultó de la política de Chamberlain. La Doctrina Monroe le aconseja al almirantazgo británico abstenerse de aplicar un bloqueo naval-militar a las costas mexicanas.

Deben actuar por medio de agentes internos, quienes, en realidad no agitan abiertamente la bandera británica, aunque favorecen a los mismos intereses que sirve Chamberlain, los intereses de una pandilla de magnates del petróleo.

Podemos estar seguros de que las negociaciones de sus agentes con el general Cedillo no se han incluido en el Libro Blanco que publicó la diplomacia británica hace pocos días. La diplomacia imperialista realiza sus principales negocios bajo el amparo del secreto.

Con el objeto de comprometer la expropiación a los ojos de la opinión pública burguesa, la presentan como una medida “comunista”.

Se combina aquí la ignorancia histórica con el engaño consciente. El México semicolonial está luchando por su independencia nacional, política y económica.

Tal es el significado básico de la revolución mexicana en esta etapa. Los magnates del petróleo no son capitalistas de masas, no son burgueses corrientes.

Habiéndose apoderado de las mayores riquezas naturales de un país extranjero, sostenidos por sus billones y apoyados por las fuerzas militares y diplomáticas de sus metrópolis, hacen lo posible por establecer en el país subyugado un régimen de feudalismo imperialista, sometiendo la legislación, la jurisprudencia y la administración. Bajo estas condiciones, la expropiación es el único medio efectivo para salvaguardar la independencia nacional y las condiciones elementales de la democracia.

Qué dirección tome el posterior desarrollo económico de México depende, decisivamente, de factores de carácter internacional. Pero esto es cuestión del futuro. La revolución mexicana está ahora realizando el mismo trabajo que, por ejemplo, hicieron los Estados Unidos de Norteamérica en tres cuartos de siglo, empezando con la Guerra Revolucionaria de la Independencia y terminado con la Guerra Civil por la abolición de la esclavitud y la unidad nacional. El gobierno británico no sólo hizo todo lo posible a finales del siglo XVIII para retener a los Estados Unidos bajo la categoría de colonia, sino que más tarde, durante los años de la Guerra Civil, apoyó a los esclavistas del sur contra los abolicionistas del norte, esforzándose, en beneficio de sus intereses imperialistas, en hundir a la joven república, en un estado de atraso económico y de desunión nacional.
También para los Chamberlains de ese tiempo, la expropiación de los esclavistas aparecía como una diabólica medida “bolchevique”. En realidad, la tarea histórica de los del norte consistía en limpiar el terreno para un desarrollo de la sociedad burguesa democrático e independiente. Precisamente esta tarea está siendo resuelta en esta etapa por el gobierno de México. El general Cárdenas es uno de esos hombres de estado, en su país, que han realizado tareas comparables a las de Washington, Jefferson, Abraham Lincoln y el general Grant. Y, por supuesto, no es accidental que el gobierno británico, también en este caso se encuentre a sí mismo al otro lado de la trinchera histórica. Por absurdo que parezca, la prensa mundial, y particularmente la francesa, continúa arrastrando mi nombre alrededor de la expropiación de la industria petrolera. Si ya he negado esta estupidez, no es porque le tema a la “responsabilidad”, como insinuó un locuaz agente de la GPU. Al contrario, consideraría un honor asumir, aunque fuera una parte, de la responsabilidad de esta medida valerosa y progresista del gobierno mexicano. Pero no tengo las menores bases para ello. Supe por primera vez del decreto de expropiación por los periódicos. Pero, naturalmente, esta no es la cuestión.

Se proponen dos metas al involucrar mi nombre. Primero, los organizadores de la campaña desean impartirle a la expropiación un colorido “bolchevique”. Segundo, se proponen darle un golpe al respeto nacional de México. Los imperialistas se empeñan en presentar el hecho como si los hombres de estado mexicano fueran incapaces de determinar su propio camino. ¡Una psicología esclavista hereditaria, indigna y mezquina! Precisamente porque México todavía hoy pertenece a aquellas naciones atrasadas, que apenas ahora se ven impulsadas a luchar por su independencia, se engendran ideas más audaces en sus hombres de estado que la que corresponde a las escorias conservadoras de un gran pasado.

¡Hemos presenciado fenómenos similares en la historia más de una vez!

El semanario francés Marianne, un destacado órgano del Frente Popular francés, llegó a asegurar que en la cuestión del petróleo el gobierno del general Cárdenas actuó no sólo con Trotsky, sino también… a favor de los intereses de Hitler. Como pueden ver, se trata de privar del petróleo, en caso de guerra, a las grandes “democracias” de corazón y, como contrapartida, suplir a Alemania y a otra naciones fascistas. Esto no es ni una pizca más sensato que los Juicios de Moscú. La humanidad se entera, no sin asombro, que a Gran Bretaña se le ha privado del petróleo mexicano por la mala voluntad del general Cárdenas y no por el propio boicot de Chamberlain. Pero entonces, las “democracias” plantean una forma simple de paralizar el complot “fascista”: ¡déjenlos comprar petróleo mexicano, una vez más petróleo mexicano y de nuevo petróleo mexicano! Para cualquier persona honesta y sensible estaría ahora fuera de toda duda que si México se encontrase forzado a vender oro líquido a los países fascistas, la responsabilidad de este acto recaería total y completamente sobre los gobiernos de las “democracias” imperialistas.

Detrás de Marianne y su gente están los instigadores de Moscú. Esto parece absurdo a primera vista, ya que otros instigadores de la misma escuela utilizan libretos diametralmente opuestos. Pero todo el secreto está en el hecho de que los amigos de la GPU adaptan sus puntos de vista a las graduaciones geográficas de latitud y longitud. Si algunos de ellos les promete apoyo a México, otros pintan al general Cárdenas como aliado de Hitler. Desde el último punto de vista, la rebelión del petróleo de Cárdenas debería de ser vista, según parece, como una lucha en favor de los intereses de la democracia mundial.
Sin embargo, abandonemos a su propia suerte a los payasos e intrigantes. No estamos pensando en ellos sino en los obreros con conciencia de clase del mundo entero. Sin sucumbir a las ilusiones y sin temer a las calumnias, los obreros avanzados apoyarán completamente al pueblo mexicano en su lucha contra los imperialistas. La expropiación del petróleo no es ni socialista ni comunista. Es una medida de defensa nacional altamente progresista. Por supuesto, Marx no consideró que Abraham Lincoln fuese un comunista; esto, sin embargo, no le impidió a Marx tener la más profunda simpatía por la lucha que Lincoln dirigió.

La Primera Internacional le envió al presidente de la Guerra Civil un mensaje de felicitación, y Lincoln, en su respuesta, agradeció inmensamente este apoyo moral.

El proletariado internacional no tiene ninguna razón para identificar su programa con el programa del gobierno mexicano. Los revolucionarios no tienen ninguna necesidad de cambiar de color y de rendir pleitesía a la manera de la escuela de cortesanos de la GPU, quienes, en un momento de peligro, venden y traicionan al más débil. Sin renunciar a su propia identidad, todas las organizaciones honestas de la clase obrera en el mundo entero, y principalmente en Gran Bretaña, tienen el deber de asumir una posición irreconciliable contra los ladrones imperialistas, su diplomacia, su prensa y sus aúlicos fascistas. La causa de México, como la causa de España, como la causa de China, es la causa de la clase obrera internacional. La lucha por el petróleo mexicano es sólo una de las escaramuzas de vanguardia de las futuras batallas entre los opresores y los oprimidos.