La histórica conversación se proyecta hoy por primera vez en la televisión argentina, a 39 años del golpe en Chile

Emanuel Respighi
Pagina/12


Cuando Castro visitó Santiago, en noviembre de 1971, mantuvo una reunión con el presidente chileno. Hablaron sobre la revolución, el imperialismo, los medios y el futuro de América latina. Hoy resultan más habituales los encuentros entre líderes progresistas.


En noviembre de 1971, los ojos del mundo entero estuvieron puestos en este lado del planeta, probablemente como nunca antes. Es que el 10 de noviembre de ese año, a las 17, el líder de la Revolución Cubana, Fidel Castro, pisó suelo chileno para realizar una gira por el país trasandino que duraría veinte días y numerosos discursos. La atención mundial tenía un sentido: Castro se reuniría con Salvador Allende, el presidente que había logrado encabezar el primer gobierno socialista en ser electo de la región. Si bien hoy resultan habituales los encuentros entre mandatarios de gobiernos progresistas de la región, para la época el encuentro Allende-Castro era toda una novedad. Y también representaba una amenaza para el statu quo económico y político de entonces. De aquella visita, quedó registrada una histórica y jugosa charla que mantuvieron los líderes políticos, cuya cinta se creía perdida. Sin embargo, más de cuatro décadas después, El diálogo de América no sólo fue recuperado, sino también restaurado para su proyección, por primera vez en la TV argentina, a través de Canal 7, que lo estrena hoy a las 22.30.
Probablemente no haya explotado las posibilidades cinematográficas de su tiempo. Seguramente, desde el punto de vista técnico y creativo, el material deje mucho que desear. Pero ninguna de esas carencias visuales puede opacar el valor histórico y político de la charla en la que Castro y Allende se encontraron en noviembre de 1971. El encuentro, que se produjo en la casa presidencial de Tomás Moro, fue documentado por el periodista Augusto Olivares y el cineasta Alvaro Covacevich. Con motivo del aniversario a 39 años del golpe militar en Chile, que se cumplió ayer, Canal 7 emite dentro de Ficciones de lo real (presentada por Pedro Brieger) esta suerte de “clase abierta y charlada” entre dos de las máximas figuras de la política latinoamericana. En ella, los mandatarios intercambiaron opiniones sobre la revolución, el subdesarrollo, el imperialismo, la oligarquía, la dependencia cultural y económica y el futuro de América latina.
El diálogo de América fue estrenado mundialmente en París en abril de 1972, como testimonio de la lucha por el proceso chileno, siendo presentado por el escritor Pablo Neruda y por el actor Marcel Marceau. Luego de su presentación, se perdió la pista del documental, que recién fue recuperado entre el patrimonio de Covacevich, que tras el golpe militar de 1973 se exilió en México. Para esta proyección en la TV argentina, el film fue adaptado por Canal Encuentro para cumplir con ciertos parámetros técnicos, aunque el diálogo fue conservado en su totalidad y sin modificación alguna.
En una charla relajada, a pleno sol en los jardines de la casa presidencial chilena, Allende y Castro reflexionan sobre los procesos revolucionarios que –con sus diferencias– cada cual llevaba por entonces en sus países. A cuatro décadas de haberse producido, el registro de aquel diálogo íntimo, casi “casero”, adquiere trascendencia tanto por la vigencia de algunas problemáticas que los líderes visibilizaban, como por lo anacrónico que resultan algunas de sus opiniones, en virtud de los sucesos que, el 11 de septiembre de 1973, acabarían con el gobierno socialista y la vida del presidente chileno, que se suicidó en La Moneda tras una dura batalla con las Fuerzas Militares. También allí, ese día, acorralado por los golpistas, se suicidó Olivares, el periodista que condujo la entrevista de El diálogo de América.

La revolución y los obstáculos


–La motivación de los pueblos en su lucha a través de la historia es variadísima. ¿Cómo podría usted definir, Comandante, la motivación de la lucha del pueblo cubano?

Fidel Castro: –Digamos por lo menos, de acuerdo con nuestra concepción, que el gran motor de la historia han sido las luchas de las masas oprimidas contra los opresores. En nuestro país existía la doble motivación: era un país sometido y humillado por el imperialismo y, además, dentro de esa situación, una gran masa de campesinos sin tierra, una gran masa obrera explotada, en las condiciones de miseria espantosa, falta total de asistencia médica para las capas pobres de la población, deficiente sistema educacional y porcentaje altísimo de analfabetos, falta de perspectivas para la juventud, cientos de miles de desempleados. Es decir, que había una situación social desesperante, podríamos decir que la gran motivación de nuestro pueblo era la lucha por la vida.

