Tupac-Amaru

Por José María Rosa
[Del libro "Historia Argentina" Tomo 1 pags. 415 a 421 Ed. Oriente, 1981]

El visitador Areche y el impuesto de alcabala.

Carlos III había enviado a Méjico a un hombre del valer de José de Gálvez a dejar en orden la Real Hacienda. Quiso hacer lo mismo en Perú designando en 1776 a José Antonio de Areche, la persona menos indicada para una labor de buen sentido y comprensión del medio.

Areche no pondría orden, ni parece habérselo propuesto: sólo quiso aumentar la renta y herir la industria doméstica que estaba en manos indígenas. El impuesto de alcabala (que gravaba las ventas de producciones europeas) había sido fijado en el 6%; y entendió que debía aplicarse no sólo a la compraventa de mercaderías de Castilla (que antes tenían el 12%) sino a las provenientes de la industria territorial dando, por lo tanto, un golpe de muerte a ésta. Creó también estancos de tabacos, alcoholes, naipes, etc. Aun así, quizá nada habría pasado si la pésima política del visitador no hubiese perseguido su cobro exclusivamente en las clases bajas de la población, sobre todo en los indios sujetos a "repartimientos".

Los repartimientos eran monopolios de los corregidores de pueblos indígenas (todavía no habían sido creadas las Intendencias) para vender a los indios de su jurisdicción las mercaderías que necesitasen y comprar las producidas por ellos. El nombre ha confundido a algunos que suponen se mantenían las encomiendas personales —también llamadas así— a fines del siglo XVIII. Subsistían, sujetas a las reglamentaciones que hemos visto, las mitas para el trabajo minero y los yanaconazgos para la agricultura: ni unas ni otros, tocados por Areche.

El visitador exige a los indios el gravamen del 6% a las compras y ventas que hacían por intermedio de los corregidores. Estos obligaban a los indios a comprar una determinada cantidad de mercaderías; sobre ella y sobre los consumos —carne, leche, queso, harina-cargaron el 6%, descontándolo en los tejidos y bordados que debían pagar a los indios. Inútilmente el virrey Guirior, del Perú, ordenó en 1778 que la alcabala no debía cobrarse a los productos "de la tierra"; Areche se impuso como visitador y obtuvo de Grimaldi, en Madrid, que confirmase su interpretación.

Para que no hubiese evasión de tributos, el visitador ordenó el empadronamiento de quienes vivían en los corregimientos. Fue un error psicológico: los mestizos y cholos (cuarterones) se consideraban españoles, y a su vez los indios puros despreciaban a los mestizos. Al verse empadronados juntos, el resentimiento fue de todos. Y sirvió, de paso, para unificarlos como criollos en la resistencia que vendría.

Las primeras sublevaciones.

La primera manifestación de rebeldía ocurrió en La Paz el 12 de marzo de 1780; la ciudad pertenecía al recientemente creado Virreinato de Buenos Aires, pero las facultades de Areche habían sido extendidas para la jurisdicción del antiguo Perú. La fiscalización rigurosa de la alcabala en los mostradores al menudeo encarecían la coca, yerba, chalona (charque) y bayetas, consumidas por el pueblo bajo. El indígena "Gremio de Viajantes" inició la resistencia: dos viajantes indios, José Chino y Eugenio Quisque, se pusieron a la cabeza.

Se fijaron pasquines en los lugares céntricos. Uno de ellos —reproducido por Lewin— decía: "¡Viva la Ley de Dios y la pureza de María y muera el rey de España y se acabe el Perú... si el monarca no sabe cómo tiene hostigados a los pobres! ¡Viva el rey y mueran los ladrones públicos! ... Con éste van dos avisos... Correrá sangre por calles y plazas de La Paz; cuenta, al que no defienda a los criollos".

El 12 de marzo, unos enmascarados tocan a rebato las campanas de las iglesias. La ciudad, ya atemorizada, se sobresalta: hay cabildos abiertos y vecinos y autoridades suspenden la alcabala del 6%, cierran la aduana (creada por Areche) y entregan la recaudación como antes a las Cajas Reales. El corregidor de La Paz debe consentir, pero informa al visitador y al virrey del Perú que los tumultos tenían por fin "sacudir enteramente el yugo" al rey y a España. Al día siguiente, 13, sin vinculación con lo ocurrido en La Paz, estalla un motín más grave en Arequipa: la aduana es asaltada y el administrador salva a duras penas su vida. También como en La Paz los vecinos suspenden la alcabala "para evitar desórdenes" y consiguen el traslado del administrador y los suyos. En Cuzco se fijan pasquines a fines de marzo, pero el corregidor detiene a los presuntos culpables y procede con energía: ordena la horca de cinco plateros (entre ellos el maestro Farfan de los Godos) y condena a veinte a presidio. La reacción será inevitable: en Cochabamba el 6 de abril aparecen volantes con el grito comunero "¡Viva el rey y muera el mal gobierno!".

