Defensa y pérdida de nuestra soberania económica (Cpitulo II)

Por José María Rosa

LA REVOLUCIÓN

"El que vive de ese modo 
de todos es tributario 
falta el cabeza primario 
y los hijos que él sustenta 
se dispersan como cuentas 
cuando se corta el rosario".

POLÍTICA ECONÓMICA DE MAYO

Con los recelos del interior hacia el puerto, por la Ordenanza de 1809, abrióse el período revolucionario. Los hombres de Buenos Aires, que iniciaban la emancipación, tuvieron que emplear todo su tacto para ganar a la causa patriota a las intendencias mediterráneas, resentidas con sobrados motivos contra la capital del virreinato.

No hubo en las actitudes del interior contra Buenos Aires un despego real hacia la gesta emancipadora. Pues si en parte alguna del virreinato habíanse iniciado, anteriormente a 1810, focos revolucionarios, eran, precisamente en el Paraguay y Alto Perú, que tan poco papel cumplieron en la revolución definitiva.

Es que un movimiento conducido por porteños -que acaban de lograr la ruina de los obrajes paraguayos y altoperuanos- con el agravante de moverse a su frente el propio abogado de Alex Mackinnon, no era muy a propósito para inspirar confianza a los patriotas de tierra adentro.

Mayo no es, por otra parte, un acontecimiento susceptible de fácil interpretación. No puede negarse la gravitación de factores materiales en algunos hechos históricos, pero ni ellos son los motivos suficiente ni las causas últimas de todo el proceso evolutivo, como lo entienden quienes interpretan la historia con restringido criterio económico. (1) Nuestra revolución, por ejemplo, jamás ha podido ser explicada leal y satisfactoriamente con premisas de esta índole. Pues si la hubiera inspirado el monopolio, como algunas veces se ha dicho, debió terminar en 1809 con la ordenanza de Cisneros.

Pero no solamente la política económica de Mayo no se dirigió contra el monopolio, sino que llegó a hacer arma de combate, precisamente de la abrogación del monopolio. No obstante encontrarse como secretario de la Junta el mismo abogado de los ingleses. Y no obstante ser vocal de ella Belgrano, cuyas ideas sobre liberalismo económico corrían en las páginas del Semanario de Agricultura. Y no obstante. sobre todo, la decisiva presión del comercio inglés (2).

Tal vez Moreno y Belgrano encontraron demasiado teóricas para el gobierno, las lucubraciones que habían defendido en el foro y en el periodismo. Lo cierto es que Moreno redactó, y Belgrano aprobó, el Plan de operaciones (3) en cuyo artículo 3° se recomendaba a los cabildos que elevaran cargos contra Cisneros y las autoridades españolas por haber destruido la felicidad pública concediendo "franquicias del comercio libre con los ingleses, el que ha ocasionado muchos quebrantos y perjuicios". ¡La Revolución negando la "Representación de los Hacendados" ! Que esta proposición del Plan fuera una medida de "táctica revolucionaria" importa poco: no es argumento contra la conveniencia revolucionaria de la misma, y demuestra que la mejor táctica consistía en arrojarle la culpa del librecambio a Cisneros y los suyos. Había que tomar el partido del monopolio, que, al parecer, era el popular.

Pese, pues, a la "Representación de los Hacendados", pese al Semanario, pese a algunos editoriales de La Gaceta, lo cierto es que la Revolución nació bajo el signo del monopolio. Y en protesta, precisamente, contra quienes habían destruido la felicidad pública abriendo el puerto en beneficio del comercio extranjero (4).

Pero la Primera Junta no llegó a cancelar la libertad de comercio. No lo podía hacer: el mismo Moreno explicará el porqué en el mencionado Plan: "Nuestra conducta con Inglaterra debe ser benéfica, debemos proteger su comercio, aminorarles los derechos, tolerarlos y preferirlos, aunque suframos algunas extorsiones" (5). No fue por una conveniencia económica, sino por una especulación política que se mantuvo pues -a regañadientes- el régimen tolerante de 1809.

Si los primeros gobiernos revolucionarios no abrogaron la Ordenanza de 1809, nada hicieron tampoco por ampliar la libertad pedida por el comercio inglés. La resolución del Virrey solamente toleraba el comercio con extranjeros, sujetándolo a restricciones que la Primera Junta no creyó oportuno modificar.

Ni aun cuando el Plan hablara de "proteger el comercio con los ingleses", como la medida más segura de lograr la simpatía británica, y pudiendo llegar hasta el regalo de la isla de Martín García como "reconocimiento de gratitud", si la actitud inglesa se mostraba decididamente favorable (6).

Mientras secretamente pensábase en favorecer el comercio inglés, de manera pública se condenaban los efectos que este comercio produciría en América. Cuando la conducta del capitán británico Elliot provocó una efervescencia entre los porteños, no dejó de reconocer Moreno desde las páginas de La Gaceta, que "el extranjero no viene a nuestro país a trabajar en nuestro bien, sino a sacar cuantas ventajas pueda proporcionarse", advirtiendo que "miremos sus consejos con la mayor reserva, y no incurramos en el error de aquellos pueblos inocentes que se dejaron envolver en cadenas en medio del embelesamiento que les había producido los chiches y abalorios" (7).

