Defensa y perdida de nuestra soberanía económica. Capitulo I

Por José María Rosa

LA COLONIA (1)

"El que sabe ser buen hijo
a los suyos se parece
y aquel que a su lado crece
y a los suyos no hace honor
como castigo merece
de la desdicha el rigor

EL INDUSTRIALISMO COLONIAL 

Las primeras industrias de América latina tuvieron su origen en el siglo XVII. Las industria elaborativas se entiende, pues las extractivas - como la minería - se explotaron inmediatamente después del descubrimiento. 

América alcanzó un alto grado de progreso industrial: por lo menos desde el siglo XVII, hasta que el imperio español tembló en sus cimientos al terminar el XVIII. 

En esos años la América española había llegado a lo que es hoy el desiderátum de las naciones: a bastarse a sí misma, a la autarquía (2) ¿La causa? El monopolio español; el tan mentado, tan desprestigiado monopolio español. Pues éste, si en mínima parte significó la dependencia comercial hacia España, produjo, en cambio, sobre todo industrialmente, la autonomía de América. 

Claro es que la creación del monopolio español no tuvo como mira -a lo menos como mira eficiente - la formación de una industria americana autóctona. El monopolio fue creado por causas militares principalmente. En 1588 el poderío marítimo español se derrumbó con el desastre de la Invencible, quedando España en la paradójica situación de ser la potencia colonial mayor del mundo, mas careciendo de una escuadra con la cual defender sus colonias. Por eso estableció el régimen de galeones, que convenientemente custodiados partían de un puerto único americano -generalmente Santo Domingo- e iban hacia otro puerto único español -casi siempre Cádiz-. La carencia de suficientes navíos de guerra como para custodiar el tráfico comercial libre entre la metrópoli y sus colonias, en esos mares infestados de bucaneros ingleses y holandeses, obligaba a la navegación en convoy como único medio de mantener una comunicación entre las distintas partes del imperio español.

 Ya de por sí la reducción del comercio hispanoamericano a una flota anual de galeones - y años hubo que no partió ninguno - transportando hasta Puerto Bello los productos destinados a Nueva Granada, Venezuela, Perú, Chile y Río de la Plata, aminoró extraordinariamente la dependencia hacia España de la economía americana. América tuvo entonces que producir lo que España no podía enviarle. Pero a la dificultad en el transporte se unió otra causa: las ideas de los economistas españoles del siglo XVII- Pues España atravesaba desde mediados del XVI una fuerte crisis, traducida en el alto valor que alcanzaron todas las mercaderías: los medios de subsistencia eleváronse en grado sumo. La causa -hoy podemos saberlo- fue la importación de oro americano, que produjo como lógica consecuencia el desequilibrio en el valor adquisitivo del dinero: el oro bajó de valor con respecto a las demás mercaderías, y claro está, las mercaderías subieron con respecto al oro; con la grave consecuencia social de que el oro se hallaba en pocas manos, mientras que la demanda de mercaderías era general. 

Pero entonces se creyó firmemente que esta suba se debía a la salida de productos españoles para América. De allí que se tratara de evitar su envío al Nuevo Mundo, limitándose la exportación española a lo estrictamente indispensable- En realidad el comercio hispanoamericano en los tiempos de los galeones quedó reducido al transporte del oro y la plata de América a España, y al regreso de esos barcos llevando el mismo peso en los pocos, poquísimos, efectos ibéricos que no podían producirse aquí. América tuvo que bastarse a sí misma. Y ello le significó un enorme bien: se pobló de industrias para abastecer en su casi totalidad el mercado interno. Malaspina, escritor del siglo XVII, nos dice que "el movimiento fabril de México y el Perú eran notables". Habla de 150 "obrajes" en el Perú, que a 20 telares cada uno, daban un total de 3.000 telares. Y Cochabamba, según Haenke(3), consumía de 30 a 40 mil arrobas de algodón en sus manufacturas. 

TÉCNICA DE LA PRODUCCIÓN COLONIAL 

Los "obrajes" -talleres de hilados y tejidos- se encontraban organizados en su mayoría de acuerdo al tipo de trabajo artesanal: con sus maestros, oficiales y aprendices, y requiriéndose haber pasado los dos grados inferiores y rendido el examen de "obra maestra", para lograr con el título de maestro la licencia de regentear un obraje. 

No fue el taller artesanal el único tipo de producción colonial: algunos encomenderos de indios emplearon la mano de obra de éstos, excusándose en la carencia de oficiales libres de nacionalidad española. Pero las "encomiendas industriales" constituyeron excepciones, toleradas solamente mientras se consolidaron los "obrajes" artesanales. El virrey del Perú, don Francisco de Toledo, reglamentó minuciosamente en 1601 el trabajo de los indígenas en las industrias manufactureras evitando cualquier abuso de los encomenderos (4). Y finalmente fue suprimido por varios decretos y ordenanzas reales (5) 

En cambio en las reducciones y misiones, los obrajes con mano de obra indígena fueron habituales, por cuanto constituían uno de los fundamentos mismos de la creación de tales establecimientos, que era la educación indígena tanto en las labores agrícolas como en las manuales. Aquí el producto de la industria indígena recaía exclusivamente en beneficio de las mismas reducciones y misiones. (6) Los esclavos no eran empleados habitualmente en faenas industriales, no obstante la opinión en contrario de Juan Agustín García (7). En primer lugar la esclavitud no fue normalmente permitida en la América hispana hasta la guerra de Sucesión, cuando Inglaterra impuso en el tratado de Utrecht de 1713 el derecho a establecer sus "asientos de negros" en puertos del Atlántico. Los pocos esclavos que hubo antes de esa fecha - tolerados por los funcionarios españoles; que no permitidos por las Leyes de Indias (8) - se filtraron de las colonias inglesas del norte, y las portuguesas del sur.

