Un marco más general para el ciclo económico 2013

Eduardo Luis Curia
Diario BAE


En esta nota se toma como “dato” el esbozo muy general –algo así como un “esqueleto”– que delineamos desde hace un tiempo de cara al 2013. Aquél, sobre la base de determinados supuestos, combina la probabilidad de un ciclo de negocios en alza (respecto del 2012) y una dinámica de dólares más distendida, suavizándose así la estrechez relativa de divisas. En esto último influye, de modo no único pero sí relevante, el aporte de la soja y rubros afines.

En hipótesis, la citada distensión permitiría relajar ciertas trabas y restricciones, ligadas al racionamiento general de divisas aplicado, que tienden a molestar el despliegue productivo normal. Presumiblemente, dicho relajamiento abarcaría rubros de la cuenta comercial y algunos de la cuenta corriente. La cuenta capital y el turismo emisivo (obrante en la cuenta corriente), se mantendrían en cuarentena. En toda la evolución reciente, se percibe que los “saltos”, en un sentido u otro, que pega el complejo sojero ganan peso, en tanto se vino deteriorando el balance de divisas manufacturero (sumando, además, el déficit energético).

De todos modos, la combinación aludida no se da en el vacío. El esqueleto debe recibir “encarnadura”, “relleno”. Ello, en lo que hace al desenvolvimiento más general de la economía y a las diversas variables comprendidas.


Diversas variables en juego a computar. Sin duda, hay una acusada interacción entre el curso del ciclo económico y de la dinámica de dólares de la economía, y la operatoria de diversas variables. Por ejemplo: alegamos a inicios de año que cierta demora en el cierre de las paritarias –cuya discusión se tornó algo más ríspida– alargaba el desgaste del nivel real de las remuneraciones en virtud de la inflación efectiva, lo que afectaba a la demanda interna, incidiendo también –junto con otros factores– en la atenuación del ritmo económico.

Las paritarias, finalmente, se cerraron, apareciendo los ajustes nominales de salarios. Ellos, por un lado, permiten, de entrada, ampliar poder de compra doméstico, pero, por el otro, como es obvio, traducen mayores costos para la economía, siendo una expresión importante de esto lo referido a la “medición en dólares”, clave en el frente de la competitividad externa de la economía. Asimismo, los diversos elementos deben examinarse en su evolución, y, especialmente, apuntando al 2013.

Como se observa, en la redacción del párrafo anterior, desfilan distintas variables y fenómenos interconectados: inflación, salarios, demanda, costos, competitividad. Justamente, otro elemento que alentaría el ciclo es el repunte que puede ocurrir en Brasil, derramando una mejora en nuestra demanda externa. Sin embargo, para su aprovechamiento cabal, no sería sensato despreocuparse de las propias condiciones de competitividad (además de “poner velas” para que el real se reaprecie). Obviamente, los elementos antes citados, también serían de aplicación aquí.

En lo atinente a la perspectiva inflacionaria, se debe afrontar, como es sabido, la pérdida de credibilidad del Indec, que traba su capacidad de alinear las referencias inflacionarias. Asistimos, entonces, a una verdadera diáspora de mediciones, cuya probidad no deja de suscitar dudas. No obstante, de hecho, los agentes económicos, en sus decisiones concretas, manejan un rango de valores distinto al del Indec. Las paritarias son una muestra flagrante al respecto.

Siempre recalcamos que el fenómeno inflacionario efectivo es una instancia compleja, más que monocausal, lo que exige ser consistente en la estratificación de sus niveles. Este carácter gestáltico fue recordado correctamente por el Plan Fénix en una reciente declaración (además de la necesidad de contar con referencias de inflación creíbles). Una política antiinflacionaria deliberada, entones, debería receptar todos estos aspectos.

Algo destacable durante el 2012, es que aun dándose una desaceleración económica no trivial, la llamada “inercia inflacionaria” (la inflación que es función de su propio arrastre) se mantuvo enhiesta. Incluso, en el mismo presupuesto oficial –y dentro de la cota de mediciones realizadas en el plano oficial– se registra en el recálculo del 2012 una cierta suba de los guarismos inflacionarios, como reconociendo oblicuamente el rasgo que se citó.

