Ahogarse en Wall Street y terminar la Segunda Guerra Mundial

David Swanson
CounterPunch


Imaginad si George W. Bush se hubiera puesto de pie sobre las ruinas humeantes del World Trade Center y declarado: “Vamos a continuar nuestra busca de la dominación del mundo y de la destrucción medioambiental hasta que los océanos se alcen, las tormentas emerjan, y este sitio y todas las calles circundantes se ahoguen en inundaciones rutinarias, destruyendo la infraestructura, y derribando los edificios de esta gran ciudad, mientras vosotros, idiotas, sois distraídos por mis gritos de venganza y genocidio contra gente que nunca ha conducido un todo terreno alrededor de una manzana en sus vidas o nunca ha oído hablar de nosotros”.
Imaginad si Barack “Carbón Limpio” Obama hubiera seguido el mismo camino honesto, y no solo competido con Mitt Romney en debates sobre quién podría extraer más petróleo, sino también hubiera declarado clara y abiertamente que el Pentágono todavía no está listo para terminar la Segunda Guerra Mundial.

El 14 de agosto de 1941, los militares presentaron al Senado planes para construir un edificio permanente que sería el mayor edificio de oficinas en el mundo y sería llamado Pentágono. El senador Arthur Vandenberg pidió una explicación: “A menos que la guerra vaya a ser permanente, ¿por qué debemos tener acomodo permanente para instalaciones bélicas de semejante tamaño?” Luego comenzó a comprender: “¿O va a ser permanente la guerra?”


Se suponía que no tendríamos ejércitos permanentes, mucho menos ejércitos establecidos en todos los demás países, mucho menos ejércitos librando guerras por el control de combustibles que destruyen el planeta y ejércitos que de por sí consumen la mayor cantidad de esos combustibles, incluso si pierden todas las guerras. Antes que el Premio Nobel de la Paz fuera otorgado a belicistas, estaba pensado para los que hubieran hecho el mejor trabajo para eliminar los ejércitos permanentes del mundo. La Segunda Guerra Mundial lo cambió todo.

Nunca volvimos a tener impuestos como los anteriores a la Segunda Guerra Mundial o a fuerzas armadas como las anteriores a la Segunda Guerra Mundial o al comedimiento previo a la Segunda Guerra Mundial respecto al imperio extranjero o a un respeto a las libertades civiles previo a la Segunda Guerra Mundial o a nociones previas a la Segunda Guerra Mundial sobre quién merecía un Premio Nobel de la Paz. Nunca vimos otra declaración de guerra del Congreso, pero nunca dejamos de utilizar las de 1941, nunca abandonamos Alemania, nunca abandonamos Japón, nunca desmantelamos el Pentágono. En su lugar, como William Blum documenta en su notable nuevo libro “La exportación más letal de EE.UU.: la Democracia”, desde el supuesto fin de la Segunda Guerra Mundial, EE.UU. ha tratado de derrocar más de 50 gobiernos extranjeros, en su mayoría democráticamente elegidos; ha interferido en elecciones democráticas en por lo menos 30 países; ha tratado de asesinar a más de 50 dirigentes extranjeros; ha lanzado bombas sobre la gente en más de 30 países; y ha intentado de reprimir un movimiento populista o nacionalista en 20 naciones.

Oh, pero teníamos buenas intenciones, y tenemos buenas intenciones. No fue así en absoluto. “Nosotros” no estuvimos involucrados en esto. El gobierno de EE.UU. quería y quiere la dominación mundial, nada más. Y sin embargo, hasta los extranjeros compran la poción milagrosa estadounidense. Gadafi pensó que podía complacer a Washington y que lo perdonarían. Lo mismo hicieron los talibanes, y Sadam Hussein. Cuando Hugo Chávez supo del golpe planificado en su contra en 2002, envió un representante a Washington para que alegara en su defensa. El golpe tuvo lugar a pesar de todo. El subcomandante Marcos creía que Washington apoyaría a los zapatistas una vez que comprendiera quiénes eran.

Ho Chi Minh había visto lo que sucedía detrás del telón cuando Woodrow Wilson era presidente; la Segunda Guerra Mundial no lo cambió todo. Maurice Bishop de Granada, Cheddi Jagan de Guyana, y el ministro de exteriores de Guatemala apelaron a Washington pidiendo paz antes que el Pentágono derrocara sus gobiernos. “Nosotros” no tenemos mejores intenciones cuando amenazamos con la guerra a Irán, que cuando “nosotros” derrocamos al gobierno de Irán en 1953. El gobierno de EE.UU. tiene la misma agenda que la que tuvo en 1953, porque sigue involucrado en la mismísima guerra, la guerra sin fin.

