Rodolfo Galimberti

Por Gisela Marziotta
para Pagina 12

Serie de siete notas que repasan la vida de quien ganó fama de joven como dirigente político y guerrillero y terminó sus días cerca del poder. Esta primera entrega va del 7 de mayo de 1947 a marzo de 1967 y cuenta su infancia, sus años de juventud y su aproximación a la política.
Parte I
publicado el 16 de mayo de 2020

Rodolfo Gabriel Galimberti nació el siete de marzo de 1947 en el hospital Rivadavia ubicado en el barrio porteño de Recoleta. Fue el más chico de tres hermanos: Hugo, quien nació en 1941, y Liliana, en 1942. El futuro líder de la agrupación armada Montoneros nació durante los primeros años de posguerra, y cuando el gobierno peronista se perfilaba en la “tercera posición”, en un mundo que, lejos de buscar la paz después de la guerra más cruda de la historia, empezaba a tensarse en la guerra fría. La labor para lograr la paz internacional debe realizarse sobre la base del abandono de ideologías antagónicas y la creación de una conciencia mundial de que el hombre está sobre los sistemas y las ideologías, no siendo por ello aceptable que se destruya la humanidad en holocausto de hegemonías de derecha o de izquierda”, fue el mensaje que, por los días del nacimiento de Rodolfo, dio Juan Domingo Perón en su “Mensaje a los pueblos del mundo”. Rodolfo Galimberti creció en un país que, a partir del golpe de 1955 provocado por la autodenominada “Revolución Libertadora”, entró en una crisis política en la que la violencia se fue agudizando y él, como gran cantidad de otros y  otras jóvenes, comenzaron a interpretar que la única salida era mediante la lucha armada.

Desde chico los discursos de Perón resonaban en la casa de los Galimberti. La madre de Rodolfo se llamaba Arminda Castelucci y el padre, Ernesto. Ernesto era marino y pertenecía a una familia católica y de derecha. Sus allegados lo recuerdan como un hombre muy severo, peronista y nacionalista. Reivindicaba la figura de Rosas y, por contraste, repudiaba personajes como Domingo Faustino Sarmiento, Bartolomé Mitre, y a todas aquellas referencias liberales en Argentina.

Cuando Rodolfo tenía cinco años la familia se mudó a San Antonio de Padua, a 36 km al oeste de la ciudad de Buenos Aires. Empezó primer grado en un colegio eclesiástico llamado San Antonio, pero solo fue alumno de la institución durante un año ya que el padre Antonio Arroyo, director de la escuela, no le permitió anotarse al segundo por una pelea en la que Galimberti atacó primero a un compañero de clase y, cuando el cura intervino, le pegó una piña en la cara.

De la mano de su padre

Según sus biógrafos Marcelo Larraquy y Roberto Caballero, Rodolfo era un chico violento y desde temprana edad aprendió a manipular armas. “Don Ernesto Galimberti había sido el primer instructor de su hijo Rodolfo. A las siete de la mañana de los domingos, entraba a su habitación y levantaba las persianas al grito de ‘Diana, Diana’. Después, en el fondo de la casa, le acomodaba entre las manos una pistolita belga FN pavonada para que hiciera blanco sobre una chapa oxidada que colgaba de un árbol. Probaban puntería desde distintas posiciones. A los cinco años, Rodolfo aprendió a mantener el cuerpo rígido para soportar la presión del disparo, a cargar y descargar el arma, y luego a limpiarla y guardarla hasta la clase siguiente”.

En 1958 comenzó el colegio secundario en la escuela número nueve de la localidad de Merlo, pero dos años más tarde se cambió al instituto Domingo Faustino Sarmiento, a siete cuadras de su casa en San Antonio de Padua. Por entonces comenzó además, a jugar al rugby. En aquella época, no era un deporte popular y el único club que existía en la zona era el Rugby Club Los Matreros de la localidad de Morón, donde muchos jóvenes iban para seguir estudiando el colegio secundario. En el Club Los Matreros había un sacerdote que también formaba parte del instituto San José de Morón al que asistían muchos ex alumnos del Instituto San Antonio -colegio del que habían sido alumnos Rodolfo y su hermano seis años mayor, Hugo-. Entusiasmados, cuatro de esos jóvenes, entre los que estaba Hugo, intentaron jugar al rugby en las cercanías de la iglesia de San Antonio de Padua. Según indica la página oficial del Club, el señor Roberto Schamun, un jugador de rugby de primera división del Buenos Aires Cricket & Rugby Club y del Hurling Club, los vio y les ofreció a enseñarles el deporte. El padre Arroyo, rector del Instituto San Antonio de Padua, y quien había expulsado del colegio al pequeño Rodolfo por pegarle una piña en la cara, apoyó a los jóvenes para que formen el equipo dirigidos por el “Turco” Schamun. Lo bautizaron como el Padua Rugby Club. La primera sede de este club, al que asistía regularmente el hermano de Rodolfo, fue la casa del Dr. Matarollo y luego el Club Cervantes del mismo pueblo de Padua. La cancha estaba al lado de la iglesia, un predio que se los había prestado el padre Arroyo.

En el fondo de su casa, Ernesto Galimberti le acomodaba entre las manos una pistolita belga FN pavonada a su hijo Rodolfo para que hiciera blanco sobre una chapa oxidada que colgaba de un árbol.

En una de estas peleas contra los “izquierdistas” Galimberti, de quince años, le clavó una navaja a un adolescente comunista. El violento hecho terminó con su primera detención. Policías que intervinieron cuando el incidente pasó de una escaramuza juvenil a un violento ataque con arma blanca, lo esposaron y llevaron a la comisaría 33 ubicada en la calle Mendoza al 2263 de la localidad de Belgrano, en donde había ocurrido el hecho. Rodolfo creyó que su padre interpretaría los hechos según su propio criterio, como si se tratara de una detención producto de un acto político encuadrado en la resistencia peronista. Pero Ernesto no puso trabas para que la justicia avanzara con la causa penal que pesaba sobre el joven. Así fue como por decisión de un juez de menores Galimberti fue recluido en el Instituto Luis Agote de la calle Charcas al 4602, en el barrio porteño de Palermo, donde pasó tres meses.