Ya arribando a fines de año, se hará balance en sociedad de la inflación verificada (o que “se cree” que se verificó). El temor es que ese dato se ubique en torno del 20%, y, que, desde allí, comiencen a asomar expectativas con vistas al 2013. La inercia, dejada a sí misma, puede ser propicia a un “reciclaje” de valores, sin descartar algún plus. Para neutralizar un tal espectro, luce aconsejable una intervención formal más decidida y orgánica por parte de las autoridades.

Recuérdese que una dimensión implicada en el discurrir de la inflación efectiva es la ligada al devenir de los costos. Éste, que tiende a plasmarse a través de diversos eslabonamientos, tiene ponderables puntos de contacto con la llamada puja distributiva, con su capítulo clave “salarios-beneficios (precios)”. Entran a tallar, por ende, aspectos cruciales que inciden de una manera u otra en la rentabilidad y en los grandes precios relativos de la economía, como el tipo de cambio real. Así, la gravitación de costos ascendentes “en dólares” constituye una presión fastidiosa para la posición competitiva, sobreexigiendo al esfuerzo exportador y, en principio, exponiendo más a la producción local, lo que explica muchas veces la aplicación de medidas especiales para amparar determinados productos o rubros de modo ad hoc.

Durante el 2012 se perfiló cierta aceleración del ritmo de las minidevaluaciones, intentando, aparentemente, que el dólar (real), en su marcha corriente, no se quede demasiado atrás respecto del ritmo alcista de costos. Claro que dicha aceleración, a la vez que no pesa en materia de reversión cambiaria real, sí puede suscitar algún interrogante –transportable al 2013– en cuanto al efecto de un ancla que, aunque parcialmente, parecería empezar a “soltarse” (súmese asimismo la incidencia del desdoblamiento cambiario).

Además, el propio curso acelerado de las minidevaluaciones –con el trasfondo del dólar paralelo y del control de divisas–, instiga un determinado trade off o compromiso con el proceso de monetización doméstica, algo que, muy presumiblemente, explique la suba de tasas de interés del último lapso, que el Banco Central tendió a convalidar.

Este punto da lugar para un comentario sobre la política monetaria. Aunque no se repute a ésta como estricta causal de inflación, y sí como un resorte adaptativo respecto del andar y de las presiones de terceros factores, convendría reflexionar sobre el combo en cuestión, en especial, en cuanto a su virtud facilitante de la inercia inflacionaria efectiva, sin desechar el riesgo de un sesgo alcista adicional. Por supuesto, por lo expresado, cualquier arreglo debería ser integral y no monetario-unilateral. En este sentido, abre una expectativa interesante –habrá, claro, que seguir su concreción– la señal prevista en el presupuesto de un cierto planteo anticíclico del frente fiscal en medio de un ciclo económico en alza (algo que expusimos muchas veces, con poca suerte). En hipótesis, el dato aludido, de verificarse –lo que no es fácil– podría templar la presión del Tesoro sobre el Banco Central.

El presente análisis busca arrimar algo de relleno, sopesando algunas variables influyentes, al esqueleto asociado a la combinación “mejor ciclo de negocios-distensión de la dinámica de dólares”. Adviértase que la afirmación y extensión del ciclo positivo dependerá mucho de la conducta inversora. Por lo demás, aquella distensión no pasa de parcial, muy ligada al aporte sojero, y con un sector manufacturero más expuesto en cuanto a su balance de divisas en comparación con la primera parte larga de la década pasada, signada por el dólar alto. La “reindustrialización” es un objetivo irrenunciable, pero conviene no resumirla en la fórmula “sustitución de importaciones-aportes de dólares de terceros”. Aquélla, sí, integra la sustitución de importaciones –computando niveles de complejidad y de eficiencia dinámica ascendentes–, pero imbricándola con el esfuerzo exportador industrial, que acerca la visual de escala y robustece la autogeneración de dólares de la industria, esencial para afianzar su despliegue. La idea del “modelo integrado y abierto” de Ferrer, y la de la “amalgama sustituciones-exportaciones” de Diamand nos marcan ese camino.