En el momento mismo de la suprema hipocresía moral en 1946, cuando EE.UU. dirigió el enjuiciamiento de los crímenes de guerra nazis y mataba a los nazis declarados culpables, en el momento mismo cuando el Juez de la Corte Suprema Robert H. Jackson declaraba que los que estaban enjuiciando en Núremberg estarían sujetos al mismo estándar legal, EE.UU. daba sífilis a guatemaltecos para ver lo que les pasaría, e importaba por docenas científicos nazis a fin de que trabajaran para el Pentágono. La guerra para salvar a 6 millones de judíos y que en realidad los condenó, y a 60 millones más, a la muerte, la guerra de inocencia que vino después del armamento de chinos y británicos, y antes de eso el armamento de nazis y japoneses, la guerra contra el imperio que en realidad extendió el mayor imperio que el mundo haya conocido, la guerra contra la inhumanidad que en realidad desarrolló y utilizó las mayores armas jamás dirigidas contra seres humanos; esa guerra no fue un triunfo; ES un triunfo. Nunca ha terminado. Nunca hemos dejado de hacer que nuestros hijos juren lealtad como pequeños fascistas. Nunca hemos dejado de tirar nuestro dinero en el complejo del que Dwight Eisenhower nos advirtió que ejercería una influencia total sobre nuestra sociedad. Nunca nos hemos detenido a considerar si los ataques sobre un planeta finito deben terminar algún día. Truman mostró a Stalin un par de bombas, y las malditas banderas no han dejado de ondear desde entonces.

Si no me creéis, leed más a William Blum. El Plan Marshall fue un plan de dominación –una dominación más astuta y más hábil que muchos otros intentos– pero dominación. El control capitalista estadounidense era el propósito máximo. El sabotaje de victorias políticas izquierdistas era el enfoque primordial. Nunca ha cambiado. Los dictadores que nos hacen el juego cuentan con “nuestro” apoyo total. No tratéis de encontrar ataques “humanitarios” de la OTAN en Bahréin o Arabia Saudí o Jordania o los EAU o Catar o Kuwait o Yemen, no más que lo dispuesto que estuvo Obama de volverse contra Ben Ali o Mubarak o Gadafi o Asad hasta que hacerlo pareció ser estratégico para el logro de la dominación global. EE.UU. no interviene. Nunca interviene. No puede intervenir. Porque ya ha intervenido en todas partes. Lo que llama intervención es en realidad un cambio de bandos.

Si no me creéis, leed un breve nuevo libro de Nick Turse titulado The Changing Face of Empire: Special Ops, Drones, Spies, Proxy Fighters, Secret Bases, and Cyberwarfare [“La cara cambiante del imperio: operaciones especiales, drones, espías, combatientes testaferros, bases secretas y ciberguerra”]. Las “nuevas” fuerzas armadas de EE.UU. no son un retorno a antes de la Segunda Guerra, ni una reducción en gastos financieros, ni un cambio de dirección que se aleje de la dominación global, ni un cambio hacia algo que sea defensivo en lugar de ser ofensivo. Las “nuevas” fuerzas armadas son una modificación tecnológica y táctica del imperio existente de EE.UU. basado en la explotación. Lo que es nuevo es que:

Las diferencias entre organismos se están desdibujando. Las fuerzas armadas, la CIA, el Departamento de Estado, y la DEA [Administración de Cumplimiento de Leyes sobre las Drogas] se están convirtiendo en un equipo que opera en secreto a instancias del presidente. (Antes de vitorear, deteneos y considerad que a partir de enero el presidente pueda pertenecer al equipo de los malos.) El Pentágono tiene ahora su propia agencia de “inteligencia”, mientras el Departamento de Estado tiene su propia oficina de guerras por testaferros. Las Fuerzas Especiales de EE.UU. son activas en 70 naciones en cualquier día, por cuenta del presidente, sin autorización del Congreso, y en nombre del pueblo desinformado de EE.UU. Las fuerzas “especiales”, que operan bajo los acrónimos SOCOM y JSOC, ya no son especiales por ser más pequeñas. Son especiales por tener el poder de operar en mayor secreto y sin la limitación aparente de cualesquiera leyes.

¿Recordáis ese ataque que mató a Osama bin Laden? ¡Viva! ¡Hurra! ¡Yopee! El asesinato es tan guay. ¿Pero sabíais que soldados que trabajan para vosotros realizan por lo menos una docena de ataques semejantes en algún lugar del mundo cualquier noche de la semana? ¿Estáis seguros de que cualquiera muerto en una docena de ataques por noche también es un Mal Satánico Puro que merece ser ejecutado sin acusación ni proceso? ¿Estáis seguros de que esa práctica da un buen ejemplo? ¿Apoyaríais que otras naciones adoptaran esa práctica? “Nuestras” fuerzas especiales son ahora más grandes que los ejércitos de la mayoría de las naciones, y no tenemos ni la menor idea de lo que hacen esas fuerzas. “Nuestro acceso [a los países extranjeros]”, dice Eric Olson, ex jefe del Comando de Operaciones Especiales, “depende de nuestra capacidad de no hablar del asunto”. ¿Entendisteis? Vuestros héroes-asesinos quieren que te calles.