Hay una curiosa página de Raynal transcripta por Moreno en La Gaceta de Buenos Aires, el 20 de septiembre de 1810. Pareciera la voz de alerta, resonando en la misma alborada de nuestra historia para señalar proféticamente la suerte que esperaba a los argentinos: "Huíd, desdichados hotentotes ; huíd, sepultaos en vuestros bosques. Las bestias feroces que los habitan son menos terribles que los monstruos cuyo imperio os amenaza. El tigre podrá quizá despedazaros, pero no os quitará sino la vida; aquellos os arrebatarán la libertad y la inocencia. O, si conserváis vuestro valor, tomad vuestros arcos y haced caer, sobre los extranjeros que se acercan una lluvia de flechas emponzoñadas. ¡ Que no quede de ellos sino uno solo para llevar el escarmiento a sus conciudadanos con la nueva del desastre, Pero, ¡ah, vosotros sois demasiado confiados, y no os empeñáis en conocerlos. Ellos tienen la dulzura pintada sobre su semblante; su conversación descubre una afabilidad que os impone, ¿y cómo escaparíais de este engaño, cuando es un lazo en que caen ellos mismos? La verdad parece habitar sobre sus labios; al acercarse a vosotros inclinarán la cabeza, pondrán una mano sobre el pecho, y elevando la otra hacia los cielos, os la ofrecerán con amistad: su gesto será de beneficencia, sus miradas de humanidad. Pero la crueldad y la traición habitan en sus corazones perpetuamente. Dispersarán vuestras cabañas, y se apoderarán de vuestros ganados, corromperán vuestras mujeres y seducirán vuestras hijas. Y si no os prestáis ciegamente a sus locas opiniones, os sacrificarán sin piedad, porque creen que no merece vivir el que no piense como ellos. Apresuraos, pues: emboscaos y atravesadles el pecho cuando se inclinen de un modo pérfido y suplicante. No os canséis con reclamaciones de justicia, de que se burlan: vuestras flechas son las únicas que harán respetar vuestros derechos. Ahora es tiempo, Rielek se aproxima. No será éste quizá tan malo como los que yo pinto, pero su fingida moderación no será imitada por los que le suceden. Y vosotros; crueles europeos, no os irritéis con mi arenga: ni el hotentote, ni el habitante de los remotos continentes que os faltan desbastar, la escucharán."

LA LIBERTAD "ABSOLUTA" DE COMERCIO

La Junta Grande había restringido las facilidades al comercio inglés prohibiendo la "introducción de efectos al interior del país, por extranjeros"(8), pues los diputados provincianos querían alejar en lo posible de sus ciudades los resultados perniciosos de la Ordenanza de 1809.

Vencida la Junta Grande, que era una representación nacional, por la conjuración bonaerense del 7 de noviembre de 1811, fueron entregados todos los poderes al Triunvirato porteño. Cúpole a éste y a la Asamblea del 13 el triste honor de abrir franca y totalmente las puertas a la invasión económica extranjera: nueve días después de su creación, el Triunvirato -subsistiendo todavía la Junta- permitió la entrada, libre de derechos, del carbón de piedra europeo, no obstante la industria santafecina de carbón de leña (9). En la misma política el 25 de diciembre se rebajaron en una tercera parte los derechos de aduana que pagaban los géneros extranjeros (10), y el 26 de febrero de 1812 se declaraba libre la introducción de azogues, maderas y otros productos (11). Finalmente, el 11 de septiembre derogábanse totalmente los derechos de "círculo", que, según la Ordenanza de Cisneros, pagarían los comerciantes extranjeros, así como la consignación obligatoria a comerciantes nacionales (12).

Bernardino Rivadavia, secretario y verdadero impulsor del Triunvirato, fue el alma de esta política. Y así como el 11 de septiembre consolidaba el colonialismo económico con la derogación de los derechos de "círculo", el 20 de octubre abandonaba a los españoles -por sugestión de Lord Strangford- la Banda Oriental y los pueblos entrerrianos de la margen derecha del Uruguay (13), provocando con esta actitud la lógica reacción de Artigas y del entrerriano Ramírez. También ese mismo año, producíase, por la actitud del Triunvirato ante las reclamaciones del doctor Francia, el aislamiento definitivo del Paraguay.

En 1810 habían gobernado porteños, pero tuvieron el tino de gobernar en argentinos, contemplando los intereses políticos y económicos del interior no obstante las sinuosidades a que los obligaba la diplomacia inglesa. En 1811, el interior lograba con la Junta Grande la hegemonía en el gobierno de las Provincias Unidas. Pero luego el Triunvirato porteño se desprendía de las ciudades de tierra adentro, tendiendo sospechosamente la mano a través del Atlántico.

