Análisis histórico del “rodrigazo” (1975)
Haremos aquí un
análisis histórico del llamado “rodrigazo” de 1975. Últimamente, se señalan
supuestas analogías y similitudes entre dicho fenómeno y la actualidad. No se
pisará ese terreno; aquí interesa el rodrigazo “en sí”. Eso sí: en aquel tiempo
existía un Ejecutivo débil –Perón había fallecido poco antes–, cosa que no es
el caso ahora, y las luchas políticas tenían una carga de belicismo que está
ausente en el presente.
Trataremos
de hacer un análisis lo más ecuánime posible. Obviamente, y no puede ser de
otro modo, el análisis se hace desde una “visión”, la que se pone a prueba con
el sentido mismo de la experiencia en danza.
Aclaración
Advertimos
al lector: en un texto de hace bastante tiempo, examinamos con cierto detalle
la política económica del gobierno peronista de 1973-76. Nuestro enfoque
difería en ciertos aspectos del asumido por Guido Di Tella (que secundó a
Cafiero en Economía con posterioridad a Rodrigo, pasando por Bonanni) en una
obra de unos años atrás.
Los
análisis más ligeros sobre la instancia en cuestión “saltan” directamente de
Gelbard a Rodrigo, fijando así el eje del desenlace. No obstante, para nosotros
–y también para Di Tella, aunque con matices diferenciales– el quid estribaba
en lo que ocurrió con la gestión de un célebre “histórico” del peronismo, A.
Gómez Morales, que fue el “puente” entre ambos.
Gelbard
fue el primer ministro de Economía de aquel gobierno. Junto con una serie de
medidas de orden más estructural, se estableció un esquema macroeconómico muy
definido, en un contexto inicial de buenos términos de intercambio.
Se
aplicó un congelamiento estricto de precios y de salarios (por dos años) y se
fijó el tipo de cambio. Antes, se redujeron varios precios y se otorgó un
aumento salarial de suma fija. En el arranque, la “rudeza” del planteo despertó
convicción. Los precios se desaceleraron, y hasta se habló de la “inflación
cero”. En este marco, creció mucho la demanda de dinero y la monetización real
de la economía.
Un
colateral fue la aparición de tasas de interés reales. Pero esto no frenó el
empuje de la demanda –gasto– de bienes. En rigor, el PIB subió un 5,8% en 1973
y un 6,5% en 1974; el desempleo bajó al 5% el primer año, y en 1974 fue del
2,5%. El esquema seducía.
Sin
embargo, finalizando 1973, surgían algunas sombras, en especial en el sector
externo. Se dio una secuencia: alzas en los precios del petróleo, consecuente
alza de precios en los importados, cierre de las importaciones de carne por
parte de la CEE.
Internamente
afloró un deslizamiento de precios, en el que la presión de los bienes
importados influía; también se dieron varias subas salariales. Con el tiempo se
generó la asimetría entre quienes zafaban del congelamiento y quienes no. Una
derivación del asunto fueron manifestaciones de desabastecimiento de productos.
Los fenómenos comenzaron localizados, pero luego se extendieron. Las
autoridades buscaron relajar presiones mediante revaluaciones selectivas que
abarataran importables. Pero el esquema ya sufría una presión enorme. Los
índices de precios pasaron a ritmo alcista y el desabastecimiento avanzó.
Mientras, la situación externa se degradaba y caían las reservas
internacionales.
Al
principio, la rigidez del esquema fue “prenda” del éxito. Avanzadas las
fisuras, se tornó contraproducente. Medraron los colaterales negativos. La
monetización real se resintió.
El “núcleo” del desenlace
Surgía
una cuestión delicada y controversial. El esquema en estrés, ¿era salvable?
Algunos así lo creían entonces, y aun hoy hay análisis similares. A nuestro
humilde entender, el esquema estaba agotado sin remedio, urgiendo, por ende,
serias adecuaciones en materia cambiaria, de régimen de precios, de administración
de la demanda y del gasto, y de encuadre salarial. Pero, ¿quién le ponía el
cascabel al gato? Las adecuaciones, aun bajo un cierto orden, eran antipáticas
comparadas con el embeleso despertado por el otro esquema en su arranque.
Quedaban añoranzas de ese embeleso.
Gómez
Morales condujo la economía en el lapso octubre de 1974-junio de 1975. No tenía
ahora un firme respaldo político –Perón– como cuando encaró tareas duras a
mediados del siglo pasado. En la nueva instancia, el Ejecutivo era débil y la
puja entre facciones era ruda; el ministro, por su lado, carecía de apoyo
político propio (sólo arrimaba su historial).
Entonces,
desdobló el enfoque de su gestión, lo que terminó acuñando el drama en ciernes.
En la práctica, hizo algunos ajustes en la dirección de las adecuaciones
señaladas. Pero ellos carecían de una mayor convicción y no respondían a un
plan orgánico, sólo desagotaban ciertas tensiones.
Al
plan de conjunto decide explayarlo en un extenso documento que envía al
gobierno en la primera parte de 1975. Analizamos a éste en nuestra obra.
Contenía diversas líneas de acción claramente explicitadas, y medidas de severa
entidad en la dirección arriba indicada, respondiendo a una idea integral.
En
síntesis: se enfrentaba un trago muy difícil de digerir. Gómez Morales era
conocido por su carácter “metálico”, seco y sin adornos. Los calificativos que
hacía sobre la situación económica del momento eran lapidarios, siendo
consciente del rigor de sus propuestas.
Un
párrafo lo dice todo: “Asumiendo inclusive personalmente el supuesto carácter
impopular de algunas de ellas, adjunto también un programa de medidas que
considero ineludible y perentorio poner en ejecución para evitar a tiempo la
grave y acelerada crisis hacia la cual nos encaminamos; crisis en la cual
naufragarán inevitablemente nuestros grandes objetivos de liberación y
reconstrucción nacional”. La situación era delicada; la terapia severa. El
ministro urgía comprensión y consenso para actuar rápido, ahorrando costos lo
más posible.
Esto
no se logró. Luego, en concreto, hubo, en esencia, 8/9 meses de inmovilismo; la
situación empeoró. Así se entiende que Rodrigo, el nuevo ministro, haya
aplicado ajustes que lucían “salvajes”. El tipo de cambio se duplicó y las
tarifas subieron entre el 100 y el 200%. Se propuso un ajuste –más bajo– de
salarios, pero los gremios (con mucho poder político y en un contexto aun
favorable, cercano al pleno empleo), “compitieron entre sí”, con éxito, en su
rechazo.
La
resultante de todo el combo fue que la economía quedó definitivamente herida de
muerte. Y, en la perspectiva más elongada, tendía a dibujarse el ajuste
dramático que aplicaría la dictadura militar.