"¡Fuera cobardía! —dice uno de ellos—... No vamos a morir sujetos a dos ladrones picaros (el tesorero y el oficial mayor de la aduana); mejor es que de una vez quitemos a estos indignos la vida, y después que venga el más sangriento cuchillo que inventó la tiranía... Sabremos resistirlo, quitando la vida a cuantos se opusieren, sea el Corregidor, sea el Alcalde, sean vecinos, clérigos o frailes, forasteros o patricios... de sangre tintos han de correr los arroyos... ¡Muera la Aduana!, ¡mueran sus ministros!, ¡muera el traidor Tesorero y muera Blasito! (oficial mayor de la aduana)".

El corregidor de Cochabamba, Félix Villalobos, sabe que esa noche estallará la subversión, y pide consejo a los vecinos, fistos .se reúnen en cabildo abierto, e igual que en La Paz y Arequipa, suspenden la alcabala, cierran la aduana, alejan sus funcionarios, informando al visitador hacerlo "a causa de no haber suficientes fuerzas de vecinos leales". En Charcas, Chuquisaca, Moqueguá, también aparecen pasquines y como medida de prudencia se suspenden los tributos; en Gayllona estalla el motín, apaciguado por el corregidor con la rebaja a los deudores del fisco de la tercera parte de sus deudas; en Huanuco igualmente debe suprimirse el aumento. El estado de la zona cercana al Titicaca, muy poblada de indígenas, es gravísimo. Así estaban las cosas cuando hace su aparición José Gabriel Condorcanqui, de la sangre imperial de los Incas, llamado por los suyos Tupac-Amaru.

Tupac-Amaru.

Era cacique por derecho hereditario de Tinta (Bajo Perú) y rico propietario. Había recibido buena instrucción en su villa natal, completada con los jesuitas en el Colegio del Cuzco. Dedicado al negocio de las arrias, había recorrido el Bajo y Alto Perú, logrando fortuna y amigos. Vivía, al decir de sus historiadores, como un príncipe, rodeado de servidores y un capellán a su servicio. Vestía lujosamente, a la española: gregüescos de terciopelo negro, medias de seda, hebillas de oro, camisa bordada, chaleco de tisú de oro, sombrero de castor; sobre el traje llevaba el untu, bordado de oro, insignia de su condición caciquil.

Su rebeldía fue súbita. Una noche —el 4 de noviembre de 1780— encuentra en una fiesta por el cumpleaños del rey al corregidor de Tinta, Antonio Arriaga, con quien discute por la represión de Cochabamba y cobro de los "repartimientos". Tupac-Amaru lo espera a la salida con sus parciales, lo apresa y hace escribir una carta a su cajero pidiendo dinero que distribuye a los indios. Sin misericordia ahorca al infeliz en la plaza de Tungasuca.

Al grito de Tinta responden los pueblos cercanos del Bajo Perú. José Gabriel no puede controlar el movimiento que se extiende al Cuzco. Cada "corregimiento" lo interpreta a su manera: en San Pedro de Bella Vista los indios pasan a degüello a los blancos, hombres, mujeres y niños; en Calca agregan los mestizos. El grito, que había sido de rebelión contra los malos administradores, toma tonalidades raciales. Se habla del Inca redivivo. Aquello es desordenado y absurdo, y Tupac-Amaru ve cómo los excesos van a desvirtuar su pronunciamiento y llevarlo a una derrota segura. El 15 de noviembre quiere poner orden asumiendo la jefatura. Dará satisfacción a los suyos proclamándose Rey Inca. Lanza un Manifiesto de acusación al régimen español:

"Por cuanto... los Reyes de Castilla me han tenido usurpada la corona y (el) dominio de mis gentes cerca de tres siglos... pensionándome los vasallos con sus insoportables gabelas, tributos, lanzas, sisas, aduanas, alcabalas, catastros, diezmos... Virreyes, Audiencias, Corregidores y demás ministros, todos iguales en la tiranía... vendiendo la justicia a quien más puja. . . a quien más da. . . también los empleos, entrando en esto los empleos eclesiásticos. Sin temor de Dios, estropeando como a bestias a los naturales de estos reinos.. . Por esto y porque los justos clamores han llegado al Cielo: en el nombre de Dios Todopoderoso, Ordenamos y Mandamos: ... que ninguna de las pensiones dichas se paguen, ni se obedezca en cosa alguna a los ministros europeos, intrusos y de mala fe. ..".

