La línea de préstamos a la inversión

 Eduardo Luis Curia
Diario BAE


Las autoridades dispusieron que una serie de importantes entidades bancarias, de espectro diversificado, apliquen un porcentaje de sus depósitos al otorgamiento de préstamos para financiar proyectos de inversión a plazo extendido.

Las tasas involucradas en la operatoria son comparativamente bajas, en tanto arrancan de la tasa Badlar (promedio) de junio, más 400 puntos básicos, redondeándose una acomodada tasa del 16%, la que no es fácil hallar en operatorias, digamos, “normales”, incluso para empresas de primera línea y con acotado riesgo crediticio.

En rigor, es sabido que, en general, la inversión ha venido amortiguándose, como parte de una desaceleración más global de la actividad económica, la que responde a varios resortes. El Gobierno se hace eco de la cuestión y lanza la citada medida esperando, a través de ella, estimular la variable, empezando por colocar freno al declive del ritmo inversor.

La inversión, sin duda, es clave para el funcionamiento dinámico de la economía, en cuanto dispara una perspectiva de “horizonte amplio”, con una proyección de alcance reproductivo. Si la tal variable cede, el horizonte se contrae y las chances de aumentar la oferta de bienes vacila, pudiéndose aparejar tensiones adicionales en el frente inflacionario. Se considera, entonces, que dotar de crédito en cantidad –por medio de la alícuota de depósitos fijada– e incluir un costo bajo estimula el esfuerzo inversor.

De todos modos, calzando perfectamente con las enseñanzas de Keynes, cabe recordar que el crédito es más bien un factor facilitante-favorecedor, que directamente impulsor. Lo más relevante en cuanto al proceso inversor son los animals spirits, los talantes empresariales convencidos de las oportunidades de inversión, atendiendo a “cálculos” que consideran un complejo de elementos, entre los que podríamos citar las perspectivas de la demanda externa e interna, la posición de los precios relativos y costos, el estadio de la puja de ingresos, las posibilidades de sustitución de importaciones y de exportaciones en el contexto mundial y procesando las distintas medidas aplicadas en el frente externo, y otras cosas por el estilo.

Es cierto que, con expectativas de inversión que existan “en potencia”, pero todavía no efectivizadas, el contar con tasas de financiamiento más barato –computando que esas tasas jugarían como “tasas de corte” para medir el valor actual neto de los proyectos– puede erigirse en un resorte persuasivo que lleve, finalmente, a concretar inversiones.

Algunas cuestiones a considerar. En principio, desde la visual de los bancos, dada la baja tasa de interés activa que se cobraría por los préstamos, se tratará de una línea de crédito “a pérdida”. Algo así como un subsidio, con un costo internalizado por el sistema.

Naturalmente, las estimaciones sobre el asunto tienen que ver con el modo en que se miden los spreads o la “luz” existente entre las tasas pasivas y las activas, a cuyo efecto se computan distintos costos y una apreciación de las condiciones de riesgo crediticio.

De lado oficial, probablemente, se evalúa la “tacañería” con la que buena parte del sistema bancario enfoca la atención de la operatoria inversora, por lo cual a la exigencia planteada no se la considera arbitraria. Los bancos, salvo excepciones, tienden a privilegiar aquellas líneas de más fácil administración, de plazos reducidos y de elevada rotación. Tallan, asimismo, las disponibilidades de liquidez, recursos no prestados, y que se colocan en diversas imposiciones que, en ocasiones, deparan rindes modestos. De paso, véase que algunas de esas colocaciones se vinculan con los mecanismos de esterilización monetaria que usa el Banco Central. Dichas disponibilidades, en cierta forma, pueden trasuntar una “preferencia por la liquidez” que ejercen los bancos, de cara a eventualidades. Las autoridades sostendrían que los bancos, hoy por hoy, se encuentran “demasiado líquidos”, con lo que habría que recortar esa liquidez y sacudir la molicie en cuanto a las líneas de inversión, sobre todo en el caso de las pymes.