–Presidente Allende, la experiencia política chilena es seguida con atención en todo el mundo. Es una experiencia que tiene obstáculos. ¿Cómo podría usted definir esos obstáculos?

Salvador Allende: –¿Te das cuenta, Fidel? ¡Tres minutos para definir los obstáculos de una revolución que tiene que hacerse dentro de la democracia burguesa y con los cauces legales de esa democracia! Hemos avanzado. Obstáculos... nacen de qué. En primer lugar, de una oligarquía con bastante experiencia, inteligente, que defiende muy bien sus intereses y que tiene el respaldo del imperialismo, dentro del marco de una institucionalidad en donde el Congreso tiene peso y atribuciones, y donde el gobierno no tiene mayoría. De allí entonces que las dificultades sean bastante serias y hace que el proceso revolucionario chileno, dentro de los marcos de esta legalidad, encuentre cada día y en cada momento obstáculos para el avance del cumplimiento del programa de la Unidad Popular. Usted comprende que las dificultades en el caso nuestro también están en relación con una libertad de prensa que es mucho más que una libertad de prensa. Que es un libertinaje de la prensa. Se deforma, se miente, se calumnia, se tergiversa. Los medios de difusión con que cuentan son poderosos, periodistas vinculados a intereses foráneos y a grandes intereses nacionales. No sólo no reconocen sino que deforman las iniciativas nuestras. Todo esto, teniendo nosotros que respetar las conquistas que el pueblo alcanzó y de las cuales lógicamente hace uso y mal uso la oposición al gobierno popular. Por eso, y tú lo has dicho también y lo has reconocido, que las dificultades que se nos presentan a nosotros son bastante...

F. C.: –¡Son admirables las dificultades que tienen!

S. A.: –Ya ves tú.

–Y a pesar de los obstáculos, ¿se puede llevar adelante el proceso?

S. A.: –Y se avanza. Ya lo he dicho: el cobre es nuestro, el hierro es nuestro, el salitre es nuestro, el acero es nuestro; es decir, las riquezas básicas las hemos conquistado para el pueblo.

F. C.: –Bueno, yo tengo una impresión, que esa resistencia acude a los procedimientos clásicos, además más desarrollados. Es un procedimiento que nosotros calificamos de fascista y que tratan por tanto de ganar masa, con la demagogia si es posible de los sectores más atrasados de las capas humildes, y ganar masa en las capas medias. Y entonces hará falta una cuestión por demostrar: si esos intereses se resignaran pasivamente a los cambios de estructura que la Unidad Popular y el pueblo chileno han querido llevar adelante. Y es de esperar, si nosotros vamos a analizar teóricamente esta cuestión, que hagan resistencia fuerte e incluso violenta. De manera que ése es un factor que no se puede descontar en absoluto en la actual situación chilena, a mi juicio, que es el juicio de un visitante, que viene de un país que está en otras condiciones. Es como un viaje de un mundo a otro mundo.

S. A.: –Tú lo has dicho y yo creo que es muy justo; los revolucionarios nunca han generado la violencia. Han sido los sectores de los grupos golpeados por la revolución los que generan la violencia en la contrarrevolución.

F. C.: –Mantuvieron los sistemas por la violencia, así los defienden, por la violencia.

Las convicciones y el golpe


–¿Qué piensa usted, presidente, que se produciría en Chile si la contrarrevolución se alzara?