Cuando salió del reformatorio se fue a vivir a la casa de su tía Clotilde que vivía en Merlo y retomó el secundario en el Instituto Sarmiento. La relación con los jóvenes de su edad, después de haber estado recluido, se había vuelto más distante, pero en el colegio encontró otro adulto en quien referenciarse. Se trataba del flamante rector Antonio Salonia. Durante los días del comienzo de clase de ese año, 1962, los militares detuvieron al presidente Frondizi en la Isla Martín García y el presidente provisional del Senado José María Guido asumió el cargo del mandatario depuesto. Salonia había sido funcionario de Frondizi y su cargo en el colegio de San Antonio de Padua lo había corrido de la escena política. Con Galimberti su vínculo se basaba en las provocaciones del adolescente por su posición política, que al rector lo divertían. Trataba de inculcarle valores como la pluralidad de opiniones y de transmitirle la riqueza de la sana discusión política. Gracias a la gestión de Salonia un grupo de alumnos, entre ellos Galimberti, pudo conocer al derrocado presidente, en ese entonces recluido en una quinta de Castelar. Según la reconstrucción de aquel encuentro que realizaron Larraquy y Caballero, así se presentó Galimberti ante Frondizi: “Yo soy peronista, doctor, y conspiré contra su gobierno”.

A los 15 años Galimberti le clavó una navaja a un joven comunista. Fue detenido, su padre no hizo nada para frenar la causa judicial y estuvo recluido tres meses en el instituto de menores Luis Agote.

Ese año, el Galimberti de 15 conoció a su primera novia, Virginia “Moni” Trimarco, con quien se casaría siete años más tarde. Si bien la veía solo los fines de semana, se hizo muy cercano a la familia de la chica que era muy crítica del peronismo y estaba conformada por varios militares. Fue uno de los tíos militares de Virginia, Juan Carlos Trimarco, el que lo llevó a probar puntería al campo de tiro de su regimiento y le regaló la que sería su primer arma importante: una Magnissen 763.

En un contexto en el que el sindicalismo, principal respaldo del exiliado Perón, estaba dividido, el líder justicialista debía mostrar señales de fortaleza. La figura de Augusto Timoteo “el Lobo” Vandor, dirigente de la UOM, lideraba las 62 Organizaciones Peronistas. Era el mayor representante de la vertiente del sindicalismo que dialogaba con el poder y hasta llegó a defender la idea de un peronismo sin Perón. Frente a esas circunstancias Perón consideró que volver a la Argentina era la mejor forma de poner las cosas en orden dentro del movimiento obrero. La corriente sindical leal al ex presidente era la CGT, entonces conducida por José Alonso, del sindicato del Vestido, quien había asegurado: viva el año 1964 porque es el año en que Perón vuelve al país. Estaba en marcha el Operativo Retorno.

El camino de la política

Mientras el General seguía exiliado en Puerta de Hierro, Galimberti, todavía estudiante secundario, comenzó a asistir a las convocatorias del “Comando de la Juventud Peronista para el Retorno de Perón”. En aquel entonces seguramente ni se imaginaba que años más tarde sería él mismo el delegado de la Juventud Peronista que oscilaría entre Madrid y Buenos Aires para concretar finalmente la vuelta del líder en 1973. Pero en 1964 aún se encontraba en las filas del Movimiento Nacionalista Revolucionario Tacuara, donde militaron, entre otros, quienes serían luego miembros de distintas organizaciones armadas peronistas y de izquierda. Uno de ellos era José Luis Nell, quien luego estuvo en las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) y en Montoneros. En 1962 Nell había participado en el asalto al Policlínico Bancario y luego colaboró con el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros en Montevideo donde es detenido y se escapa, con un centenar de “tupas”, entre ellos José “Pepe” Mujica, de la cárcel de máxima peligrosidad de Punta Carretas en 1971; años más tarde quedó cuadripléjico en un enfrentamiento armado entre fracciones peronistas lo cual lo llevó a un cuadro depresivo que lo condujo al suicidio. También participó en Tacuara Joe Baxter que, según el libro Todo o Nada de María Seoane, estuvo junto a Nell en el asalto al Policlínico Bancario en el 62, luego viajó a Montevideo y se integró al Movimiento Tupamaro, y en 1968 conoció en París a Mario Santucho, que en 1970 lo introdujo en las filas del PRT, que más tarde crearía su brazo armado, el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), donde Baxter militó hasta 1971. En las filas de los tacuara también estaba Jorge “Turco” Caffati, quien, según la información que brinda el Espacio de Memoria Ex Esma, luego de iniciar su militancia durante la Resistencia Peronista en el colegio Mariano Acosta, integró las FAP y por último el Peronismo de Base. Entre 1963 y 1971 Caffati pasó varios períodos preso: en Devoto, Caseros y finalmente en Rosario, donde logró fugarse. El 19 de septiembre de 1978, “el Turco” fue secuestrado, llevado a la ESMA y aún hoy continúa desaparecido. Galimberti participaba en Tacuara junto a su amigo Raúl Othacehé.

En sus primeros años de militancia política, Galimberti coincidió con varios de quienes serían luego miembros de distintas organizaciones armadas peronistas y de izquierda.

En 1964 Rodolfo coincidió con los fundadores de las FAP, Envar el Kadri -quien en 1968 dirigió el primer foco guerrillero de la Argentina en Taco Ralo, Tucumán, que fue un fracaso estrepitoso- y Carlos Caride en el Comando de la Juventud Peronista para el Retorno de Perón donde además estaban Alberto Brito Lima, futuro fundador del Comando de Organización, y los peronistas revolucionarios Jorge Rulli y Gustavo Rearte. Durante ese mismo año, quien sería el otro líder de Montoneros, Mario Firmenich, integraba con Fernando Abal Medina y Carlos Ramus, su compañero del Colegio Nacional de Buenos Aires, la Juventud Estudiantil Católica (JEC) y acompañaban al padre Carlos Mugica en sus visitas a los barrios de emergencia de Retiro.

La organización de la Operación Retorno era disputada, principalmente, por el sindicalismo dialoguista y el leal a Perón. El líder resolvió que se conformara una comisión mixta. El 2 de diciembre de 1964 Perón salió de Puerta de Hierro en el baúl de un auto con una ametralladora. Logró llegar con éxito al aeropuerto de Barajas y abordar un avión de la compañía española Iberia, pero al llegar a Río de Janeiro la nave fue rodeada por el ejército brasilero que lo obligó, por órdenes del jefe de la fuerza y la cancillería brasileña, a volver a España. Perón no consideró la operación como un fracaso, sino como un “triunfo”. “Hemos demostrado nuestra decisión de volver a la Argentina por la vía más pacífica”, afirmó el General. Para Galimberti, tal vez, la enseñanza fue otra. Quizás el adolescente vio allí las limitadas posibilidades que brindaban las vías pacíficas para lograr objetivos políticos.

Más allá de las peripecias militantes, la cotidianeidad seguía marcando las obligaciones burguesas. En 1965, Rodolfo se recibió en el Instituto Sarmiento de bachiller nacional con orientación comercial y decidió estudiar abogacía. Además, ese mismo año comenzó a construir su propia casa en San Antonio de Padua. Hugo, su hermano mayor, ya se había recibido de médico con muy buen promedio y con 23 años era un joven profesional fanático de Adolf Hitler.

