José María Blanco White

José María Blanco Crespo, más conocido como Blanco-White, nació en Sevilla, en 1775, año éste del comienzo de la Guerra Revolucionaria de las colonias británicas de Norteamérica. Su padre, William White, era un católico irlandés que había huido a España, en 1745, para escapar a la persecución religiosa que sufrían los católicos irlandeses a manos de los protestantes ingleses. Mr. White hispanizó su nombre y pasó a llamarse Guillermo Blanco y se estableció en Sevilla. Pero el sino de persecución por razones religiosas no abandonó a la familia de D. Guillermo Blanco, y su hijo José María las viviría en carne propia, aunque con una pequeña peculiaridad. A diferencia de su padre, Blanco-White debió abandonar España para escapar de la intolerancia religiosa católica y paradójicamente, donde halló refugio fue en Inglaterra. 

De espíritu ilustrado y liberal, tuvo una vida muy agitada. Orientado inicialmente hacia el sacerdocio, su estancia en Madrid, desde poco antes de 1808, cambiará su vida. Hombre muy culto, que dominaba varios idiomas, pronto se encontró con que se le abrían los salones y las redacciones de los periódicos, comenzando a publicar una ingente obra periodística, de la que no ha conservado gran cosa.

Amigo de Lista y de Quintana, fue también asesor de Argüelles y del anciano Jovellanos. Junto a ellos, participó muy activamente en la política de la época de la Guerra de la Independencia , entre 1808 y 1810,. En ese tiempo se distinguió por su intransigente defensa de la libertad religiosa y la laicidad del Estado, además de formular la más acabada crítica de la obra de las Cortes Constituyentes de Cádiz desde posiciones netamente democráticas. Sus posiciones políticas le granjearon muchos enemigos en entornos eclesiásticos y entre los sectores más reaccionarios del país, que acabarían llevándole al exilio (1810) en Inglaterra, donde murió en 1841. Su exilio se debió a su procesamiento y posterior condena como reo de lesa patria, acordada por las Cortes Constituyentes y por la Regencia.

Blanco White, en sus “Cartas de Juan Sintierra” (1811), analizó los orígenes del liberalismo español y el proceso constituyente de Cádiz. Pero su análisis trascendió la crítica a la limitada labor reformadora desarrollada por las Cortes de Cádiz, estableciendo una perspectiva muy acertada sobre la futura evolución política del país. A su juicio, el futuro de la nación estaba ensombrecido por en el conflicto civil latente, entre 1808 y 1812, entre clericales e Ilustrados, en lo que ya se anticipaba como los posteriores bandos carlista y liberal. Blanco White fue víctima, precisamente, de los clericales que pusieron como condición su condena para proseguir la obra constituyente. Blanco White vaticinó, en su análisis, la secuencia de libertad limitada y tiranía que padecerá la España del XlX y buena parte del XX.

Blanco parece ser uno de los pocos que avizora los conflictos que vendrán después, y para lo que trató de sugerir alternativas, factibles en la época en que él las propuso. «Mi oficio es criticar -dirá desde su exilio en Londres-; pero mi intento no es debilitar vuestro amor a la Constitución que habéis adoptado. Amadla, obedecedla; mas para que dure, haced que en algunos puntos se mejore, en adelante».

Este compromiso de Blanco White con la Constitución de 1812, a pesar de los fallos que denunció durante el proceso de su elaboración y las deficiencias de su articulado, se debe a su concepción de la política. Una concepción que sorprende por su temple radicalmente liberal, además de por su modernidad y, en cierto modo, su vigencia. Cuando todavía en la España de hoy muchos continúan reclamando el reconocimiento de derechos históricos, tratando de erosionar así el actual ordenamiento constitucional mediante la apelación a unos usos ancestrales, interpretados de modo interesado y anacrónico, Blanco insistía hace casi dos siglos en que las Constituyentes de Cádiz debían lograr un pacto fundacional entre todos los españoles, porque las viejas Cortes «nunca fueron un verdadero congreso nacional, nunca tuvieron el legítimo carácter de representación del pueblo».

La radical defensa de la política frente a la historia, es decir, de la voluntad actual frente a los determinismos que se apoyan en el pasado, le llevó oponerse a la división de los diputados en brazos o estamentos: «Si no estamos para atender a privilegios ¿cómo podrá ejecutarse una separación que sólo en ellos se funda? Si es cierto que las leyes de las Cortes antiguas no son claras ni equitativas, ¿cómo nos hemos de sujetar a ellas sobre puntos tan importantes? Si solamente la nación tiene la facultad de mudarlas, ¿qué otras reglas que las generales dictadas por la razón humana se han de sustituir entre tanto que ella misma forme leyes a su discreción, y las sancione?».