 Estos pocos esclavos no nos permiten suponer que la esclavitud fue regularmente admitida antes de 1702, y así encontramos que el modesto "asiento de negros" portugués, que las autoridades bonaerenses toleraron en el siglo XVI, fue clausurado estrepitosamente por la superioridad española. 

Los negros esclavos no eran tampoco mayormente aptos para labores industriales. Fueron empleados de preferencia en la agricultura; y en nuestro Río de la Plata - donde no existía mayor agricultura - destinados casi exclusivamente a tareas domésticas. Algunos realizaban pequeñas confecciones caseras, y otros fueron empleados en talleres, rescatando con sus jornales el precio de su libertad Pero la protesta de los trabajadores libres, así como la resolución que el Cabildo de Buenos Aires tomó sobre ellos (9) a nos demuestra que el caso no era muy común ni constituía la tan manida "explotación de los esclavos", lugar repetido por algunos escritores antiespañoles. 

La práctica de los gremios -no las Leyes de Indias- había exigido a los maestros zapateros y plateros, presentaran "informaciones sobre limpieza de sangre" (10).  

En el siglo XVIII estas informaciones fueron suprimidas, admitiéndose a cualquier trabajador americano, a condición de haber aprobado su examen correspondiente, para que pudiese optar al grado de maestro y abrir su taller. De esta manera los negros o indios libres pudieron dedicarse también a la industria si poseían aptitudes para ello. 

Además de los talleres manufactureros, hallamos al iniciarse el siglo XIX las fábricas de derivados de la ganadería: saladeros, curtiembres, jabonerías, la "fábrica de pastillas de carne" del conde Liniers en Buenos Aires, etc. La fábrica tenía características propias del pequeño capitalismo: en lugar del maestro que trabajaba junto a los oficiales y aprendices, encontramos al patrón capitalista vigilando la labor de sus obreros por medio del capataz técnico. Esta técnica, tanto en los primitivos obrajes como en las posteriores fábricas, fue la habitual en sus respectivos tipos de producción. La maestría del artesano tuvo que suplir la falta de herramientas adecuadas, pero los productos podían en buena ley competir con sus similares europeos, y en algunas industrias -platería, tejidosllegaron a superar, por el arte de su confección, a las propias mercaderías extracontinentales. 

LA AMERICA "PROTECCIONISTA" Y LA AMERICA "LIBRECAMBISTA" 

No toda la América española fue encerrada en la barrera del monopolio, surgiendo por esa causa a la vida industrial. Hubo parte de ella, justamente nuestro Río de la Plata, que quedó virtualmente fuera de esta política.

No tenía España barcos suficientes para vigilar las costas del Atlántico sur, ni podían los modestos gobernadores de Buenos Aires correr con sus botes a los poderosos navíos extranjeros que anclados en las Conchas, la Ensenada o en el mismo puerto, ejercían impunemente el contrabando. Y este contrabando, imposible de perseguir, acabó siendo tolerado: el viajero francés Azcárate de Biscay (11) vio en 1658 en el puerto de Buenos Aires a 22 buques holandeses cargando cueros. Desde 1680 la Colonia constituyó un verdadero nido de contrabandistas. Y muchos gobernadores, obligados por las circunstancias a esconder la ley y cerrar los ojos, clamaban por la permisión lisa y llana de lo que era imposible combatir: Bruno Mauricio de Zavala, el fundador de Montevideo, entre otros. 

Tan tolerado fue el contrabando, tanto se lo consideró un hecho real, que la Aduana no fue creada en Buenos Aires sino en Córdoba -la llamada Aduana seca de 1622- para impedir que los productos introducidos por ingleses y holandeses en Buenos Aires compitieran con los industrializados en el norte. Y que el oro y los metales preciosos no emigraran hacia el extranjero por la boca falsa del Río de la Plata. 

Hubo así dos zonas aduaneras en la América hispana: la monopolizada y la franca. Aquélla con prohibición de comerciar, y ésta con libertad -no por virtual menos real- de cambiar sus productos con los extranjeros. 

Y aquella zona -la monopolizada- fue rica; no diré riquísima, pero sí que llegó a gozar de un alto bienestar. En cambio la región del Río de la Plata vivió casi en la indigencia. 

Aquí, donde hubo libertad comercial, hubo pobreza; allí, donde se la restringió, prosperidad. Y eso que Buenos Aires tenía una fortuna natural en sus ganados cimarrones que llenaban la pampa. 

Los contrabandistas se llevaban los cueros de estos cimarrones -necesario como materia prima en los talleres europeos- dejando en cambio sus alcoholes y sus abalorios (fue entonces cuando los holandeses introdujeron la ginebra). Era este un trueque muy parecido al que realizaron hasta ayer los comerciantes blancos con los reyezuelos de África. 