Finalmente la Asamblea del año XIII, provinciana en apariencia, pero elegida y controlada por la Logia porteña, dictaría el 19 de octubre de 1813 la resolución definitiva, dejando nuevamente sin efecto la consignación -establecida el 3 de marzo- que se encontraban obligados a efectuar los comerciantes extranjeros. Desde esa fecha éstos quedaron admitidos en libre e igual competencia en todas las actividades comerciales (14). Igualdad que, en la práctica significaba hegemonía para los de afuera.

Contemporáneamente a la "libertad absoluta de comercio", Paraguay y Alto Perú dejaron de ser, de hecho, argentinos. Ni el primero intentaría -como lo hiciera el doctor Francia en 1811 y 1812- nuevas "uniones federales", ni los ejércitos patriotas encontraron en las intendencias arribeñas el apoyo popular suficiente para imponerse a los ejércitos realistas. La independencia definitiva de ambos era solamente cuestión de tiempo.

REACCIÓN POPULAR

A nadie se le ocultaba que la remanida liberad de comercio significaba lisa y llanamente la enajenación económica de América. Las medidas del Triunvirato, y sobre todo de la Asamblea, provocaron la explicable reacción del comercio y la industria locales. El 5 de septiembre de 1815 El Censor decía: "Se ha observado en estos días el descontento de los comerciantes de esta capital respecto al comercio extranjero, que traspasando los límites que se le permitieron en su admisión a estos puertos, se apodera progresivamente de todas las utilidades que brinda este territorio, siendo un obstáculo perjudicial al saludable movimiento que pudiera circular en beneficio del país."

La inquietud de los industriales y comerciantes criollos se tradujo en una "Junta General", reunida en dicho año 1815, y en donde en acre tono y bien graves palabras se calificó la política liberal de la Asamblea. "La Junta General - da cuenta El Censor (15) - publicará un manifiesto a la mayor brevedad indemnizando a los hijos del país, fundado en la razón y justicia contra el ominoso decreto de una asamblea nula e ilegítima, y sólo consentida por la fuerza, haciendo ver que un empeño para denigrar así a todo el país no puede ser obra sino de la sugestión y la venalidad."

El petitorio de los industriales y comerciantes argentinos era por otra parte, bien razonable. Solicitaban: que los comerciantes extranjeros emplearan dependientes argentinos, así "tendrá el país el consuelo de poder dar una decente y lucrosa carrera a sus hijos, y no el dolor de verlos perecer de holgazanes por necesidad"; que se prohibiera la navegación de cabotaje a los buques extranjeros; la "absoluta prohibición de introducir toda obra manufacturada que pueda hacerse aquí; pero se admitía a todo artesano a trabajar a condición de servirse de oficiales del país, y admitir jóvenes al aprendizaje bajo las reglas impuestas por el magistrado; la prohibición de introducir mercaderías extranjeras al interior sin consignatarios nacionales; etc.(16)

Comentando este petitorio, El Censor de la misma fecha decía: "Es inconcuso que el comercio, tal cual lo ejercen los extranjeros en este país es inusitado hasta ahora por ninguna nación extraña en ninguna parte de la tierra... De este proceder (el de la Junta General) no formará, o a lo menos no debe formar queja la nación inglesa, cuando a ella particularmente le es constante que cada pueblo está en el caso de hacer cuanto pueda por su fomento; y cuando debe conocer que las operaciones de los extranjeros aquí, traspasan las exenciones y facultades que pudieran gozar en una de sus colonias; y que el gobierno inglés jamás consentiría a extranjeros en las plazas de Gran Bretaña".

Pero el gobierno tenía que desenvolverse entre el conflicto de los intereses económicos nacionales y las conveniencias diplomáticas internacionales. Y sacrificaba aquellos a éstas, cuando la necesidad urgía; de allí que a nada llegaron los industriales y comerciantes criollos. En la misma política, Venezuela rebajaba los derechos de importación para Estados Unidos e Inglaterra de 17 1/2 % al 6 %, que significaba prácticamente entregar la industria local en pago de la ayuda foránea (17).

Con toda razón, Brougham podía decir en la Cámara de los Comunes (sesión del 13 de marzo de 1817), refiriéndose a las perspectivas del comercio inglés en América latina: "Pudiera decir que esta perspectiva es tan rica y varia, que si toda Europa se cerrase a nuestro comercio, o si todo el continente europeo se borrase del mapa, hallaríamos mayores utilidades que las que hemos sacado de Europa en las fértiles y brillantes regiones de Sur América." (18)

Y criticando que el gobierno inglés "no pusiera todo su empeño en favorecer el comercio libre en América del Sur", comentaba la actitud de los gobiernos criollos, pues "en 1814 se ofreció un monopolio por parte de los sudamericanos, y en 1816 se renovaron estas ofertas, con ventajas que no tienen ejemplo", siendo que el gobierno inglés no las hubiera considerado.

