Los profesores franceses de los represores argentinos

Felipe Pigna

Todo había comenzado en 1957, en plena “Revolución Libertadora”, en medio del accionar de la resistencia peronista, cuando el teniente coronel del arma de ingenieros Carlos Jorge Rosas  asumió como director de la Escuela Superior de Guerra y decidió incorporar a la represión del creciente movimiento popular las doctrinas aprendidas en Francia trayendo al país a una delegación de lo más granado de la inteligencia represiva gala. Rosas, quien llegaría a recibir la Orden de la Legión de Honor, una de las máximas distinciones otorgadas por Francia, había permanecido en París hasta 1955 como agregado militar del la Embajada argentina y realizando diversos cursos en el marco del tradicional intercambio entre el ejército argentino y el francés. Durante su larga estadía pudo apreciar con claridad el proceso político que vivía la sociedad francesa en general y las fuerzas armadas y su aparato de inteligencia en particular.

El peligro rojo es uno de los temas centrales dentro de la prensa de la derecha y del ejército francés, que se verán en 1954 seriamente afectadas por dos hechos que resultan insoportables para su orgullo nacional y colonial: la derrota definitiva de las tropas francesas en Indochina propinada por las fuerzas del Viet Minh comandadas por el genial estratega vietnamita, el general Vo Nguyen Giap y el líder político-militar Ho Chi Minh en la larga batalla de  Dien Bien Phu que se prolongó desde mediados de marzo al 4 de mayo de 1954. En la guerra de Indochina los franceses comprobaron las dificultades de una guerra colonial y definieron el concepto de subversión entendiendo que cuando un pueblo está comprometido con la lucha por su liberación era muy difícil doblegarlo. Allí fueron elaborando los rudimentos de lo que llamaron la guerra contrarrevolucionaria que podrían seguir desarrollando en el nuevo frente que se les abría: Argelia, antigua colonia francesa que se había lanzado a la lucha por su independencia y en 1954 comenzó una guerra despiadada entre las fuerzas del Frente de Libración Nacional (FLN) y el ejército colonialista de la autodenominada República Imperial Francesa que llegará a enviar un total de 500.000 hombres para sostener su dominación sobre el estratégico territorio.

Para capitalizar el know how represivo de exportación adquirido en Indochina y Argelia, el general Bigeard convenció al gobierno francés, a través de su ministro de defensa, Jacques Chaban-Delmás,  de la necesidad de crear en mayo de 1958 un Centro de Entrenamiento en Guerra Subversiva. Las clases se dictaban en la Escuela de Guerra de París y tuvimos el “honor” de que los primeros alumnos de los cursos fueran 120 militares argentinos entre los que se destacaba el general Alcides López Aufranc 1 quien por sus “aptitudes” fue seleccionado para participar en la etapa superior de entrenamiento que se hacía en Argelia.

El entusiasmo de los alumnos estimuló la concreción de vínculos oficiales y llevó, a través del impulso del entonces Jefe del Estado Mayor del Ejército, general Carlos Toranzo Montero,  a la instalación en nuestro país de una delegación permanente de expertos en guerra contrarrevolucionaria franceses en 1959 con todos los gastos pagos y excelentes sueldos a cargo del Estado argentino y el goce de total inmunidad o más bien impunidad ante cualquier delito que pudieran cometer en el desempeño de sus tareas.

Los primeros en llegar fueron Francois Pierre Badié y Jean Patrice R. Jacobe de Nourois, a quienes se sumaron, posteriormente, los tenientes coroneles Robert Louis Bentresque y Jean Nougués. Entre los alumnos se destacaban los futuros represores Acdel Vilas, Ramón Campos y Reynaldo Bignone.

Una de las primeras prácticas de docentes y alumnos fue la llamada Operación Hierro de 1959, consistente en cursos intensivos de represión y conferencias sobre la materia. Al año siguiente de la teoría se pasó a la práctica con la Operación Hierro Forjado. La bibliografía obligatoria eran las obras de Salan, Massu, Beufre, Bonet, Chatau-Jobert y el general Trinquer.