Al año siguiente el escenario político le daría otra señal sobre la debilidad de la democracia y de la paz en Argentina, cuando el presidente radical Arturo Illia fue derrocado por la autodenominada “Revolución Argentina” a cargo de Juan Carlos Onganía. Galimberti buscó la forma de encauzar su militancia en distintas organizaciones, como el Sindicato Universitario de Derecho, que conducía el centro de estudiantes de la facultad donde cursaba pero con menos de veinte años ya acumulaba experiencia en la práctica política y en 1967 Decidió formar su propia agrupación: las Juventudes Argentinas por la Emancipación Nacional (JAEN).


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Parte II
publicado el 19 de mayo de 2020

Luego de una adolescencia marcada por la militancia nacionalista en el Movimiento Nacional Tacuara, que no fue ajena a enfrentamientos cuerpo y cuerpo y al manejo de armas, ya habiendo pasado por la experiencia de la reclusión, en 1967, con 19 años, Rodolfo Galimberti ya se sentía un militante experimentado. Consideró que era hora, entonces, de fundar su propia agrupación. En los siguientes cinco años, llegaría desde los márgenes de la política hasta el epicentro de la resistencia peronista, Puerta de Hierro.

Así como en 1957 el Movimiento Nacional Tacuara fue creado en la Perla de Once, la agrupación Juventud Argentina para la Emancipación Nacional (JAEN), de la que Galimberti fue uno de los creadores, también tuvo su inicio, diez años después, en el mítico bar ubicado frente a Plaza Miserere en la intersección de Avenida Rivadavia y Avenida Jujuy. Durante la década del 60 dicho sitio -en el que en la década del 20, el joven Jorge Luis Borges se reunía con otros intelectuales para escuchar a Macedonio Fernández, quien realizaba largas charlas y debates sobre metafísica y filosofía- quedó en manos del empresario Rodríguez Barredo, y comenzó a convertirse en uno de los centros de reunión más importantes de la juventud porteña. Allí se encontraban quienes años más tarde serían íconos del rock argentino. Fue en la Perla, por ejemplo, que Litto Nebbia a sus 18 años compuso, en la madrugada del 2 de mayo de 1967, la canción “La Balsa” en el baño del bar con la ayuda de José Alberto Iglesias “Tanguito”. Esta canción sería una de las fundadoras del rock nacional argentino y una de las primeras y más influyentes del rock en español.

Así como los grupos de música empezaban a gestarse a partir de esas reuniones dispersas por los bares de la ciudad, las agrupaciones políticas emergían del mismo circuito. El grupo fundador de JAEN estuvo conformado por Galimberti, “Dippi” Hafford y “El Vasco” Othacehé -ambos venían del club de rugby y de los Tacuara- como Rodolfo; María Cristina Álvarez Noble, Omar “Coco” Estela, Mario Izzola, Augusto Pérez Lindo y Norberto Datri. En 1967 Galimberti trabajaba en la Comisión de la Reestructuración Académica de la Universidad, puesto que le había conseguido su compañero Pérez Lindo. La organización tenía una línea peronista, nacionalista, que con los años se iría inclinando cada vez más hacia la izquierda, dentro de un contexto en el que la política argentina estaba obturada por el gobierno militar de Juan Carlos Onganía, que se vio forzado a su renuncia luego de la explosión del Cordobazo en mayo de 1969, y en un escenario internacional marcado por la Guerra Fría, el asesinato de Ernesto “Che” Guevara en 1967 y las guerras revolucionarias libradas en el tercer mundo, con Vietnam como caso paradigmático.

Fue así que en 1971 JAEN sentó las siguientes premisas en su manifiesto titulado “De la resistencia a la ofensiva”: “Si entendemos que en la época del imperialismo y los estados nacionales la contradicción fundamental se da entre las metrópolis y sus colonias y caracterizamos a nuestro país cómo una sociedad industrial dependiente, la lucha por la Emancipación Nacional es un imperativo histórico para todos los argentinos; de esta lucha sólo permanecen al margen aquellos sectores que por sus intereses se hallan estrechamente ligados al imperialismo: las oligarquías terratenientes e industrial monopólica; la conciencia política revolucionaria es hija de la acción; el peronismo, lograda la vertebración de los sectores revolucionarios que lo integran en una conducción unificada es el partido de masas que el país necesita (...) para garantizar la ejecución de la revolución hasta sus últimas consecuencias."

Pero a mediados del ‘67 la JAEN, liderada por Galimberti, todavía era un grupo juvenil en expansión. En sus filas militaron dos jóvenes músicos que estudiaban Bellas Artes, y también erraban por los bares porteños como La Perla, La Paz o El Ramos. Se trataba de Emilio Del Guercio y de Luis Alberto Spinetta. Coco Estela, compañero de ellos del Bellas Artes y escultor, los había invitado a una reunión. “Coco Estela nos presentó con él (Galimberti), en la confitería que está frente a la Facultad de Derecho. Con Luis íbamos juntos a todos lados, compartimos ideas, y el tema de la política y lo social siempre me interesó. JAEN fue muy atrayente para mí, porque entonces la militancia era formación política, no era salir a pegar carteles por ahí. Porque además estaba la dictadura de Onganía y no podías”, recordó Del Guercio en el libro “Ruido de magia”, la biografía de Spinetta publicada por Sergio Marchi en 2019.

La atmósfera del rock, el arte y la psicodelia no seducían a Galimberti y sólo le interesaba la política, que consideraba debía articularse en la línea de San Martín, Rosas y Perón.

Spinetta no duró mucho militando en la agrupación de Galimberti y Del Guercio continuó un poco más. Al cumplirse dos años del golpe de la “Revolución Argentina”, el 28 de junio de 1968, la JAEN se sumó a una manifestación en Plaza Miserere que había organizando la flamante CGT de los Argentinos conducida por Raimundo Ongaro luego del quiebre con la CGT dialoguista de Vandor, los dos músicos participaron de la movilización, pero se retiraron cuando comenzó el enfrentamiento con la policía montada. Galimberti, en cambio, estaba en la primera línea de los enfrentamientos arrojando piedras a los patrulleros. Después de ese episodio Spinetta dejó de militar en la agrupación.

