Culpables


Tomás Lukin
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“Se comportan como lobbistas, pero se los presenta públicamente como investigadores neutrales”, afirma Robert Wade.
Las teorías económicas ortodoxas y sus voceros son parte responsable del estallido financiero que comenzó en 2008. Economistas de todo el mundo, enrolados en la corriente neoclásica, reconocieron en distintas oportunidades la incapacidad de sus modelos para anticipar y comprender la crisis, mientras que otros apuntaron los cañones hacia los responsables de la política económica. No obstante, la legitimidad de sus visiones permanece prácticamente inalterada. El reconocido profesor de Economía Política y Desarrollo en la London School of Economics Robert Wade advierte que la inmunidad e impunidad de esas ideas responde a distintos factores que van desde la belleza y elegancia con la que se presentan las máximas neoclásicas hasta el patronazgo corporativo de muchos “prestigiosos” académicos.
“Los economistas que no vieron la creciente fragilidad financiera son los mismos que reclaman menos regulación de los gobiernos a través de los medios. Se los presenta públicamente como investigadores académicos, pero son lobbistas que ocultan al público sus relaciones con Wall Street”, afirmó Wade durante una entrevista con Cash.
Wade considera que los modelos dominantes deben ser abandonados, pero es pesimista sobre la posibilidad de que las ideas neoliberales sean desplazadas por las teorías heterodoxas. “Para eso se necesitaría un cambio radical que permita superar los obstáculos que impiden la cooperación entre los Estados, como sucedió en Bretton Woods después de dos guerras mundiales, la Gran Depresión y el nazismo”, afirma. El economista nacido en Nueva Zelanda visitó Buenos Aires para participar del IV Congreso de la Asociación de Economía para el Desarrollo de la Argentina (AEDA). “El desarrollo es muy difícil y no va a suceder con el libre mercado. Las ideas dominantes en la materia son una receta para mantener al mundo polarizado”, consideró el ganador del premio Leontief en 2008.
¿Por qué considera que la disciplina económica contribuyó a llegar a la crisis actual?
–La élite de economistas británicos admitió que la profesión contribuyó al crac financiero y la recesión al no poder comprender los mecanismos que pusieron a la economía global en riesgo y defendiendo la capacidad del capitalismo para sostener un equilibrio de pleno empleo. Los economistas neoclásicos tuvieron un rol activo en la construcción de la fragilidad financiera. Escondieron e ignoraron el riesgo que estaba a simple vista. En noviembre de 2008, la reina de Inglaterra visitó la London School of Economics y, después de escuchar un informe sobre la crisis, preguntó a los economistas más reconocidos del país por qué nadie vio venir la crisis. En julio del año siguiente, 33 economistas británicos le escribieron una respuesta donde concluían que “el fracaso para anticipar la crisis, su duración y gravedad se debió a la incapacidad de la imaginación colectiva de mucha gente brillante para comprender los riesgos del sistema como un todo”. Más allá de ese reconocimiento, no dijeron nada sobre por qué fallaron en ver ese todo. No miraban los crecientes niveles de endeudamiento porque sus modelos macroeconómicos no incluyen al sector financiero.
¿Qué significa que no contemplan al mercado financiero?
–Desde esa visión, el sector financiero es neutral, pasivo y se acomoda a las necesidades de la economía real evitando y controlando los niveles de endeudamiento. Sus modelos no contemplan la posibilidad de default de un deudor, no la conciben. En esas teorías, es posible conocer el futuro y, por lo tanto, las corporaciones y los bancos pueden manejar los riesgos y prevenir problemas. A su vez, para conseguir ese objetivo se necesita una intervención limitada del Estado. Todo se construye con supuestos muy locos. Consideran que el mercado ajusta automáticamente en un equilibrio de pleno empleo. Con esos modelos, en 2007 la OCDE proyectaba que la economía global no sería afectada por la desaceleración de Estados Unidos, ya que Europa tomaría la posta del crecimiento y el desempleo seguiría descendiendo. Todos los que advirtieron que se venía una crisis que iba más allá del mercado inmobiliario norteamericano son heterodoxos que difieren de esa visión, ya que ponen al crédito y las deudas en el centro de su abordaje macroeconómico.
¿Cómo es posible que esas ideas sigan ocupando un lugar dominante?
–Una razón por la cual estas ideas siguen siendo dominantes es porque son presentadas con mucha elegancia y belleza. Presentan a la economía como los físicos presentaban el universo a fines del siglo XIX: a través de formulaciones matemáticas de alcance universal, minimizando el rol de las instituciones y el Estado. Es una visión conservadora. Esos economistas contribuyeron a la crisis al crear y sostener, falsamente, la confianza en la capacidad del mecanismo de mercado capitalista para equilibrarse automáticamente.
¿La elegancia de las ideas neoclásicas es suficiente para explicar su hegemonía?
–No, existen otras causas, como el financiamiento por parte de grandes corporaciones de los think tanks que reclaman la reducción del rol del Estado y el financiamiento de economistas académicos neoclásicos que esconden al público sus conflictos de intereses.
¿Qué quiere decir con conflictos de intereses?
