La "tercera posición": lejos de Washington y de Moscú

Por Oscar Raúl Cardoso
para Clarín
Publicado el 1 de julio de 2004

La política exterior en la primera época de Perón se caracterizó por la búsqueda tenaz de autonomía nacional en el mundo de la Guerra Fría

¿De izquierda, de derecha? "Algunas veces el peronismo es de izquierda, otras de derecha. Es lo que, en cada momento, conviene al país." Mucho más que una mera socarronería, esta respuesta que Juan Domingo Perón diera en los años 70 a una pregunta sobre el lugar del espectro ideológico que ocupaba la fuerza política que había creado tres décadas antes, sirve para aproximarse a la proyección externa que la Argentina realizó bajo su liderazgo.

Esa fluctuación del péndulo ideológico ayuda a explicar lo que aparece como una historia —sobre todo en el lapso de la década 1945-1955— por momentos contradictoria de la política exterior del peronismo. Una que lo lleva a promover, en el seno de América Latina sobre todo, una "tercera posición" con aspiración de equidistancia de los polos de atracción de la época, Washington y Moscú, a optar por una adhesión curiosamente mansa a los postulados de seguridad que Estados Unidos impuso a la región (Acta de Chapultepec en 1945 y Pacto de Río en 1947) al tiempo que desafiaba la prolijidad del orden de la Guerra Fría intentando abrir mercados en el área socialista (Rumania y Checoslovaquia en 1947; Bulgaria en 1949, etcétera).

Sólo una búsqueda tenaz de espacios de autonomía nacional en el contexto mundial le concede —en el acierto y en el error— un grado de coherencia a aquel pragmatismo externo del peronismo, mucho más preocupado con los resultados prácticos que con la aplicación dogmática de postulados. Coherente con su propia dimensión, el peronismo no fue una ideología en el sentido acabado y también rígido en que lo fue el marxismo, aquella política exterior intentó aprovechar al máximo los medios siempre limitados de los que disponía la Argentina en su relación con el mundo. El breve período de su segunda presidencia (1973-1974) no muestra a un Perón que se hubiese desencantado de aquel pragmatismo, aun en condiciones internacionales diferentes. 

El norte siempre estuvo dado por la dimensión doméstica, antes que por la búsqueda de influencia externa. La proyección internacional del país fue clásica en el sentido de que Perón la empleó para ganar espacio para su programa de transformación interno —modernización productiva con eje en la industrialización y de las relaciones sociales a través de una radical redistribución del ingreso— sabiendo que en el mundo posterior a la II Guerra Mundial era posible para un país intentar casi cualquier cosa, menos ignorar sus reglas de juego. 

Los principios centrales de la política exterior del peronismo en el gobierno constituyeron menos una innovación que una profundización de cursos de acción históricos de la Argentina. La tradición de neutralidad en los conflictos internacionales en los que no estuviesen claramente en juego intereses nacionales le resultó funcional a Perón, del mismo modo en que también pudo incorporar con facilidad la vocación argentina por la resolución pacífica de conflictos a su visión "tercerista". Después de muchas dudas y debates internos, la negativa del peronismo a comprometer tropas argentinas en el conflicto de Corea (1950-1953) como deseaba Washington es una opción que se nutre en la neutralidad a la que la Argentina se había aferrado en dos contiendas mundiales anteriores. Sólo otro gobierno de aparente cuño justicialista, el de Carlos Menem, se atrevió en 1991, cuando la primera guerra del Golfo Pérsico, a quebrar aquella tradición, un giro cuyas consecuencias para el país no parecen haber sido aún identificadas por completo.

Otro rasgo particular del examen retrospectivo de la política exterior del primer período peronista es cierta capacidad de anticipación de las condiciones del futuro. La búsqueda de acuerdos estructurales con vecinos considerados tradicionales rivales de la Argentina —la promoción de un "ABC" (Argentina, Brasil y Chile)— sugiere también que fue en aquella década en que Buenos Aires percibió por primera vez un horizonte en el que las naciones verían severamente limitadas sus capacidades individuales para promover sus intereses en el mundo y en el que la asociación política y económica entre pares se convertiría en la respuesta al interrogante de la viabilidad. De esta visión se nutre el actual Mercosur. 

En aquella política hubo también errores de cálculo de considerable grosor. Perón parece haber creído en la inevitabilidad de una resolución militar para la confrontación Este-Oeste que nunca se dio y como consecuencia de ello la recuperación de una Argentina capaz de aferrarse a su neutralidad del lugar de privilegio como proveedor de materias primas que le fuera sustraído tempranamente en su gestión presidencial, a partir de 1948, y que nunca volvería a ocupar. La denuncia hecha por Perón del programa de reconstrucción de Europa ("Plan Marshall") como un esfuerzo deliberado por limitar los grandes mercados a los países latinoamericanos expresa esa frustración. 

La proyección "continentalista" de los años del peronismo también muestra algún grado de ingenuidad —o al menos de destiempo histórico— al imaginar que el resto de América latina podría abrazar la doctrina peronista de un modo poco menos que automático.

En todo caso, la característica central se mantuvo: la creencia férrea de que el destino argentino estaba asociado a su pertenencia efectiva a la comunidad internacional y que nada había para el país en el aislamiento.