La versión de los biógrafos de Galimberti, Larraquy y Caballero, es que la salida de Spinetta tuvo que ver con su consumo de drogas. Según ellos, en un plenario, mientras se discutía sobre el tema, Spinetta encendió un cigarrillo de marihuana para demostrar su repudio en acto. Sin embargo, Emilio del Guercio desmintió esta versión: “Nunca Luis se fumó un porro delante de ellos, por la sencilla razón de que no conocíamos la marihuana en aquella época. Y tampoco teníamos el dibujo de la tapa de Almendra entre los papeles aquel día porque ni siquiera habíamos firmado contrato”. Esto último responde a que Larraquy y Caballero aseguran que durante la manifestación, un grupo de policías requisó a Spinetta y entre sus pertenencias encontró un boceto de la tapa del primer disco de Almendra. Por otro lado, en línea con lo que plantea Del Guercio, en esa época el consumo de drogas todavía no proliferaba entre la juventud bohemia. La única droga que circulaba entre estudiantes, músicos y militantes eran las anfetaminas. Un ejemplo de esto se puede leer en los Diarios de Emilio Renzi, de Ricardo Piglia, donde cuenta que el uso de las anfetaminas estaba más enfocado a la concentración y la capacidad de trabajo por tiempo prolongado que al uso lúdico.

Como dijo en una entrevista el periodista Sergio Pujol, que escribió el libro El año de Artaud, la anécdota de Spinetta fumando marihuana en un plenario militante y el enojo que eso provocó entre los referentes políticos “es útil para entender las divergencias que podía haber entre los reclamos de la contracultura y las demandas de la política”.

La atmósfera del rock, el arte y la psicodelia no seducían a Galimberti. Lo único que le interesaba al fundador de la JAEN era la estrategia política, que consideraba debía articularse en la línea de San Martín, Rosas y Perón. Pertenecía a la línea de militantes que consideraban al rock como una manifestación cultural imperialista. Por esos años, Rodolfo también conoció en la facultad de derecho, donde cursaba, a los abogados Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Luis Duhalde, quienes eran referentes de la formación política de los jóvenes de aquel entonces.

La tensión política y el acercamiento a Montoneros

En el año 1969 la situación política se tensó aún más, lo que se vio reflejado en la vida de Galimberti. En junio llegó al país el vicepresidente de Estados Unidos, Nelson Rockefeller, enviado por el presidente Richard Nixon. Durante un intento de tomar la Facultad de Derecho, Rodolfo fue detenido por segunda vez en su vida y duramente golpeado por la policía durante cuatro días para sacarle información. Mientras tanto, militantes de izquierda atacaron con bombas supermercados Minimax, propiedad de Rockefeller, y en una movilización realizada el viernes 28 de junio la policía asesinó al militante Emilio Jáuregui. Luego de salir del calabozo, no pasaron 24 horas hasta que Rodolfo fuera detenido nuevamente, esta vez por aparecer en una de las listas que el gobierno tenía sobre la movilización que se realizó el día del asesinato de Jáuregui; en esa ocasión no se salvaría de ser trasladado a la cárcel de Devoto.

Entre la represión y las reuniones clandestinas, Galimberti se hizo un lugar para el amor. El 20 de septiembre de 1969 se casó con quien era su novia desde hacía siete años, Virginia Trimarco. Entre los invitados de la boda hubo varios integrantes de la JAEN, entre los que ya se encontraban, Ernesto Jauretche y Carlos “Chacho” Álvarez, también estuvieron Ortega Peña y Duhalde. Luego de su luna de miel en Córdoba, el matrimonio se mudó a un departamento en el barrio porteño de Colegiales.

Galimberti se acercó a Montoneros con un doble objetivo: conducir esa organización y concretar una reunión con Perón en Puerta de Hierro.

Meses más tarde, en mayo de 1970, un grupo de militantes de una flamante organización denominada “Montoneros” secuestró y luego fusiló al ex dictador Pedro Eugenio Aramburu. Durante ese año Galimberti comenzaría a acercarse a esta organización. En ese entonces tenía un doble objetivo: conducir Montoneros, que no parecía tener un líder reconocido, y concretar una reunión con Perón en Puerta de Hierro. Ambos objetivos fueron cumplidos.

El encuentro con Perón

La audacia de Rodolfo le permitió organizar un viaje a Europa, sin contar con los recursos económicos suficientes para hacerlo. Una vez que consiguió los pasajes y un nexo con quien podría llegar a ver a Perón, Carlos Alberto “Pingulis” Hobert, uno de los referentes de Montoneros, le dio una carta para que le entregara al General. Rodolfo llegó a Londres como primer destino, donde estuvo un mes, después fue a París y finalmente a Madrid. Allí ubicó a Jorge Antonio y le pidió una reunión con Perón; su ticket de ingreso fue la carta que llevaba de Montoneros. 

Lo ocurrido con Aramburu había puesto a la organización juvenil en el centro de las discusiones de la militancia peronista. Durante la reunión, la verborragia que caracterizaba a Galimberti le cayó simpática a Perón, acostumbrado a que sus visitantes esperaran que el líder sea el disertante. Leyó la carta de Montoneros y acordó otra cita para él en esos días. En el segundo encuentro fue con el abogado Mario Hernández, que había aterrizado en Madrid esa semana, le llevó una cinta con el audio del juicio revolucionario a Aramburu para que no quedaran dudas de que Montoneros eran los autores del fusilamiento. Existía una sospecha de que detrás de ello estaba la CIA. Perón le mandó una respuesta a la agrupación juvenil fechada el 20 de febrero de 1971, a través de Galimberti, en la que les indicó que coincidía con ellos, con la acción que habían realizado. “Nada puede ser más falso que la afirmación de que ustedes estropearon mis planes tácticos, porque nada puede haber en la conducción peronista que pudiera ser interferido por una acción deseada por todos los peronistas”, escribió El General en la carta. Cuando volvió a Buenos Aires, Rodolfo se sentía un protagonista de la política nacional y un verdadero conductor de los jóvenes peronistas.

Con el espaldarazo de las reuniones con Perón, Galimberti se presentó en el plenario peronista realizado en abril en Santa Rosa de Calamuchita como un referente indiscutido, al tiempo que dentro de Montoneros crecía el debate acerca de cómo tomar su figura. Fue entonces cuando la JAEN presentó el documento citado más arriba denominado “De la resistencia a la ofensiva”. Los meses siguientes Galimberti se dedicó a recorrer el país para distribuir ese documento, el mensaje que había traído de Perón y los principales lineamientos que se habían resuelto en el plenario peronista realizado en Córdoba. Durante esos meses se profundizó una tendencia que Galimberti había sostenido durante el último tiempo, estaba muy poco con su esposa y casi no dormía en su casa, a lo que se sumaban encuentros casuales con distintas mujeres entre ellas, según sus biógrafos, la ya mítica militante montonera, Norma Arrostito.

Cuando volvió a Buenos Aires, tras su encuentro con Perón, Galimberti se sentía un protagonista de la política nacional y un verdadero conductor de los jóvenes peronistas.