Pero no era necesario. El Censor denunciará en 1817 la enorme avalancha de la producción inglesa: "Un ligero conocimiento del país basta -dice en su número 94 (19) - para comprender que dentro de muy pocos años de independencia más de 10 millones de sudamericanos se vestirán de efectos europeos... consta por un cálculo moderado que actualmente, uno con otros, consumimos de 30 a 40 pesos anuales de aquellas mercaderías. Luego el consumo anual montará a 300 ó 400 millones de pesos. Suma que en verdad espanta".

La independencia política se lograba al precio de la dependencia económica.

LAS EXPORTACIONES GANADERAS

El confesado pretexto de la Ordenanza de 1809 y del Decreto de 1812 había sido el fomento de la riqueza ganadera. En riguroso y leal intercambio, el aumento del comercio internacional debió favorecer la producción de mercaderías exportables: Y el aniquilamiento de las manufacturas provincianas quedar compensado por el mayor valor de los cueros y sebo bonaerenses.

Inglaterra necesitaba estos cueros y sebo como materia prima para sus industrias. Pero ni siquiera la menguada ventaja de obtener una honesta ganancia produciendo materias primas fue dejada a la solícita y nueva colonia económica. Como lo supuso Agüero, el trueque no se realizó en condiciones normales, porque no podía existir, y no existió, un comercio leal entre la fuerte economía británica y la débil rioplatense. Los ingleses pusieron la ley a las exportaciones fijando ellos mismos el precio al cual debían vender los cueros y el sebo los estancieros criollos. Y éstos tuvieron que conformarse con la ley sajona: cuando la continua "saca" hacía subir los productos, los exportadores paralizaban las compras (20); o adquirían el cuero y sebo a los cuatreros (21) - por menor precio se entiende -, cuyas actividades delictuosas era muy difícil perseguir. Los hacendados se encontraron obligados entre aceptar la ley o dejar podrir los cueros en las atiborradas barracas.

Tan sólo organizando frente a la unión de compradores una idéntica unión de vendedores, podría combatirse la preponderancia extranjera. Los explotadores formaban un verdadero cartel, para comprar bajo. Pero ¿qué estanciero criollo era capaz de organizar un cartel de vendedores negándose a vender por debajo de un precio también determinado? ¿Quién con el suficiente prestigio y condiciones de carácter y laboriosidad para agrupar en una organización a todos, o a la mayoría de los ganaderos bonaerenses? ¿Fue Juan Manuel de Rosas (22), no obstante su corta edad como lo quieren algunos? ¿Fue su socio Juan Nepomuceno Terrero? ¿O tal vez su riquísimo, hábil y prestigioso pariente Tomás Manuel de Anchorena? Entre estos tres hombres debe encontrarse el deux ex machina que atinó a encarrilar la acción de los ganaderos porteños.

Pero, haya sido Rosas, Terrero o Anchorena -o los tres juntamente-, lo cierto es que a partir de 1812 se notaron síntomas de que la acción ganadera marchaba coordinada. El precio de los cueros y el sebo comenzó a subir, al mismo tiempo de reprimir el cuatrerismo con una eficaz legislación (23), y mejores medidas de vigilancia. Y para no depender exclusivamente de los compradores de cueros y sebo, los estancieros obtuvieron resoluciones administrativas favorables para establecer saladeros (24), y poder exportar la carne, derivado que en cierta manera les significaba independizarse del monopolio comprador: pues el tasajo, alimento de calidad inferior, era consumido en países de esclavos negros -Brasil, Antillas, Estados Unidos-, no dependiendo por lo tanto del comprador británico. Con la industrialización de la carne, los hacendados lograban independizarse del monopolio comprador de cueros y sebo.

LA EXPORTACIÓN DE CARNES

Gálvez, ministro de Carlos III, había recomendado al Río de la Plata la industria de la salazón de carnes. Los primeros ensayos eficaces fueron realizados por el virrey marqués de Loreto, quien consiguió abaratar el precio de la fanega de sal (de S 15 a S 5), estimulando expediciones a las Salinas Grandes. Pero las dificultades en el transporte de sal, que se hacía por Carmen de Patagones, así como la falta de arquerías y demás enseres para construir las barricas, redujeron a simples tentativas la explotación de esta industria durante la época colonial.

Fueron los hacendados porteños, como hemos dicho, quienes buscaron en la salazón de carnes un arma para combatir por su independencia económica.  La sociedad Rosas y Terrero, con la cooperación de Luis Dorrego, fundaba el 25 de noviembre de 1815 el gran saladero de "Las Higueritas", cercano a Quilmes. Casi al mismo tiempo Pedro Trápani creaba otro en la ensenada de Barragán; Miguel Irigoyen, Mariano Durán, José Alberto Calzena y Jorge Zemborain abrían sus "elaboratorios de carne salada" en ambas márgenes del Riachuelo; más retirado, Pedro Capdevila, organizaba el suyo. En 1817, el número de estos establecimientos llegaba a ser de catorce.