No se conoce, al momento de escribir esto, medida alguna por parte del Banco Central dirigida a facilitar en determinada dosis el acometimiento de la línea crediticia de marras. Como si no aplicara en la ocasión un enfoque que se suele usar en operatorias especiales: el de carrot or stick, “zanahoria o palo”. En otras palabras: “Si cumples, tal cosa, zanahoria [estímulo]; en su defecto, palo [penalidad]”. La visión oficial, presumiblemente, es la de que los bancos ya acumularon “bastantes zanahorias”, con lo cual sólo resta administrar las penalidades en defecto de cumplimiento.

De todos modos, como la operatoria no deja de registrar cierta complejidad –la propia titular del Banco Central dijo que los bancos deberían “aprender” a prestar en el rubro involucrado–, en determinadas circunstancias, en especial en el renglón de las pymes, puede ser útil echar mano a alguna medida de apoyo (reducción ad hoc de encajes, o algo similar).

No se olvide de que en el frente considerado rondan los dos célebres temas del “riesgo moral” (bifurcación entre el tomador de riesgos y el que carga con los mismos) y de la “selección adversa” (los mayores candidatos en danza para una selección pueden ser los menos cualificados). Suele suceder, es verdad, que tales tópicos son esgrimidos como excusas por los operadores para “no ponerse las pilas” y escamotear las responsabilidades.

De cualquier manera, fórmulas muy rígidas en cuanto a las condiciones de funcionamiento pueden atizar, en lo relativo a la conducta de los bancos, un par de riesgos que no son subestimables: a) la apelación al “círculo cerrado”, y, b) la compensación “equilibradora”, a nivel de toda la cartera, bajo una visual costo/beneficio global. Por lo primero, existe el peligro de que el cumplimiento de la exigencia cuantitativa de préstamos se concentre demasiado en los clientes ya conocidos, “confiables”, por las entidades; por lo segundo, aumentarían los valores o cargos en otras operatorias (tarjetas, créditos al consumo, comisiones en general) para compensar “pérdidas”.

Otro punto interesante a evaluar, son las presumibles cuestiones de descalce o discrepancias de correspondencia en términos de plazos y de tasas. Las líneas de préstamos a la inversión tienden a ser de plazos elongados (en la establecida, el plazo mínimo es de tres años).

En cuanto se considere a los depósitos como respaldo, véase que el plazo de éstos tiende a ser menor, y de ahí el descalce. Este tópico es bastante habitual. También es cierto que el reciclaje de los depósitos en el tiempo, de facto, determinaría plazos más extendidos. De todos modos, una fórmula para abordar la cuestión del descalce, es engancharse con el mercado de capitales, lo que no sería fácil en nuestro caso. Otra, es tener habilitada una “ventanilla de redescuentos” ad hoc por las dudas (vgr., una descomposición más o menos seria en la formación de depósitos). El otro descalce –existiendo una tasa fija cuyo piso es la Badlar de hoy– podría ser el de tasas, por ejemplo, si hubiera una fluctuación muy alcista de dicha tasa. Una respuesta sería apelar a swaps de tasas. Claro: en todo lo dicho sobrevuelan exigencias sobre el Banco Central y tácitas referencias al mecanismo de monetización general de la economía.

En resumen: la medida crediticia comentada traduce el interés oficial por reanimar la dinámica inversora, actualmente debilitada. El crédito es importante al efecto, aunque debe recordarse que se trata más de un resorte facilitante que directamente impulsor. En esto último, talla el complejo de elementos que se cito más arriba. Asimismo, hay aspectos relevantes de instrumentación a examinar, que incluyen tanto el propio concurso del Banco Central como dimensiones que hacen a la monetización en general.

Todos estos rasgos importan en términos de “funcionalidad”, y atañen a la implementación y alcance, como a las interacciones con la macro más general, de la línea de préstamos de marras. De paso, quedó confirmado que con vistas a encarar cierta orientación del crédito, no era imprescindible una nueva ley, “solemne y detallada”, de entidades financieras (más allá de que el texto existente data de una instancia de triste memoria). Claro que, de un modo u otro, el test de funcionalidad es la clave.