El modelo: globalización, estructura económica e inserción internacional
Aldo Ferrer
Diario BAE
La globalización. El
modelo implica una toma de posición frente al comportamiento del orden mundial.
Es indispensable, por lo tanto, conocer las realidades de la globalización y
rechazar las ficciones que se tejen en torno de ésta. Recordar que su peso relativo,
en el conjunto de la economía mundial, ha crecido desde el fin de la Segunda Guerra
Mundial. Sin embargo, las actividades que se desarrollan dentro de cada espacio
nacional constituyen la inmensa mayoría de la actividad económica y social. Las
exportaciones representan el 20% del producto mundial del cual el 80% se
destina a los mercados internos. Las filiales de empresas transnacionales
generan alrededor del 10% del producto y de la acumulación de capital fijo en
el mundo lo que indica que el 90% del producto se realiza por empresas locales
y otro tanto de las inversiones se financia con el ahorro interno. Las personas
que residen fuera de sus países de origen representan el 3% de la población
mundial, vale decir, que el 97% de los seres humanos habitan en los países en
los cuales nacieron.
En
el plano real de los recursos, la producción, la inversión y el empleo, el
espacio interno tiene un peso decisivo. Sin embargo, en la esfera virtual de
las corrientes financieras y de la información, la dimensión global es
dominante y contribuye a generar la imagen de que se habita en una aldea global
sin fronteras. Según ella, los acontecimientos estarían determinados por el
impacto de las nuevas tecnologías y, por lo tanto, por fuerzas ingobernables e
incorregibles por la acción pública o de organizaciones de la sociedad civil.
Una de las expresiones de esta postura es la teoría de las expectativas
racionales según la cual los actores económicos anticipan e inhiben las
decisiones del Estado que pretenden interferir en el funcionamiento natural de
los mercados. Esta imagen fundamentalista de la globalización es funcional a
los intereses de los países y de los actores económicos que ejercen posiciones
dominantes en el orden global. En realidad, la aparente ingobernabilidad de las
fuerzas operantes en el seno de la globalización no obedece a fenómenos
supuestamente indominables sino a la desregulación de los mercados, que es una
expresión transitoria del comportamiento del sistema mundial.
En
el transcurso de los últimos doscientos años, las asimetrías crecientes en el
desarrollo económico de los países resultan del ejercicio del poder por las
potencias dominantes pero, en última instancia, dependen de la aptitud de cada
sociedad para participar en las transformaciones desencadenadas por el avance
de la ciencia y de sus aplicaciones tecnológicas. En este último sentido puede
decirse que cada país tiene la globalización que se merece.
Estructura productiva. Los objetivos del modelo actual implican un
desarrollo económico fundado en la capacidad del país de participar en la
creación y difusión de conocimientos e incorporarlos en el conjunto de la
actividad económica y relaciones sociales. Esto requiere la formación de una
estructura diversificada y compleja, que incorpora las actividades portadoras
de los conocimientos de frontera. Es el caso de las llamadas “tecnologías
habilitadoras”, por su carácter horizontal y potencial transformador. Las
mismas incluyen, en la actualidad, los semiconductores, materiales avanzados,
biotecnología, las TIC (tecnologías de la información y la comunicación),
fotonics y nanotecnologías.
No
se trata de abarcar la totalidad de los bienes y servicios producidos por las
actividades de vanguardia, sino de incluir en el tejido productivo los
elementos esenciales de las mismas. Esto es condición necesaria para participar
en la división internacional del trabajo, a través de la especialización
intraindustrial (es decir, a nivel de productos, no de sectores) y el
equilibrio del contenido tecnológico y valor agregado del comercio exterior.
La
construcción de esa estructura requiere la acumulación de capital,
conocimientos, tecnología, capacidad de gestión y organización de recursos,
educación y capacidades de la fuerza de trabajo y de estabilidad y
permeabilidad de las instituciones, dentro de las cuales, la sociedad transa
sus conflictos y moviliza su potencial de recursos. El desarrollo es
acumulación en este sentido amplio y la acumulación se realiza, en primer
lugar, dentro del espacio propio de cada país.
En consecuencia, el modelo implica la organización y la integración de la
creatividad y de los recursos del país, para poner en marcha los procesos de
acumulación en sentido amplio. El proceso es indelegable en factores exógenos
los cuales, librados a su propia dinámica, desarticulan el espacio nacional, lo
organizan en torno de centros de decisión extranacionales y frustran el proceso
de acumulación, es decir, el desarrollo. El país puede crecer, aumentar la
producción, el empleo y la productividad de los factores, impulsado por agentes
exógenos, como sucedió bajo el modelo de la economía primaria exportadora. Pero
puede crecer sin desarrollo, es decir, sin crear una organización de la
economía y la sociedad capaz de movilizar los procesos de acumulación
inherentes al desarrollo o, dicho de otro modo, sin incorporar los
conocimientos científicos y sus aplicaciones tecnológicas en el conjunto de su
actividad económica y social.
Inserción internacional. A este respecto, el modelo requiere que las
exportaciones e importaciones guarden un balance entre sus contenidos de tecnología
y valor agregado para permitir que la estructura productiva interna pueda
asimilar y difundir los avances del conocimiento y la tecnología. Esto no
implica cerrar la economía sino abrirla a partir de una estructura productiva
diversificada y compleja.
Por eso no es acertado caracterizar al actual modelo como de industrialización
sustitutiva de importaciones (ISI). Esta expresión, heredada de los tiempos
posteriores a la crisis del 30 y la guerra mundial, involucra la reducción de
las importaciones respecto del PBI. Esto no corresponde a la lógica del modelo
y la actual situación de la economía argentina, en donde las importaciones
crecen sostenidamente. En resumen, el modelo no implica el cierre del mercado
interno sino la orientación del poder de compra externo para viabilizar el
crecimiento de la producción y el empleo, la transformación productiva a
niveles crecientes de valor agregado, ciencia y tecnología y consolidar los
equilibrios macroeconómicos (BAE, 5/7/12)
En
relación con las inversiones de filiales de empresas transnacionales, es
preciso que su presencia no debilite las capacidades endógenas de desarrollo
tecnológico. A su vez, el financiamiento internacional debe ser consistente con
la capacidad de pagos externos y el equilibrio de los pagos internacionales. En
resumen, la inserción externa del modelo depende de la calidad de las
respuestas a los desafíos y oportunidades de la globalización.