Uso de la Cadena Nacional: La burda reacción “antipopulista”

Julio Semmoloni
APAS

Quienes atacan al Gobierno argentino por cualquier cosa que haga o deje de hacer, ahora miden con precisión cronométrica la utilización de la Cadena Nacional. No importa el contenido de lo que se explica o informa en cada caso. Detestan sobre todo la aparición de la Presidenta.

La presidenta se comunica con pueblos de todo el país como forma de acercar su gobierno
Imagen: Archivo

El gobierno kirchnerista no ha sido renuente en aceptar con tolerancia que adversarios y enemigos lo califiquen de “populista”. El “populismo”, como concepto político, no tiene una connotación peyorativa para el ideario que transmitió desde un principio Néstor Kirchner, a través de sus discursos. Por cierto que no deja de reconocerse que ese vocablo proviene de una insidiosa derivación del término “popular”. En síntesis, mientras conservadores y liberales reciben como afrenta ser sospechados de una cosa semejante, para el proyecto político en vigencia ser “populista” rezuma un modo de definir la identificación con una genuina actitud contracultural. 

Hecho este elemental y discutible ejercicio semántico de cuño ideológico, es necesario reconocer que uno de los rasgos que sobresalen en los gobiernos denominados “populistas” es, precisamente, la intensidad con que en su más cabal expresión abordan la tarea de comunicarse con el pueblo. Para estos sistemas –si se acepta la clasificación-, está en la índole de su metodología comunicacional mantener un vínculo estrecho y directo con el gran colectivo social que sustenta y legitima esa construcción de poder. Por lo tanto, resulta obvio que aproveche el actual desarrollo tecnológico mediático para difundir el criterio oficial a la mayor cantidad de destinatarios.

El 23 de octubre de 2011 los millones de argentinos que acudieron a las urnas sabían de antemano que el renovado mandato de Cristina Fernández sería una continuidad de lo que ella y su esposo venían haciendo desde 2003. De manera que la reelección significaba mantener en el poder constitucional un sistema “popular y democrático” que reprodujera su acercamiento a la población mediante los mensajes que explican la compleja, diversa y múltiple tarea de gobierno. 

En 2011 el votante ya no optaba entre un candidato u otro, como en 2007; el año pasado se plebiscitó una forma de gobernar “populista”, con ocho años de práctica, frente al resto de las alternativas. Y la victoria que ratificó la continuación resultó la más amplia desde 1916, porque fueron 38 los puntos porcentuales que distanciaron al Frente para la Victoria de la fuerza que quedó en segundo lugar, el Frente Amplio Progresista. 

Lo que ha venido ocurriendo este año con el uso de la Cadena Nacional oficial de Radio y Televisión no debería sorprender -y mucho menos alarmar- a nadie que reflexionara sobre lo expresado. ¿Por qué entonces tan furibundo ataque a la Presidenta con este ridículo motivo? A una maniquea reacción, una maniquea deducción: No quieren verla, no quieren oírla, no quieren que trascienda. La “cadena privada del miedo y el desánimo” –según la irónica definición de la Presidenta- intenta ocultarla, tergiversarla y censurarla, pero dicha mordaza virtual tampoco es suficiente para imponer un contra mensaje que neutralice el impulso transformador “populista”; por eso los asalta la ira y la impudicia cada vez que el Gobierno renueva su conexión masiva como herramienta estratégica para naturalizar el cambio cultural.

Desde medios dominantes -y antagónicos al Gobierno- a diario se disparan presunciones incomprobables como, por ejemplo, que la Presidenta es una especie de omnipresencia portadora del relato único. Pero resulta que en la red multimediática más poderosa nunca se verifica una aparición siquiera esporádica de la mandataria, al sólo efecto de difundir imágenes y acciones de gobierno que respondan a la simple tarea de informar. O se desdeña y omite completamente lo que se difunde desde la Casa Rosada, o cuando se toma un retazo de esa información, se lo recorta, se lo reedita, se lo deforma, se lo interpreta capciosamente y por fin se concluye con una valoración que siempre es condenatoria.

Presidencia de la Nación realiza centenares de actos públicos al año en pos de mostrar con elocuencia la vasta, numerosa y variada tarea de gobierno. A menudo la Presidenta no puede asistir en persona a todas las inauguraciones, razón por la que ideó el sistema de videoconferencias, es decir, habilita en el mismo lapso, de manera casi simultánea, cuatro o cinco obras en localidades muy distantes entre sí de la geografía nacional. Muy pocas veces utiliza la Cadena Nacional para este tipo de actividades. Pues bien, Clarín se atrevió a contar los días, horas, minutos y segundos que la Presidenta empleó para usar la Cadena Nacional. Lo hizo con la misma precisión obsesiva e inútil que delata el que padece un severo cuadro de paranoia. Ciertamente se trató de un ataque periodísticamente burdo, signado por la ira indisimulada de no poder impedir o cercenar los buenos efectos sociales, económicos, políticos y culturales producidos por la transformación lograda en la última década.

Nunca hubo un gobierno en la Argentina que hubiese iniciado y terminado tantas obras en tan poco tiempo. Jamás hubo una gestión nacional que a la vez administre una cantidad tan variada de emprendimientos destinados a mejorar la calidad de vida de los argentinos. No hay antecedentes acerca de la jerarquía internacional adquirida por nuestro país en materia de derechos humanos, y del fortalecimiento interno de las instituciones democráticas a partir de la recuperación del poder del Estado. La andanada cotidiana de diatribas periodísticas contra el Gobierno, cuya vehemencia no guarda parangón con ninguna otra época de la historia, no generó hasta hoy la más mínima represalia que pudiese vulnerar la plena vigencia de la libertad de expresión.