El dinero -a no ser el oro y la plata filtrados por Córdoba- entraba muy poco en estas transacciones. Los cueros se cotizaban en reales, pero se pagaban en especie: de más está decir que los reales pagados por cada cuero eran harto insuficientes, mientras que los abonados por cada litro de ginebra o cada metro de paño inglés, sumamente considerables. Azcárate de Biscay (12) dice en 1658, que cada cuero valía de 7 a 8 reales (un peso de a ocho en la moneda de entonces). Pero es posible una exageración (13), ya que en el siglo XVIII cuando el ganado cimarrón se había terminado, el precio de cada cuero de vaca doméstica pocas veces pasaba de 9 reales. (14) 

Buenos Aires, entregando los cueros de su riqueza pecuaria por productos extranjeros, no podía tener -y no tuvo- industrias dignas de consideración. Era tan poco rica, que el Cabildo empeñaba sus mazas de plata para mandar un enviado a España (15). Antonio de León Pinelo, escribiendo en 1629, se quejaba de la enorme miseria de la zona bonaerense: Buenos Aires era para él, la ciudad "tan remota como pobre" (16). Indudablemente el virtual librecambio no reportaba provecho alguno. 

Todo lo contrario. No solamente no hubo industrias a causa de la fácil introducción de los productos europeos, sino que los contrabandistas acabaron por extinguir el ganado cimarrón, la gran riqueza pampeana. Los permisos de vaquerías otorgados en un principio libérrimamente por el Cabildo a todo vecino accionero que trocaba, cueros por mercaderías contrabandeadas, acabaron por ser mezquinados. En 1661 (acta del Cabildo del 14 de enero) se informa que la hacienda se ha retirado a 50 leguas de la ciudad: en 1639, el mismo Cabildo ordena que se suspendan los "permisos de vaquear" durante 6 años, debido a la escasez de ganado. En 1700; se cierran nuevamente las vaquerías, esta vez por 4 años; en 1709 nuevo cierre durante un año; en 1715, otra cerrazón, también de 4 años (17) 

El contrabando había terminado con la única riqueza bonaerense. La formidable mina de cuero de la pampa hallábase agotada, pues desde esa última fecha -1715- ya no se otorgaron más permisos para vaquear; no es que se hayan cerrado las vaquerías, es que nadie tuvo empeño en internarse hasta las Salinas tras un rodeo cada vez más ilusorio. 

En 1723 el Cabildo informa que hace ocho años -justamente desde 1715 que nadie vaqueaY en 1725, cuando se instala en Buenos Aires el "Asiento inglés de negros" a raíz del tratado de Utrecht, con la facultad de cambiar negros exportados de Angola por los cueros famosos de la pampa, encontráronse los negreros sin la riqueza que esperaban: los contrabandistas ya se la habían llevado. Cuenta Coni que un veedor mandado en busca de los famosos cimarrones, llegó hasta Tandil sin hallar ni un ternero. 

RIQUEZA INDUSTRIAL DEL VIRREINATO 

El tratado de Utrecht de 1713, que puso fin a la guerra de sucesión de España, significó prácticamente la repartija de ésta entre Francia, Inglaterra y Austria. Si Francia conseguía colocar un príncipe francés en el trono de Felipe II, Austria se quedaba con Italia y el Flandes Español, e Inglaterra con Gibraltar, Menorca y muy buenos privilegios comerciales: entre estos, la facultad de importar negros a la América española, mercándolos por productos autóctonos. Fue a raíz de ellos que se establecieron los "asientos de negros" en los puertos hispanoamericanos del Atlántico, por donde, juntamente con el comercio lícito de africanos, se deslizó el ilícito de efectos ingleses. 

Pero la industria anglosajona a principios y mediados del siglo XVIII, carecía de las condiciones necesarias para apoderarse del mercado americano. Si bien la fabricación vernácula era aún primitiva, y su técnica no pasaba de ser rudimentaria, el coste de la producción y aun la misma calidad de la elaboración, admitían todavía una competencia favorable con las manufacturas europeas. Levene, en su Historia económica del Río de la Plata, describe la riqueza de nuestra tierra al finalizar el siglo XVIII. La industria vitivinícola es próspera en San Juan, Mendoza, La Rioja y Catamarca; un barril de vino de la primera de estas ciudades se vende en Buenos Aires a $ 36 (del cual de 14 a 16 pesos son de flete); en 1802 se introdujeron en Santa Fe casi 10.000 barriles de aguardiente cuyano con destino a Corrientes, Entre Ríos y la Banda Oriental. 

En tejidos: Cochabamba era el centro fabril de todo el Alto Perú; los algodonales de Tucumán facilitaban la materia prima, que era elaborada en la ciudad del altiplano, proveyendo a los mineros de Potosí y a casi toda la población del norte. Centros importantes de esta industria fueron también Corrientes, donde el informe de su representante en el consulado nos dice que en 1801 "hubo individuo que acopió y remitió a Buenos Aires más de 1.500 ponchos y frazadas, su precio de 4 a 5 reales"; Catamarca, donde "no hay casa ni rancho en todo su distrito que no tenga uno o dos telares con su torno para hilar, y otro para desmotar el algodón. Se borda tan fino que... hasta los clérigos se visten con estos bayetones negros"; Tucumán, que elabora tejidos con sus propios algodones, y también Córdoba, Salta y Santiago del Estero encontraron su principal riqueza en la industria de los telares domésticos (18). 

