Asesinato del Gral. Sucre


Por  Efrén Avilés Pino*

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A mediados de 1829, sintiéndose ya cansado de tanto luchar, enfermo y sufriendo el abandono y la traición de aquellos a quienes había dado la libertad, Simón Bolívar escribió desde Popayán una carta al Gral. Juan José Flores, en Quito, para anunciarle su deseo de separarse del mando de Colombia, destacando además en ella que “probablemente será el Gral. Sucre mi sucesor”. ¡Qué lejos estaba el Libertador de suponer que sus enemigos -que eran los mismos que los de Sucre- habían decidido lo contrario!: “Bolívar no tendría sucesor”.

Un año más tarde empezó a derrumbarse el sueño de Bolívar, cuando el 6 de mayo de 1830 el Gral. Antonio Páez proclamó la separación de Venezuela de la
 Gran Colombia. Pocos días después, sin conocer que el 13 de mayo de ese mismo año el Gral. Flores se había tomado el poder en Quito buscando crear un estado independiente con los pueblos que comprendían el Distrito del Sur, el Gral. Domingo Caicedo -encargado de la Presidencia de Colombia ante el retiro de Bolívar- envió al Gral. Sucre -desde Bogotá hacia Quito- para que trate de que la Gran Colombia subsista al menos de la unión de Nueva Granada y Ecuador. Inmediatamente y en cumplimiento de esa misión, Sucre partió a caballo por la vía Neiva, Popayán, Pasto, Ipiales, Tulcán...

Durante su peligroso viaje el Mariscal de Ayacucho sufrió una serie de atentados, uno de ellos en Neiva, cuando al cruzar el río Magdalena manos criminales intentaron volcar la canoa en que viajaba. Conociendo de éste, sus amigos de Popayán le insistieron para que cambie la ruta del viaje o al menos acepte una escolta para que lo acompañe, pero Sucre, ansioso por llegar a Quito para cumplir con su misión y poder encontrarse con su esposa y con su pequeña hija, a quienes no veía desde hacía ocho meses, desechó todo tipo de seguridades y continuó apresuradamente su viaje.

En los primeros días de junio se adentró en las montañas de Berruecos, al sur de Pasto. Los asesinos, que habían seguido y controlado todos sus pasos desde que inició su viaje, y conocían todas las jornadas, habían escogido el lugar donde cometerían el crimen, por lo que se adelantaron y tomaron ventajosa posición en espera de su víctima.

El 4 de junio de 1830, Sucre y su comitiva, formada por el diputado García Trelles, su asistente Lorenzo Caicedo, su sirviente Colmenares y un negro llamado Francisco; cabalgaban confiados por un sendero quebradizo, angosto y oscuro, rodeado de bosques a uno y otro lado.

Era un poco más de las 8 de la mañana cuando los asesinos: Andrés Rodríguez, Juan Cuzco, Juan Gregorio Rodríguez, Juan Gregorio Zarria, José Erazo y Apolinar Morillo, puestos al acecho los miraban acercar por entre el tupido follaje del bosque. De pronto, uno de ellos disparó y su bala golpeó el pecho del Mariscal. “¡Ay... balazo..!, exclamó Sucre soltando las riendas de su cabalgadura para llevarse las manos a la herida. En ese momento, el resto de los asesinos abrió también fuego acertándole en la cabeza y el cuerpo.

Sucre cayó al suelo mortalmente herido y pocos momentos después moría al tiempo que la comitiva huía despavorida.

Nunca se pudo descubrir ni demostrar quiénes fueron los autores intelectuales del crimen. “Alguno como J. A. Lemos Guzmán entreteje una macabra combinación de amor, celos y ambición para descifrar el, según él, inextrincable misterio del asesinato. Insinúa un tácito y clandestino pacto entre el Gral. Flores, doña Mariana de Carcelén y Larrea de Sucre, Marquesa de Solanda y esposa del Gran Mariscal e Isidoro Barriga, segundo marido de la Marquesa y según Lemos amante ya de ella al momento del asesinato” (Carlos de la Torre Reyes.- Piedrahíta: Un Emigrado de su Tiempo, p. 44).

“El año 1906 se publicó en Quito una edición del libro de M. A. González intitulado “El asesinato del Gran Mariscal de Ayacucho” en que el autor acusa en forma directa al Gral. Flores aduciendo varios argumentos y, en especial, una carta dirigida por éste, el 16 de mayo de 1830 (19 días antes del asesinato) al Gral. Agustín Gamarra en la que le comunica el asesinato de Sucre, con la particularidad de que en forma exacta hace alusión al mismo sector en que efectivamente se perpetró. He aquí la parte alusiva al respecto: “No tiene otro objeto la presente, que participar a usted la muerte desastrosa del general Sucre, acaecida hacía apenas diez días en la provincia de los Pastos... no se dan detalles; pero por lo poco que ha logrado averiguarse, parece que cerca de un punto llamado La Venta, en las montañas de Berruecos, tiraron los asesinos a mansalva y sobre seguro sobre la víctima” (ídem p. 45)

El mismo señor González, que acusa al Gral. Flores como único responsable, entre otras cosas dice: “¿Cómo pudo escribir Flores el 16 de mayo dando una noticia de un crimen que no se efectuó hasta el 4 de junio y asegurando que se había efectuado el 6 de mayo?  Porque no contaba con la detención de Sucre en Popayán...” (ídem)

Para aumentar las dudas y la incertidumbre al respecto, en su célebre libro publicado en Lima, el Gral. Obando, al referirse al autor intelectual del delito dice: “o Flores o yo”. Finalmente y fundamentándose en relaciones posteriores al crimen y en cartas de ambos caudillos juzgadas comprometedoras, una tercera opinión sostiene que hubo complicidad entre los dos. 

