El 18 de mayo de 1826 se concreta la "Ley de Enfiteusis"

Por Daniel Alberto Chiarenza 
[Fragmento del libro "Historia General de la provincia de Buenos Aires", Tomo I. Buenos Aires, Editorial PE, 1998.]



También el eficiente ministro de Martín Rodríguez y luego presidente "aconstitucional" -Rivadavia- dictó el proyecto de la ley llamada de Enfiteusis -estableciendo una singular "coherencia" en cuanto a política sobre tierras públicas-, la cual fue aprobada por la Junta de Representantes el 18 de agosto de 1822. Entre los componentes de esa Junta se encontraban, como siempre desde su creación, los Anchorena y otros apellidos prominentes de la oligarquía bonaerense. Evidentemente había que ROBARLE, definitivamente y con apariencia legal, las tierras a los pueblos originarios -con suficientes títulos de tradición que los acreditaban propietarios de las mismas o del producto del mestizaje y desheredado que ya llevaba 250 años en "su" suelo: el gaucho, anatematizado como "vago y malentretenido". Bah, como los hubiera calificado Mauricio Macri asimilándolos a los docentes.


El sistema de enfiteusis se proponía entregar en arrendamiento grandes extensiones territoriales a cambio de un canon bajísimo y sin mayores obligaciones de parte de los beneficiarios. Esta innovación responderá más adelante, además, a la necesidad de garantizar compromisos con el capital inglés: por ley de 1826 se hipotecaban las tierras públicas como garantía del empréstito Baring Brothers (comienzo de nuestra inmoral deuda externa).

En su espíritu –es cierto y por eso hay que resaltarlo- la Ley anteriormente aludida se proponía una distribución más racional de la tierra, una diversificación de la productividad rural, fomentando la agricultura y la creación de una nueva clase media de colonos que se opusiera a la hegemónica oligarquía terrateniente. Pero el espíritu de la ley fue una cosa y su aplicación práctica fue otra. No fueron los inmigrantes labriegos declamados por Rivadavia quienes se repartieron la tierra, sino precisamente la gran oligarquía terrateniente y hacendada, que ya poseía fundos desde la época de la colonia y que no hizo más que extender sus ya amplios latifundios, multiplicando, de esta manera, las posesiones de los estancieros o como le llamamos más actualizadamente: agrogarcas.

Es que la enfiteusis no fue otra cosa que el campo de batalla de dos sectores de la clase dominante, que se alternarían en el uso discrecional del poder, económico y político: la oligarquía terrateniente y la burguesía comercial portuaria, dignamente representada por su intelectual orgánico: Bernardino Rivadavia.

Nos basta con repasar la lista de los enfiteutas para comprobar lo dicho en párrafos anteriores. Dice Jacinto Oddone, en su clásico "La burguesía terrateniente argentina", haciendo un particular sincretismo social: Aguirre, Anchorena, Álzaga, Alvear, Arana, Arroyo, Azcuénaga, Basualdo, Bernal, Bosch, Bustamante, Cabral, Cascallares, Castro, Crámer, Díaz Vélez, Dorrego, Eguía, Echeverría, Escalada, Ezcurra, Gallardo, García, Gowland, Guerrico, Irigoyen, Lacarra, Larrea, Lastra, Lezica, Lynch, López, Miguens, Miller, Obarrio, Ocampo, Olivera, Ortiz Basualdo, Otamendi, Pacheco, Páez, Quiroga, Quirno, Rozas, Sáenz Valiente, Terrero, Vela y tantos otros.

Para tomar, como muestra nomás, a uno de ellos nos bastaría seguir la estirpe de los Olivera. Al parecer, el fundador de la "dinastía" fue el ecuatoriano Domingo Olivera (1798-1866), quien desempeñó importantes cargos públicos en Buenos Aires y fue consejero de Rivadavia, época en la cual se lo consideró como el mejor adorno de los salones. Su relación con Hipólito Vieytes (alias "el Jabonero") y más tarde con el cónsul inglés Woodbine Parish, amplió sus perspectivas acerca de la riqueza del país y de la mejor manera de explotarla, tal es así que aparece en esta primera lista de enfiteutas famosos.

La colonización de los campos que en la actualidad constituyen el municipio de Tapalqué se inició durante esta tercera década del siglo XIX a consecuencia de los conocidos decretos rivadavianos y la ley de enfiteusis. Tapalqué es un vocablo mapuche que significa "Aguas con totoras" o "Totoral".

Repetimos, por aquella Ley de Enfiteusis, aprobada por la Junta de Representantes en 1822, también se entregarían gran cantidad de tierras en Chascomús y como consecuencia se formaría allí un importante grupo de hacendados, que le darían un dolor de cabeza al mismísimo Rosas en la apoteosis de su poder.

Los inmigrantes (ingleses) soñados por Rivadavia jamás llegaron a ocupar esas tierras, supuestamente reservadas por la ley de enfiteusis. El proyecto de inmigración fue saboteado sistemáticamente, máxime si tenemos en cuenta que la comisión que formaba parte de la rivadaviana River Plate Agricultural Association, estaba presidida por el primo de los Anchorena, Juan Pedro Aguirre.

Es decir, que una parte importante del proyecto rivadaviano, como era la colonización agrícola por medio de colonos europeos, tampoco pudo prosperar. En contraste con la ganadería, la agricultura progresó poco o nada en las primeras décadas posteriores a 1810. La falta de caminos y los costos prohibitivos del transporte la reducían a las tierras más cercanas de la ciudad, donde la misma alcanzaba precios muy altos: $ 75.000.- la legua cuadrada, la que tenía posibilidades de ser utilizada rápidamente en actividades agrícolas y sólo $ 3.000.- las dedicadas al pastoreo.


Esta situación mantenía al agricultor en condiciones muy precarias. El mercado libre lo enfrentaba con la competencia de las harinas chilenas o norteamericanas, con lo que los agricultores bonaerenses tenían que vender algunas veces a un precio que apenas cubría los gastos de producción. Intentando mantener el costo al nivel más bajo posible, el productor vacilaba en adquirir herramientas más eficaces o mejorar los métodos de cultivo. Como el incentivo de la ganancia se volvía muy inseguro, la agricultura se estancó y apenas pudo subsistir en el inestable ambiente económico.

Después de la revolución de Mayo, la injusticia en los primitivos repartimientos y la falta de voluntad política por la clase hegemónica –ahora de los criollos- hizo exacerbar los ímpetus de los aborígenes, para no quedar en la marginalidad total. Los gobiernos entonces se ocuparon del “adelantamiento” de la línea de fronteras, las que durante casi un siglo habían permanecido en el río Salado. Una de las primeras guardias establecidas había sido la de Luján, es decir la actual Mercedes en 1752, ubicada a orillas del río del mismo nombre; y, luego, el fortín de Areco a partir de 1771 fueron los que defendieron a los huincas usurpadores que se habían establecido sobre el río Luján y su afluente el arroyo de los Leones, de los verdaderos dueños de la tierra. Al amparo de los fortines mencionados y después de consagrada la ley de enfiteusis dictada en 1826 por Rivadavia, llegan los más primitivos pobladores de lo que sería la futura Suipacha, que atentos a lo que dicen las antiguas mensuras fueron: Samuel Bishop, José Viñas, Mariano Cruz, Blas Pico, José Ferreyra, Norberto Martínez, Pedro Veloz, Santiago Rojas, Antonio Suárez, Juan Bautista Rodríguez, Pascual Suárez, Segundo Costa, Pablo Martínez, Toribio Freire, Benito Baldivares, Baltasar Witt, Saturnino Unzué y Pedro Mones Ruiz.