La situación política se acomodaba para que el regreso de Perón no fuera una utopía. El 22 de marzo de 1971 Alejandro Agustín Lanusse reemplazó como presidente de facto a Roberto Marcelo Levingston. Lanusse representaba el ala más política de las Fuerzas Armadas y su rol era el de coordinar la vuelta de la democracia. La devolución del cadáver de Evita, el 3 de septiembre de ese año en Puerta de Hierro, que fue entregado por el embajador de Lanusse en España, el brigadier Jorge Rojas Silveyra, era una buena señal política.

La tarea de la juventud en Argentina, mientras tanto, era lograr la unidad. En la primavera Galimberti fue sorprendido por una convocatoria de Perón para ir a verlo con urgencia. Una vez en Puerta de Hierro, Perón lo llevó a ver el cadáver de Evita. En la larga reunión que mantuvieron, de la que participó el delegado de Perón de aquel entonces, Jorge Paladino, Galimberti se dedicó a explicar, de forma indirecta, como estaba fallando Paladino en su tarea. En suma, Galimberti le presentó a Perón un mapa de los distintos actores que operaban dentro del peronismo durante ese tiempo. Perón estaba sorprendido y lo retribuyó al nombrarlo Delegado de la Juventud en el Consejo Superior Justicialista. Por esos días, El General reemplazó a Paladino por un hombre que sería clave en la vuelta de la democracia: Héctor Cámpora.

Paralelamente la figura de otro joven, Juan Manuel Abal Medina, iba ganando terreno. En marzo, Perón lo había nombrado Secretario General del Movimiento Nacional Justicialista, con la tarea fundamental de unificar sindicatos con juventudes.

"La patria peronista es la patria socialista”

Una vez que Galimberti volvió a Buenos Aires había que hacer efectiva la consigna de la unidad, siempre más difícil en la realidad que en los planes. La noche del 9 de junio se realizó un acto por la unidad de la JP. Los oradores de las distintas organizaciones se enfrentaron en arduas discusiones, algunos clamaban “Perón, Evita, la patria peronista”; otros agregaban a los mismos nombres “la patria socialista”. Los reclamos de muchos dirigentes apuntaban contra las organizaciones armadas como las FAR, FAP y Montoneros.

Cuando agarró el micrófono, Galimberti afirmó: “Las dos consignas son lo mismo. La patria peronista es la patria socialista”. Un mes más tarde, el 9 de julio de 1972, se creó a nivel nacional la Juventud Peronista Regionales y nuevamente Galimberti se dispuso a viajar por las provincias, esta vez para llevar el mensaje de unidad encausada en la Juventud Peronista Regionales, y ya con la credencial de haber sido nombrado delegado de la Juventud por Perón. 


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Parte III
publicado el 23 de mayo de 2020





En el invierno porteño de 1972, Rodolfo Galimberti, que en ese entonces tenía 25 años, ya se había convertido, como delegado de la Juventud Peronista, en uno de los principales encomendados de Perón entre Madrid y Buenos Aires. El peronismo preparaba un nuevo intento de devolver al país a su líder exiliado. Para ello, la Juventud Peronista (JP) concentraba sus fuerzas en la militancia de base territorial, y en ganar terreno dentro del aparato peronista. Iba incrementándose la cantidad de actos y movilizaciones: en enero realizó un acto en el municipio Bonaerense de Ensenada; en mayo, en la localidad de Merlo; en junio, en la Federación de Box; y el 28 de julio llevó a cabo un gran evento en el Estadio de Nueva Chicago en el que se lanzó la consigna “Luche y Vuelve”. La Juventud Peronista, además de sumar poder al interior del partido, comenzaba a crecer como una fuerte oposición a la dictadura de Lanusse. La salida negociada del golpe que pretendía el presidente de facto era cada vez menos factible.

Por esos meses, además de participar como una de las voces principales de esos actos, Galimberti viajó a Madrid en distintas ocasiones e incluso amplió sus horizontes. En julio viajó junto a Muniz Barreto a Libia a entrevistarse con el coronel Muammar Kadhafi. En ese viaje, según sus biógrafos, Marcelo Larraquy y Roberto Caballero, “Galimberti se interesó por hacer llegar a la Argentina los proyectiles autodirigidos Sam 7 y entregárselos a Montoneros”, porque “soñaba con ser el jefe militar de la futura revolución peronista”. Al mes siguiente viajó al Líbano. El objetivo fue recibir formación militar, dado que Perón anticipaba un escenario de mayor violencia en lugar de la apertura democrática que finalmente tuvo lugar en 1973. Sin embargo, la visión del General a mediano plazo no era errada. En el Líbano Galimberti fue recibido por la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) y conoció a Abu Yihad, el jefe militar de la organización político-militar palestina Al Fatah.

Entre Madrid y Medio Oriente

Mientras Rodolfo viajaba por Medio Oriente, en una ciudad patagónica ocurriría uno de los hechos más trágicos para la juventud de la historia argentina hasta 1972: la masacre de Trelew. El 15 de agosto los principales líderes guerrilleros del ERP, Mario Roberto Santucho, Domingno Menna y Enrique Gorriarán Merlo; de FAR, Fernando Vaca Narvaja de Montoneros, Marcos Osatinsky y Roberto Quiero; junto con otros diecinueve prisioneros, se habían fugado del penal de la ciudad de Rawson y lograron llegar al aeropuerto de Trelew. Los líderes tomaron un vuelo hacia Chile. Pero los diecinueve militantes que restaban no llegaron a hacerlo, tomaron el aeropuerto y se rindieron con la promesa de que no los matarían. Sin embargo, durante la madrugada del 22 de agosto fueron fusilados por un comando de la Marina. 

Si bien desde el gobierno se justificaron con el argumento de que los jóvenes habían intentado escapar, los tres sobrevivientes desmintieron la versión oficial, como quedó claro en la entrevista que Francisco “Paco” Urondo realizó al año siguiente en la cárcel de Villa Devoto a los sobrevivientes de la masacre, Alberto Miguel Camps, María Antonia Berger y Ricardo René Haidar, titulada La Patria Fusilada. Los tres -que luego serían desaparecidos durante la dictadura cívico militar de 1976- detallaron cómo los militares al mando del capitán Luis Sosa acribillaron a balazos a los diecinueve militantes, causando la muerte instantánea de trece de ellos, y dejando agonizar hasta la muerte a otros tres, mientras que Camps, Berger y Haidar sobrevivieron aún habiendo recibido graves heridas de bala.

