Elecciones en Egipto: Época de cambios


Alain Gresh*
Le Monde diplomatique

El domingo 24 de junio se confirmó la victoria de Mohamed Morsi, candidato de los Hermanos Musulmanes, en las elecciones presidenciales de Egipto. Sin embargo esta votación no es más que una etapa dentro de una larga transición, iniciada a partir de la caída de Hosni Mubarak.
Partidario de Mohamed Morsi en la Plaza Tahrir, El Cairo, 19-6-12 (Amr Dalsh / Reuters)
urante interminables y sofocantes días, en una atmósfera pesada, Egipto contuvo la respiración. El país estaba esperando el anuncio de los resultados, postergados hora tras hora, de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales. Bajo un sol abrasador, y a pesar de las dificultades de la elección –tan numerosa como la primera vuelta– los votantes depositaron sus boletas en las urnas, en orden y bajo supervisión de jueces. El 17 de junio, las mesas estuvieron abiertas hasta las diez de la noche, para que todos pudieran cumplir con su deber. Hubo pocos incidentes. El vencedor debía ser anunciado oficialmente el miércoles 20 y los resultados que iban llegando en la noche confirmaban que había triunfado Mohamed Morsi, el candidato de los Hermanos Musulmanes, apoyado por numerosas fuerzas de la revolución. La asociación independiente “Jueces por Egipto”, que había supervisado el escrutinio (1), validaba su victoria.
Sin embargo, rápidamente la atmósfera se volvió aún más pesada. El adversario de Morsi, el general Ahmed Shafiq, apeló ante el comité superior que supervisaba la elección, y éste decidió posponer la publicación de los resultados. Mientras tanto, los medios de comunicación, que siguen siendo dirigidos por los mismos hombres que lo hacían en los tiempos de Hosni Mubarak, reproducían rumores y desinformación, explicando que los Hermanos habían llenado las urnas, que habían perdido, ¡que estaban preparando un levantamiento armado! En realidad, la decisión ya no estaba en manos de los votantes ni en las del supuesto comité de supervisión, sino solamente en las del Consejo Superior de las Fuerzas Armadas (CSFA), que buscaba medir las consecuencias de una victoria que había tratado de evitar. El Consejo había puesto todo su poder detrás del general Ahmed Shafiq, el último primer ministro de Hosni Mubarak. Este militar forma parte de la camarilla de empresarios (y oficiales) que sometió al país durante dos décadas: el 2 de marzo de 2011, durante un debate que quedó en el recuerdo entre Shafiq, aún primer ministro, y el escritor Alaa Al-Aswani –autor de la inolvidable El edificio Yacoubian–, este último aportó numerosos documentos que confirmaban la corrupción de Shafiq, obligándolo a renunciar. Representante del antiguo régimen, de lo que aquí llaman “los fulul”, los “restos” del antiguo régimen –los ci-devant [nobles], como se decía en tiempos de la Revolución Francesa–, Shafiq se rodeó del “Estado profundo”, aquel que había tenido perfil bajo luego de la caída del dictador y que ahora lucha enérgicamente para recuperar todos sus privilegios. Todos aquellos que no olvidaron –ni aprendieron– nada.
Finalmente, luego de muchas vacilaciones, el CSFA debió replegarse y el 24 de junio Morsi fue proclamado vencedor: anunció su renuncia a la hermandad y al Partido para la Libertad y la Justicia (PLJ) y confirmó su voluntad de ser el presidente de todos los egipcios. Por primera vez en la historia del Egipto republicano, un civil se convierte en presidente. Para entender este vuelco, alcanza con caminar por las calles de El Cairo y escuchar a los egipcios, especialmente a los jóvenes: sin importar cuál haya sido su elección, ya no quieren que les confisquen el poder; quieren expresar sus puntos de vista y hacer valer su opinion. Es la generación de la revolución, la que se moviliza en cada ciudad y en cada pueblo. El tiempo de las dictaduras militares ha pasado. Estos jóvenes que celebran la victoria de Morsi, que en algunos casos llevan máscaras de Anonymous, que bailan a ritmos endiablados, que llevan triunfales un copto –con su gran cruz–, que se alegran por la derrota del general del antiguo régimen, se parecen poco a hordas barbudas listas para barrer con el mundo civilizado.

