La antigua Olimpia estaba tan corrompida como la FIFA

Por Ulli Kulke*

Historiadores describen a una banda de profesionales del deporte metidos hasta el cuello en victorias compradas, palizas, sobornos y maquinaciones políticas

El año era el 67, y los juegos de Olimpia, en Grecia, tenían que haber tenido lugar dos años antes, pero Nerón, uno de los mayores contendientes, había estado ocupado con la gobernación del Imperio Romano, de modo que se pospuso el espectáculo. Era conocido que el emperador, que estableció los primeros juegos griegos en Roma en el año 60 — denominándolos Neronia — tenía ambiciones de proporciones olímpicas cuando se trataba de estas competiciones regulares.

Llevaba años ensayando sus dotes de cantor y actor — asegurándose de que los juegos incluyeran estas categorías— y sabía cómo sacar ventaja también en los certámenes atléticos. En la carrera de carros, por ejemplo, cuando tomó mal una curva y derrapó a lo largo del estadio, a Nerón le bastó sobornar a sus rivales en la competición para asegurarse de que se le declaraba vencedor. Puede que las primeras Olimpiadas se hayan concebido para honrar a los dioses y mostrar la destreza física y artística del pueblo griego, pero de las mordidas a los favores politicos, la virtuosa imagen del deporte amateur en Grecia es pura leyenda.

Tras su victoria en Olimpia, Nerón volvió a Roma, donde se le proclamó máximo competidor desde el nacimiento de los juegos. Durante su procesión triunfal, se le ofrecieron al tirano 1.808 ramas de olivo para representar la cifra de sus victorias, dudosa marca que nadie consideró apropiado poner en tela de juicio. Con todo, esto no hizo nada por aumentar su popularidad y Nerón pronto dejó el poder y se suicidó. Su sucesor, Galba, exigió que Olimpia devolviera el dinero de los sobornos que Nerón había distribuido a los árbitros y organizadores para agradecerles su triunfo, por no mencionar la exención de impuestos que le había prometido a la ciudad anfitriona. En lugar de eso, reembolsaron a Galba eliminando los Juegos Olímpicos del año 67 de los anales.  

Aunque esos juegos quedaran suprimidos de la historia del deporte, la corrupción siguió siendo la norma, tanto que el geógrafo griego Pausanías, cuyos registros datan de entre el 115–180, se refiere a ellos como “los juegos no sagrados”.  Y Karl-Wilhelm Weeber, autor de 'The Unholy Games: Ancient Olympia Between Legend and Reality', describe a una banda de profesionales del deporte metidos hasta el cuello en victorias compradas, multas, palizas, sobornos y maquinaciones políticas. En los XCVIII Juegos celebrados en el año 388 A.C., Eupolo de Tesalia logró sobornar a tres de sus oponentes, entre ellos al campeón de anteriores juegos. Los boxeadores habían convenido luchar a medio gas y dejar que Eupolo ganara, pero se descubrieron los sobornos y se produjo un escándalo. Aunque a Eupolo se le reconoce todavía como campeón olímpico, su castigo fue severo: los condenados tenían que pagar una estatua de bronce de tamaño natural de Zeus, padrino de los juegos. Puede que Eupolo haya sido el primero en ser así castigado, pero hoy varias de esas estatuas se yerguen a la entrada del primitivo estadio olímpico, testimonio de fechorías delictivas que anteceden miles de años a los escándalos de la FIFA y el Deflategate.

Parte de la actividad delictiva tenía efectos colaterales. Cuando se supo que el pentatleta Kalipos de Atenas había sobornado a una serie de rivales en los juegos del 332 A.C., tanto él como y los sobornados fueron condenados a erigir varias estatuas. Kalipos se había quedado sin dinero, de manera que su ciudad natal envió en su defensa a un negociador a Olimpia. Pero los helanodikai — los jueces y organizadores olímpicos — no quisieron dar su brazo a torcer y en juegos posteriores los atletas atenienses estuvieron visiblemente ausentes. No está claro si es que estaban protestando o habían sido vetados, pero cuando el sacerdote de Delfos, en solidaridad con Olimpia, les negó acceso al oráculo, se avinieron y pagaron las estatuas.

Pero otro elemento de  la leyenda del deporte amateur en la Antigua Grecia es la noción del atleta amateur. El deseo de gloria apenas sí era la única motivación que impulsaba esas prácticas corruptas. Más bien, los máximos participantes ganaban bastante dinero con los premios como para ser atletas a tiempo completo. Según Weeber, no había ninguna estipulación “que prohibiera a los atletas olímpicos `participar en los ‘Agones’ (certámenes) en las cuales podían ganar premios o dinero”. Y cita numerosos ejemplos de atletas bien conocidos, entre ellos el boxeador y luchador Teagenes de Tasos, cuyos antecedentes daban a entender que “no podía haber hecho otra cosa que participar en competiciones deportivas durante al menos dos décadas”.

Pero perseguir el éxito en el deporte entrañaba riesgos significativos. Si a los competidores no se les consideraba suficientemente en forma para algunos acontecimientos deportivos de importancia, sufrían castigos que podían ser más graves que los que se exigían en casos de corrupción. Cuando a un atleta no se le consideraba apto para competir — lo que se consideraba perjudicial para la reputación del acontecimiento — se le imponían onerosas multas. Los helanodikai resolvían en el estadio los casos de menor entidad con un látigo y se administraban vergajazos a cualquiera que se saltara la mediana de la pista.

Al igual que las modernas Olimpiadas de hoy, los primeros juegos suponían grandes negocios y los líderes de ciudades y regiones se dieron cuenta bien pronto que Olimpia — y otros grandes festivales deportivos panhelénicos — presentaban una oportunidad de reforzar su propia posición. Pero, como aprendió el campeón de carreras Cimón con los tiranos de Atenas en el siglo VI antes de Cristo, el entrelazamiento de deportes y política podía ser fatal: los gobernantes, resolviendo que Cimón se había vuelto demasiado popular, hicieron que lo mataran.

*Ulli Kulke (1952), veterano periodista y divulgador alemán, es colaborador de la publicación digital norteamericana Ozy.

Traducción: Lucas Antón (Sinpermiso)