La tormenta después de las elecciones

Alejandro Nadal
La Jornada

     Un análisis prediciendo la victoria de Obama señalaba que la tormenta Sandy desempeñaría un papel clave en el resultado electoral. Cuando el huracán golpeó en Nueva Jersey el 29 de octubre las encuestas daban a Obama una probabilidad de victoria de 73 por ciento. En los días que siguieron al desastre, sus probabilidades de éxito aumentaron hasta alcanzar 86 por ciento.

Las investigaciones sobre la manera en que la tormenta habría afectado las preferencias electorales es algo desconocido. Quizás los medios habrían dedicado más atención al inquilino de la Casa Blanca, proyectando su imagen de mandatario especialmente conmovido, cobijando a los pobres damnificados por el meteoro. También es cierto que un balde de agua fría del Atlántico pudo haber hecho que entrara en razón una parte del electorado y de pronto pudiera ver a través de la red de mentiras del candidato republicano.

El mundo según Romney es muy sencillo. Sus premisas son falsas, pero fáciles de empaquetar y vender: hay que reducir los impuestos a los ricos para que inviertan más y la economía pueda crecer. Es necesario mantener los salarios flexibles para que las empresas puedan contratar a más empleados y trabajadores. Hay que evitar que la gente se convierta en una especie de parásito que descansa en los subsidios del gobierno (el famoso 47 por ciento de la población que fue objeto de burlas por parte de Romney en el famoso discurso con sus amigos ricos en Boca Ratón). En el mundo de las relaciones internacionales todo es incluso más simple para el republicano: hay que perseguir a los tipos malos, interrumpirlos, matarlos, sacarlos de la película. Esas, por cierto, son sus palabras literales. Todo eso es grotesco, pero revela con bastante precisión el enredo mental que pasa por el cerebro de Romney.
Quizás el complejo de embustes más cínico en esta campaña se relaciona con la idea de que Obama era un socialista que estaba llevando a Estados Unidos al mundo oscuro de la planificación central. En verdad, se necesita mucha sangre fría para decir esto sin reír. La reforma regulatoria para el sistema financiero y bancario está atorada. Lo poco que se pudo lograr en el texto sustantivo de la reforma Dodd-Frank ha sido suavizado y disminuido en la parte reglamentaria por los personeros de Wall Street.
Lo más importante es que las ganancias en la bolsa de valores y de los grupos corporativos han experimentado, bajo la administración Obama, el mayor repunte en la historia económica reciente de Estados Unidos. En 1952 las ganancias de las empresas alcanzaron el nivel récord de 9.7 por ciento del PIB. No fue sino hasta 2008 que las ganancias alcanzaron un nivel superior (10.2 por ciento del PIB). Pero hoy las ganancias de las empresas en Estados Unidos alcanzan 11.8 por ciento, algo que nunca había ocurrido en la historia de ese país.
¿Cómo es esto posible en una economía en la que el empleo no se ha podido recuperar? La respuesta es que la explosión en ganancias corporativas es la otra cara del desplome en el llamado mercado laboral. Es decir, las empresas tienen hoy fuertes ganancias porque perciben mayores ingresos por cada dólar de mercancía que venden. Eso se debe a que sus costos laborales se han deprimido más. No sólo pagan menores salarios sino que ahora emplean a menor número de personas. Eso explica por qué la economía estadunidense se encuentra estancada, con una baja tasa de crecimiento. El consumo ha sido el principal motor del crecimiento para la economía estadunidense en las últimas dos décadas y hoy los bajos salarios y el desempleo han puesto un freno sobre este componente de la demanda agregada.
Las mentiras de Romney eran de esperarse. Pero que este estado de cosas se produjera en la administración de Obama resulta algo paradójico. Su triunfo se debió a una promesa de cambio que no pudo cumplir. La razón es la captura regulatoria y política de su administración por parte del sector financiero. Precisamente por esta sumisión Obama siempre buscó el consenso con sus contrincantes del partido republicano. Éstos obstaculizaron cada uno de sus proyectos y le han vencido en la guerra ideológica: el presidente se ha movido siempre hacia posiciones de derecha en todos los ámbitos.
Por eso cedió Obama al chantaje de los republicanos durante las discusiones sobre el déficit fiscal en el verano de 2011. El resultado fue un acuerdo que introduce recortes en el gasto y aumentos de impuestos de manera automática a partir del primero de enero de 2013 (a menos que el Congreso apruebe un esquema alternativo). Esa contracción fiscal es superior a 4 por ciento del PIB y arrastrará a la economía estadunidense a una recesión (si no es que a algo peor al combinarse con la prolongada crisis en Europa). Este llamado precipicio fiscal será parte del esfuerzo que ya se ve venir para seguir desmantelando el sistema de seguridad social y lo que queda del estado de bienestar, independientemente de quién gane estas elecciones. Esta tormenta tendrá más víctimas que Sandy.