Segunda Guerra Mundial. Rusos y alemanes

Por Roy Medvedev*
para El País (España)
Publicado el 15 de julio de 1985

Entre Alemania y Rusia casi siempre hubo tratos amistosos. No obstante, en el siglo XX las relaciones entre estas dos naciones resultaron ser otras. No había pasado ni un cuarto de siglo después de la I Guerra Mundial, en que millones de soldados rusos cruzaron sus armas con millones de soldados alemanes, cuando estalló la II Guerra Mundial, de proporciones, crueldad y objetivos sin precedentes.Antes de empezar esta guerra, sus iniciadores alemanes consideraron inevitable la lucha contra el bolchevismo y el comunismo y buscaron apoyo entre los países de la Europa occidental e incluso entre algunos emigrantes rusos. A finales de los años treinta, el Gobierno soviético habló de la importancia de reforzar la defensa contra el fascismo, el nazismo y el imperialismo. Sin embargo, cuando estalló la guerra, por culpa de los objetivos que Hitler elegía ante los militares y las autoridades alemanas y que entonces apoyaba la mayoría de los alemanes embriagados por las victorias, la guerra casi perdió su original carácter ideológico y se convirtió en guerra de naciones. Por ello dejó una profunda huella en la conciencia de todas las naciones de la URSS, especialmente en la rusa, la ucraniana y la bielorrusa.

Muy pronto resultó claro que la victoria de Alemania significaría no sólo la humillación nacional de los pueblos eslavos, tal como ocurrió en el año 1918, al concluir el pacto de Brest-Litovsk, sino la destrucción gradual de las naciones eslavas, con sus ciudades, industria, civilización, su clase intelectual y su cultura. La Alemania fascista quería convertir las tierras eslavas no en nuevas colonias, sino en territorios para la colonización alemana donde a los rusos, ucranianos, polacos, etcétera, se les impondría el papel de animales de tiro, y esto ocurriría seguramente solamente durante el período de asimilación económica inicial. En la revista Der Spiegel publicaron recientemente una fotografía en la que los soldados alemanes rodean un gran póster que decía: "Los rusos han de morir para que nosotros podamos vivir". La fotografía fue tomada el 2 de octubre de 1941. (Der Spiel, 7 de marzo de 1983, página 12).

Moviéndose de Stalingrado a Leningrado, de Moscú y el Cáucaso al Oeste, y entre luchas espantosas, los soldados, oficiales y generales soviéticos se dieron cuenta perfectamente del destino que Hitler preparaba para Rusia. Además de ellos, decenas de millones de personas que se encontraban en el territorio ocupado, millones de prisioneros de guerra soviéticos y ciudadanos soviéticos trasladados para trabajar en Alemania, todos ellos se enteraron de las intenciones de los nazis durante su penosa experiencia. No me voy a poner aquí a describir los horrores de la ocupación, los fusilamientos colectivos, los saqueos organizados, la exterminación de los judíos, los asesinatos masivos de los prisioneros de guerra soviéticos. Todo es suficientemente bien conocido. De aquí -y sin la influencia de la propaganda oficial- los soldados y toda la sociedad del país llegó gradualmente a odiar no sólo a los fascistas, a los miembros de la Gestapo y a los seguidores de Hitler, sino a todos los que obedecían y llevaban a término las órdenes en tierra rusa. Evidentemente, la propaganda oficial no sólo utilizaba, sino también reforzaba, las emociones que volvían la guerra más cruel, además de ayudar a superar sus dificultades. Cuando en uno de nuestros periódicos apareció el artículo titulado ¡Mata al alemán!, de llya Erenburg, pocas personas lo entendieron como un error de un escritor cegado por el odio. Erenburg expresó lo que en aquellos tiempos sentía mucha gente.

A finales de 1944, el Ejército soviético se acercó a la frontera de Alemania. Me acuerdo bien de aquellas masas. Nadie de nosotros en el Ejército esperaba revoluciones o manifestaciones antifascistas, estas ilusiones se habían disipado ya en 1941-1942. Esperábamos resistencia enfurecida y reforzada por el miedo de la venganza. Las pintadas, hechas deprisa, con grandes letras que decían "¡He aquí la madriguera de la bestia fascista!", estaban lejos de expresar sentimientos humanos hacia los habitantes de Alemania ni despertarlos en los que los leían.

Cuando nuestro ejército pasaba por Polonia, Bulgaria, Checoslovaquia y Yugoslavia, nuestros soldados se consideraban allí como liberadores. En cambio lo que sentimos en el territorio alemán era muy distinto. Naturalmente hubo casos, y muchos, de comportamiento noble: salvación de niños, mujeres, ancianos. Pero, tal como digo, no eran más que casos aislados. Tirábamos a tierra casas donde se escondían francotiradores y destructores de tanques, arrojábamos bombas sobre las ciudades y los puntos fortificados, y pocos eran los que pensaban en la población. No quiero describir cómo se comportaban no sólo los rusos, sino también los norteamericanos, los franceses y los británicos en el territorio de Alemania recién tomado en los combates. Había algunos que se mostraban apenados por lo ocurrido, pero su sentimiento no era profundo y eran casos excepcionales.

