La reelección de Obama vista desde el Sur: Sin alternativas, sin expectativas

Guillermo Maessen
APAS

Apenas un mal menor. No hubo lugar para la restauración de la brutalidad republicana. Más allá del color de la primera magistratura, continuará el predominio del Pentágono sobre la Casa Blanca en la estrategia política hacia América Latina: amplio presupuesto militar, imposición económica y tendencia a erosionar nuestro modelo de integración.

Hace cuatro años, las esperanzas para Latinoamérica de que el “país más poderoso del mundo” fuese gobernado por un afroamericano, Barack Hussein Obama II, anunciaban un potencial cambio de época bajo el signo del Partido Demócrata (PD). La propuesta del Partido Republicano (PR), representados en aquel entonces por John McCain, significaba la continuidad del “estado de guerra de Bush”. 


Sin embargo, por acción u omisión, Obama terminó pronto por decepcionar a los expectantes latinoamericanos, así como a los inmigrantes latinos, residentes ilegales y/o legales en el país. De modo paradojal, la reelección de Barack Obama se apoyó, en gran medida, en el voto positivo de ese sector. Este comportamiento reviste una gran complejidad en su análisis.

Los migrantes que eligieron al presidente

La cantidad de migrantes latinos en Estados Unidos alcanzan los 53 millones, el 17 por ciento de la población total del país. De ellos, 11 millones están indocumentados. La paridad y la necesidad de conseguir electores hacen estimar a distintos analistas que el voto latino definió una nueva presidencia Obama. 

Según la Asociación Nacional de Funcionarios Latinos Designados y Electos (NALEO), 12 millones de latinos pueden ejercer el derecho a voto, pero la participación se ve opacada por el peligro de la deportación. Leyes aprobadas recientemente en algunos estados exigen mostrar documentos de identidad para votar o para inscribirse en el padrón electoral, por lo que cualquier irregularidad puede significar el regreso forzado. 

Los datos expuestos por NALEO demuestran la ambigüedad de la política inmigratoria de Obama. En 2008, como candidato, afirmó a través de Univisión que se necesitaba un plan integral de inmigración que, además de asegurar las fronteras, “provea a los trabajadores indocumentados una avenida hacia la ciudadanía”. Meses después, la noche de aquella elección, el presidente electo reiteró que promulgaría una reforma migratoria y que esto sería, dijo, “una de las principales prioridades de mi primer año como presidente”.

Las reformas migratorias han sido obstaculizadas en el Congreso históricamente por los republicanos. Durante los primeros dos años de la gestión Obama, los demócratas tuvieron mayoría en ambas cámaras legislativas, sin embargo la reforma aún se espera. 

Los logros en materia migratoria se limitan a permisos especiales para que los hijos de latinos residentes, los llamados “soñadores”, puedan obtener autorizaciones provisorias para continuar en el país. 

Pese a la aplicación de ese programa, la situación empeoró. Gustavo Torres, director ejecutivo del centro de ayuda al inmigrante Casa de Maryland expresó con alarma a BBC Mundo -a principios de 2012- que “un millón y medio de inmigrantes fueron deportados en los últimos tres años y medio, particularmente mexicanos”. “Algo jamás visto en la historia”, agregó. 

Juan Andrade, presidente del Instituto para el Liderazgo Hispano, alertó a Associated Press sobre el impacto de la crisis en los inmigrantes latinos. Explicó que la crisis hipotecaria -que provocó la pérdida de dos tercios del patrimonio de las familias hispanas entre 2005 y 2009-, la tasa de desempleo superior al 8 por ciento de la población total y del 12 por ciento para los hispanos y el incumplimiento de las promesas de campaña no sólo afectan la imagen del presidente, sino también el deseo de participar de la comunidad latina.

Ante el escenario de deportaciones masivas y desencanto, la administración de Obama emitió una directiva (Dream Act) en junio pasado para frenar las expulsiones y ofrecer a jóvenes indocumentados que fueron traídos al país de niños por sus padres, dos años de prórroga renovables para permanecer en Estados Unidos y solicitar el permiso de trabajo.

El mal mayor: los republicanos

En un almuerzo con empresarios de la Cámara Hispana de Comercio (USHCC) en Los Ángeles, el candidato republicano Mitt Romney prometió la residencia (Green Card) sólo a los inmigrantes que sirven en el Ejército y a los profesionales graduados en niveles de educación superior en Estados Unidos. 

Además, propuso derogar el Dream Act y generalizar un sistema de verificación del estatus migratorio de los empleados "para que cada empresa sepa si las personas que están empleando son legalmente elegibles para tener empleo", afirmó Romney al explicar lo que se denomina como “auto deportación”. 

El patio trasero

Salvo el idilio de los primeros días, allá por 2008, las expectativas sobre un cambio en la relación entre Estados Unidos y Latinoamérica se fueron esfumando. 

Desde el principio, Barack Obama obvió opinar sobre esa relación, incluso ante presiones explícitas del Pentágono. Frente a la posibilidad de reducir y redistribuir el presupuesto del Comando Sur, la Cuarta Flota, la DEA y la lucha contra el narcotráfico en función de la crisis económica, los Halcones del Pentágono reaccionaron justificando la pertinencia del gasto militar.