Paradójicamente –aun con más rigor en la presidencia de Cristina Fernández- el gobierno kirchnerista sufre una “censura en democracia”, que muy bien señala y analiza el semiólogo Ignacio Ramonet, por cuanto ha debido apelar a procedimientos innovadores, siempre legítimos, para poder contrarrestar el bloqueo pertinaz de la corporación mediática.

La vitalidad en el cargo que a la fecha evidencia el Poder Ejecutivo Nacional, necesariamente fue construyéndose palmo a palmo cada vez que se animó a disputar sin tregua las batallas por la hegemonía cultural. Lo de librar batallas no es un eufemismo ni una metáfora. Esto es una guerra entre el modelo de transformación socio-económico-cultural y las corporaciones sostenidas por el establishment local. Este temible enemigo no se limitará a acallar a Cristina Fernández: va incluso contra todo aquel que aspira conquistar más derechos y garantías para las mayorías y en especial los sectores desprotegidos, sobre la base de una sociedad cada vez menos desigual. Es un enemigo poderoso y cruel que cuando vislumbró alguna amenaza a la perpetuación de su dominio no vaciló en bombardear a civiles inermes en Plaza de Mayo o instaurar el más atroz terrorismo de Estado.

Este enemigo cuenta a su favor con un “orden internacional” a su medida, del que se nutre y al que le rinde cuentas. Por eso pretende impedir la fluida comunicación entre el “gobierno nacional y popular” y el pueblo que lo eligió democráticamente en comicios transparentes y multitudinarios. La fortaleza para resistir y nunca cejar en el empeño transformador, radica en que ese vínculo no se altere ni deteriore. 

Cristina Fernández gobierna con mayor eficacia cuando preside una videoconferencia desde la Casa Rosada o desde cualquier localidad provinciana, utilice o no la Cadena Nacional. Es su estilo de gobierno valerse de la comunicación mediática para informar y explicar lo que pasa en el país y en el mundo, desde su perspectiva de jefa de Estado. No lo hizo nadie en la Argentina con la intensidad y la calidad pedagógica que ella encarna.

Los enemigos repudian la impronta “cristinista”. En la puja contra la patronal agropecuaria de 2008, intentaron forzar su renuncia para favorecer al dócil Julio Cobos, y luego de la impresionante victoria electoral por la que fue reelegida, desearon en diciembre de 2011 que fuera cáncer la causa de la complicación tiroidea que terminó con la extirpación de la glándula. En muy pocos años esta mujer contribuyó -entre infinidad de otras concreciones- a estatizar cuantiosos fondos previsionales que estaban en manos de las administradoras privadas; promulgó la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, para ampliar los derechos a la libertad de expresión y reducir la influencia dominante de la corporación mediática; instauró como política de Estado la Asignación Universal por Hijo, para incluir a los más postergados y atenuar la impiadosa desigualdad que padecen; completó la restructuración de la deuda externa, aliviando aun más el peso de esa heredada carga sobre el Presupuesto Nacional; desarrolló con celeridad el plan Conectar Igualdad, que implica incorporar a millones de estudiantes secundarios al uso de la informática en cualquier lugar del país en que se ubique el colegio.

El simple anuncio por radio y televisión de cada una de estas iniciativas hubiese bastado por sí mismo -dada la enorme trascendencia pública que entrañaba- para utilizar la Cadena Nacional. Entre estas pocas iniciativas enunciadas, que desde luego se transformaron rápidamente en hechos concretos, hay algunas que no tienen precedentes en el mundo por magnitud e impacto. No obstante, la corporación mediática -cuasi monopolizada por el Grupo Clarín- todavía ignora y censura cualquier referencia a la bonanza que producen los efectos de la aplicación de esas y otras medidas de inclusión social.

El más reciente episodio de esta contienda a tiempo completo, lo provocó un presunto “sincericidio” de Paolo Rocca -CEO del Grupo Techint, a su vez socio de Clarín en la empresa Impripost-, que habría cometido ante la Academia Argentina de la Ingeniería, y sin la presencia de periodistas. En lo que publica Clarín, que no pudo cubrir la disertación, Rocca habría reprochado a la actual política económica del Gobierno un “deterioro de la competitividad desde 2008”, debido a los altos salarios que paga Techint en su planta argentina, respecto de lo que perciben sus operarios de México y Brasil en plantas similares de ese consorcio en el exterior. A tono con el descarado agravio proferido en dicho ámbito -según Clarín- por este monopólico “capitán de la industria”, la jefa de Estado inmediatamente cruzó a Paolo Rocca en duros términos, en virtud de enterarse por la lectura del diario que éste puso en tela de juicio una prioridad de su gestión: la de vigorizar el poder adquisitivo de los salarios, en particular de los trabajadores calificados, para mantener la pujanza del mercado interno.

Al cierre de esta columna, se dio a conocer una conceptuosa correspondencia entre el empresario y la Presidenta, donde el primero intenta aclarar que en lo manifestado ante los ingenieros que lo invitaron a dar esa charla, resaltó el gran momento productivo y exportador por el que atraviesa toda la industria argentina, insinuando -sin decirlo expresamente- que la crónica de Clarín no se ajusta a la verdad de lo que aconteció. Cristina Fernández, por su parte, reclamó que es imperioso dar cuenta de los “modus operandi” de ciertos monopolios, en especial cuando deforman la realidad a su antojo.