En 1972 Galimberti viajó varias veces a Madrid y también a Libia, a entrevistarse con el coronel Muammar Kadhafi, y al Líbano, donde fue recibió por la Organización para la Liberación de Palestina (OLP)

La dictadura de Lanusse no quería bajo ningún concepto que se realizara un velorio y homenaje a los jóvenes fusilados. Sin embargo, se realizó, y el jefe de la policía Alberto Villar organizó un operativo en el que se secuestraron los féretros en medio de una represión salvaje. A través de Galimberti y Juan Manuel Abal Medina, Perón mandó un mensaje desde Madrid a la Juventud Peronista: “Esa juventud que ha aprendido a morir por sus ideales es lo único que puede salvar al país de un futuro preñado de asechanzas y peligros”. Luego, el General afirmó: “Ahora, la juventud estará más cohesionada que nunca. Y desaparecerán las pequeñas diferencias de organización. ¿Qué duda cabe de que la actitud de esta juventud será cada vez más fuerte? La acusan de violenta, pero no hay más violencia que la de arriba, ejercida por el gobierno”.

La premisa de Perón sobre la unidad de la juventud comenzaba a hacerse realidad. Montoneros comenzó a ser el aglutinador del resto de las organizaciones incluida la Juventud Argentina por la Emancipación Nacional (JAEN), que había sido creada por Galimberti en 1967, y que ya tenía a la mayoría de sus militantes en las filas de Montoneros.

La disputa dentro del Movimiento Justicialista

En octubre, Galimberti volvió a viajar a Madrid, pero ya de forma clandestina. En Puerta de Hierro se cocinaba el nuevo Operativo Retorno. Pero también se disputaban otras cuestiones, como quién sería el reemplazo de Jorge Gianola como secretario general del Movimiento Justicialista; es decir, el tercero en jerarquía dentro del Partido Justicialista. Los candidatos para el puesto eran dos jóvenes que venían ganando influencia dentro del movimiento y en particular en la JP: Galimberti y Juan Manuel Abal Medina. El último era el hermano mayor de Fernando, líder y fundador de Montoneros abatido en septiembre de 1970 junto con Carlos Ramus. 

La pulseada finalmente se inclinó hacia Abal Medina por su mayor amplitud de diálogo con distintos sectores dentro del peronismo, tal como lo describió el periodista Sergio Moreno en una nota de Página/12 publicada en enero de 1999: “Amigo de los peronistas históricos, de buen diálogo con el sindicalismo verticalista y con el combativo, emparentado a través de su hermano con la vanguardia armada de la Juventud Peronista, este antiguo nacionalista se convirtió en el brazo ejecutor de los designios del hombre que marcó a fuego la política argentina”. En una entrevista en el portal Infobae en octubre de 2015, Juan Manuel recordó su primer encuentro con el líder justicialista: “Perón era un encantador. Lo hacía sentir al invitado como si fuera importante. Sabía de mis hijos y de mi familia", y luego agregó que “era un hombre distinto, adelantado a su tiempo, curioso, respetuoso como los viejos criollos, de una inteligencia privilegiada".

En Madrid, ya con el apoyo de las 62 organizaciones -conducidas por Rogelio Coria, enemigo directo de Galimberti-, se delineó lo que sería el Pacto Social entre la CGT y la CGE y se estableció el 17 de noviembre como fecha de retorno del General quien aseguró: “Retorno a la Argentina si seré útil para curar las heridas del país y repacificarlo, a fin de que encuentre tranquilidad, trabajo y bienestar”. 

“La movilización popular debe garantizar la seguridad física del General Perón. Los que tienen piedras, que lleven piedras, y los que tengan algo más que lleven algo más", planteó Galimberti para el día del regreso de Perón.

Días antes de la fecha estipulada para el retorno, desde Buenos Aires, Galimberti tensionaba la coyuntura local. En un acto realizado el 9 de noviembre de 1972 en Ciudad Universitaria relanzó la estrategia de “colisión directa”. “La movilización popular debe garantizar la seguridad física del General Perón. Los que tienen piedras, que lleven piedras, y los que tengan algo más que lleven algo más. Y los que no vayan al aeropuerto deben tomar las fábricas, las facultades, los barrios”, clamó el Loco Galimba ante más de 800 estudiantes. Fue entonces cuando Lanusse ordenó su captura por “incitación a la violencia y apología del delito”.

El 16 de noviembre a las 23:59 Perón partió a bordo del avión Giuseppe Verdi de Alitalia desde el aeropuerto Fiumiccino de Roma hacia Buenos Aires para llegar a las 11 de la mañana del día siguiente a suelo argentino. Galimberti se encontraba entre las decenas de miles de militantes que se movilizaron hacia Ezeiza en un intento de romper el cerco de 35 mil efectivos policiales puestos por la dictadura para bloquear cualquier acto o diálogo entre Perón y las masas. Rodolfo había participado de la organización de las columnas, y había sido enfático en remarcar la necesidad de llegar hasta el aeropuerto como sea, pero la represión fue más fuerte. La policía alejó a la multitud de jóvenes a fuerza de gases lacrimógenos y palazos. Finalmente, el General durmió la primera noche en un hotel cercano al aeropuerto de Ezeiza y después se trasladó a un Petit Hotel en Vicente López. Pero su estadía en el país no duraría más de un mes. Sin embargo, ese poco tiempo fue suficiente para sentar las bases de lo que sería su vuelta definitiva y la vuelta de la democracia.

Alejado de Perón

El 5 de diciembre se formó el Frente Justicialista de Liberación (Frejuli) y ocho días más tarde, en una reunión con Abal Medina, Perón anticipó que elegiría a Cámpora como candidato a presidente. Le pidió a él y a Gelbard que lo mantuvieran en secreto. Al otro día partió a una gira por distintos países de América Latina, de la que no podría volver porque la dictadura prohibiría nuevamente su ingreso al país. El creciente protagonismo de Galimberti en Montoneros lo alejó de Perón, lo cual se vio a las claras cuando quedó afuera de la última parte del Operativo Retorno. Aun así, participó de algunas de las tertulias del General en la casa de Vicente López durante el mes que estuvo en Argentina.

El movimiento peronista, durante los meses previos a las elecciones empezó a organizarse en función de las demandas y los cargos democráticos, algo que le era ajeno después de 17 años de proscripción. En el mes de diciembre Abal Medina intentó persuadir a Galimberti para que se presentara como candidato a diputado, según lo había propuesto Perón. Galimberti rechazó la oferta. Los motivos fueron evidenciados en el mensaje que mandó en una grabación a un acto de la Juventud Peronista de enero: “La clave de la toma del poder en toda revolución es la síntesis entre las masas y las armas. La JP ya ha planteado una estrategia que tiende a explicar de qué forma se obtendrá esa síntesis que, a nuestro juicio, es inexorable para hacer la revolución. Las elecciones no nos darán esa conjunción, pero nos permitirán modificar cualitativamente la relación de fuerzas”.

