El capitalismo, ese invento soviético
El arquitecto del capitalismo de posguerra que sentó las bases para la supremacía de Estados Unidos hasta hoy era espía soviético. Y esa es la mitad de la historia. Otra parte, que no todo el resto, es que fue señalado como tal al menos ocho veces por el fbi, por el Congreso, por códigos soviéticos descifrados, por al menos dos agentes soviéticos que se pasaron de bando y hasta por un libro que fue best seller en 1952.
La verdad es que el funcionario del Tesoro estadounidense Harry White fue espía soviético por 11 años y también el constructor del primer sistema monetario global de la historia que regiría al mundo tras la Segunda Guerra Mundial, pero que se empezó a elaborar en 1934, y White estaba a cargo. Las razones de White para justificar la incongruencia de su doble accionar siguen siendo estudiadas por académicos y analistas de inteligencia; es como esas conjeturas que los matemáticos dejan como una maldición a resolver a sus sucesores.
Las razones para que tantos avisos no llevaran a la acción son un bello cóctel de burocracia, servicios de contrainteligencia que le ocultan información al presidente de Estados Unidos, jerarcas y presidentes temerosos del escándalo y mucho más, pero fundamentalmente el peligro cierto de que la revelación de que el arquitecto del nuevo orden mundial actuaba para los soviéticos –o sea, el enemigo número uno del capitalismo– derrumbara mercados bursátiles e introdujera al capitalismo en la vorágine de una crisis en la que ya nada era creíble porque así parecía demostrarlo el accionar del señor White. Él expresaba que la principal contradicción era entre el capitalismo y el socialismo y, luego se demostraría, creía que el desarrollo del capitalismo sería su propia ruina.
Ninguna fecha resultó buena para revelar lo que el director del FBI, Edgar Hoover, le informó al presidente Harry Truman en febrero 1946 tras vigilar a White tres meses: que integraba una red de espías soviéticos. En julio de 1944, en plena Segunda Guerra, representantes de 44 naciones se habían reunido en New Hampshire para crear algo totalmente nuevo en el mundo: un sistema monetario global que sería manejado por un organismo internacional. Se lo llamó el acuerdo de Bretton Woods, por la localidad en que estaba el complejo hotelero que albergó a las delegaciones. A partir de allí se crearían el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. La advertencia de Hoover sirvió para que White no fuera designado el primer director ejecutivo del fmi, pero lo mantuvo en su consejo directivo. El propio Hoover advirtió a Truman de lo desestabilizadoras del nuevo sistema que podían ser estas revelaciones.
El patrón oro de fines del siglo XIX, primera formación orgánica que pretendió ser global, había terminado de colapsar con la Primera Guerra. En 1933, el recién graduado profesor de economía White se disponía a viajar a la URSS para estudiar su sistema económico cuando el Departamento del Tesoro de Estados Unidos lo convocó para trabajar en una reforma monetaria. En 1934 estaba inmerso en su trabajo y en un ambiente habitual para la época, que la espía rusa desertora Elizabeth Bentley (una de sus acusadoras) describió como “idealistas sin rumbo que creían hacer lo correcto al afirmarse aliados de Rusia”. En 1935 White fue reclutado por los rusos y trabajó para ellos durante 11 años.
Para 1944 White había adquirido una gran influencia sobre la política económica y exterior de Estados Unidos. Su claridad de objetivos (públicos y secretos) lo llevaba a enfrentamientos con su contraparte británica, nada menos que George Manyard Keynes, quien decía de él que ignoraba las reglas del trato civilizado. Arrogante y arremetedor, también era inseguro y nervioso. El estrés lo enfermaba ante cada encuentro con Keynes y explotaba en su transcurso: “Trataremos de producir algo que su alteza pueda comprender”, le dijo en una oportunidad.
Pero en ese dribbling le ganaba al mucho más talentoso Keynes y consolidaba cada ventaja posible del movimiento tectónico desatado por la Segunda Guerra para instalar un orden económico centrado en el dólar, opuesto a los intereses británicos de vieja data y a su sistema colonial en colapso. En ese sentido, apuntaba a un reordenamiento radical de la política exterior de Estados Unidos, con una alianza permanente con la URSS.
Y White aprovechaba las oportunidades de apoyar los intereses de Rusia. A comienzos de 1944 el Departamento del Tesoro inició la planificación de una moneda para la Alemania que sería conquistada, y White, delegado a manejar el asunto por su jefe Morgenthau, ganó la batalla interna para que la urss, como socia a la par de la guerra, también tuviera placas de impresión de billetes. Va de suyo que imprimieron sin control, y entre setiembre de 1944 y julio de 1945 los aliados occidentales imprimieron 10.800 millones de dólares y los rusos 78.000 millones, causando una inflación que tuvo que ser absorbida por Estados Unidos a un costo de entre 300 y 500 millones, que a cifras actualizadas son entre 4.000 y 6.500 millones de dólares, que beneficiaron a las arcas rusas. También, para ablandar la súbita resistencia de la diplomacia soviética en una conferencia, propuso un préstamo blando para la reconstrucción de la urss por 10.000 millones de dólares, el triple de lo que se le había acordado a Gran Bretaña.
El máximo aporte a la URSS que intentó White fue el llamado Plan Morgenthau, que consistía en transformar la Alemania a conquistar en una sociedad campesina “que se alimentara de papas”, sacándole las industrias, cerrando todas las minas de carbón y oro de Ruhe (hoy la región más poblada e industrializada de Alemania), llevándose las industrias alemanas a otros países y poniendo a los nazis a efectuar tareas de “reparación de guerra”; también estuvo sobre la mesa el fusilar “a por lo menos 50 mil oficiales alemanes”, siguiendo el brindis de Stalin en la conferencia de Yalta. El documento aprobando el plan fue firmado por Roosevelt y Churchill, que desistieron de él al ver la reacción provocada: entre otras, el mucho mayor ánimo con que luchaban las tropas alemanas en su retirada del frente oeste, lo que de hecho dio tiempo a los rusos para llegar antes a Berlín y quedarse con una parte de Alemania.
El Congreso de Estados Unidos llegó a la conclusión definitiva en 1997 de que White (fallecido de un ataque al corazón en 1947, tres días después de superar un interrogatorio del alicaído macartismo en el Congreso, que superó con holgura) era efectivamente un espía ruso. Pero la verdad continuaba sin emerger. En 2013 el académico Benn Stell investigó y encontró en los archivos un documento que un ex espía ruso, Whittaker Chambers, había conservado como reaseguro para facilitar su deserción en 1939. Era un ensayo inédito de White, escrito a mano en cuatro hojas de papel amarillo, perdido entre muchos papeles, en el hacía una exposición de su función como espía y las convicciones ideológicas que lo llevaron a actuar así. De allí surgió el libro publicado por Stell hace nueve meses, The Battle of Bretton Woods. John Maynard Keynes, Harry Dexter White and the Makinkg of a New World Order (Princeton University Press, 2013), y de allí esta nota.
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