Un panorama complejo

Sin embargo, el pequeño margen de victoria de Morsi, de apenas un millón de votos, frente a un candidato que representa el viejo orden contra el que se levantó el pueblo a principios de 2011, es muy elocuente respecto del rechazo que generan los Hermanos Musulmanes en gran parte de la población y sobre las contradicciones de la transición actual.
Los resultados de la primera vuelta de la elección presidencial causaron alteración en el seno de las fuerzas revolucionarias. Morsi, el candidato de los Hermanos, y el general Shafiq quedaron cabeza a cabeza, aunque con sólo un cuarto de los votos cada uno y con una leve ventaja para el primero. Hamdin Sabbahi, candidato poco conocido de tendencia nasseriana, reunió más del 20% de los sufragios (como aquí nada es sencillo, Sabbahi y su partido se habían aliado con los Hermanos para las elecciones legislativas). El cuarto, Abul Futuh, obtuvo el 17,5% de los votos. En conjunto, los candidatos cercanos a la revolución (Sabbahi, Abul Futuh y algunos otros) reunían cerca del 40% de los votos, pero quedaron fuera de la segunda vuelta.
¿Cómo reaccionar? ¿Qué hacer en la segunda vuelta? Para el escritor Al-Aswani, crítico virulento de los integristas, la elección era clara: “No estamos con Morsi, apoyamos la revolución”. Una posición explicitada por el editorial de Mostafá Ali (2): “De modo trágico, algunas fuerzas favorables a la revolución describen de manera errónea una organización conservadora y vacilante como la de los Hermanos Musulmanes, que más de una vez traicionaron los objetivos de la revolución (y pueden hacerlo de nuevo en el futuro), como fascistas religiosos. Y así asimilan esta fuerza –que se comprometió de modo oportunista con el antiguo régimen– con el actual régimen, que intenta aniquilar a toda la revolución”.
Algunos están obsesionados con el fantasma de un estado teocrático impuesto por los Hermanos. Sin embargo, para la mayoría de las fuerzas revolucionarias, las fuerzas a combatir –contra las cuales se creó un frente común el 22 de junio pasado– son el ejército y el antiguo régimen, que mantienen el control de los resortes más importantes del poder. Morsi, rodeado de partidos comprometidos con la revolución y de figuras simbólicas como Wael Ghonim o Al-Aswani, se lanzó a una plataforma común de lucha contra el CSFA y, en particular, contra las decisiones tomadas en las semanas previas a la elección.
“Hemos cometido un error muy importante tras la caída del presidente Mubarak, que fue llegar a un acuerdo para dejar el poder en manos del CSFA”. El 14 de junio Abul Futuh, candidato perdedor en la elección presidencial, se enteró de que el Alto Tribunal Constitucional había declarado ilegal la ley que permitía la elección del parlamento, lo cual condujo a su disolución. Además, acababa de abolir la ley que prohibía presentarse a las elecciones a los representantes del antiguo régimen, autorizando al general Shafiq a competir por la segunda vuelta en la elección presidencial del 16 y 17 de junio.
Como ya hemos señalado, en Egipto nada es sencillo. Durante estos días de crisis, Hamdin Sabbahi realiza la (pequeña) peregrinación (omra) a La Meca y se confina en un prudente silencio, sin tomar posición por ninguno de los dos candidatos que siguen en carrera. Marcado por su ideología nasseriana, se resiste a criticar al ejército.
En cambio, Abul Futuh, ex líder de los Hermanos Musulmanes, busca conformar un frente amplio contra los militares. Con sesenta años (un júnior en el contexto político local dominado por ancianos) y carismático, irradia una energía desbordante. Habiendo sido presidente del sindicato de médicos durante mucho tiempo, fue detenido en varias ocasiones, por muchos años. Marginado por la hermandad, que lo consideraba demasiado liberal, Futuh participó activamente en toda la epopeya de Tahrir, donde adquirió gran autoridad, especialmente entre los jóvenes Hermanos. Pronto anunció que se postularía para la elección presidencial y se lanzó a un programa de reformas democráticas en el país, que consistían en un Estado gobernado por civiles, igualdad entre hombres y mujeres e igualdad entre los ciudadanos, para permitir en particular que un copto fuera elegido presidente de la República. Reunió a su alrededor una amplia coalición de tendencias y personalidades –una de sus asesoras económicas es marxista– y también obtuvo para la primera vuelta el sorprendente apoyo de los salafistas, preocupados por la hegemonía de los Hermanos Musulmanes en la escena política. En Egipto, nada es sencillo.
Para Abul Futuh, al igual que para muchas otras fuerzas, la elección de la segunda vuelta era clara: o bien se regresaba al antiguo régimen con el general Shafiq, o bien se daba un paso adelante con la elección de un candidato civil y en la lucha por “la caída del poder militar”.