Paraguay y Corrientes eran famosos por sus astilleros, donde se construían hasta navíos de ultramar; lo que hoy es apenas una remota esperanza, era una realidad en 1800 (19). "Con ligazón de algarrobo, entablado de lapacho y cubiertas de timbó colorado" se construyeron el año 1811 en Asunción 8 bergantines, 5 fragatas, 4 sumacas, sin contar balandras y otras embarcaciones menores. Y ellas quedaban totalmente terminadas con sus jarcias, velamen y ferretería, producido todo por la riquísima tierra americana. 

Las grandes carretas de Mendoza y aquellas un poco menores de Tucumán proveían los medios de transporte más usuales para el tráfico interno. También las mulas, criadas en Santa Fe y Entre Ríos, eran empleadas principalmente para la conducción de los barriles de vino o aguardiente cuyano. Corrientes fue famosa por sus talleres de arreos y talabarterías. Buenos Aires por sus platerías (20) y después del tratado de Utrecht, abolido el monopolio y en su consecuencia reducido el contrabando, destacóse por sus artesanos del cuero, especialmente zapateros, lomilleros y talabarteros. 

En agricultura: Tucumán producía en abundancia algodones y arroz; La Rioja, Catamarca y Salta aceites de oliva de tan buena calidad y tan importante cantidad, que amenazaban la clásica riqueza española de olivares. Cereales y productos de huerta, se daban en las "quintas" de todas las ciudades, especialmente Buenos Aires. Esta última conservaba su preeminencia ganadera, pese a la extinción de los cimarrones, y el virrey Loreto iniciaba en 1794 la después floreciente industria de la salazón de carnes. 

En todo lo necesario, la colonia se abastecía a si misma, no obstante las trabas que se opusieron a su desenvolvimiento industrial, y que veremos en los puntos siguientes. Claro está que entre nosotros no tuvo la industria incipiente las características que alcanzó en México o en el Perú; claro es que los modestos talleres coloniales se manejaron con una técnica primitiva en donde la habilidad del artífice tenía que suplir los defectos de las herramientas y utensilios. Es dable suponer que una correcta política económica hubiera desarrollado convenientemente estas industrias, y así como ellas proveyeron a las modestas necesidades del XVIII, lo hubieran podido hacer con las más complejas del XX. Las industrias criollas habrían crecido paralelamente con el crecimiento de la Argentina, si la mayoría de los gobernantes no hubieran hecho precisamente lo contrario de lo que debieron hacer. Y esa industria Argentina, en manos de argentinos, y dando trabajo a obreros -entonces eran "artesanos"- argentinos, no solamente no tuvo protección alguna fiscal, sino que fue perseguida como expresión de un pasado colonial indeseable, y muestra de una política económica reñida con el liberalismo del siglo XIX. 

LA LIBERTAD DE COMERCIO Y EL IMPERIALISMO INGLES 

Desde Utrecht en adelante, España comenzó poco a poco la entrega económica de América. Los "asientos de negros" primero; la abolición de los galeones después; el libre comercio con puertos españoles de 1778 (que significó en realidad la libre introducción de productos franceses, bastando que éstos fueran consignados por comerciantes españoles para lograr entrada franca en América); el comercio con neutrales de 1797; y finalmente la apertura del puerto de Buenos Aires al comercio inglés en 1809, fueron las etapas de esta caída. 

Hay que tener presente, para comprender en toda su trascendencia lo que significó este último acto, las condiciones técnicas y económicas de la industria inglesa en ese año 1809. 

Hasta mediados del siglo XVIII, los productos americanos podían competir con los fabricados en Inglaterra, ya que entre ambos no existía mayor diferencia de coste ni de calidad. Pero en la segunda mitad del XVIII se produce en Inglaterra una formidable transformación en su técnica de elaborar: lo que en la historia europea se llama "revolución industrial". Adviene la máquina, que Jorge Watt y Arkwright emplean en los hilados y tejidos; y la zona carbonífera de Inglaterra se puebla de nuevas ciudades industriales: La gran fábrica reemplaza al modesto taller, y el gran capitalismo substituye, en el manejo de las industrias y del comercio, al pequeño capitalismo y a las viejas corporaciones. Comienza, a partir de la segunda mitad del XVIII, la era de la hegemonía industrial, y como consecuencia mercantil y política británica. 

La máquina, permitiendo producir más y a menor precio, ha causado todo eso. Inglaterra, de país preponderantemente agropecuario que era en el siglo XVII, llegó a ser la máxima potencia industrial en el XIX. La máquina produce tanto que supera al consumo; el problema de la superproducción (y sus consecuencias: cierre de fábricas, paros forzosos, quiebras, etc.), se presenta por primera vez en la historia, a lo menos con tan graves caracteres. 