–Los economistas que no vieron la creciente fragilidad financiera son los mismos que reclaman menos regulación de los gobiernos a través de los medios. Se los presenta públicamente como investigadores académicos, pero son lo-bbistas que ocultan al público sus relaciones con Wall Street. Cuando una compañía farmacéutica financia una investigación científica, lo más probable es que los resultados sean favorables a sus intereses y, si no lo son, seguramente la información no se publicará. Lo mismo sucede con muchos economistas reconocidos. Una investigación reciente relevó un gran número de casos de economistas académicos especializados en finanzas de renombre que salen en los programas de televisión, escriben en los diarios, hablan por las radios y son invitados a dar su testimonio ante el Congreso de Estados Unidos, sobre temas vinculados con la regulación financiera y al mismo tiempo cobran grandes sumas de dinero de entidades financieras en Wall Street para decir lo que dicen sin revelarlo. De 19 casos analizados por los economistas Gerald Epstein y Jessica Carrick-Hagenbarth, de la Universidad de Massachusetts, quince tienen alguna afiliación con el sector financiero privado que no revelaron.
Son lobbistas del sector financiero.
–Claro, se comportan como lobbistas, pero se los presenta públicamente como investigadores neutrales. En sus artículos y apariciones públicas, esos economistas no revelan sus vínculos con instituciones financieras privadas que podrían influir en sus recomendaciones políticas. Son economistas muy reconocidos, como Frederic Mishkin, que en 2006 puso su nombre en un informe sobre la situación financiera de Islandia que no escribió, lo hizo sin conocer nada del país, sin visitarlo, pero aseguraba que estaba en excelentes condiciones. El profesor de la Columbia Business School y ex gobernador del Consejo de Administración de la Reserva Federal recibió 124.000 dólares de la Cámara de Comercio de Islandia por ese trabajo. Para ese momento, hasta el FMI advertía en informes privados a los que Mishkin tenía acceso que Islandia estaba en problemas.
¿Los exponentes de la teoría dominante han realizado algún replanteo a partir del estallido de la crisis?
–Algunos economistas no neoclásicos se consolaban con la esperanza de que la crisis cambiara los modelos macroeconómicos dominantes para incorporar elementos como un sector financiero que no sea neutral. Pero lo cierto es que esos modelos no pueden hacerlo y deben ser abandonados. En 2010, el presidente de la FED, Ben Bernanke, admitió que los modelos fallaron, pero afirmó que no hay necesidad de cambiarlos. Según explicó, la crisis se debió a fallas en la administración económica antes que en la ciencia económica. Para Bernanke, el único inconveniente es que los modelos tradicionales no fueron diseñados para tiempos de crisis sino momentos de bonanza. ¿Cómo es posible tener ideas y razonamientos tan estúpidos? Ese argumento ignora la noción básica de que la dinámica de una crisis comienza en los buenos tiempos, como advirtieron hace muchos años Hyman Minsky o Charles Kindleberger. En cambio, para Bernanke, la crisis de 2008 llegó como resultado de un acto divino, como un shock externo, y por lo tanto no lo predijeron los modelos.
¿Tampoco habrá cambios en la forma en la que se estudia en las universidades?
–En la universidad de Cambridge, los estudiantes de grado no tienen que leer la Teoría General de Keynes. Es muy shockeante que no se lea a los autores clásicos. Desde la visión dominante, el conocimiento es acumulativo y, por lo tanto, no vale la pena leer nada que tenga más de 5 años de antigüedad, ya que eso incorpora lo mejor de lo que existió antes. Si no pasa con autores de hace quince años, mucho menos va a suceder con autores como Smith, cuyas obras tienen más de doscientos años. Para avanzar en su vida académica, un profesor debe publicar en las revistas consideradas más prestigiosas. Esas publicaciones son neoclásicas o están especializadas en econometría y no publican nada de autores keynesianos o heterodoxos. La revista postkeynesiana más importante ocupa el puesto 113 en los rankings, solo un peldaño arriba de la revista sobre temas inmobiliarios financieros. Nada de eso va a cambiar. La crisis tiene un gran costo sobre la vida de la gente, pero no creo que sea lo suficientemente grande como para sobreponerse a los obstáculos que existen para la cooperación entre los Estados.
La teoría económica ortodoxa ocupa un lugar dominante desde hace casi medio siglo. ¿Qué implicancias políticas ha tenido para países como Argentina o Brasil?
–El retroceso del rol del Estado y el desmantelamiento de la política industrial encuentran en los modelos neoclásicos el respaldo teórico necesario para impulsar sus intereses. Durante la Revolución Industrial, Inglaterra usó una variedad de herramientas para proteger sus industrias, desde el uso de tarifas hasta el secuestro de expertos de otros países para que trabajen para ellos. Cuando lograron una posición dominante comenzaron a abogar por el libre mercado. Estados Unidos y Alemania hicieron lo mismo durante el siglo XIX y luego empezaron a predicar el libremercado. El Banco Mundial y la OCDE tomaron la posta y al mismo tiempo se logró establecer reglas formales de disciplinamiento a nivel global a través de organismos como la Organización Mundial de Comercio. Así, después de la crisis en Estados Unidos y Europa, la respuesta de muchos países fue recortar todavía más las funciones del Estado para liberar el poder de la empresa y la innovación en el sector privado. El desarrollo es muy difícil y no va a suceder con el libre mercado. Las ideas dominantes sobre desa-rrollo son una receta para mantener al mundo polarizado