Para no depender del transporte británico, así como para acarrear la sal necesaria desde el puerto de Patagones, los saladeristas poseyeron o fletaron pequeñas goletas y sumacas (25), que traían la sal del sur, y llevaban el tasajo a Montevideo y Brasil. Es sugerente que éste no fuera embarcado sino por excepción en buques ingleses, debiendo realizarse la casi totalidad de sus transportes en los pequeños barcos nacionales o en navíos portugueses, holandeses o norteamericanos.

En cinco años -de 1812 a 1817- las condiciones del intercambio rioplatense se modificaron radicalmente. El platillo de la balanza comienza a inclinarse en favor de los criollos que han logrado, no solamente el justo valor de sus cueros y sebo, sino independizarse del mercado y del mismo transporte inglés. Y al frente de los productores argentinos, organizando su acción y señalando el rumbo a seguir, movíase un joven estanciero de apenas veinte años que iniciaba su vida de continua y desigual lucha, con una asombrosa e inesperada victoria económica (26).

SALADERISTAS CONTRA ABASTECEDORES

No es fácil suponer que los vencidos comerciantes británicos se conformaron con su inesperada derrota. Les sobraban recursos e influencias para tentar la reconquista económica cuando llegara la ocasión.

Esta no tardó en presentarse. En 1817, dos años de continuas sequías habían provocado una escasez general de alimentos. Por otra parte, el mayor valor alcanzado por los productos ganaderos en su exportación, había producido necesariamente un mayor valor de la carne para el consumo interno.

No era excesivo el precio alcanzado -un novillo costaba de $ 5.50 a $ 7- (27). Pero bastaba para intranquilizar a consumidores acostumbrados a pagar en el precio de la carne solamente la faena del matarife. Y era por demás suficiente para servir de pretexto a una intensa campaña de agitación contra los saladeristas. Movidos, presumiblemente, por manos foráneas.

Los abastecedores, perjudicados por los saladeros -pues eran menores sus ganancias desde que la carne se apreciaba- comenzaron por ahondar la situación mermando el número de animales sacrificados y elevando los precios, Al mismo tiempo una curioso campaña de pasquines y periódicos (28) se desató contra los ganaderos: algunos los acusaban de exterminar las haciendas, como los contrabandistas del siglo XVII habían hecho con el ganado cimarrón; otros -los más - achacábanles exclusivamente la culpabilidad en el encarecimiento de la vida. Y todos pedían al gobierno el cierre de los "establecimientos saladeros".

No hubo periódico que defendiera a los exportadores. Saldías hace una referencia equivocada cuando dice: "La prensa, por su parte, movida por los afanes de Terrero y Rosas, de Trápani y Capdevila (saladeristas también) tomó el partido de los hacendados" (29). Los únicos periódicos de ese año -que eran "La Gaceta" y el "Censor "- tomaron campo contra los saladeros (30). Terrero, Rosas y Trápani tuvieron que defender en folletos y papeles sueltos, intentando en todos los tonos -desde la réplica concienzuda hasta el verso jocoso paralizar la formidable y bien dirigida campaña. Destacóse por su afán antisaladerista un tal Antonio Millán, autor de nutridos "Manifiestos al pueblo", donde se describían los saladeros como invenciones diabólicas.

Con tales promotores y tales medios, fue fácil hacer "ambiente" y levantar un clamor popular. El 23 de abril, Pueyrredón convocaba a "doce o más de los principales hacendados, algunos matanzeros y todos los dueños o administradores de saladeros" (31), a fin de lograr la manera de acallar la grita. Los abastecedores pidieron sin rodeos el cierre de las fábricas de tasajo invocando el clamor popular, y expresando que el alto precio de la carne debíase a las continuas compras de los saladeros.   Pero los saladeristas pararon hábilmente el golpe, comprometiéndose -mientras durase la crisis- a salar únicamente sus propias haciendas. Nada atinaron a contestar los abastecedores, y Pueyrredón se vio obligado a aceptar el temperamento propuesto, prohibiendo provisionalmente la compra de animales por parte de los saladeros.

No debió ser esta la finalidad perseguida por los promotores del alboroto, pues los "matanzeros" volvieron a la carga con sospechoso impulso: ni disminuyeron el precio de la carne para consumo, ni cesaron en su campaña de periódicos y pasquines. Y el 31 de mayo quienes trabajaban realmente por el cierre de los saladeros, jugaron su gran carta; carta imbatible, pues se trataba del Supremo en persona.

¿Qué movió a Pueyrredón a clausurar los saladeros el 31 de mayo, al mes apenas de su decreto anterior? Los motivos no aparecen bien claros. En los considerandos de su decreto menciona una solicitud de "varios labradores, hacendados, abastecedores y artesanos" que le pidieron el cierre de las fábricas de tasajo. Fuera de los abastecedores directamente interesados, es curiosa la inclusión de labradores y artesanos, no teniendo en el negocio otro interés que el de meros consumidores, y muy sospechosa la de hacendados, cuyos perjuicios por la clausura era evidente. Pueyrredón hará méritos de la actitud de éstos en uno de los considerandos de su decreto: "El testimonio de los hacendados que suscriben la gestión insinuada, tanto más relevante en el asunto cuanto es mayor el interés que ellos tienen en que no se obstruyan los canales al espendio de sus ganados ha rectificado el juicio del gobierno" nos dice (32).