En 1973 Abal Medina no consiguió persuadir a Galimberti de que se presentara como candidato a diputado, según lo había propuesto el general Perón.

El 11 de marzo de 1973 el Frejuli se impuso en las urnas con el 49,59% de los votos. La consigna “Cámpora al gobierno, Perón al poder”, había logrado un triunfo arrasador. Luego del triunfo, el 19 de abril, Galimberti pronunció un discurso punzante en el Sindicato del Calzado. Abal Medina había logrado articular con habilidad las distintas piezas, muchas veces antagónicas, dentro del peronismo, y había colaborado en la organización del frente que acababa de ganar las elecciones. Galimberti, en cambio, seguía con la postura de tensar la interna entre los distintos sectores y subrayó la importancia de las milicias armadas. “En 1955 se instaló la violencia del régimen, a la que las masas contestaron con su propia violencia. Pero ahora debemos ejercer esta violencia en forma orgánica, porque no podemos pensar que el gobierno popular va a poder sostenerse y llevar adelante su programa de liberación nacional y social en el camino al socialismo si no tiene fuerzas que lo apoyen. Entre esas fuerzas, es necesaria la existencia de aquello que ya intentó organizar la compañera Evita, las milicias populares peronistas”. El discurso de Rodolfo generó críticas de la CGT hacia Cámpora e incluso entre los líderes de Montoneros por ser muy radical. Días más tarde tuvo que darle explicaciones personalmente a Perón en Puerta de Hierro, en el marco de un juicio político interno. La resolución fue destituir a Galimberti como Delegado Juvenil.

El “Tío” Cámpora asumió el 25 de mayo. Perón no pudo evitar las lágrimas desde Puerta de Hierro al ver los millones de personas que colmaban las plazas de todo el país para festejar la vuelta de la democracia después del período más prolongado de un gobierno de facto, y el triunfo de la voluntad popular que clamaba por su vuelta. Ese 25 de mayo la Juventud Peronista se concentró en las calles de todo el país para hacer efectiva la liberación de los presos políticos; entre ellos, los tres sobrevivientes de la Masacre de Trelew. Pero la euforia de la vuelta de la democracia con un nuevo gobierno peronista encontró a Galimberti en los márgenes del movimiento. El creciente protagonismo que había logrado en poco tiempo se había disipado tan rápido como se había construído.

En Rosario y fuera del centro de la escena

En la pugna de Montoneros por ubicar cuadros propios dentro del gabinete, la organización decidió correr al Loco Galimba del centro de la escena para no generar problemas con Perón. Fue así que Rodolfo tuvo que empezar el camino orgánico de militancia como cualquier persona que se suma a sus filas. Eligió Rosario como destino de su nuevo comienzo. Viajó a principios de junio. A la frustración política se sumaba que debía vivir lejos de su nueva novia, Julieta Bullrich, hermana de una joven militante de la JP, Patricia. Rodolfo se había separado definitivamente de su esposa, Mónica Trimarco, en el mes de abril.

En Rosario le presentaron a quien sería su referente, Fernando Vaca Narvaja, conocido como Gustavo, uno de los líderes que escapó en el avión de la base de Trelew y se salvó de los fusilamientos, aunque su esposa Susana Lesgart no pudo hacerlo. La relación entre Rodolfo y Gustavo fue difícil desde el comienzo. Cuando Galimberti bajó del auto, tenía entre sus pertenencias una Magnum 357. Un militante raso, como era en ese momento, no podía portar armas sin permiso de un superior. Galimberti no iba a ser un militante común y corriente, como quedaría claro poco tiempo después.


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Parte IV
publicado el 26 de mayo de 2020




En mayo de 1973 el peronismo había vuelto al gobierno después de 18 años de proscripción. El triunfo de Cámpora había puesto fin a casi dos décadas de resistencia en la clandestinidad, con persecuciones a los principales cuadros y dirigentes de base, detenciones y exilios. El rol de Rodolfo Galimberti durante los últimos años había sido de gran utilidad como articulación entre la Juventud Peronista y Perón en Puerta de Hierro, pero ya ganadas las elecciones, había insistido en una postura radicalizada que no era la que reclamaban los nuevos tiempos. Abal Medina había demostrado ser un armador más racional y eficiente, de modo que cobró mayor relevancia.

Con Cámpora en el gobierno, el Loco Galimba había dejado de ser el delegado de la JP. Aquel discurso sobre la creación de “milicias populares” armadas, había producido una eclosión en la estructura del movimiento. Desautorizado por el mismo Perón, había sido degradado en el escalafón de la militancia a cuadro orgánico y a “empezar de cero”. Montoneros lo reemplazó en ese momento por Juan Carlos Dante Gullo, el “Canca”. Si bien no tenía la representación, el carisma y la mística que transmitía el Loco, era un cuadro propio y contaba con el beneficio de liderar la Regional Capital. Es lo que tuvo que pagar Montoneros para no deteriorar la relación con el General, que ya comenzaba tensionarse respecto del rumbo que debería tomar el país. Si bien Rodolfo había perdido poder dentro de la agrupación, su carisma y poder de convocatoria se mantenían intactos. El Loco no se resignaba a ser un mero militante raso, su fuerte personalidad y experiencia lo hacían incompatible con ese mandato.

La tensión dentro del peronismo

La tensión entre la juventud y la burocracia dentro del peronismo se veía cada vez más exacerbada. El día de la asunción del nuevo gobierno, los inmensos carteles de Montoneros y FAR y la adhesión que provocaban en los manifestantes no dejaban dudas acerca de quiénes capitalizaban el entusiasmo popular. La presencia en el recinto de Salvador Allende y del presidente cubano Osvaldo Dorticós Torrado era toda una señal. El peronismo iba a la izquierda al grito de “Chile, Cuba, el pueblo te saluda” y “Se van, se van y nunca volverán”, en una plaza donde se mezclaban obreros y jóvenes montoneros junto a fuerzas de seguridad desbordadas e increpadas por tantos años de represión al pueblo. 

La llamada “Tendencia Revolucionaria” del movimiento tenía una presencia más que importante dentro del Frente Justicialista de Liberación (Frejuli) que llevó a Cámpora a la presidencia. Varias dependencias públicas fueron tomadas en aquellos días y muchas provincias quedaron bajo su control, como por ejemplo Buenos Aires, cuyo gobernador era Oscar Bidegain, cercano a la Tendencia, frente al recelo de los sectores más ortodoxos y de derecha del movimiento, entre los que se encontraba la burocracia sindical, cuyo representante principal era el Secretario General de la CGT, nombrado por Perón en 1970, José Ignacio Rucci. Otra provincia importante, Córdoba, estaba gobernada por Ricardo Obregón Cano y el vicegobernador Atilio López, de la CGT combativa de Córdoba, posteriormente asesinado por las Tres A en 1974.