*Miembro de la Academia Nacional de Historia del Ecuador


***

Texto completo de la carta


Barranquilla, 9 de noviembre de 1830

A S. E. el General J. J. Flores

Mi querido General:

He recibido la apreciable carta de V. de Guayaquil, de 10 de septiembre, que ha puesto en mis manos el comisionado de V., Urbina.

No puede V. imaginarse la sorpresa que he tenido al ver que V. se sirve dirigir su atención y destinar expresamente un oficial para venir a responderme y a darme noticia de lo que pasa en el Sur y pasa con V. No esperé nunca que un simple particular fuese objeto de tanta solicitud y benevolencia. V., al dar este paso, ha llenado la medida de su excesiva bondad hacia mí. No puede V. hacer más por lo que hace a la amistad. Con respecto a la patria, V. se conduce como un hombre de estado, obrando siempre conforme a las ideas y a los deseos del pueblo que le ha confiado su suerte. En esta parte cumple V. con los deberes de magistrado y de ciudadano.

No contestaré la carta en cuestión, pues la gran carta la ha traído el señor Urbina: este método es diplomático, prudente y lleva consigo el carácter de la revolución, pues nunca sabemos en qué tiempo vivimos ni con qué gentes; y una voz es muy flexible y se presta a todas las modificaciones que se le quieran dar: esto es política. Urbina me asegura que el deseo del Sur, de acuerdo con la instrucción que ha traído, es terminante con respecto a la independencia de ese país. Hágase la voluntad del Sur; y llene V. sus votos. Ese pueblo está en posesión de la Soberanía y hará de ella un saco, o un sayo, si mejor le parece. En esto no hay nada determinado aún, porque los pueblos son como los niños que luego tiran aquello por que han llorado. Ni V. ni yo, ni nadie sabe la voluntad pública. Mañana se matan unos a otros, se dividen y se dejan caer en manos de los más fuertes o más feroces. Esté V. cierto, mi querido General, que V. y esos Jefes del Norte van a ser echados de ese país, a menos que se vuelva V. un Francia, aunque esto no basta porque V. sabe que todos los revolucionarios de Francia murieron en medio de la matanza de sus enemigos y que muy pocos son los monstruos de esta especie que hayan escapado del puñal o del suplicio. Diré a Vd. de paso y a propósito. Me ha dicho este joven, porque se lo he preguntado, que los grandes destinos del Sur están en manos de los Jefes del Norte. Esto era odioso aun antes de la revolución última, con cuánta más razón no lo llamarán tiránico Desde aquí estoy oyendo a esos ciudadanos que todavía son colonos y pupilos de los forasteros: unos son venezolanos, otros granadinos, otros ingleses, otros peruanos, y quién sabe de qué otras tierras los habrá también. Y después ¡qué hombres! Unos orgullosos, otros déspotas y no falta quien sea también ladrón; todos ignorantes, sin capacidad alguna para administrar. Sí, señor, se lo digo a y. porque lo amo y no quiero que sea V. víctima de esa parcialidad. Advertiré a V. que Rocafuerte ha debido partir para ese país y que este hombre lleva las ideas más siniestras contra V. y contra todos mis amigos. Es capaz de todo y tiene los medios para ello. Es tan ideático que habiendo sido el mejor amigo mío en nuestra tierna juventud y habiéndome admirado hasta que entré en Guayaquil, se ha hecho furioso enemigo mío por los mismos delitos que V. ha cometido. Haberle hecho guerra a La Mar y no ser de Guayaquil, con las demás añadiduras de opiniones y otras cosas. Es el federalista más rabioso que se conoce en el mundo, antimilitar encarnizado y algo de mato. Si ese caballero pone los pies en Guayaquil tendrá V. mucho que sufrir y lo demás, Dios lo sabe. Vendrá La Mar, Olmedo lo idolatra y no ama más que a él. Espere V. pues las consecuencias de estos antecedentes. V. sabe que yo he mandado 20 años y de ellos no he sacado más que pocos resultados ciertos. 1°. La América es ingobernable para nosotros. 2°. El que sirve una revolución ara en el mar. 3°. La única cosa que se puede hacer en América es emigrar. 4°. Este país caerá infaliblemente en manos de la multitud desenfrenada, para después pasar a tiranuelos casi imperceptibles, de todos colores y razas. 5°. Devorados por todos los crímenes y extinguidos por la ferocidad, los europeos no se dignarán conquistarnos. 6°. Sí fuera posible que una parte del mundo volviera al caos- primitivo, este sería el último período de la América.