Se hace necesario, imprescindible, encontrar mercados de consumo; y toda la política inglesa girará alrededor de esta cuestión, para ella absolutamente vital. Pero en vez de encontrar nuevos mercados, una fatalidad histórica hacía que Inglaterra fuera perdiendo los antiguos. En 1783, se encuentra obligada a reconocer la independencia de los Estados Unidos, nación que inicia su vida independiente, encerrándose dentro de una tarifa aduanera protectora de sus industrias incipientes. Y con Napoleón, en 1805, por obra del "bloqueo continental", se le cierran, a su vez, los puertos de Europa. 

Así para Inglaterra, se hizo a partir de 1805 cuestión primordial la conquista política o económica de la América latina. Era entonces el único lugar del mundo donde podía colocarse la producción inglesa. En 1806 y 1807 fracasó en sus intentos de conquista política, pero quedó la posibilidad de la conquista económica. 

Esta se hizo factible en 1808, debido al cambio radical de la situación española; desde el 2 de mayo, España se encontraba en guerra contra Napoleón, y por lo tanto, de enemiga que era de los ingleses, se transformó en su aliada. En 1808 obtiene, como premio a su ayuda a Portugal, la libertad de comercio en Brasil. Inglaterra no ha de arriesgar gratuitamente las tropas de Wellington y la escuadra británica, para defender la Andalucía insurreccionada contra Napoleón. Exige y obtiene Canning que se otorguen amplias facilidades al comercio inglés para volcarse en América latina. En una palabra, exige y obtiene la dependencia económica de América latina a cambio de cooperar en la independencia política de la metrópoli. El 14 de enero de 1809, se firmó el tratado anglo-español (Apodaca-Canning) con la cláusula adicional de "otorgar facilidades al comercio inglés en América". Año y medio antes -el 14 de octubre de 1807- idéntica cláusula había sido colocada en el tratado anglo-portugués. Estas facilidades no eran otras que la franquicia de libre introducción de mercaderías inglesas, disfrazada desde luego como libertad de comercio. 

APERTURA DEL PUERTO DE BUENOS AIRES 

Baltasar Hidalgo de Cisneros fue nombrado (11 de febrero de 1809) Virrey por la Junta de Sevilla con posterioridad al tratado que "otorgaba facilidades al comercio inglés". Días después de su llegada a Buenos Aires (30 de julio de 1809 se llena este puerto de buques ingleses, provenientes de Río de Janeiro, que enviaba el embajador inglés en el Brasil - el poderoso Lord Strangford - "pues esa plaza estaba tan abastecida de toda clase de géneros, que algunos bastimentos no habían podido evacuar la menor parte de ellos; y se tuvo por positivo de que se habían abierto y franqueado, o iba a verificarse pronto al comercio inglés los puertos españoles" (21). Una razón comercial inglesa, Dillon y Thwaites, consignataria de uno de estos navíos, pide al Virrey que le permita "por esta vez" comerciar sus productos. He aquí el origen del expediente que dio lugar a la apertura del puerto de Buenos Aires. 

El Virrey, marino de profesión, procede como debe hacerlo un capitán de barco en situaciones extraordinarias: llama a consejo de oficiales. Debe descartarse que él conocía los términos del tratado anglo-español, pero dicho tratado sólo establecía la promesa de una "facilidad", que aún no se había traducido en su correspondiente ley. Por eso ordena que se forme expediente: oye al Cabildo, al Consulado, al representante de los comerciantes de Cádiz, y al de los hacendados -la famosa "Representación" de Moreno- concluyendo por otorgar el permiso. Como Virrey carecía de autoridad para no hacer cumplir la ley que prohibía la libre introducción de mercaderías extranjeras: pero no obró como Virrey, sino como marino ante una situación extraordinaria. De esta manera, hallándose documentada la opinión favorable de la mayoría -y desde luego que se habían movido los resortes del Fuerte para lograr esa mayoría-, quedaba cubierto con la responsabilidad de otros, su propósito de hacer cumplir el aún ignorado oficialmente acuerdo con Inglaterra. 

En dicho expediente se encuentran tres escritos importantísimos. Son los de Yáñiz, síndico de Consulado, y Agüero, apoderado de los comerciantes gaditanos: ambos favorables al antiguo sistema protector; y el de Mariano Moreno -firmado por un señor José de la Rosa- abogando por el librecambio. El profesor Molinari, en su obra citada, cree que este último no tuvo mayor trascendencia, en cuanto al acto en sí de la apertura del puerto. Desde luego que desde la primera página del expediente puede conocerse el decidido interés del Virrey en hacer lugar al petitorio de Dillon y Thwaites; y también es cierto que ninguno de los considerandos de la resolución definitiva fue tomado de la "Representación de los hacendados"

El debate sobre la conveniencia de la protección o el librecambio, tal cual surge del expediente de 1809, nos deja muchas enseñanzas. Yáñiz y Agüero defendieron con razones de experiencia y de sana lógica a la economía vernácula. Moreno, en la posición contraria, expuso su doctrina con acopio de citas y de erudición. Es la polémica entre comerciantes prácticos que han tomado de la  experiencia sus enseñanzas, y un economista teórico, que busca en los libros el conocimiento de la vida. Con la diferencia, fundamental, que los defensores de la posición proteccionista argumentaban con perfecto conocimiento de las condiciones económicas producidas por el industrialismo maquinista; en cambio el liberal ignoraba este detalle, tal vez, por que sus libros de Quesnay y de Filangieri eran anteriores a la "revolución industrial". 