Un ejército de quince mil hombres sale de Lima al mando de Gaspar de Avilés (luego virrey en Buenos Aires y Perú). El Inca ordena el ataque a Cuzco, pero la acción es apresurada, y aunque cuenta más hombres, no tienen éstos el armamento ni la instrucción suficiente: se estrella contra las fortificaciones y artillería de la ciudad, y debe retirarse en desastre. Se entrega en Tinta a Areche, escribiéndole el 5 de marzo: le dice que ha obrado "en alivio de los pobres provincianos, españoles e indios, buscando el sosiego de este reino, el adelantamiento de los reales tributos y que no tenga en ningún momento opción de entregarse a otras naciones infieles"; espera se modifique el régimen tributario, y se ofrece como único responsable de la rebelión: "Aquí estoy para me castiguen solo, al fin de qué otros queden con vida y yo solo con el castigo,

Las naciones infieles era por Inglaterra, entonces en guerra con España (la llamada de "independencia de los Estados Unidos" que terminaría en 1783). Inglaterra, como hemos visto, preparaba una expedición a Sudamérica con armas para entregar a los indios. Es posible, y todo lo hace suponer, que agentes ingleses tuvieron contactos con Tupac-Amaru, pero el descendiente de los Incas no aceptó aliarse con ellos y apresuró el ataque al Cuzco, y después su entrega a Areche como único responsable.

El visitador le pregunta el nombre de los demás conspiradores. Contesta con gallardía: "Nosotros somos los únicos conspiradores; Vuestra Merced por haber agobiado al país con exacciones insoportables, y yo por haber querido libertar al pueblo de semejante tiranía".

El 15 de marzo el visitador dicta la sentencia. No so limita a la pena de muerte por degüello, con espada, como hubiera correspondido a un noble; ni la reduce al jefe que se ha declarado único responsable. Areche es absurdamente cruel: a Tupac-Amaru le arrancarán la lengua "por los vituperios contra los ministros del Rey después será atado vivo por cada pie y mano a cuatro potros que tirarán en opuestas direcciones hasta despedazarlo; sus miembros serán exhibidos en la picota de los pueblos rebelados. A su mujer, Micaela Bastida, también le arrancarían la lengua, dándole garrote vil a ella y a la cacica de Acós; seis compañeros serían ahorcados. Fernando, hijo del cacique, de doce años, debía contemplar la tortura del padre y permanecer el resto de su vida en presidio. Lo mismo harán con los hermanos del cacique, a pesar de no haber tomado parte en la rebelión.

No pudo cumplirse la sentencia al pie de la letra: los potros no consiguieron despedazar a Tupac-Amaru, que debió ser decapitado; a Micaela Bastida no pudo cortársele la lengua, y fue al garrote con ella. Fernando morirá de privaciones en la prisión.

La rebelión se extiende al Alto Perú. Sucesos de Jujuy y La Rioja.

Al tiempo de capturarse al jefe, la rebelión se ha extendido al Alto Perú. En Oruro los criollos se han apoderado en enero del cabildo, unidos con los indios contra los españoles; pero las masacres del Bajo Perú contra los blancos, han hecho que el jefe de la rebelión, el criollo Jacinto Rodríguez, que al hacerse cargo del gobierno el 10 de febrero ha vestido ropas indias y reconocido a Tupac-Amaru como monarca, atemorizado se pase a los españoles y coopere en luchar contra los indios. En Tupiza, las milicias levantadas por el corregidor, García de Prado, se rebelan por influjo del sargento criollo Luis Lasso de la Vega: dan muerte al corregidor, y el sargento en nombre del Rey Inca se apodera de los pueblos de la provincia. Sabida la entrega de Tupac-Amaru, de la Vega hace lo mismo el 17 de marzo junto con su secretario. Ambos serán ejecutados.

El estado de conmoción del Alto Perú mueve al virrey Vértiz a mandar tropas de línea. No lo hace con las milicias porque tiene dudas de su fidelidad, como escribe José de Gálvez el 30-4-1781:

. .en estos parajes reconozco, si no una adhesión a las turbulencias que hoy agitan al Perú, a lo menos una frialdad e indiferencia... (las milicias se muestran) disgustadas, y vacilante su obediencia por imitar a las gentes del Perú".