Blanco White concedía mucha importancia al hecho de que nadie quedara excluido de las Cortes, por su convicción de que la única manera de conseguir lealtad al texto constitucional era permitiendo que todos los sectores sociales puedan hacer valer sus intereses en un acuerdo general. «Si confiamos en las Cortes -escribe a este respecto en un Dictamen que el solicitó Jovellanos, justo al inicio del proceso constituyente- es porque pueden excitar el espíritu público, porque pueden inspirar confianza, porque pueden renovar el fuego de la revolución primitiva, porque pueden hacer sentir a los españoles que tienen patria». No deja de ser ilustrativo que quien desgranaba unos razonamientos tan lúcidos, tan cargados de buen juicio político y voluntad integradora, acabara siendo Juan Sintierra poco tiempo después.

También se mostró partidario de la separación de la Iglesia y Estado, en un tiempo en que la mayoría de los liberales e Ilustrados (Jovellanos o Argüelles) se sentían inclinados a mantener la confesionalidad del Estado. Por eso, el tratamiento de la cuestión religiosa se convirtió en uno de los puntos cruciales de su enfrentamiento con los constituyentes de Cádiz. Blanco denunció la «mezcla de osadía y timidez» que guió la conducta de las Cortes, y que provocó que se tratase a los clérigos con burlas hirientes y, al mismo tiempo, que se bajaba «humildemente la cabeza ante cualquier teólogo que delira, o ante cualquier inquisidor que amenaza».

En un texto titulado "Reforma de los Regulares de España", Blanco señalaba que «si a mí se me preguntase en abstracto si debían existir frailes, no dudaría un momento en decir que no. Pero cuando contemplo a una nación como España en donde han existido por siglos, sostenidos y apadrinados por las leyes, respetados de los pueblos, y consagrados por la religión, y veo que de repente son acometidos, e insultados indistintamente, la equidad y la compasión me mueven a ponerme, en cierto modo, de su parte, y a apelar a la buena razón de los españoles».

Sobre el texto constitucional finalmente aprobado en Cádiz, Blanco White discrepó del artículo 12, que estableció que «la religión de la nación española es y será perpetuamente la católica, apostólica, romana, única y verdadera. La nación la protege por leyes sabias y justas y prohíbe el ejercicio de cualquier otra». El consideraba que esta extemporánea declaración -por lo demás contradictoria con el clima de «sátiras y burlas» contra los frailes en el que se desarrolló el trabajo de las Cortes- era un «sello de intolerancia».

La ley entraba a declarar una cosa que no le competía, como la verdad o falsedad de una Religión. El fracaso en el tratamiento de la cuestión religiosa tendría una trascendencia decisiva para el futuro del país, porque «en España se hallan en el día cuajados los embriones de los dos partidos que la han de dividir, cuando cese el temor de los franceses. Aunque el objeto de ambos, en último resultado, será el poder, el pretexto será la religión; o yo no conozco España». Todavía en 1936, los militares rebeldes consideraron su acción como una cruzada, en tanto algunos que decían apoyar a la República consideraban que la libertad equivalía a quemar iglesias y conventos, como lamentaba Azaña.

En la cuestión americana, por mera coherencia, Blanco-White entendía que siendo la legitimidad de las juntas formadas por los criollos la misma que la de la Junta Central peninsular, el único camino posible para todas ellas era el del entendimiento, no el del sometimiento. También apoyó la protesta de los americanos por el asunto de los 24 diputados. Desde las páginas de “El Español”, diario londinense publicado bajo su dirección desde 1811, y dedicado a los asuntos de España y la América Hispánica , sostendrá el derecho a la independencia de los rebeldes americanos en 1814, cuando el Rey deroga la constitución.

Su vida en el exilio inglés tuvo momentos dulces y momentos amargos. En el idioma inglés alcanzó fama de fino estilista en la poesía, siendo muy famosa su composición Misterious Night (noche misteriosa). Nunca volvió a España, aunque nunca interrumpió la relación con sus familiares, que siguieron viviendo en España, especialmente con su hermano, que había continuado en Sevilla el negocio familiar.

Descanse en nuestro recuerdo con la paz que no fue capaz de encontrar en su vida y entre sus contemporáneos, José María Blanco-White

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