WikiLeaks y la Argentina: una mirada histórica

Mario Rapoport
Diario BAE

En más de una ocasión la diplomacia estadounidense se refirió en términos duros al peronismo
En más de una ocasión la diplomacia estadounidense
se refirió en términos duros al peronismo
 


El escándalo suscitado a partir de la revelación de decenas de miles de documentos clasificados de las embajadas de Estados Unidos en todo el mundo por parte de la organización WikiLeaks generó y seguirá generando múltiples tensiones diplomáticas, como el actual pedido de extradición de Julian Assange, el principal responsable de dar a conocer esos documentos, ahora refugiado en la embajada de Ecuador en Londres. Si bien esta megafiltración –festejada por historiadores y analistas de las relaciones internacionales, que en sus investigaciones deben esperar décadas y hurgar pacientemente en los archivos diplomáticos para acceder a estos documentos– tiene múltiples efectos, uno de ellos es que permite conocer mejor al gran público cómo se despliega, al menos en parte, la política estadounidense en el mundo, aunque su actuación concreta en América latina, con más de una treintena de intervenciones variopintos, desde invasiones exitosas o frustradas a otros países, apoyo a golpes de Estado internos o presiones de distinto tipo, nos eximen de comentarios mayores.

En lo que respecta a la Argentina, la ponderación negativa de distintos miembros del actual Gobierno nacional –y de funcionarios de gobiernos provinciales, banqueros, empresarios, etcétera–, produjo sorpresa e indignación. Siendo la más increíble aquel documento que se refiere a nuestra Presidenta, posiblemente porque cause asombro que sus discursos sean coherentes y lúcidos sin recurrir a lectura alguna, algo a lo cual los norteamericanos, recordando a Bush (Jr), Coolidge, Harding y otros “brillantes” presidentes de su país, no están acostumbrados. Pero este tipo de “caracterizaciones” no son nuevas. A lo largo de la historia, la diplomacia del país del Norte calificó de formas diversas, generalmente poco cariñosas, a gobernantes argentinos con quienes tuvieron duras disputas bajo gobierno de distinto pelaje y señaló desacuerdos entre ellos u opiniones contra sus propios gobiernos.

En 1928, por ejemplo, el embajador estadounidense en la Argentina envió un telegrama al secretario de Estado Kellogg, sobre las divergencias entre el canciller argentino Ángel Gallardo y Honorio Pueyrredón, jefe de la delegación argentina en la VI Conferencia Panamericana, que estaba protagonizando un enfrentamiento con Estados Unidos, impugnando su política intervencionista y su creciente proteccionismo comercial. En dicho telegrama, reenviado por Kellogg a Hughes, jefe de la delegación estadounidense en esa conferencia, se indicaba que el presidente Alvear había apoyado la posición de su canciller, cuestión que terminó en escándalo continental, con la renuncia de Pueyrredón. Estas diferencias reflejaban concepciones divergentes de Hipólito Yrigoyen (electo nuevamente presidente en los meses siguientes) y los radicales “antipersonalistas” que apoyaba Alvear. Los informes diplomáticos de la embajada de Washington en Buenos Aires sirvieron al país del Norte para derrotar la posición argentina en la Conferencia de La Habana.

Pocos años más tarde, en ocasión de la Guerra del Chaco y las pugnas entre los Estados Unidos y la Argentina en torno de cómo resolverlas, un memorándum del Departamento de Estado caracterizaba al canciller Saavedra Lamas –luego ganador del Premio Nobel de la Paz–: de “Egoísta y ambicioso” y de quien “es muy difícil esperar una sincera colaboración de su parte” [Memorándum estrictamente confidencial del Departamento de Estado, titulado “Possible attitude of Latin American Delegations toward controversial subjects”, pp. 1-3 (NARA, DS, VII Inter-American Conference)]. En ese mismo tiempo, el embajador Weddell reportaba a su superior Cordell Hull sobre un viaje del presidente Justo a Brasil, con “el objeto de formar un eventual bloque sólido en esta parte del continente para confrontar con Estados Unidos” [Telegrama confidencial de Weddell a Hull N. 52, Buenos Aires, 19 de octubre de 1933 (NARA, DS, VII Inter-American Conference)].

Años más tarde, durante la Segunda Guerra Mundial, y cuando las relaciones bilaterales pasaban por uno de los momentos más tensos de su historia, el embajador Braden afirmaba en un telegrama al Departamento de Estado. “Perón, como el único líder destacado que existe en la actualidad en el escenario argentino, es la encarnación del actual control militar fascista, pero es sólo un individuo mientras que el movimiento tiene muchos integrantes, fue alimentado por los nazis y suministra a estos últimos la base sobre la que esperan construir la ‘victoria de posguerra’. En realidad, aunque la eliminación de Perón sería un gran paso adelante, los organismos de seguridad de los Estados Unidos [...] no deben estar tranquilos hasta que se hayan extirpado los últimos vestigios de los principios malignos y de los métodos que representa y practica el actual gobierno” [Braden al Departamento de Estado, 11 de julio de 1945, FRUS, The American Republics, Vol IX, pp. 391-393.]

Hacia 1948, frente a un nuevo cónclave continental, la embajada estadounidense prevenía contra las posibilidades –inciertas– de que el gobierno de Perón pudiera conformar un bloque austral para enfrentar el plan interamericano de Estados Unidos: “Nuestra embajada en Buenos Aires ha enviado a ustedes su comentario sobre nuestras relaciones con la Argentina. En síntesis, éstos son lo siguientes. No parece que la Argentina vaya a tener mucho éxito en la conformación de un bloque austral, particularmente si nosotros podemos fortalecer el sistema interamericano. El deseo argentino de dominar el Cono Sur de América Latina es tradicional pero Paraguay y Bolivia probablemente tengan más disgusto que amor por los argentinos mientras que parece no ser inmediato el peligro de que se cree una situación de dominación por parte de ese país sobre Uruguay y Chile. No deberíamos tener un miedo exagerado en la formación de un bloque austral, que frene nuestros objetivos con respecto al sistema interamericano [Memorandum by Mr. Henry Dearborn of the Divison of River Plate Affairs, Washington, 20 de enero de 1948. Dirigido a Armour, Daniels, Woodward y Tewksbury, funcionarios del Departamento de Estado. En Foreign Relations of the United States, 1948, vol. IX, pp. 279-281]

Cerca de 15 años más tarde, el representante estadounidense en Buenos Aires presentaba en otro documento una dura caracterización con respecto al presidente Illia, al que acusaba de “nacionalismo extremo” e “izquierdismo” y planteaba dificultades para ejercer las presiones habituales: “… con este gobierno chovinista –decía– parece dudoso que la amenaza de negar asistencia estadounidense pueda tener algún efecto” [Cable del embajador McClintock al Departamento de Estado, 11 de marzo de 1964, LBJL]. Distinta era la opinión que tenían de quien lo voltearía a través de un golpe de Estado, el general Onganía, caracterizado por la CIA en otro documento como un “buen amigo de los Estados Unidos”, y dispuesto a aplicar la Doctrina de la Seguridad Nacional.


Podríamos seguir largamente enumerando ejemplos históricos de las caracterizaciones del Departamento de Estado de los gobiernos argentinos y de sus funcionarios. Estos ejemplos permiten comprender cómo, a lo largo de todo el siglo XX, la diplomacia norteamericana operó defendiendo los intereses expansionistas del país del Norte, y descalificando a cualquier gobierno cuyas políticas perjudicaran sus intereses en la región o favoreciendo a aquellos que seguían sus consejos.