En Jujuy el comandante, Gregorio Zegada, sabe que un mestizo, José Quiroga, lenguaraz de la reducción de San Ignacio, solivianta a los reducidos y prepara el ataque a la ciudad contando con el apoyo "de la plebe". El comandante pone a la ciudad a la defensiva y al producirse el ataque el 28 de marzo consigue rechazarlo; tres días después en Zapla aplasta definitivamente a los sublevados. Condena a Quiroga a ser atado a la cola de un caballo y arrastrado por la plaza de Jujuy; después morirá en la horca con diecisiete de sus compañeros, los demás irán a integrar los presidios. La cabeza y manos de Quiroga se distribuyen para escarmiento, como las de Tupac-Amaru, en los pueblos cercanos. Zegada informa el 1 de abril a Vértiz que Quiroga levantaba a los indios "diciendo que los pobres quieren defenderse de la tiranía del español, y muriendo éstos todos, sin reserva de criaturas de pecho, sólo gobernarán los indios por disposición de su Rey Inca".

Simultáneamente se produce una invasión de matacos contra Salta. El gobernador Mestre convoca las milicias de la provincia (aun en jurisdicción del Tucumán, pues no había sido dictada la Ordenanza de Intendentes): las riojanas se alzan contra el comandante Villafañe, entran en la ciudad, asaltan los recién inaugurados estancos de tabaco y obligan a vender los cigarros al precio anterior. Villafañe en su informe les atribuye pasquines con estos versos:

"Ya en el Cuzco, con empeño

quieren sacudir, y es ley,

el yugo de ajeno Rey

y coronar al que es dueño".

La perturbación se extiende a Cuyo. Tampoco, como en La Rioja, son los indios sino los criollos blancos quienes protestan contra los impuestos y su manera de cobrarlos. Se quema en público un retrato de Carlos III y se viva al Rey Inca. Se ordena un sumario, pero nada en concreto se saca: nadie ha visto nada, nadie sabe nada. En Santiago del Estero se fija un pasquín que anuncia un levantamiento general y amenaza de muerte a los administradores de la Real Hacienda; con prudencia los capitulares santiagueños "por cortar alborotos y no abrir los ojos al Común que estaba ignorante y exponernos a una sublevación inopinada", no quieren investigar sus posibles autores. En Salta el procurador del Común, Agustín de Zuviría, el 9 de junio de 1781 pide al Cabildo que se obtuviera del virrey la "rebaja de las aduanas a los efectos de Castilla, de la tierra y demás frutos que ella produce para el abasto de los pueblos", y la supresión del estanco del tabaco porque "ha sido a toda la plebe sensible la privación que se le ha hecho de cosecharlo en ella" para evitar que resultara el general desagrado de la plebe. Así se hace, y la "plebe" permanece tranquila. El 8 de junio el cabildo de Córdoba pide y obtiene lo mismo.

Resultado de la sublevación de Tupac-Amaru.

Tras las tremendas represiones, tanto Vértiz como el virrey del Perú obran con prudencia. Obtienen de Madrid la cesantía de Areche y que se deje sin efecto el alza de las alcabalas. "No era brillante ganancia —dice un comentarista— cobrar unos pesos más a cambio de tales revoluciones".

La conmoción se tranquiliza y diluye. Los indios quedaron escarmentados, y no se moverían más. Pero los criollos, blancos y mestizos, añorarán el breve y turbulento gobierno del Rey Inca que no pudo estabilizarse por el desenfreno popular y el cariz racial; treinta y cinco años más tarde —en el Congreso de Tucumán en 1816— Belgrano con el apoyo de los diputados altoperuanos propondría la coronación como Rey Inca del hermano de Tupac-Amaru, que envejecido y enfermo permanecía prisionero en las casamatas de Cádiz.

Algunos historiadores mencionan una inquietud de los negros entusiasmados por la revolución "igualitaria" francesa inculcada por los franceses residentes en Buenos Aires. Nada surge del proceso de "los franceses" que instruyó el alcalde Álzaga en 1802: no hubo en el Río de la Plata algo semejante a la sublevación de negros plantadores de Coro (Venezuela) en 1795, motivada como la de Tupac-Amaru por los crecidos gravámenes, que llegó a declarar "la ley de los franceses", es decir, la liberación de la esclavitud. La "república" de cincuenta negros que se estableció en una isla del Yi en la Banda Oriental, es algo más afín a los "quilombos" (comunidad selvática de negros fugados de la esclavitud) de Brasil, que a las revoluciones populares.