Es probable que esta extraña petición ocultara otros intereses y los verdaderos peticionantes no fueran incluidos en la nómina. La hipótesis no es arriesgada, si consideramos la situación política del Directorio en mayo de 1817, buscando a cualquier empeño la ayuda europea para consolidar su situación política. Los portugueses -aliados seculares de Inglaterra- habíanse posesionado el 20 de enero de Montevideo alentados secretamente por el propio ministro argentino en la corte del Janeiro, ya que la pérdida de la Banda Oriental significaba para el Directorio la eliminación del molesto Artigas. Eran las épocas en que Manuel José García aconsejaba a Pueyrredón: "es preciso optar entre la anarquía y la subyugación militar por los españoles, o el interés de un extranjero que pueda aprovecharse de nuestra debilidad para engrandecer su poder" (33). Pueyrredón cerraba los saladeros al mismo tiempo que Rivadavia le aconsejaba desde Europa: "No estará por demás advertir que no se hiera ahí de ningún modo a la Nación inglesa: al contrario, es preciso hacer una formal distinción entre ella y su gobierno" (34).

Estas necesidades de política internacional explicarían mejor el curioso decreto del 31 de mayo, que "el clamor público que por todas partes resuena" de sus considerandos: De esta manera Pueyrredón, aun confesando "no poseer todo el conocimiento de causa que es de apetecer", quitará de las manos criollas la gran arma en su lucha contra la economía inglesa. No paró allí tampoco la política del Directorio: se acordó que los saladeros (35) funcionarían solamente en exclusivo beneficio del comercio y el transporte ingleses. La victoria era completa.

Mucho debieron reflexionar los saladeristas sobre los recursos y procedimientos que podían ponerse en juego cuando los intereses nacionales perjudicaban el fácil desenvolvimiento de los extranjeros. Entendió tal vez entonces el perspicaz Juan Manuel, que no eran bastante un acta y un juramento solemne para suponer la independencia de la Patria. Acaso en este incidente de su juventud quedó sellado el destino del joven hacendado, comprendiendo que la lucha sería durísima contra ese enemigo invisible, que podía valerse de sus propios compatriotas para imponer su hegemonía.

Es notable la conducta que en esta lucha observaron Rosas y los suyos. Pudieron haberse valido de idénticas armas que sus enemigos: pudieron dejar en la calle a los muchos peones de las fábricas de tasajo, y con esa base -y uno o dos periódicos y algún Antonio Millán- agitar al ambiente hasta volverlo favorable. No lo hicieron, Rosas no despidió un solo peón, y no pudiéndolos emplear en salazones adquirió la estancia "Los Cerrillos", y allá los mandó a ejecutar trabajos agrícolas en una escala hasta entonces jamás vista: "Sesenta arados funcionando a un mismo tiempo, solamente se han visto en "Los Cerrillos", comentará años más tarde uno de sus capataces (36).

Prefirieron el camino recto. Rosas hizo redactar un Memorial al doctor Mariano Zavaleta, abundando en razones de equidad y patriotismo a favor de los saladeros. En dicho Memorial, se comprometían los saladeristas a proveer al mercado interno de carne al precio anterior a 1815. Fue firmado por los más fuertes hacendados de toda la Provincia, como desmentido a los otros "hacendados", en cuyo petitorio descansó el cierre, En agosto se entregaba solemnemente al Supremo en una comisión integrada por Rosas, Anchorena y Trápani. Fue al canasto.

EL MONOPOLIO DE ABASTO

El cierre de los saladeros no produjo, claro está, el abaratamiento de la carne, Ni los matarifes, entusiasmados por un triunfo que creyeron ingenuamente exclusivo, disminuyeron el precio del expendio, ni la crisis podía, por otra parte, conjurarse con medio tan simple (37). Surgió entonces el verdadero "clamor popular", la protesta espontánea sin periódicos ni pasquines, que no por sorda dejó de hacerse oír en el Fuerte y el Cabildo.

Este último abocóse al difícil problema de la carne: el alcalde de 2º voto, don José María Yévenes, presentó un notable informe: "Aún no se ha decidido -decía Yévenes- si el precio más subido de la carne es en esta capital un síntoma de escasez real, si efectivamente hay tal escasez, y quién la haya causado. No puede por lo mismo determinarse si hay en nuestros campos un superfluo de ganado de que podamos desprendernos en cambio de otros efectos que tomamos del extranjero, y que haga inclinar menos a favor de este último la balanza del comercio. De todos modos es la verdad que la aprensión del mal, causa los efectos del mal mismo, y que de hecho la carne no ha estado tan barata ni tan abundante en estos últimos tiempos" proponiendo se fijara un precio de venta para cortar "los abusos de la estafa" (38).