En la retaguardia, naturalmente las pasiones no eran tan fuertes. En Tbilisi (Tiflis), donde vivía y trabajaba durante los años de la guerra, un grupo de prisioneros alemanes arreglaba las carreteras, pero no les protegía nadie. Nosotros no les compadecíamos, pero tampoco nos burlábamos de ellos. La misma imagen se veía también en otras ciudades. Los prisioneros de guerra construían casas en algunos barrios de Moscú y limpiaban las ruinas que quedaron después de la destrucción del centro de Kiev. No sé, fue tal vez sólo en Kiev donde era necesario protegerlos.

La generación que vivió durante la guerra, hasta ahora está resentida contra los alemanes. Estas emociones son especialmente notables en las mujeres mayores, y más aún porque la proporción de hombres de su edad es varias veces menor. No obstante, no se trata tanto de que haya menos hombres mayores como del hecho de que las mujeres son más emotivas. A las mujeres les costó más volver a una vida pacífica normal. Millones de maridos no volvieron del frente, las dejaron viudas a la edad de 30, 25 o 20 años, y así las privaron de sus alegrías de la vida familiar para toda la vida. ¡Y cuántas de nuestras mujeres esperan en vano no sólo al esposo, sino también al hijo! En los años 1941 y 1942, cuando el Ejército Rojo se retiraba al Este, dejando al enemigo la mitad de Rusia, las mujeres descargaban con frecuencia su furia contra los comandantes soviéticos e incluso contra Stalin, maldiciéndoles a todos. Sin embargo, ahora, después de la victoria, echan la culpa a Hitler y a los alemanes en general.

Naturalmente hay excepciones. Una antigua miembro de la Internacional Comunista, una señora mayor, a finales de los años veinte todavía trabajaba en la clandestinidad alemana y se casó con un comunista alemán. Había pasado por los campos de concentración estalinianos. Después de ser rehabilitada pasó muchos años en el extranjero: en Francia, en Italia, en Austria. Sin embargo, donde más le gusta estar es en las dos Alemanias. Ella había vivido los horrores de los campos estalinianos; en cambio, las barbaridades de la ocupación alemana las conoce solamente a través de los libros y del cine.

Los hombres mayores, incluyendo los veteranos de la guerra, no están tan resentidos contra los alemanes, su trato es más calmado.Recuerdan tanto los horrores de la guerra como los:ataques de ciega alegría que algunas veces ke apoderabaq incluso de ellos. Pero todos ellos vencieron sobre el enemigo, a pesar de todas las dificultades y sacrificios; "vencieron sobre el alemán" y vengaron las lágrimas de las esposas y de las madres. Pero ni los hombres mayores sienten amistad por los alemanes. Es un hecho bien conocido que después de la I Guerra Mundial, a finales de los años veinte, en Europa se organizaban encuentros de los veteranos de aquella guerra. Los antiguos adversarios hablaban de la paz, recordando también episodios bélicos sin ningún resentimiento. Los casos de fraternización cuando los soldados, en las trincheras, dejaron de disparar unos contra otros ocurrían en los años 1917-1918, y no sólo en el frente ruso-alemán. En la II Guerra Mundial no sucedió nada parecido, y es imposible imaginarse encuentros entre los veteranos de Rusia y de Alemania. 

La enemistad hacia los alemanes se ha embotado, pero no costaría demasiado volver a agudizarla. La insistencia con que la URSS pedía a la RFA el rechazo de la instalación de los misiles estado unidenses no era solamente un aspecto de la política de la defensa nacional, sino que expresaba emociones imposibles de ignorar.

Hace mucho tiempo presencié una escena que podría suceder incluso hoy. En el compartimiento de un tren de largo recorrido viajaban un viejo alemán y un ruso, y los dos se pusieron a charlar en ruso. Súbitamente, elruso preguntó, con cierta dosis de reto:
-¿Dónde estaba usted durante la guerra?-En el frente, como todo el mundo -contestó el alemán.-¿En el frente ruso también?-También.-¿Ha matado a muchos rusos?-Yo era músico. Tocaba en la banda.
Esta respuesta tranquilizó a su interlocutor, pero la conversación ya no se avivó. Seguramente el anciano ruso no le creyó del todo. "Ahora todos dicen que eran músicos".

Las generaciones que nacieron durante o después de la guerra, es decir, la gran mayoría de la población de la URSS en el presente, experimentan poco o ningún resentimiento contra los alemanes. El conocido filósofo soviético no oficial G. Pomerants, polemizando con Solyenitsin, escribió recientemente lo siguiente: "Creo que es imposible lograr la paz mientras recordamos antiguas discordias. Esto no es una inalcanzable altura moral, sino el sentido común y el sentimiento humano natural. Menos mal que todas las ofensas se olvidan al cabo de algún tiempo. Recordar las injurias para volver una y otra vez a calcular quién le hizo cuánto daño a quién es una insensatez. Evidentemente funciona de diversas maneras según de quién y de qué se trate. Pero después de este límite las pasiones se calman. Los acontecimientos que están detrás de la frontera de la memoria de nuestros padres y nuestros abuelos pueden ser recordados solamente en un caso: si los han colocado en el campo de la religión".

