A propósito de la matanza de Newtown: El furor de la depresión

Alessandro Portelli
Il Manifesto


No recuerdo que alguna de las repetidas matanzas estadounidenses haya sido perpetrada por una mujer. Más allá del modo y los instrumentos, la cuestión de género nos ayuda a enmarcar esta tragedia en un cuadro un poco menos exclusivamente estadounidense: en el fondo, también en Italia se está produciendo desde hace tiempo una masacre ininterrumpida, sólo que en lugar de un homicidio masivo perpetrado de golpe con armas convencionales se trata de hombres que matan a sus víctimas una a una, usando armas variadas, convencionales y no convencionales.

Hombres que no soportan no dominar más a las mujeres, hombres que no soportan ser incapaces de orientarse y encontrar un sentido de sí mismos, que no soportan ver cómo se les escapan de las manos el papel y las prerrogativas patriarcales en las que han invertido su presencia en el mundo.

En nuestra tierra, lo que se te hace añicos es la esfera privada, y matas a quien está cerca de ti; en los Estados Unidos, es la sensación de que el mundo entero te asedia, de modo que, quizá también por esto, la violencia se desencadena en espacios públicos como venganza contra el mundo causando víctimas desconocidas sin nombre en las calles, escuelas o universidades, que son casi las únicas instituciones en las que queda socialidad, y por tanto, el signo más inmediato de presencia de la esfera pública.

En la última campaña electoral se decía que un candidato que hubiera propuesto algún tipo de límite a la venta y acceso indiscriminado a las armas, habría firmado su suicidio político. Tengo amigos en territorios marginales y en reductos de pobreza estadounidense que ven en la posesión de armas el único signo de ser ciudadanos, el único derecho de ciudadanía que sienten que ejercen, en un tiempo y espacio en los que la salud, la casa o el trabajo no son mínimamente considerados como derechos, y el resto de derechos democráticos, desde el derecho a la palabra hasta el derecho al voto parecen a menudo puramente virtuales o relativamente insignificantes; donde la política no te conoce, los medios te ignoran y el sagrado derecho a la propiedad explotó con la crisis de los créditos subprime que te echan de casa, con la polarización de la renta entre riquísimos y clase media empobrecida, con la precariedad intrínseca del puesto de trabajo.

"¿A quién podemos disparar?", pregunta un campesino desalojado de su tierra en Furor de Steinbeck, la novela de la otra Depresión. ¿Cómo vas a disparar a un banco? Hoy el enemigo tiene menos rostro aún, es aún más inaprensible. El enemigo es el mundo entero, y si el cinismo mercantil de la industria y la locura ideológica de la derecha ponen a disposición tuya armas letales, no tienes más que alargar las manos y disparar sin ton ni son contra blancos que no son nadie porque representan a todo el mundo.