Yañiz comprende que la libertad de comercio significaría la ruina de la industria americana, pues la técnica manufacturera no ha de poder luchar contra la mecánica: "Sería temeridad – dice - equilibrar la industria americana con la inglesa; estos audaces maquinistas nos han traído ya ponchos que es un principal ramo de la industria cordobesa y santiagueña, estribos de palo dados vuelta a uso del país, sus lanas y algodones que a más de ser superiores a nuestros pañetes, zapallangos, bayetones y lienzos de Cochamba, los pueden dar más baratos, y por consiguiente arruinar enteramente nuestras fábricas y reducir a la indigencia a una multitud innumerable de hombres y mujeres que se mantienen con sus hilados y tejidos". Y, agrega refutando el sofisma de la mejor conveniencia de los productos extranjeros a causa de su menor precio; "Es un error creer que la baratura sea benéfica a la Patria; no lo es efectivamente cuando procede de la ruina del comercio (industria), y la razón clara: porque cuando no florece ésta, cesan las obras, y en falta de éstas se suspenden los jornales; y por lo mismo, ¿qué se adelantará con que no cueste más que dos lo que antes valía cuatro, si no se gana más que uno?"

Agüero, a su vez, encuentra que la admisión del librecambio ha de producir la desunión del virreinato: "las artes, la industria, y aun la agricultura misma en estos dominios llegarían al último grado de desprecio y abandono; muchas de nuestras provincias se arruinarían necesariamente, resultando acaso de aquí desunión y rivalidad entre ellas". Y con visión profética se pregunta: "¿Qué será de la Provincia de Cochabamba si se abarrotan estas ciudades de toda clase de efectos ingleses?", previendo como lógica consecuencia de la libertad de comercio la segregación del Alto Perú. Y "¿qué será de Córdoba, Santiago del Estero y Salta?", dice más adelante, temiendo las luchas civiles que pudieran encenderse - y efectivamente se encendieron - entre el interior y el litoral, teniendo entre otras causas, ese primordial motivo económico (22). 

Agüero examina a conciencia los efectos que produciría el imperialismo económico inglés ante la incipiente industria criolla, una vez que ésta fuera entregada atada de pies y manos al capitalismo invasor. "No dejarán de hacer contratos de picote, bayeta, pañete y frazadas, semejantes y acaso mejores que los que se trabajan en las provincias referidas, por la cuarta parte del precio que en ellas tienen". Es el dumping, recurso conocido de la guerra económica. "Con esto – continúa - lograrán para su comercio la grande ventaja de arruinar para siempre nuestras groseras fábricas, y dar de esta suerte más extensión al consumo de sus manufacturas, que nos darán después al precio que quieran, cuando no tengamos nosotros dónde vestirnos."  

Destruye también la falacia de que el libre comercio hará subir de valor la riqueza agropecuaria de Buenos Aires. Su experiencia le ha enseñado que no siempre los precios se rigen por la ley de la oferta y la demanda, y que son muchos los medios de que puede valerse una economía fuerte como lo era la inglesa, para obtener el precio que quisiera en un mercado débil como el Río de la Plata. "Al fin los ingleses nos han de poner la ley, aun en el precio de nuestros frutos. Así ha sucedido no ha muchos días con respecto al sebo, que habiendo subido con la saca que ellos mismos hacían de contrabando, se vinieron todos juntándose en la Posada de los Tres Reyes, e imponiéndose una multa considerable que debía pagar el que comprase a mayor precio del que ellos acordaron." Es el cartel de compradores, estableciendo el precio al cual han de comprar los productos. 

¿Y qué contestaba a esos argumentos, Mariano Moreno, en la Representación de los hacendados?, "Los que creen la abundancia de efectos extranjeros como un mal para el país ignoran seguramente los primeros principios de la economía de los Estados", contesta con la suficiencia de un hombre versado en la literatura del siglo XVIII. Es el Moreno de entonces: hombre de biblioteca, desconocedor de la realidad. Se encastilla en su ciencia, y a las razones prácticas de Yáñiz y de Agüero, contesta con una andanada de libros: Quesnay, la "fisiocracia", Fitangieri, Jovellanos, Adam Smith. A hombres, como Agüero y Yáñiz, que basaban sus argumentos en la realidad económica inglesa, en la revolución industrial británica, en la máquina, en el dumping, el cartel, ha de contestar tan sólo que todo eso "es risible", que Filangieri nada ha dicho de eso, que es "ignorar la ciencia", que el precio, como lo dice Adam Smith, se regula exclusivamente por la ley de la oferta y la demanda, que los fisiócratas han dicho que "cuando es rico el agricultor, lo es también el artista que lo, viste, el que fabrica sus casas, construye sus muebles, etc.". E imbuido de sus conocimientos librescos, llega a decir que la introducción de mercaderías inglesas, en lugar de significar un mal para los industriales criollos, ha de reportarles un gran bien, pues les permitiría imitar la producción británica. Es decir, cree que juntamente con la entrada de los tejidos ingleses, llegarían al país las condiciones técnicas que producían esos tejidos: la máquina, el carbón, el capital, en una palabra, todo el desenvolvimiento industrial sajón. "¡Artesanos de Buenos Aires!-llega a decir- si insisten (Agüero y Yáñiz) en decir que los ingleses traerán muebles hechos, decid que los deseáis para que os sirvan de regla, y adquirir por su imitación la perfección en el arte". Evidentemente hay demasiada puerilidad en esta falta de diferenciación entre el industrialismo inglés en la etapa de la máquina, y el americano que se desenvolvía todavía en el período del taller. Hay, en realidad, un desconocimiento evidente de todo aquello que no se encuentra en las teorías de los fisiócratas o de Adam Smith; una gran ignorancia de lo que es y cómo funciona la economía capitalista. 