Aun ahora, la mayoría de los jóvenes a los que he preguntado sus opiniones sobre los alemanes me hablaban de ellos sin resentimiento, aunque sin ninguna simpatía. Para. ellos hay poca diferencia si se habla de los alemanes, de los suecos o de los británicos. La respuesta habitual es: "No sé, o "No he pensado en esto". Hay varios motivos para esta actitud. Primeramente, los jóvenes rusos tienen el trato casi siempre con los alemanes jóvenes que no han entrado nunca en nuestro país en calidad de ocuparites. En Moscú hay muchos alemanes -diplomáticos, corresponsales y hombres de negocios-. Pero todos ellos tienen en general una edad entre 30 y 50 años y no han luchado nunca, ni en el Oeste ni en el Este.

Desde mi punto de vista, el motivo más importante de la ausencia de sentimientos claramente expresados hacia los alemanes de parte de los ciudadanos soviéticos nacidos después del año 1940 se puede explicar principalmente por el escaso o casi inexistente trato entre la gente común soviética y las naciones europeas, incluyendo a los alemanes. Las emociones nacionales sólo pueden nacer a partir de un trato personal, vivo. Este trato sí existe entre los numerosos pueblos en el interior de la URSS, pero es prácticamente ausente entre los rusos y las naciones de la Europa oriental, y aún más, de la occidental. Pocos turistas soviéticos consiguen un viaje a los países socialistas de Europa, y a los capitalistas, prácticamente nadie. Si hay en la RDA, o más raramente en la RFA, grupos de turistas soviéticos, esto no significa que estén libres en sus movimientos por el país y en sus relaciones con los alemanes. Los turistas de ambas repúblicas alemanas en la URSS acostumbran a viajar en grupos y no tienen casi ningún trato con los ciudadanos comunes, sino sólo con los guías de Inturist. Para la gente soviética, un viaje al extranjero significa un privilegio concedido a poquísimas personas, y el poder viajar a un país capitalista no lo consigue nadie más que gente de mucha confianza.

Evidentemente, estamos hablando de la conciencia de las masas. En pequeños grupos de la juventud podemos encontrar cualquier reacción, desde un nacionalismo ruso desenfrenado y germanofobia hasta la adoración del fascismo. Hace unos años, en el café Lira de Moscú se reunieron unos 200 jóvenes de diversas ciudades para celebrar el 902 aniversario del nacimiento de Hitler.

Seguramente serán los mismos jóvenes que pintan en las paredes y en las casas las cruces, gamadas fascistas.

Nunca se puede eximir totalmente a una nación de la responsabilidad por los crímenes de sus líderes o partidos políticos. Los discípulos de Hitler llegaron al poder en Alemania a base de un procedimiento constitucional formalmente legal. Karl Marx escribió lo siguiente: "No es suficiente afirmar, según el ejemplo de los franceses, que su nación fue sorprendida de improviso. A una nación, igual que a una mujer, no se le perdona ni un minuto de falta o mala conducta, porque el primer aventurero que encuentra la puede violar". Frases como éstas no explican enigmas, sino que formulan los asuntos de otra manera. Además, aún hay que explicar de qué modo tres timadores pueden sorprender de forma imprevista y apoderarse sin resistencia de una nación de 36 millones de personas".

Marx estaba hablando del golpe de Estado de Bonaparte en Francia. Pero lo mismo se podría aplicar a Hitler, y también a Stalin y al estalinismo. Hay que admitir que hay algo en los rasgos característicos de la nación alemana y de la rusa que, si no predestinó, al menos facilitó tanto a Hitler como a Stalin el poder realizar sus horribles regímenes. Y tal vez los alemanes se han alejado hoy día en muchos más aspectos de los tiempos terribles de Hitler que los rusos de la época del estalinismo.

O sea, que nos damos cuenta de que es imposible hablar de la actitud de los rusos hacia los alemanes sin demostrar al mismo tiempo la heterogeneidad de la sociedad soviética contemporánea, que se halla lejos de estar tan unida en sus opiniones como se podría juzgar por la propaganda oficial. De todas maneras, todavía es temprano para sacar conclusiones de la totalidad del problema que planteamos en el encabezamiento de este artículo. El tiempo mismo demostrará el resultado, dará la solución, y en los años y décadas venideros pueden cambiar muchas cosas. Nuestras relaciones y actitudes nacionales dependen no sólo del comportamiento de los líderes alemanes, que no es, de ninguna manera, impecable; ni tampoco sólo de la política de los líderes soviéticos, que también está lejos de la perfección. Mucho depende de la Prensa, de los medios de comunicación de masas y de todas las ramas de la cultura y el arte. Hay muchas posibilidades de curar con más presteza las cicatrices y las heridas todavía sangrantes que quedaron en nuestras naciones como consecuencia de los conflictos y las guerras pasadas que aún no hemos podido olvidar. Hasta ahora, por desgracia, no todas las posibilidades se explotan como sería menester.

*Roy Medvédev es un historiador ruso, que ha escrito varias obras sobre la Unión Soviética. Wikipedia