Obama mantuvo el silencio y permitió, de este modo, que la política sobre el continente siguiera en manos de ala militar. 

Antes del comicio celebrado en estos días, Romney apoyó explícitamente en campaña las denominadas leyes de endurecimiento migratorio -simbolizadas por la Ley Arizona- y las propuestas relacionadas con la construcción de barreras físicas y tecnológicas. Obama se sostuvo bajo el paraguas de la “migración con seguridad”. 

Tal propuesta implicó en los últimos cuatro años una estrategia de traslado del problema del narcotráfico y de los migrantes -incluida la trata de personas- fronteras al sur con México.

La política de Felipe Calderón de guerra contra el narcotráfico, las 50 mil muertes que provocó y las buenas relaciones que mantuvo éste con la Casa Blanca durante sus años de gestión, ejemplifican la posición de Obama. 

La política del PD desde Washington se mantuvo inalterable. Profundizó los Tratados de Libre Comercio (TLC) con México, Colombia, Chile y los países de Centroamérica; y potenció el acuerdo con Perú fortaleciendo la iniciativa de la Alianza del Pacífico para debilitar el crecimiento del Mercado Común del Sur (Mercosur), la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) y la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur). Además, sostuvo a la Organización de Estados Americanos (OEA) como herramienta panamericana de influencia. 

Sin mostrar un apoyo explicito, justificó y sostuvo los Golpes de Estado en Honduras en el 2009 y en Paraguay en 2012. Lo hizo a través de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), la amplia red de fundaciones y las propias delegaciones diplomáticas. El mismo esquema lo aplicó en las intentonas golpistas y separatistas de los opositores en Bolivia, Ecuador y Venezuela. Mantuvo, también, el asedio del bloqueo económico y político sobre Cuba, incluido el mantenimiento de la cárcel ilegal de Guantánamo. 

Los Republicanos y la Derecha internacional

En la última campaña, la posición de los candidatos sobre Latinoamérica fue mínima o casi imperceptible. La lectura de los Demócratas se materializa a partir de las acciones enumeradas en el párrafo anterior. La de los Republicanos puede interpretarse a partir de la lectura de los dichos de su candidato en el segundo debate electoral. 

Mitt Romney basó su propuesta económica de salida de la crisis para Estados Unidos en el incremento y fortalecimiento de los TLC con los países latinoamericanos. 

Esta propuesta, sin ser original, compromete aun más las posibilidades de desarrollo de Latinoamérica. Los TLC destruyen las economías agroindustriales y tecnológicas; compromete, incluso, el mercado de las materias primas y afecta claramente la balanza comercial en beneficio del país del Norte en detrimento de los socios menores. 

El programa republicano contemplaba el autoabastecimiento energético que le permitiera a Estados Unidos resolver, a su favor, la ecuación negativa que mantiene con Venezuela, su principal abastecedor de petróleo. Implicaba la promoción de Exxon en México, previo desplazamiento de Petróleos Mexicanos (PEMEX) de la exploración y extracción, y su privatización. Todo con la anuencia del electo presidente Enrique Peña Nieto. 

El Supermartes

El “Supermartes” terminó por ser una construcción mediática más, al estilo estadounidense. Para los ciudadanos comunes, y en especial para los latinos e indocumentados, no dejó de ser un día laboral más, un día más escapando de la migra. 

Este martes fue simbólico. Las elecciones se desarrollaban desde hacía más de dos semanas. El propio Obama promovió el voto anticipado, sufragando el 25 de octubre. Hacia el 31 de ese mes se conocía ya que más de 10 millones de votantes asistieron a las urnas y que, según las encuestas a “boca de urna” amplificadas hasta el hartazgo por los medios de comunicación masiva, había una leve ventaja en favor del Presidente. 

El voto de delegados electorales implica la depreciación del voto individual. Cada uno de ellos representa a un determinado número de votantes. Dese hace más de una semana los portales informativos notificaban, a través de mapas coloreados, la ventaja en electores a favor de los Demócratas. 

Ambas situaciones, sumadas al desencanto provocado por la crisis económica y social que vive el país, terminó por opacar la participación e incluso la legitimidad del proceso electoral. 

Según los primeros resultados, Barack Obama obtuvo 303 electores a su favor, contra 206 de los Republicanos. Por el mencionado sistema indirecto, la cifra se asemeja más a un partido de básquet con muchos goles que el resultado final de una elección democrática.

Los datos indican, al mismo tiempo, el logro de la mayoría en la Cámara de Representantes para el Partido Republicano; mientras que en la Cámara de Senadores se mantiene la hegemonía del PD.

Sin alternativas, los latinos en Estados Unidos -presos de su condición de ciudadanía condicionada- terminaron por apoyar lo malo conocido frente a la “guerra” declarada en campaña por los Republicanos. 

Sin expectativas, los países latinoamericanos observan impávidos la reelección de Obama sabiendo que Estados Unidos y su sistema político se alejan cada día más del horizonte emprendido desde el Sur del continente hace más de 10 años.