Tanto, que llega a afirmar que "las telas de nuestras provincias no decaerán, porque el inglés nunca las proveerá tan baratas, ni tan sólidas como ellas".  

EL LIBRECAMBIO 

Así, en 1809, seis meses antes del grito de Mayo, el Río de la Plata pasaba a ser virtual colonia económica inglesa. ¿Qué es una colonia económica? 

Es un "mercado para la venta de mercaderías industriales, que provee a su vez materias primas y víveres", dice una conocida definición. Y a ese estado se encontró reducido el Río de la Plata en 1809, por la obra coordinada de la política inglesa, la guerra de la independencia española, y, si se quiere, de la biblioteca de Mariano Moreno. Atrás de todo ello, estaba la política "imperialista" de Canning y su agente en el Río de la Plata el solícito Mr. Alex Mackinnon, presidente de la Comisión de Comerciantes de Londres en Buenos Aires, y cliente del bufete profesional de Moreno. 

Derrotada Inglaterra en 1806 en su política de expansión política, triunfaba tres años después en su expansión económica. Pese a Quesnay, los talleres criollos tuvieron que cerrar, pues no podían resistir la competencia británica. Y como lo había profetizado Agüero, las provincias industriales - el Alto Perú y el Paraguay - recelaron en la Ordenanza un beneficio puro y exclusivo para los extranjeros y los porteños. Tampoco las dos intendencias del Tucumán vieron con agrado una medida que arruinaba sus obrajes de tejidos e hilados y perjudicaba la floreciente industria vinícola de Cuyo. 


NOTAS:

 (1) He preferido colonia y no período hispánico, porque entiendo que esa designación no puede extenderse a toda la dominación española. Es cierto que los reinos de Indias integraban a igualdad con los reinos de España el poderoso imperio hispano; que unas se manejaban por el Consejo de Indias y los otros por el de Castilla o Real; que en unos regía la legislación indiana y en los otros la peninsular. Pero esto ocurrió durante la dinastía de los Austria, hasta el tratado de Utrecht (1713) que puso fin a la guerra de sucesión y señaló el advenimiento de la dinastía Borbón. Hasta 1713, pues,"puede hablarse con propiedad de "período hispánico". Pero después de Utrecht la concepción francesa sustituyó a la española. Los reinos de Indias se transforman en colonias de América ("América" era la designación inglesa, francesa y portuguesa para el continente que los españoles habían llamado "Indias Occidentales"). La centralización borbónica anuló al Consejo de Indias -cuyas funciones esenciales pasaron al cortesano -Secretario del Despacho Universal-, e hizo letra muerta de la legislación indiana. El tratamiento que se dio a "América" fue semejante al que tenían las "colonias" francesas de Canadá y Luisiana. Fueron dependencias de la metrópoli, y no reinos autónomos. Hasta la voz "criollo" (corrupción del creole francés) con el  significado peyorativo que tenía en Francia, fue introducida en el lenguaje corriente. En Utrecht puede encontrarse, por lo tanto, la raíz del movimiento de independencia que se exteriorizó (a lo menos en 1810) como un choque entre el viejo autonomismo indiano contra el reciente centralismo borbónico. La polémica entre Castelli y el obispo Lué en el Cabildo abierto del 22 de mayo es sobradamente ilustrativa. (Nota de la 2º edición). 

(2) Autarquía no es sinónimo de independencia económica; aquélla significa producir lo necesario para satisfacer el consumo interno; ésta, el dominio de la producción y del consumo nacional, aun cuando la producción se exporte y el consumo se importe. La autarquía absoluta es imposible, a lo menos dentro de las actuales condiciones de la vida económica. Pero toda nación debe -si tiene posibilidades- aspirar a una autarquía relativa, esto es, a producir lo imprescindible. Podría, así, prescindir del mercado exterior por un determinado tiempo si las contingencias internacionales la movieran a ello. Independencia no es autarquía. Una nación puede vivir del comercio internacional importando alimentos, y materias primas, y exportando mercaderías elaboradas, y sin embargo, tener la más absoluta independencia económica. Que es el caso de Inglaterra. Para ello precisa poseer capitales, marina mercante, ferrocarriles, seguros, etc., que la hagan dueña virtual de su intercambio. Pero tampoco autarquía significa necesariamente independencia. Puede una nación producir lo imprescindible dentro de sus fronteras sin ser dueña de su economía. Como cuando el control de sus industrias, transportes internos, instituciones de crédito, etc., se encuentra en manos extranjeras. 

