Federico García Lorca y Manuel Sacristán: porque la Tierra da sus frutos para todos

Por Salvador López Arnal
para Rebelión (España)
Nota publicada el 18 de agosto de 2016

Para Federico García Lorca, Manuel Sacristán y el maestro Enrique Morente. In memoriam et ad honoremCuando yo me muera/ enterradme con mi guitarra/ bajo la arena. Federico García Lorca“Yo soy del partido de los pobres, pero de los pobres buenos”. Federico García Lorca [1]

Se cumplen 80 años del asesinato del autor de Poeta en Nueva York. Una de las páginas más viles de la historia de la Humanidad. Que la España oficial no haya hecho ni la más mínima referencia, que su asesinato tenga que ser investigado en Argentina, indica bien a quien representa esa España de la que hablaba Machado. 

Manuel Sacristán escribió sobre García Lorca en varias ocasiones. Aunque lo suyo, durante la etapa de la revista Laye, fue sobre todo el teatro clásico norteamericano, hizo referencias a la obra lorquiana en un artículo publicado en la revista alemana Dokumente [2], inédito hasta el momento en castellano. 

Refiriéndose a La casa de Bernarda Alba del “poeta prematuramente arrebatado a su pueblo”, señalaba:

También García Lorca, prematuramente arrebatado a su pueblo en 1936 por su trágica muerte, figura entre los “Viejos”. Y eso no sólo por sus datos biográficos, sino también por el estilo de sus obras, tanto por el “ruralismo” de sus primeros años como, al final, por el puritanismo que aparece en la severa forma de sus piezas tardías. Su último drama, La casa de Bernarda Alba -nunca representada en España hasta 1952, en que se publicó como libro, no dada a conocer al público- es un ejemplo impresionante del más puro arte dramático, elaborado según normas formales que hoy nos parecen exageradamente severas. La influencia de García Lorca sobre los jóvenes dramaturgos españoles se ejerce de diversas maneras. Los autores de provincias, y -en la medida en que permanecen fieles a las formas tradicionales- también los de la capital, asumen el aliento cálido de su drama popular Yerma y sobre todo de Bodas de sangre. Pero la generación joven que se propone ser moderna, sigue más bien la estilización severa de personas y motivos que puede encontrarse en La casa de Bernarda Alba.

Más adelante situaba a García Lorca entre los grandes autores clásicos, a la altura de Calderón por ejemplo [3]:

En la prensa española se lee mucho sobre la crisis económica e intelectual del teatro español. Las opiniones sobre las causas de esta crisis son a menudo muy dispares, sin atreverse los autores de tales artículos a hacer responsable de gran parte de las dificultades a la censura estatal, con su silenciamiento sistemático de los autores jóvenes. El autor del presente artículo no puede detenerse aquí en las causas económicas o sociológicas de que el teatro sea hoy un mal negocio. Pero cree saber por qué existen sólo pocos autores españoles de categoría y por qué apenas se estrenan nuevas obras. Tres factores principalmente son responsables de ello: la censura, el gusto deteriorado del público teatral a causa de la crítica de baja calidad y, por último, el comportamiento de los empresarios teatrales, que sacan sus consecuencias de todo ello y ya sólo estrenan lo que promete de antemano cajas llenas. Sólo un genio capaz de combinar armoniosamente el impulso creador con el cálculo sensato de todas las posibilidades económicas podrá conseguir volver a elevar a su grandeza de antaño el teatro, hundido en el polvo, de los Lope, Calderón o García Lorca.

No fue la última ocasión. Tras la muerte de Franco, surgieron dos revistas en las que Sacristán ejerció una profunda influencia. La segunda se llamó Mientras tanto. Estos versos de “Grito hacia Roma (desde la torre del Chrysler Building)”, de Poeta en Nueva York, fueron fuente de inspiración:

(...) Mientras tanto, mientras tanto, ¡ay!, mientras tanto,

los negros que sacan las escupideras,

los muchachos que tiemblan bajo el terror pálido de los directores

las mujeres ahogadas en aceites minerales,

la muchedumbre de martillo, de violín o de nube,

ha de gritar aunque le estrellen los sesos en el muro,

ha de gritar frente a las cúpulas,

ha de gritar loca de fuego,

ha de gritar loca de nieve,

ha de gritar con la cabeza llena de excremento,

ha de gritar como todas las noches juntas,

ha de gritar con voz tan desgarrada

hasta que las ciudades tiemblen como niñas

y rompan las prisiones de aceite y la música,

porque queremos el pan nuestro de cada día,

flor de aliso y perenne ternura desgranada,

porque queremos que se cumpla la voluntad de la Tierra

que da sus frutos para todos. 

Hay más. En el editorial del primero número de la revista, escrito por Sacristán, hay pasos tan lorquianos como éste:

Aunque convencidos de que las contradicciones entonces aludidas se han agudizado, sin embargo, ahora nos sentimos un poco menos perplejos (lo que no quiere decir más optimistas) respecto de la tarea que habría que proponerse para que tras esta noche oscura de la crisis de una civilización despuntara una humanidad más justa en una Tierra habitable, en vez de un inmenso rebaño de atontados ruidosos en un estercolero químico, farmacéutico y radiactivo.

También este:

La tarea se puede ver de varios modos, según el lugar desde el cual se la emprenda: consiste, por ejemplo, en conseguir que los movimientos ecologistas, que se cuentan entre los portadores de la ciencia autocrítica de este fin de siglo, se doten de capacidad revolucionaria; consiste también, por otro ejemplo, en que los movimientos feministas, llegando a la principal consecuencia de la dimensión específicamente, universalmente humana de su contenido, decidan fundir su potencia emancipadora con la de las demás fuerzas de libertad; o consiste en que las organizaciones revolucionarias clásicas comprendan que su capacidad de trabajar por una humanidad justa y libre tiene que depurarse y confirmarse a través de la autocrítica del viejo conocimiento social que informó su nacimiento, pero no para renunciar a su inspiración revolucionaria, perdiéndose en el triste ejército socialdemócrata precisamente cuando éste, consumado su servicio restaurador del capitalismo tras la segunda guerra mundial, está en vísperas de la desbandada; sino para reconocer que ellos mismos, los que viven por sus manos, han estado demasiado deslumbrados por los ricos, por los descreadores de la Tierra.

El poeta asesinado tiene una calle dedicada en Barcelona. No en el centro ciudad ni en sus barrios altos. Por supuesto que no. En las afueras, donde la ciudad pierde su nombre, entre el Besòs y Sant Adrià (el pregonero de la Mercè nació cerca de allí; yo también). Sacristán, que no tiene calle dedicada alguna, estaría feliz por ello.

PS. García Lorca sonó así el día de mi boda, el 2 de abril de 2016, en el Ajuntament de Barcelona. El maestro y Lagartija Nick: https://www.youtube.com/watch?v=qVQ59r7U9Jc


Notas:


1) Tomadas ambas citas de Sergio del Molino, “El amigo que no pudo salvar a Lorca”, El País , 18 de agosto de 2016, pp. 23-24.

2) M. Sacristán: “España: El teatro bajo la tutela del Régimen”, Dokumente agosto 1954, p. 320 (traducción de Marisol Sacristán y Alejandro Pérez).

3) Ibidem , p. 324.

Fuente