Los abastecedores se negaron a acatar el precio máximo, y el abasto quedó suspendido o considerablemente disminuido. Pueyrredón se encontró en figurillas para resolver el arduo problema: tiró un decreto lleno de frases sobre "la tortura de mi espíritu" y "no tengo un instante de sosiego", sin resolver nada, pues limitábase a fijar horas de audiencia" a quienes quisiesen presentarle soluciones" (39). Era un medio de dar largas al asunto y calmar la efervescencia en la seguridad que el Supremo estudiaba la solución. Tan grave se había puesto el ambiente, que no esperó al miércoles en que salía La Gaceta -era el sábado 28 de marzo de 1818-, y lo hizo imprimir en hoja suelta distribuyéndolo profusamente.

Un nuevo decreto -el 6 de abril (40) - nos muestra el angustioso problema de Pueyrredón, cuyo planteo podemos reconstruir en la siguiente forma: 1º) el abasto no podía seguir en manos de sus actuales abastecedores; 2º) solamente los fuertes hacendados -los del cartel- eran capaces de tomarlo; 3º) pero los hacendados ponían como condición para tomar el abasto la reapertura de los saladeros; 4º) y los saladeros no podían ser reabiertos porque perjudicaban al comercio inglés.

Este planteo surge de los contradictorios considerándos del decreto del 6 de abril. Reconoce " que las haciendas de nuestra campaña se hallan provistas de ganado para abastecer abundantemente a esta capital", reconoce "que la escasez y carestía de la carne no tienen otro origen que la arbitrariedad de no matar el número de reses que se necesita diariamente para el consumo", pero de paso no deja de decir que "no es justo ni político que un artículo de primera necesidad se exporte del país produciendo la escasez para el abasto". Y llama, en consecuencia, a un Congreso de hacendados para que encuentren la manera de proveer al consumo.

Es sugestiva la referencia -extemporánea, inútil, contradictoria- a la exportación de carnes como causa de una escasez que confesaba no existía. Pese a ello, Rosas formuló el 10 de abril un petitorio a nombre de los hacendados, reproduciendo los términos del entregado en agosto. Eso es: que los hacendados se encontraban dispuestos a proveer el abasto de la ciudad al precio que se fijase, pero entendiendo que la solución del problema interno llevaba implícita la cancelación del cierre de los saladeros.

Pueyrredón debió haber prometido, o por lo menos insinuado, su aquiescencia a este proyecto. Esta insinuación o promesa del Supremo se desprende de los términos de sus "instrucciones al Cabildo" (41) del 6 de junio; allí indica se proponga el abasto primeramente a sus antiguos abastecedores, y aceptado por estos en las condiciones señaladas por el Cabildo, "se les pregunte si creen siempre serles contrarios los establecimientos de saladeros". En su defecto, el abasto sería entregado a los hacendados.

Nadie dudó - y los saladeristas mucho menos - que la solución del problema del abasto tendría como consecuencia la reapertura de las exportaciones de carne. Y los hacendados tomaron el abasto aceptando vender al precio señalado por el Cabildo. Pero los saladeros no se reabrieron, a lo menos oficialmente. Pueyrredón mantuvo con dilaciones la promesa hecha, entreteniendo con largas al delegado de los saladeristas, que era el propio padre de Juan Manuel -don León Ortiz de Rosas- íntimo amigo suyo. Tampoco el sucesor de Pueyrredón, Rondeau, abrió los saladeros. Hubo que esperar hasta el año 20, en que Cepeda barrió con los directoriales, para que Sarratea reanudara las exportaciones de carne (42).

Notas:

(1) Conf. Interpretación religiosa de la historia, del autor.

(2) Una comisión formada por los comerciantes ingleses ofreció el 10 de julio de
1810 su apoyo a la Junta, siempre que éste protegiera decididamente el comercio
libre. La Junta contestó tres días después, prometiendo reglamentar "el comercio
honesto" (Conf. MARTIN MATHEU, Don Domingo Matheu I Pág. 128).
E.HANSEN, La moneda Argentina, Pág. 114, entiende que el permiso otorgado
por la junta el 14 de julio para exportar moneda acuñada, lo fue "probablemente
movido por las representaciones del gobierno inglés".
Alex Mackinnon informaba el 12-8-810 al Foreign Office: "No bien la Junta
quedó instalada, declaró que los estudiosos británicos no solamente quedaban
libres de permanecer todo el tiempo que desearan, sino también nos anunció que
gozábamos de toda la protección para nuestras personas y propiedades (al
margen de las leyes de Indias) y una libre participación en las leyes y privilegios
cívicos que poseían los nativos (cit. por F. IBARGUREN Así fue Mayo p. 19).