Uno de los expertos franceses en la llamada guerra contra revolucionaria, escribía en uno de sus libros:
Era raro que los prisioneros interrogados por la noche estuvieran vivos aún al amanecer. Hubieran hablado o no, generalmente eran neutralizados. Era imposible volver a introducirlos en el circuito judicial. Más de veinte mil personas pasaron por este campo (de Boni-Messous): tres por ciento de la población del aglomerado de Argel. ¿Cómo destinar toda esa gente a la justicia? (…) Las ejecuciones sumarias formaban parte integrante de las tareas inevitables de mantenimiento del orden. (…) En cuanto a la utilización de la tortura, era tolerada, si no recomendada. (…) Si la tortura ha sido ampliamente utilizada en Argelia, no puede decirse sin embargo que se haya banalizado. Entre oficiales, no hablábamos de eso. Además, un interrogatorio no desembocaba necesariamente en una sesión de tortura. (…) Los métodos que empleé eran siempre los mismos: golpes, electricidad, agua. Esta última técnica era la más peligrosa para el prisionero. Duraba raramente más de una hora, dado que los sospechosos, al hablar, esperaban salvar la vida.(..) Yo no creo haber torturado o ejecutado jamás a inocentes.”. 2
Las clases sobre torturas, asesinatos, infiltraciones en sindicatos, partidos políticos, violaciones de domicilio, atentados, guerra sicológica y campañas sucias de prensa impartidas por los franceses dieron sus frutos y ya para 1960, durante el gobierno de Frondizi, en medio de una serie de atentados atribuidos a la resistentes peronistas contra instalaciones oficiales y contra el personal del ejército y en plena aplicación del plan Conintes, que otorgaba a las fuerzas armadas la conducción de la represión, se creó el Comité de lucha contra la expansión marxista” dirigido por el coronel Alcides López Aufranc.

Uno de los profesores franceses señalaba:
“La desaparición sistemática de los agentes de la subversión clarificará la atmósfera y aumentará la confianza de la población (…) Todo miembro de una organización subversiva sabe que ese interrogatorio es para él el momento de la verdad. Es entonces cuando deberá enfrentar, como soldado, el miedo, el sufrimiento y tal vez la muerte. La amenaza que pesará sobre él será por lo general suficiente para hacerlo hablar. Si proporciona de inmediato los datos que se le piden, el interrogatorio se dará por terminado. Si no, los interrogadores le arrancarán el secreto por todos los medios”. 3
Con el orgullo de los buenos alumnos, los militares argentinos inauguraron en octubre de 1961 en la Escuela Superior de Guerra, con la presencia del presidente Frondizi y Monseñor Caggiano, el primer Curso Interamericano de Guerra Contra-Revolucionaria. Presidido por López Aufranc, contó con la presencia de 39 represores de más de una decena de países latinoamericano y delegados de los Estados Unidos. En el cuerpo de profesores figuraban los asesores franceses Robert Bentresque y Jean Nougués, el futuro vicario castrense Victorio Bonamín  y el abogado Mariano Grondona.  Entre los asistentes se destacaban el director de la Escuela Carlos Túrolo -quien invitó a prepararse para una “guerra sin escrúpulos (...) tanto contra los espíritus como contra los cuerpos”- 4, el subdirector y futuro dictador Alejandro Agustín Lanusse, el comandante en Jefe del Ejército y futuro derrocador de Frondizi, general Carlos Poggi. 5 Se estaban sentando las bases de un modelo represivo que tendría una larga y dramática trayectoria en nuestro país.

Referencias: 

1  Uno de los cerebros de la represión en Argentina, ocupará el cargo de  jefe del Ejército durante la dictadura de Lanusse entre 1972 y 1973.  

2 Général Paul Aussaresses, Services Spéciaux. Algérie 1955-1957, Perrin, Francia, 2001, págs 153-156.

3 Roger Trinquer, Guerra, subversión, revolución. Citado por Horacio Verbitsky, La violencia militar contra el frente interno, en Revista El Porteño, abril de 1986

4 Diego Llumá, “Los maestros de la tortura”, Todo es Historia Nº 422, septiembre de 2002.

5 Horacio Verbitsky, La violencia evangélica, Buenos Aires, Sudamericana, 2008. Pág. 127 y 128