La primera revolución francesa hizo degollar las Antillas y la segunda causará el mismo efecto en este vasto Continente. La súbita reacción de la ideología exagerada va a llenarnos de cuantos males nos faltaban o más bien los va a completar. V. verá que todo el mundo va a entregarse al torrente de la demagogia y ¡desgraciados de los pueblos! ¡ y desgraciados de los gobiernos!

Mi consejo a V. como amigo es que en cuanto V. se vea próximo a declinar, se precipite V. mismo y deje el puesto con honor y espontáneamente: nadie se muere de hambre en tierra.

Hablaré a V. de Colombia menos extensamente. Este país ha sufrido una Gran Revolución, y marcha sobre un terreno volcánico: como una revolución trae mil y las primeras no se habían apaciguado, la historia de la Ladera está produciendo todavía sus efectos; por supuesto, el Sur del Cauca está en campaña con todas las furias infernales. Río Hacha se levantó, se tomó la ciudad por las tropas del Gobierno, pero los bandidos, acaudillados por Carujo, están infestando el país y hacen daño. El asesino de Carvajal, Moreno, no ha reconocido al Gobierno y distrae con esto a algunos documentos del Gobierno. En el Socorro hubo diferencias entre la ciudad de Vélez y su capital, con este motivo se han roto allí las cabezas. Todo el pueblo, la iglesia y el ejército, son afectos al nuevo orden de cosas, no faltan sin embargo asesinos, traidores, facciosos y descontentos; cuyo número puede subir a algunos centenares. Desgraciadamente, entre nosotros no pueden nada las masas, algunos ánimos fuertes lo hacen todo y la multitud sigue la audacia sin examinar la justicia o el crimen de los caudillos, mas los abandonan luego al punto que otros más aleves los sorprenden. Esta es la opinión pública y la fuerza nacional de nuestra América.

La Administración de Bogotá, presidida por Urdaneta, se conduce con bastante energía y no poca actividad: hay quien quiera más. de la primera, mas ahí está la Constitución, responde Urdaneta. Sin embargo, no dejan de darle sus golpes a menudo, pero con modo, como decía Arismendi. El nuevo General Jiménez ha marchado ya para el Sur con mil quinientos hombres a proteger el Cauca contra los asesinos de la más ilustre víctima: añadiré, como Catón, el anciano: este es mi parecer y el de que se destruya Cartago. Entienda V. por Cartago la guarida de los monstruos del Cauca. Venguemos a Sucre y vénguese V. de esos que [una gran mancha, al parecer de tinta, impide leer la continuación, por espacio de unas treinta o treinta y cinco letras] vénguese en fin a Colombia que poseía a Sucre, al mundo que lo admiraba, a la gloria del ejército y a la santa humanidad impíamente ultrajada en el más inocente de los hombres. Si V. es insensible a este clamor de todo lo que es visible y de todo lo que no es, ha debido V. cambiar mucho de naturaleza.

Los más célebres liberales de Europa han publicado y escrito aquí, que la muerte de Sucre es la mancha más negra y más indeleble de la historia del nuevo mundo y que en el antiguo ‘no había sucedido una cosa semejante en muchos siglos atrás. Toca a V., pues, lavar esta mancha execrable, porque en Pasto encontrará V. la absolución de Colombia y hasta allí no podrá penetrar Jiménez. Los amigos del Norte no exigen a los del Sur sino este sacrificio, o más bien los empeñan a que alcancen este timbre. Hablaré a V., al fin, de mí: he sido nombrado Presidente por toda Nueva Granada, mas no por la guarida de asesinos de Casanare y Popayán; y mientras tanto Urdaneta está desempeñando el Poder Ejecutivo con los Ministros de su elección. Yo no he aceptado este cargo revolucionario porque la elección no es legítima; luego me he enfermado por lo que no he podido servir ni aun de súbdito. En tanto que todo esto pasa así, las elecciones se están verificando conforme a la ley, aunque fuera de tiempo, en algunas partes. Aseguran que tendré muchos votos y puede ser que sea el que saque más y entonces veremos el resultado. V. puede considerar si un hombre que ha sacado de la revolución las anteriores conclusiones por todo fruto tendrá ganas de ahogarse nuevamente después de haber salido del vientre de la ballena: esto es claro.

Mi carta ya es bastante larga en comparación de la de V.; por consiguiente es tiempo de acabar y lo haré rogando a V. que rompa esta carta luego que la haya leído, pues sólo por la salud de V. la hubiera escrito temiendo siempre que pueda dar en manos de nuestros enemigos y la publiquen con horribles comentarios. Acepte V. mientras tanto la seguridad de mi amistad y aún más de mi gratitud por sus antiguas bondades y fidelidad hacia mí y reciba V. por último mi corazón.


SIMÓN BOLÍVAR