(3) La autenticidad del Plan de operaciones que el gobierno provisional de las
Provincias Unidas del Río de la Plata, debe poner en práctica para consolidar la
grande obra de nuestra libertad e independencia -negada por GROUSSAC y
LEVENE, y afirmada por PIÑERO- ha sido, a nuestro juicio, ampliamente
probada. Entre otras, las instrucciones a Castelli, de puño y letra de Azcuénaga,
con correcciones de Moreno, del 18 de septiembre de 1811 -que obran en el
archivo particular del doctor Carlos Ibarguren- prueban los procedimientos
necesariamente terroristas que empleaba la Junta de Mayo, como así la existencia
de un Plan que coordinaba esas acciones.

(4) "La crisis monetaria se inició en 1811, a causa de la exportación del oro y de
la plata amonedados en pago del exceso de consumo, exceso de importación que
se produjo a raíz de la libertad de comercio... Escasez de moneda importa
encarecimiento de precios de las cosas, y en definitiva, miseria de las clases
menesterosas y privaciones en la clase acomodada". (J. A. TERRY, Finanza, Pág.
456).

(5) Artículo 4º del mencionado Plan.

(6) Art. 4º, mencionado, del Plan.

(7) M. MORENO (rec. cit., Pág. 181) artículo: "A propósito de !a conducta del
capitán inglés Elliot . Al parecer una. cosa era Moreno abogado de Mr.
Mackinnon en la Representación de los Hacendados y otra Moreno Secretario de
la Junta de Gobierno y redactor de La Gaceta.

(8) Junio 21 de 1811 (R. 0., Nº 232). Fue dictado a pedido del cabildo de
Mendoza.

(9) Octubre 2 de 1811 (R. 0., Nº 249).

(10) R. O., N" 276.

(11) R. O., N" 294.

(12) R. O., Nos. 361 y 362. 

(13) FEDERICO IBARGUREN, Nuestra lucha histórica contra el extranjerismo
(en "Rev. J. M. Rosas", IV, Pág. 86 y J. ZORRILLA DE SAN MARTIN,. La
epopeya de Artigas, t. I, Pág. 251.

(14) R. O., N° 566.

(15) El Censor, Nº 5.

(16) El Censor, Nº 5.

(17) El Censor, Nº 111 (octubre 30 de 1817).

(18) El Censor, Nº 94, (julio 3 de 1817).

(19) El Censor, N° 94, (julio 3 de 1817).

(20) La Orden de la Junta del 5 de junio de 1810 menciona los inmensos acopios
de cueros que en los almacenes consumen a sus propietarios con gastos continuos
y pérdidas considerables". ( R. 0. Nº 22).

(21) "Desde que tomó alto precio el sebo por las frecuentes extracciones que
hacen los extranjeros se han recibido quejas sobre matanzas de vacas por vagos y
ociosos", dice la Circular de la Junta, de agosto 3 de 1810. (R. O. Nº 89 )

(22) Conf. A SALDIAS, Historia de la Confederación Argentina, I; y J.
INGENIEROS, Evolución de las ideas Argentina, II.

(23) Bando sobre Policía rural, de 30 de agosto de 1815 (R. O., Nº 809).

(24) R. O., N° 374. Exenciones de impuestos a la exportación de carnes saladas,
y de entradas a las arquerías y demás implementos para la construcción de
barricas (octubre 7 de 1812).

(25) La más importante de éstas parece haber sido la goleta "Concepción", de
José Maria Roxas y Patrón.
(26) J. INGENlEROS, que cuenta a su manera este episodio, y la lucha
consiguiente entre abastecedores y saladeristas, dice que el Directorio era un
instrumento de lo que llama el trust saladeril: "El gobierno habilitaba un puerto
especial (la Ensenada) para el emprendedor saladerista ( Rosas ) , y se
comprometía a mantener un camino que pasaba por Quilmes y comunicaba a
"Las Higueritas"' con Buenos Aires y la Ensenada. . . De esta manera el trust
logró un puerto propio donde burlar los derechos a la exportación que era
molesto eludir en Buenos Aires" (Evolución de las ideas argentinas, II, 110). Para
apreciar esta afirmación, debe tenerse en cuenta que la Ensenada fue habilitada
mucho tiempo antes de que Rosas inaugurara "Las Higueritas"; que en el decreto
que INGENIEROS cita como referencia (Gaceta de Buenos Aires, Nº 42, decreto
de agosto 9 de 1815 ) no se habla de mantener caminos entre Buenos Aires,
Quilmes y la Ensenada, sino retóricamente "de los caminos que debería allanar el
gobierno para proveer a aquel puerto (la Ensenada) de todos los auxilios y
seguridades", que aun este decreto de agosto 9 es anterior a la inauguración de
"Las Higueritas", que se hizo el 26 de noviembre; y finalmente que en 1815 la
carne salada no pagaba derechos de exportación. ¡Así se tergiversa la historia!
(27) Según carta de J. N. Terrero al representante en Río de Janeiro de la razón
"Rosas y Terreno", don Juan Agustín Lisaur (conf. A. SALDIAS, ob. cit., I, Pág..
22)