Y lo nuevo es que: los militares de EE.UU. han establecido docenas de bases en todo el mundo desde las cuales despegan robots asesinos conocidos como drones. Y hay docenas de bases en todo EE.UU. involucradas en las guerras de drones. Turse las enumera; garantizo que hay por lo menos una cerca de tu casa. Aquí en Virginia, en la Base Langley de la Fuerza Aérea nuestros valerosos asesinos de escritorio miran lo que llaman de modo tan cómico “TV Muerte” – los videos en vivo que reciben de drones que vuelan sobre las casas de la gente al otro lado del mundo. En Fort Benning, en Georgia, donde pronto tendrá lugar la protesta anual contra la escuela de tortura de la Escuela de las Américas, están probando drones que pueden disparar para matar sin participación humana. ¿Qué podría salir mal? No solo ha comenzado la reacción, sino así sabemos dónde están algunas de las bases de drones. En 2009, un ataque suicida mató a agentes de la CIA y mercenarios en la Base de Operación Avanzada Chapman en la provincia Khost de Afganistán, y solo entonces supimos que la base era utilizada para organizar asesinatos por drones en Pakistán.

Por cierto esto tiene lugar fuera de la acostumbrada reacción de creciente hostilidad provocada por las fuerzas armadas de EE.UU. en naciones en todo el mundo. El ataque en 2010 contra Libia, por ejemplo, hizo que mercenarios tuareg bien armados, que habían respaldado a Gadafi, volvieran a Mali, desestabilizando ese país, y causando un golpe militar por un oficial entrenado en EE.UU., así como que la última filial de al Qaida se apoderara de partes del país. Y eso es en Mali. ¡Y qué paraíso es Libia después de la liberación!

Muchas de las bases que los militares estadounidenses usan en el exterior se encuentran en naciones menos ocupadas que Afganistán. Los repugnantes gobiernos de esas naciones otorgan permiso para que operen, gracias al apoyo de EE.UU. para las dictaduras. Eso explica por qué tantas secuencias filmadas en la Primavera Árabe muestran transportes blindados de personal, tanques, helicópteros, y gas lacrimógeno hechos en EE.UU. El gobierno de Obama aumenta afanadamente los suministros de armamento hecho en EE.UU. a los regímenes que golpean, encarcelan y matan a activistas por la democracia. Repetid conmigo: “Pero es un programa de empleos”.

De hecho, es un gran programa de empleos. El Pentágono y el Departamento de Estado mercadean armas estadounidenses en el exterior, y EE.UU. triplicó sus ventas de armas en el exterior el año pasado, y controla ahora un 85% de las ventas internacionales de armas.

Pero las ventas de armas son lo menos importante. EE.UU. mantiene ahora sus propios soldados en la mayoría de las naciones del mundo y participa en ejercicios conjuntos de entrenamiento con los militares del lugar. Las mayores áreas de construcción de bases en la actualidad son probablemente Afganistán y África. A pesar del supuesto “cierre de a poco” de la guerra en Afganistán dentro de los próximos 2 o 12 años, la construcción de bases progresa a todo vapor, incluyendo nuevas bases “secretas” para fuerzas “especiales”, nuevas bases “secretas” de drones”, y nuevas prisiones. La razón –y uso el término generosamente– en Afganistán y en todo el mundo es que EE.UU. debe dejar que la gente del lugar muera y mate más que ahora. Por cierto, esto no ha dado resultados en Afganistán o Iraq, tal como no dio resultados en Vietnam. En Afganistán, una guerra por encargo en los años ochenta produjo una reacción notable que solo puede ser apreciada por los fanáticos de la guerra continua, no por los residentes de la Ciudad de Nueva York.

Amigos, romanos, compatriotas, es hora de que maduréis. Ya basta de culpar a un ser imaginario por una tormenta producida por vosotros y vuestro gobierno. Ya basta de dar gracias a “Dios” por no destruir una casa mientras arrasa otra. Bajad las banderas y el maldito amor a la patria. Si queréis amar este país tenéis que amar el planeta en el que se encuentra. Si queréis amar este planeta, tendréis que amar a toda su gente, y todas sus otras formas de vida. Las tormentas son nuestra propia creación. El océano creciente es el resultado de nuestra complicidad. Si queréis revertir esta tendencia tendremos que cerrar el Departamento de Defensa y crear un nuevo departamento para que nos defienda contra los peligros que existen realmente.

David Swanson es autor de War is a Lie. Vive en Virginia.

Traducción: Germán Leyens (Rebelión)