S. A.: –El pueblo está en el gobierno, si lograran ellos lo que no van a conseguir, derrocar a este gobierno, se caería en el caos, en la violencia, en la lucha fratricida...
F. C.: ¡Y en el fascismo!
S. A.: ¡Ah! Claro. El imperialismo, que ha estado y está detrás de todos los procesos para atajar la revolución, que significa los cambios y su derrota, en Chile no va a poder desembarcar. En Chile no va a intervenir materialmente. Pero busca otros caminos, cual es alentar a los grupos reaccionarios e incubar a los grupos fascistas, y utilizan la demagogia y movilizan los grupos de menor conciencia social. Pero tengo la seguridad y la certeza absoluta de la respuesta implacable y dura del pueblo, y personalmente: yo cumplo una tarea. Yo no estoy ahí para satisfacer una vanidad personal. Yo soy un luchador de toda mi vida. He dedicado mi esfuerzo y mi capacidad a hacer posible el camino al socialismo. Y cumpliré el mandato que el pueblo me ha entregado. Lo cumpliré implacablemente. Cumpliré el programa que le hemos prometido a la conciencia política de Chile. Y aquellos que desataron siempre la violencia social, si desatan la violencia política, si el fascismo pretende utilizar los medios con que siempre arrasó a los que pretendieron hacer la revolución, se encontrarán con la respuesta nuestra y mi decisión implacable. Yo terminaré de presidente de la república cuando cumpla mi mandato. Tendrán que acribillarme a balazos, como lo dijera ayer, para que deje de actuar.
F. C.: –Yo realmente admiro mucho ese pronunciamiento tuyo. Y eso será una bandera para el pueblo. Porque cuando los dirigentes están dispuestos a morir, el pueblo está dispuesto a morir y dispuesto a hacer lo que sea necesario. Y ése ha sido un factor muy esencial en todo proceso político revolucionario.

Un lúcido intercambio de ideas

Pedro Brieger *
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El 4 de noviembre de 1970 Salvador Allende asumió la presidencia de Chile y comenzó un proceso que fue conocido como “la vía pacífica al socialismo”. En noviembre de 1971 Fidel Castro visitó Chile y recorrió el país para conocer de cerca las voces de aquellos que habían elegido un camino diferente al suyo. En Cuba, el movimiento 26 de Julio había protagonizado una guerra de guerrillas que desembocó en una revuelta popular para derrocar a la dictadura de Fulgencio Batista el 1º de enero de 1959. En Chile el proceso era diferente.
La revolución cubana había impactado en todo el continente y prácticamente no hubo país donde no se formaron grupos que trataran de tomar el poder a través de la lucha armada. Numerosos dirigentes políticos abandonaban los partidos socialistas y comunistas para levantar las banderas de la Revolución Cubana, que parecía demostrar que la única manera de tomar el poder era por medio de las armas. El triunfo de Salvador Allende interpelaba a la Revolución Cubana porque planteaba que era posible iniciar el camino al socialismo dentro del marco de lo que se llamaba “el Estado burgués”. De hecho, Allende había triunfado en las elecciones y –en principio– los partidos que representaban a la burguesía parecían aceptar dicho triunfo. Si bien Allende no tenía mayoría en el Parlamento, avanzó rápidamente con reformas estructurales como la nacionalización del cobre.
Cuando Fidel Castro llega a Chile comprueba que Allende es muy audaz y radical en sus planteos, pero también observa que la derecha no se amilana. En el Parlamento los partidos tradicionales intentan obstaculizar los proyectos del gobierno, mientras organizan grupos paramilitares declara orientación fascista, y desde el diario El Mercurio se orquesta una furiosa campaña para derrocar a Salvador Allende.
Fidel recorre Chile de punta a punta para comprender el sentir de ese pueblo. Se encuentra con trabajadores del salitre y del cobre en el norte y con los petroleros en el sur. Visita universidades, debate con estudiantes y profesores e incluso se reúne con los sacerdotes que están con la Teología para la Liberación.
A pesar del apoyo abierto de Cuba a la lucha armada en casi todo el continente, cuando Fidel se encuentra con Allende y conversa con él lo hace en un tono muy distendido y respetuoso. Es consciente de que la historia de los dos países es muy diferente, y de que en Chile existía un sistema parlamentario consolidado. Sin embargo, no deja de marcarle que la derecha es fascista y que no dejará de combatirlo.
El intercambio de ideas entre ellos continuará después de la visita. Luego del “ensayo general” de golpe que se produce el 29 de junio de 1973, Fidel le escribe una carta –nuevamente en tono respetuoso– donde dice comprender su intención de continuar “el proceso revolucionario sin contienda civil”. Son “propósitos loables” le dice, y le ofrece toda la ayuda. Desde La Habana Fidel percibe que se acercan momentos finales. Dos semanas después del golpe, en su discurso del 28 de septiembre de 1973 en la Plaza de la Revolución, recuerda a Salvador Allende y el intercambio de ideas que habían tenido con el periodista Augusto Olivares. Llegarán más golpes de Estado y el aislamiento de Cuba, hasta que –paradójicamente– nuevos gobiernos electos en otra etapa histórica rodearán a la Revolución Cubana con el mismo afecto que sentía por ella Salvador Allende.
* Analista internacional.