Las huellas digitales de un país y sus habitantes

Guadalupe Reboredo 
APAS

De la declaración de la Independencia al robo sistemático de bebés. De cómo la historia de una Nación constituye la identidad de los argentinos.

¿Qué somos los argentinos? La identidad forjada por la historia de la Nación admite la coexistencia -siempre conflictiva- de proyectos antagónicos: la restricción del estatus de ciudadanía a una elite acomodada y, también, la potenciación del humanismo más abrazador e inclusivo. El exterminio de aquellos que no entraban por las puertas de ser Nacional y las luchas por ampliar las entradas al concepto de lo humano.

El 9 de julio de 1816, nuestro país comenzaba a desarrollar una independencia que no fue la definitiva y a construir una identidad diferente a los designios coloniales de la corona española. El pasado 5 de julio, miles de personas celebraron las condenas a los cabecillas del plan sistemático de robo de bebés efectuado durante la última dictadura cívico militar genocida, respaldando el derecho a la identidad como un principio primordial. La identidad individual de los ciudadanos se construye en base a la historia de un país; y, al mismo tiempo, un país se asume como Nación cuando sus ciudadanos logran definir una identidad colectiva.

Pasada la Revolución de Mayo, caídos el primer y el segundo Triunvirato y luego de haber sido efectuada la Asamblea del año XIII, los 33 diputados reunidos en el Congreso de Tucumán decidieron que había llegado el momento de desligarse completamente del yugo colonial. Había que reivindicar, también, los símbolos patrios que comenzaban a configurar el sentido de pertenencia de los habitantes. La bandera argentina comenzó a flamear y, de a poco, fue tomando forma el “Ser Nacional”.

En el Congreso de Tucumán los diputados no sólo expresaron que era “voluntad unánime e indubitable de estas provincias romper los violentos vínculos que los ligaban a los reyes de España, recuperar los derechos de que fueron despojados, e investirse del alto carácter de una Nación libre e independiente del rey Fernando VII, sus sucesores y metrópoli”. Ampliaron, el 19 de julio del mismo año, a esa determinación “a toda otra dominación extranjera”. Sin embargo, los años posteriores mostrarían una nueva dependencia, en este caso comercial, con el imperio británico y, más tarde, con las potencias que resultaron de los realineamientos geopolíticos. El esquema neocolonial en el que ingresaba Argentina tuvo pocos momentos de ruptura en la continuidad histórica.

Sin embargo, las nuevas formas de dependencia no anularon el sentido de pertenencia de los habitantes con estas tierras, sus símbolos y sus culturas. El mate, el gaucho, el granero del mundo, el dulce de leche, la birome, el micro; todo confluye en un ser argentino que se fue armando “a los ponchazos”, que desató revoluciones, sufrió dictaduras, disfrutó de los años de apogeo y padeció su decadencia.

El Congreso de Tucumán abrió una puja –aún inconclusa- sobre la identidad de los argentinos. ¿De qué hablamos cuando hablamos de identidad? Según la Real Academia Española (RAE), identidad significa “conciencia que una persona tiene de ser ella misma y distinta a las demás”. La identidad constituye un derecho, que se refuerza con el derecho a tener un nombre y una nacionalidad.

El 9 de julio de 1816 no cerró el problema de la identidad nacional, más bien, abrió nuevos interrogantes. Entretanto, el derecho fundamental de todo ser humano se convirtió, casi, en un privilegio para elegidos, y cientos de argentinos sufrieron una brutal deshumanización, un exterminio que, a finales de la década de 1970, tomó la forma de una apropiación que se justificaba por el gen subversivo que corría por sus venas, negándoles un pasado, una historia, tal y como un siglo atrás la Generación del 80 negó la sangre indígena y aniquiló la cultura gauchesca. 

Parece una telaraña histórica pero no lo es: la lógica es caprichosamente similar. Así como el general Roca realizó su mal llamada Campaña del Desierto para eliminar al aborigen de sus pagos; así como Sarmiento y sus congéneres planearon una Nación influenciada por las ideas iluministas que, supuestamente, traería la inmigración, repudiando todo lo nativo, originario de esta tierra; así, también, la última dictadura instaló un plan sistemático de robo de bebés. La apropiación de hijos de víctimas de la represión se correspondió con la convicción de los ideólogos del terror de que había que erradicar cualquier rastro de los padres en los niños; había que formar una generación nueva, lejos de la “subversión” y de cualquier ideal relacionado a la justicia social. Entonces, para lograr su fin, los represores pisotearon la identidad.

El Día de la Independencia es el día en que los argentinos comenzamos a formar una identidad a partir de las crisis que abrieron los nuevos escenarios. Casi dos siglos más tarde, la Nación reelabora los relatos que constituyen su identidad. Esos relatos se afirman, entre otros ejes, en los juicios por los crímenes de lesa humanidad, posibles gracias a la incansable labor de las Abuelas y Madres de Plaza de Mayo. Así, cuando las víctimas del exterminio recuperan su verdadera identidad, todos recuperamos parte de nuestra identidad colectiva.

La Independencia, entonces, se gana todos los días, en cada lucha por afianzarnos como sujetos de derechos, en cada pedazo identidad que recuperamos.