(3) Citadas ambas por R. LEVENE, Historia económica del Virreinato deL Río de la Plata. T. II, Pág. 130. 

(4) SOLORZANO, Política Indiana, Pág. 65. La reglamentación de Toledo "señala las tareas a que les han de obligar (a los indios encomendados, jornales y salarias que se les han de pagar, la distancia de leguas de donde podrían ser llevados, y todo lo conveniente para excusar que no fueran oprimidos ni agraviados en este servicio, ni se pudiese tener por duro e injusto". 

(5) Cédula del Consejo de Indias de l60l, y disposiciones posteriores de 1603, 1610 y 1615. .En una Carta de la Audiencia de Lima de 1821 se lee: "Que no se permita que los encomenderos tengan obrajes dentro de sus encomiendas, ni tan cerca de ellas que se pueda recatar, que se aprovecharan de los indios y de sus servicios personales para ellos," (SOLORZANO, ob. cit., pág. 66) 

(6) R. R. CAILLER BOIS, Un ejemplo de la industria textil colonial (en Boletín del Inst. Inv. Hist. de la fac Fil. y Let., XX, 67 y 68, Pág. 19). En este trabajo se describe la vida industrial en las reducciones de Moxos al finalizar el siglo XVIII. 

(7) J.A.GARCIA, La ciudad indiana, Pág. 128. 

(8) SOLORZANO, ob. cit., Pág. 49: "Demás de que también se ofrece la duda, de si tendría inconveniente que las provincias de Indias se introduzcan y permitan  tantos esclavos negros como para estos servicios sería menester, y veo que lo han prohibido muchas cédulas que se habla en el IV tomo de las Impresos de que hace mención ANTONIO DE HERRERA. Aunque por otros, según la han ido pidiendo los tiempos y ocasiones, por ir faltando los indios, se han dado órdenes y permisiones para lo contrario", (L. II, cap. XVI). 

(9) R. LEVENE, ob. cit., Pág. I43. El Cabildo resolvió permitir el trabajo de los negros esclavos en los talleres, atendiendo a "que hay muchas viudas y familias que se sustentan con el jornal de sus esclavos, a los cuales, por lo mismo, no es conveniente separarlos de las artes mecánicas". J. A. WILDE, Buenos Aires 70 años atrás, Págs. 108 y 109, explica el porqué de este trabajo industrial de los negros esclavos: "Infinidad de esclavos se libertaban por sus propios medios, y sus amos les proporcionaban los medios de hacerlo. Por ejemplo, unos salían a trabajar a jornal, que entregaban a sus amos, y éstos les adjudicaban una parte, con la cual, más o menos pronto, alcanzaban la suma requerida para obtener su libertad." VIDAL, en sus Observaciones sobre Buenos Aires y Montevideo (trans. por WILDE, ob. cit., pág. 106) dice: "La esclavitud en Buenos Aires, es verdadera libertad, comparada con la de otras naciones.". 

(10) F. MARQUEZ MIRANDA, Los artífices de la platería, Pág. 155. Sobre la supresión de la "limpieza de sangre" puede leerse el informe del Síndico Procurador del Cabildo de Buenos Aires, don Matías Chavarría, en mayo de 1796: "no hay estatuto ni disposición que excluya de las artes en Indias a las personas de baja condición o vil origen; lo que se apetece y busca es la pericia, habilidad y buena conducta" (ob. cit., pág. 186). 

(11) La Revista de Buenos Aires. T. XII, Pág. 19 y ss. 

(12) Relaciones de los viajes de monsieur Azcárate de Biscay al Río de la Plata. (La "Rev. de Buenos Aires", t. XIII, Pág.. 19 y ss.). 

(13) EMILIO CONI, en su Bien informada Historia de Las vaquerías, llama a Azcárate, aunque por otros motivos, Tartarín vasco-francés. 

(14) EMILIO CONI, ob. cit. 

(15) D.L.MOLINARI, La representación de los hacendados de Mariano Moreno, Pág. 57. Esta importantísima obra, me ha servido de guía para el estudio del expediente de 1809, por el cual se abrió el puerto de Buenos Aires al comercio con Inglaterra. 

(16) A.DE L. PINELO, Tratado de confirmaciones reales. 

(17) EMILIO CONI. ob.cit. (18) Informes coleccionados por LEVENE en ob. cit. 

(19) El texto se refiere a 1942. (Nota de 1a 2n ed.) 

(20) J. TORRE REVELLO, EL gremio de plateros en las Indias Occidentales, Buenos Aires, 1932. F. M ARQUEZ MIRANDA. Ensayo sobre los artífices de la platería en el Buenos Aires colonial, Buenos Aires, 1933. 

(21) Petitorio de Dillon y Thwaites al virrey Cisneros, en MOLINARI, ob. cit. A Molinari se deben el descubrimiento y la publicación del expediente.

(22) JUAN ALVAREZ, Estudio sobre las guerras civiles Argentinas, analiza ese aspecto económico de las rivalidades interprovinciales. Índice - Nota de la Edición Digitalizada - Prólogo y Advertencias - Capítulo I - Capítulo II - Capítulo III - Capítulo IV - Capítulo V - Apéndice

Fuente: La Baldrich - Espacio de Pensamiento Nacional Biblioteca Digital www.labaldrich.com.ar