El modelo: crecimiento y distribución

 Aldo Ferrer
Diario BAE


La resolución eficaz de las relaciones complejas entre el crecimiento y la distribución es un desafío principal que enfrenta el modelo. El crecimiento requiere el aumento de la tasa de inversión y la incorporación de conocimientos en el tejido económico y social. La distribución incluye la participación de los trabajadores en los incrementos de la productividad resultante del crecimiento y la existencia de la red de seguridad social, que incluye la atención de los sectores vulnerables. El aumento del empleo a niveles crecientes de productividad es un componente fundamental de la elevación del nivel y la calidad de vida de la población. Éste es el escenario, dentro del modelo, en el cual se plantea el dilema crecimiento-distribución.

El desarrollo científico y tecnológico, vinculado con la inversión y la organización del tejido económico y social, es la plataforma fundamental del crecimiento. Es, a su vez, un factor fundamental de la distribución porque requiere niveles más altos de capacitación y salarios y genera cadenas de valor más complejas, que difunden el conocimiento, aumentan el empleo y la productividad. Las políticas públicas son esenciales para fortalecer el sistema científico y tecnológico, fortalecer sus relaciones con la producción e impulsar la innovación en el sector privado.

Condiciones necesarias. La acumulación de capital requiere el aumento de la inversión privada y pública. La privada ne- cesita la existencia de márgenes de ganancia y expectativas favorables, para estimular las decisiones empresarias de invertir. Esto plantea un primer conflicto entre el crecimiento y la distribución. Es decir, el reparto de los incrementos de la productividad consistente con el crecimiento de los salarios reales y los beneficios atractivos para la inversión privada.

El aumento del empleo y del salario real expande el mercado interno y estimula inversión. Al mismo tiempo, el aumento de los salarios reales tiene un límite determinado por el incremento de la productividad, la preservación de las ganancias necesarias para la inversión y la estabilidad razonable del nivel de precios. Es el dilema que debe resolver la política de precios y salarios.


La racionalización del régimen económico encuadra el dilema. Por ejemplo, la competencia en los mercados y la eliminación de las posiciones dominantes, el control de la especulación financiera y la orientación del crédito a la acumulación de capital productivo, evitan el desvío del ingreso hacia actores que no contribuyen al aumento de la producción y el empleo. En ese escenario, cuya existencia es un objetivo del modelo, subsiste la necesidad de resolver la puja distributiva para impulsar el crecimiento, en condiciones razonables de estabilidad de precios.

La inversión pública requiere un nivel suficiente de ahorro público para financiarla y, en el caso, de apelar al crédito, para pagar los servicios de la deuda. Las relaciones de la recaudación tributaria y el gasto público con el PBI son, en la actualidad, razonables dado el nivel de desarrollo del país. En esta materia, los problemas principales del modelo, se refieren a la “calidad” de ambas dimensiones, en virtud de su impacto en el desarrollo y el bienestar social. En un Estado federal, como el nuestro, la distribución de los ingresos tributarios y de las responsabilidades de las políticas públicas, forman parte de los desafíos de la política fiscal del modelo. 

La recaudación de impuestos, como fuente fundamental del financiamiento del sector público, debe asentarse en la capacidad contributiva de la población, evitar recaer en los sectores de menores ingresos y estimular la inversión y el cambio tecnológico. El gasto público de inversión es un componente principal de la acumulación de capital. Su financiamiento con recursos propios y financiamiento interno y externo, dentro de niveles aceptables de deuda, es otro de los desafíos principales de la política fiscal del modelo.

El nivel del empleo y actividad económica y la situación de los pagos internacionales son siempre factores condicionantes de la política fiscal necesaria para el crecimiento. Cuando factores internos y/o externos deprimen la demanda agregada y debilitan la producción y el empleo, son pertinentes las políticas anticíclicas. Su viabilidad y eficacia dependen de la fortaleza de los equilibrios macroeconómicos que las sostienen, asentados en la movilización de los recursos propios. El acceso al crédito externo no es una buena fuente de financiamiento de tales políticas. Es uno de los ejemplos en que “el remedio es peor que la enfermedad”.

Estabilidad. La evolución del nivel general de precios influye en el crecimiento y la distribución. En la actualidad, en nuestro país, prevalece una inflación inercial asentada en la memoria colectiva de un proceso inflacionario endémico. Los actores sociales se comportan con hipótesis de inflación futura, que es el piso sobre el cual se resuelve la distribución, el ingreso entre ganancias y salarios. Esta situación confronta al modelo con el dilema de disminuir el aumento de precios, defender el poder adquisitivo de salario y el ingreso de los sectores sociales de menores recursos y, simultáneamente, crear un escenario positivo para la inversión privada.

El modelo descarta la estrategia de “metas de inflación” inherente al paradigma neoliberal, destinado siempre al fracaso e incompatible con el desarrollo del país, el bienestar social y la equidad. Un instrumento heterodoxo de la estrategia de estabilidad, cuando las condiciones políticas lo permiten, es la “política de ingresos”, concertada entre los actores sociales y el Estado, para fijar metas deseables y posibles de aumento de precios y equidad distributiva.
Es necesario transmitir a la sociedad el convencimiento de que los equilibrios macroeconómicos fundamentales (el presupuesto y el balance de pagos) son sólidos y que la política monetaria es consistente con el objetivo del crecimiento, la distribución equitativa del ingreso y la estabilidad de precios. Esta condición es particularmente indispensable en el actual escenario internacional. En el mismo, prevalecen la inestabilidad y el debilitamiento del crecimiento, provocados por el predominio, en las antiguas potencias industriales del Atlántico Norte, de la financiarización y del Estado neoliberal. Sostener el crecimiento en los recursos propios y evitar la dependencia de los mercados financieros especulativos siempre es importante y, particularmente, en la actualidad.

Este escenario plantea riesgos a la capacidad del modelo de resolver el dilema crecimiento y distribución. Por ejemplo, frente a la inflación inercial, puede intentarse anclar la estabilidad y la distribución progresiva del ingreso, a través de subsidios a insumos difundidos (como transportes y energía) y la apreciación del tipo de cambio. El límite de estos instrumentos está dado por su impacto en las finanzas públicas y la pérdida de competitividad externa, que debilitan el crecimiento y la fortaleza de los pagos internacionales. Es decir, terminan por sancionar la inviabilidad del modelo. Ésta es, precisamente, la expectativa de la crítica neoliberal del modelo.

El éxito de los controles, instrumentos legítimos dentro de un Estado nacional, la democracia y la división de poderes, depende de la consistencia de los equilibrios macroeconómicos que respaldan la política de crecimiento y distribución.