Asesinato de Sucre en la montaña de Berruecos.

Por Eugenio Gutiérrez Cely
Tomado de: Revista Credencial Historia.  (Bogotá - Colombia). Edición 37 Enero de 1993
Efigies de Sucre en el Panteón de los Próceres en Lima.
En la montaña de Berruecos, camino de Popayán a Pasto, el 4 de junio de 1830 fue emboscado y asesinado el mariscal Antonio José de Sucre. Venía de Bogotá y se dirigía a Quito. Joven general venezolano, había libertado al Ecuador y al Perú en las batallas de Pichincha y Ayacucho, había sido presidente de Bolivia, jefe superior del Ecuador, vencedor en el Portete de Tarqui de las tropas peruanas invasoras de Colombia, presidente del último congreso de la Gran Colombia (el "Congreso Admirable") y miembro de la comisión que intentó impedir a nombre de este congreso la separación de Venezuela de Colombia. Sucre no pudo ser el sucesor de Bolívar en la presidencia de Colombia debido a que no cumplía el requisito constitucional de tener como mínimo 40 años de edad para poder ocupar la primera magistratura. Sin embargo Sucre era, después de Bolívar, el más prestigioso hombre público del país y el dirigente que reunía más condiciones para gobernar a Colombia. Tal vez también era el único que hubiera podido impedir la disolución de la Gran Colombia y dar nuevo impulso al sueño bolivariano de federar a Colombia con Perú y Bolivia.

Luego de que Bolívar abandonó la presidencia. Sucre se convirtió en el mayor obstáculo para el ascenso del partido antibolivariano en Colombia. Este partido era muy heterogéneo pues se componía de los secesionistas venezolanos de José Antonio Páez, de los "liberales" neogranadinos de Francisco de Paula Santander y de los partidarios de Juan José Flores en el Ecuador.

El partido bolivariano era por su parte muy fuerte aún a mediados de 1830 y no estaba dispuesto a claudicar sin combatir. Dividida Colombia con la reciente separación de Venezuela y del Ecuador, pero presente todavía el Libertador en el territorio nacional, retenido con mil argucias en Cartagena por el intendente Montilla, los bolivarianos se aprestaban a realizar un movimiento que llevara de nuevo a Bolívar a la dirección del gobierno y reconstituyera la unidad de la Gran Colombia. En junio de 1830 era inminente la confrontación entre bolivarianos y antibolivarianos, y era previsible que el Libertador acaudillara la reconquista de Venezuela, y Sucre, la del Ecuador.

En el sur de Colombia dos caudillos militares temían que ocurriera una reacción política triunfante de los bolivarianos. Se trataba de Juan José Flores, en el separatista Ecuador, y del santanderista José María Obando, en el Cauca neogranadino. El asesinato de Sucre ocurrió en el territorio que estos dos caudillos dominaban y ayudó a consolidar la ascendente estrella política de ambos. Sin embargo, el magnicidio arrojó también sombras sobre Obando y sobre Flores, por lo que uno y otro se acusaron de la autoría intelectual del mismo. El que llevó la peor parte en esta serie de acusaciones cruzadas fue Obando, pero también fueron muchos los que señalaron a Flores como el autor del asesinato de Sucre. Este asesinato convino en última instancia a ambos, pues contribuyó a debilitar el espíritu de lucha de Bolívar y a derrotar la reacción bolivariana de Rafael Urdaneta. Luego de la capitulación de los bolivarianos, Obando ocupó brevemente la presidencia de la Nueva Granada, y Flores consolidó su hegemonía en el Ecuador.

¿Quién asesinó a Sucre? este fue un asesinato político, y política habría de ser la respuesta que desde entonces dieron los historiadores a esa pregunta. Hasta el día de hoy, sólo un fallo es concluyente: los asesinatos políticos se esclarecen de acuerdo con la conveniencia política de quien los juzga.

Hacia 1830 se había aclimatado en el país la violencia y el atentado personal como un recurso corriente entre los partidos en lucha. Los métodos brutales utilizados por los españoles, desde que Monteverde en 1812 y Boves en 1814 aplastaron la república venezolana, métodos respondidos desde 1813 por Bolívar con la guerra a muerte, convirtieron la independencia en una vorágine de sangre, donde lo acostumbrado fue la guerra sin cuartel, la tortura, el fusilamiento de prisioneros de guerra y de desertores, y el saqueo e incendio de los pueblos enemigos. No en vano la independencia fue la guerra civil que más sangre costó al país, pues un 10% de la población de Colombia murió en ella.

En las propias fuerzas patriotas el ajusticiamiento y el terror se utilizaron también para dirimir conflictos de autoridad y de poder, o para mantener sujetas las poblaciones realistas o a los caudillos republicanos más díscolos. Desde el fusilamiento de Piar por Bolívar en 1817, el fusilamiento de Barreiro y sus 32 oficiales por Santander en 1819, los métodos con que Sucre primero y Flores después "pacificaron" a Pasto, el fusilamiento de Padilla, y el asesinato de Córdova, el país se había acostumbrado al asesinato fuera de combate como arma "lícita" en la contienda política, por lo que no fueron muchos los que entonces se sorprendieron ni con la conspiración septembrina ni con el asesinato de Sucre. Estos dos acontecimientos tuvieron sin embargo la singular importancia de haber sido los que más contribuyeron a sacudir la conciencia moral de los colombianos.