Antiguo régimen vs democracia

En las semanas previas a la elección presidencial, el CSFA había puesto en marcha una ofensiva para consolidar su control institucional. El 4 de junio, el ministerio de Justicia validó el derecho de los militares para detener y juzgar a civiles. Durante el juicio a Mubarak fueron exculpados importantes funcionarios del Ministerio del Interior, responsables de la muerte de cientos de manifestantes, y numerosos policías acusados de disparar contra los manifestantes.
A raíz del veredicto del 14 de junio, el CSFA retomó en sus manos el poder legislativo que le había cedido al parlamento y aprobó una declaración constitucional adicional que protege al ejército de cualquier forma de “injerencia” de los civiles y limita el poder del futuro presidente. También se arrogó el derecho de revisar la redacción de la futura constitución.
Paralelamente, el “Estado profundo” continuó actuando a favor del general Shafiq, movilizando todos los medios que le quedaban (que eran muchos): medios obedientes –incluidos en muchos casos aquellos que se califican como independientes, pero en manos de empresarios vinculados con los círculos de poder–, intelectuales del antiguo régimen, pensadores “liberales” movilizados contra la dictadura islámica, pero silenciosos respecto de la de los militares. Las más descabelladas mentiras fueron buenas para desacreditar a los islamistas: éstos habrían hecho que el parlamento tunecino aprobara el restablecimiento de la poligamia; Morsi habría decidido reprivatizar la compañía del Canal de Suez, símbolo de la independencia de Egipto desde que el presidente Gamal Abdel Nasser la nacionalizara en 1956; los Hermanos habrían acumulado armas, querrían transformar el ejército siguiendo el modelo iraní, restablecerían el impuesto especial (jaziya) a los coptos, cerrarían los cines y los teatros, etc. Una de las fabulaciones más espectaculares, que ha recorrido el mundo entero, es la que cuenta que el parlamento habría analizado una ley que permitiría que un hombre tuviera relaciones sexuales con su mujer en las seis horas posteriores a su muerte. Como en tiempos de Mubarak, o de los demás dictadores árabes, “Nosotros o los islamistas” sigue siendo la consigna de todos los aristócratas, que buscan mantener el orden establecido.
Es preciso reconocer que esta propaganda tuvo su rédito: más de doce millones de egipcios votaron, en segunda vuelta, por un candidato del antiguo régimen, aunque no todos, ni mucho menos, estén a favor de volver el tiempo atrás. Los Hermanos Musulmanes tienen su parte de responsabilidad, como lo muestran los resultados electorales: aunque Morsi obtuvo 5,7 millones de votos en primera vuelta, su partido había reunido casi el doble en las elecciones legislativas de fines de 2011 y principios de 2012.
La hermandad paga sus errores y sus tergiversaciones entre la revolución y el ejército. Dado que sus miembros habían sido fuertemente reprimidos durante el régimen de Mubarak, la organización no se sumó a las manifestaciones sino hasta el 28 de enero de 2011, tres días después de que comenzaran, a pesar de que sus militantes más jóvenes ya se encontraban en pie de lucha desde las primeras horas. Desempeñaron un papel activo durante la pulseada que enfrentó la calle a Mubarak y contribuyó en gran medida, con su organización, a la resistencia frente a los ataques de la policía.
Después de la caída del “rais”, esta organización, de orientación fundamentalmente conservadora, buscó un terreno de diálogo con el CSFA. Se disoció de los jóvenes manifestantes, en particular en noviembre de 2011, cuando los enfrentamientos con el ejército en El Cairo causaron alrededor de cuarenta muertos. Los Hermanos, deseosos de que las elecciones legislativas se llevaran a cabo a toda costa, denunciaron “acciones irresponsables”, cosa que muchos jóvenes no les perdonaron.
Luego de conseguir una amplia mayoría en el parlamento, dieron muestras de una voluntad hegemónica que alejó de ellos a no pocas amistades. Y su decisión, a pesar de sus compromisos previos, de participar directamente en la elección presidencial, avivó los temores. Fahmi Howeidy, un editorialista respetado de tendencia islamista, cuyos artículos son reeditados a lo largo de todo el mundo árabe, criticó severamente este ingreso en la batalla presidencial. Pero piensa que las responsabilidades de los fracasos del período anterior son compartidas: “En el parlamento, los liberales y los demás partidos rechazaron toda propuesta de los Hermanos de presidir comisiones. Apostaron a su fracaso, a pesar de que la asamblea tomó medidas positivas: reforma del bachillerato, transformación del estatuto de 700.000 trabajadores precarios, salario máximo, etc.”. Para Howeidy, la batalla en Egipto no está oponiendo a laicos y a religiosos, sino al antiguo régimen con la democracia.
Al aceptar, el 22 de junio pasado, conformar un frente con las fuerzas revolucionarias, los Hermanos aceptaron formalmente su aislamiento. Se comprometieron a luchar contra el poder militar, en particular al solicitar la derogación de la declaración constitucional adicional y el retorno del parlamento electo. Ahora que ganó su candidato, ¿no intentarán llegar a un nuevo acuerdo con el CSFA? ¿Cómo se redactará la nueva Constitución? Las preguntas quedan planteadas, pero, como sea, el 24 de junio marcará un hito en la historia de Egipto y de la supresión del viejo orden, en particular del control de una camarilla corrupta sobre la economía.

1. Ahramonline, 20-06-12,http://english.ahram.org.eg/NewsContent/36/122/45678/Presidential-elections-/Presidential-elections-news/After-vote-count,-Judges-for-Egypt-corroborate-Mur.aspx
2. “Last Call: Will the revolution or the counter-revolution write Egypt history”, Ahramonline, 22-06-12, http://english.ahram.org.eg/News/45847.aspx