Argentina: Cuando se juntan papas y tomates para oponerse

Alberto Dearriba
Tiempo Argentino


El titular de la CTA opositora, Pablo Micheli, acaba de invitar a los caceroleros  a que se sumen a las columnas de su organización para la marcha que pasado mañana la central sindical compartirá a Plaza de Mayo con la Federación Agraria, la CGT de Hugo Moyano y la de Luis Barrionuevo.

El objetivo obvio es engordar la protesta del sindicalismo opositor en demanda de extender el salario familiar, bajar el nivel de imposición sobre Ganancias y lograr un aumento en las jubilaciones. Pero para sumar a sectores más conservadores de la clase media, el dirigente sindical los tentó a incorporarse con sus reivindicaciones más sentidas: el dólar, la inseguridad y la inflación.    
     
Alguien que defienda los intereses populares puede estar en desacuerdo con la oportunidad política de reclamar mejoras para los jubilados, pero no puede oponerse a una mejora para los viejos . Quienes trabajaron toda la vida merecen no sólo el 82, sino el 100 por ciento. 

Desde esa misma óptica popular, más allá de su viabilidad, el reclamo por el salario familiar también parece una reivindicación clara de los asalariados. Un poco más discutible es que se deba priorizar el pedido de reducción del impuesto que grava los salarios más altos. Pero sea como fuere, son todas reivindicaciones propias de una entidad sindical. 

En cambio, sumar el "cepo cambiario", la inseguridad y la inflación como cuestiones prioritarias sin proponer claramente una alternativa, se parece demasiado a la demanda de la derecha. 
 
Las restricciones al atesoramiento en dólares y a ciertas importaciones permiten preservar los recursos necesarios para poder adquirir en el exterior bienes que requiere la industria para seguir operando y sosteniendo puestos de empleo. En última instancia, el atesoramiento en dólares marcha en contra del trabajo argentino. Y no parece que sea esa una demanda congruente con los interses que debe defender una central sindical.  

Por otra parte, cuando se bate el parche contra la inflación, se alienta en realidad la receta antiinflacionaria más utilizada, que es la reducción del gasto fiscal y la desaceleración de los salarios. La otra posibilidad, o sea un control total de precios, no es alentado siquiera por sectores radicales, en virtud de las dificultades de cumplimiento efectivo que ha demostrado en el pasado. Las violaciones a los precios oficiales, el desabastecimiento y el mercado negro florecieron aún con el peso político de Juan Domingo Perón en la Casa Rosada. 

Es obvio que la inflación genera mayor erosión en los ingresos fijos que entre quienes pueden reacomodase por vía de los precios. Pero también es cierto que la reinstauración de las paritarias por parte del kirchnerismo atenuó el problema. Perón decía que los precios van por la escalera y los sueldos por el ascensor, pero las negociaciones paritarias corrigieron un tanto esa asimetría y, en algunos períodos, hasta permitieron mejoras reales de los salarios. Se dirá que eso sólo cuenta para una parte de los asalariados, pero sin duda tiene repercusión positiva sobre los que trabajan por fuera de los convenios colectivos. 

En consecuencia, cuando se bate el parche con la inflación se está favoreciendo un consenso por volver a un ajuste ortodoxo, que es en verdad, la solución más efectiva que el capitalismo ha encontrado para frenar la inflación: que el pato lo paguen los trabajadores. Sin consumo en alza ni gasto fiscal no hay aumento de precios. Se trata de la paz de los cementerios que los argentinos conocieron y que tampoco parece ser un objetivo apropiado para una central sindical. 

Por último, desde un costado de identificación con los intereses populares, también se sabe que el alza de la delincuencia en la Argentina estuvo íntimamente relacionada con el proceso de exclusión provocado por las políticas neoliberales. Y que la demanda cacerolera por mayor seguridad no apunta a una solución de mediano o largo plazo como es multiplicar el empleo, brindar más educación, mejor policía y una justicia justa. Quienes agitan el drama de la inseguridad, el real y la sensación generada por el impacto mediático, están pidiendo en verdad que se termine a balazos con el delito. Es la demanda derechista de mano dura que tampoco parece una consigna apropiada para una central sindical progresista. Claro que, después de la última movilización cacerolera, se puede pensar que allí hay una cantera importante para sumar manifestantes, más allá de los intereses que defiendan. Total, no es la primera ni la última vez que cierta izquierda marchará contra el gobierno junto a la derecha.