En noviembre de 1839 fue capturado en Berruecos el antiguo guerrillero patiano José Eraso. Hasta hacía poco había luchado en las filas del gobierno durante la guerra de los Conventos de Pasto, pero su antigua amistad con José María Obando fue invocada para acusarlo de traición al ejército gobiernista. Según la versión oficial, Eraso creyó que su detención se debía a su participación nueve años atrás en la emboscada a Sucre y, ante la amenaza de ser fusilado, "confesó" la trama del asesinato. Eraso dijo que uno de sus cómplices en el magnicidio había sido el coronel venezolano Apolinar Morillo, y afirmó que habían actuado en cumplimiento de órdenes de José María Obando, por entonces comandante de Pasto. Morillo fue capturado, y ante el ofrecimiento de que se le exoneraría del crimen debido a que su participación había sido "por órdenes superiores", soltó también la lengua y confirmó todo lo dicho por Eraso. Obando se entregó al gobierno luego de solicitar que se le dieran garantías para hacer su defensa en un juicio imparcial. El juicio prosperó en medio de extraordinarias irregularidades procesales, las cuales llevaron a Obando a escaparse y a iniciar una sublevación que precipitó la "guerra de los Supremos" (1840-42). El juicio sobre el asesinato de Sucre nunca concluyó, y aunque Apolinar Morillo fue fusilado el 30 de noviembre de 1842 por este crimen, los obandistas siempre sostuvieron que la sentencia había sido una patraña más del montaje que el gobierno de entonces realizó contra el general Obando.


LA MUERTE DE SUCRE
El general Sucre se puso en marcha con su pequeña comitiva en la mañana del tres dejando a José Eraso en su casa, aparentemente tranquilo y satisfecho. A las diez de la mañana llegó Sucre a La Venta, caserío pajizo situado a poca distancia de la boca de la montaña de Berruecos, a tres leguas del Salto de Mayo, y encontrando allí a Eraso, le dijo en extremo sorprendido: "Usted debe ser brujo, pues habiéndole dejado en su casa y no habiéndome usted pasado en el camino, le encuentro ahora delante de mi" [...] Sucre, desconcertado, hizo alto, pidiendo albergue en la mejor casucha del villorrio, el que le fue concedido. Pocas horas después se presentó allí el también comandante Juan Gregorio Sarria, como Eraso hombre más que vulgar, su antiguo compañero en las guerrillas realistas del tiempo de la guerra de la independencia, de más confianza que el mismo Eraso para el general Obando [...] Viendo allí el general Sucre a estos dos hombres aparecidos como por arte infernal, se alarmó sobremanera, y en lugar de continuar su marcha, tomando algunas precauciones, teniendo como tenía tiempo de pasar la montaña de Berruecos y llegar al poblado del otro lado, haciéndose preceder de algunos vecinos que hiciesen el oficio de exploradores; desconcertado insistió en quedarse en La Venta, dando así tiempo a que los asesinos se acordaran y preparasen el golpe con desahogo, con precauciones para no ser descubiertos y tomando medidas que lo hiciesen seguro [...] En su conturbación creyó evitar el peligro domesticando las fieras que le acechaban, y convidó a Sarria y a Eraso a tomar una copa de brandy, a que le acompañasen a comer y a que se quedasen aquella noche en La Venta. Ambos, aceptando el licor a que eran en extremo aficionados, rehusaron lo demás, pretextando Sarria que iba en comisión urgentísima, que llevaba señaladas las paradas en su itinerario y no podía detenerse un momento en ninguna parte, y Eraso, que tenía que volverse a su casa; y uno y otro se pusieron en efecto, acto continuo, en marcha para el Salto. Si Sucre, alejados aquellos hombres siniestros, hubiera continuado su marcha, se habría salvado; pero ya más confiado no lo hizo [...] La aurora del cuatro de junio, apareciendo clara, resplandeciente, disipó los temores de los viajeros [...] Sucre, creyendo que todo peligro había pasado, se puso en marcha con sus compañeros cerca de las ocho de la mañana, en este orden: delante los arrieros con Francisco Colmenares, uno de sus asistentes; seguían a éstos el señor García Tréllez y su criado, y tras ellos inmediatamente el general y su otro asistente Lorenzo Caicedo. A poco mas de media legua de camino del punto de donde habían partido, en una angostura barrealosa y difícil, sale del enmarañado laberinto de corpulentos árboles y espinosas malezas un tiro de fusil. "¡Ay! ¡balazo!..." exclama el general Sucre, y no habían acabado sus labios de de pronunciar esta su última palabra, cuando parten tres tiros más de un lado y otro del lóbrego sendero, y el inmaculado Gran Mariscal de Ayacucho, a los treinta y siete años de edad, cae atravesado el corazón, sobre el hondo lodazal de aquel oscuro, tenebroso y solitario bosque, escogido por manos oculta con fría y premeditada traición, sin odio, sin idea de venganza, y solo por miras políticas, porque esas pasiones en nuestra América hacen de nosotros, antes tan mansos y benévolos, un pueblo de Caribes [...]
JOAQUIN POSADA GUTIERREZMemorias histórico-políticas