La Tendencia Revolucionaria del movimiento colocó algunos ministros en áreas importantes del gobierno: Esteban Righi, en Interior; Juan Carlos Puig, en Relaciones Internacionales; y Jorge Taiana -padre del actual senador homónimo y médico personal de Perón-, en Educación, pero la ortodoxia y la derecha habían logrado otras áreas. El estratégico Ministerio de Desarrollo y Bienestar Social quedó en manos López Rega, “el Brujo”, secretario personal de Perón en Puerta de Hierro, ex cabo de policía y practicante de ciertas técnicas esotéricas, gracias a las cuales se había acercado a Estela “Isabel” Martínez de Perón en 1965. 

En los sucesivos días comenzaron a aflorar las profundas contradicciones en el seno del gobierno. En el área económica fue designado José Ber Gelbard. Perón entendía que era el hombre indicado para manejar la compleja coyuntura social que atravesaba la Argentina. Si bien su procedencia era del PC, su política económica iba a estar orientada a armonizar los intereses del capital y el trabajo, una política más cercana al ideario del peronismo clásico de la “comunidad organizada”: el llamado Pacto Social entre empresarios y trabajadores. En su libro El Burgués Maldito, María Seoane señala que Gelbard “en principio debía cumplir con el compromiso que había asumido ante la CGT-CGE dos días antes de la asunción de Cámpora: reformar las estructuras de comercialización de productos de la canasta familiar, definir métodos para aumentar la producción industrial y mecanismos que permitieran la reducción de costos patronales pero sin que esto significara un ajuste del salario. La idea era contribuir a una desaceleración inflacionaria y lograr la recuperación de la capacidad adquisitiva del salario”. Galimberti, dentro de la estructura de Montoneros-JP y demás sectores de la izquierda peronista y no peronista, veían a esas políticas cómo demasiado moderadas, y las cuestionaron desde el primer momento con distintos matices. Las catalogaban de “burguesas capitalistas”.

Galimberti planteaba que el gobierno de Cámpora debía tomar las propuestas históricas de peronismo combativo y trasladar las instancias de decisión política hacia las bases, "donde se construye el poder organizado del pueblo”.

Un claro indicador de los vientos de cambio de aquella época fue el llamado “Compromiso con el pueblo”, que en esos días de 1973 dio a conocer la Juventud Peronista. En este sentido, Eduardo Jozami, en su libro Rodolfo Walsh, la palabra y la acción, señala la participación de Rodolfo Galimberti en la elaboración de dicho documento, junto a otros delegados regionales y parlamentarios de la JP. Allí se planteaba “profundizar el programa de gobierno en el sentido de las propuestas históricas del peronismo combativo" -La Falda, Huerta Grande y la CGT de los Argentinos- y trasladar las instancias de decisión política hacia las bases, "donde se construye el poder organizado del pueblo”. Por supuesto que se ratificaba el liderazgo de Perón en el nuevo proceso que se suponía estaba comenzando.

La noche del 25 de mayo de 1973 se produjo el llamado “Devotazo”. Por la mañana Cámpora había entregado el proyecto de la ley de amnistía, una promesa de campaña, para que se debatiera en el Congreso. Según el periodista Marcelo Larraquy, al atardecer una radio informó que una multitud caminaba con antorchas hacia Devoto para presionar por la liberación de los presos. Desde afuera llegaba un bramido, como un grito de guerra: “Reviente quien reviente, libertad a los combatientes”. Al prefecto Díaz, a cargo de la dirección del penal, le preocupaba que los presos comunes, que permanecían encerrados en sus pabellones, se amotinaran y aprovecharan el descontrol para salir de la cárcel. Eran más de tres mil. Ya habían roto algunas rejas de acceso y habían incendiado colchones. Algunos guardiacárceles dejaron sus uniformes y se vistieron de civil, por prevención. El sábado 26 de mayo, con los presos políticos de todo el país en libertad, Cámpora firmó el indulto. Ese día, la Cámara de Diputados inició el debate del proyecto de Amnistía, lo votó y lo trasladó al Senado. La ley fue sancionada en la madrugada del domingo 27, con unanimidad de todos los representantes de los partidos políticos.

En Rosario y con perfil bajo

Pero mientras la militancia juvenil vivía su hora más efusiva, Galimberti debía cultivar un perfil bajo luego de su degradación en el escalafón de la organización. En Rosario tenía bastante tiempo libre. No era un muchacho que se caracterizara por la pasividad o la mera reflexión político-intelectual desvinculada de la adrenalina del militante vehemente y apasionado. El Loco le ponía el cuerpo a las balas, así fue desde sus inicios en la militancia con los Tacuara en San Antonio de Padua; esa era su personalidad y no estaba en sus planes cambiar. Empezó a practicar taekwondo en el club Huracán, consideraba que tenía que aprender el arte de la defensa personal por si alguna circunstancia lo encontrara desarmado. Tenía muchos enemigos en la política. El bajo perfil también era una forma de resguardarse. Durante el día se movía en las calles como un gato, cruzando veredas a mitad de cuadra y cambiando el rumbo de improviso para detectar si era seguido. Limpiaba su arma por la madrugada, dormía hasta la hora del almuerzo y comenzaba su trabajo de militante entrada la tarde.

Las contradicciones de las distintas vertientes del peronismo iba haciéndose cada vez más notorias. “La patria socialista”, cuyas consignas levantaban los sectores nucleados en la tendencia revolucionaria, chocaban cada vez más con los sectores que enarbolaban las banderas de la “patria peronista”, sectores de la ortodoxia y la derecha del movimiento. No había lugar para las medias tintas: todo parecía polarizarse entre estas dos visiones. La llamada “burocracia sindical” controlaba los principales sindicatos en la estructura del mundo del trabajo. Si bien Montoneros/JP había creado la JTP (Juventud Trabajadora Peronista) para contrarrestar su influencia, apenas lograban poner un pie en las comisiones internas de las fábricas. En esta línea, Eduardo Jozami explica que “la debilidad estructural de la Tendencia se advertía en la escasa incidencia, aún en el período de Cámpora, en la política económica y social del gobierno, expresada en el Pacto social entre la CGT y los empresarios de la CGE, encabezados por Gelbard. A pesar del crecimiento de las corrientes combativas, la burocracia seguía controlando la estructura sindical”.

El 20 de junio de 1973 lo que iba a ser una fiesta popular se transformó en tragedia. El avión que traía a Perón en su regreso definitivo debía aterrizar en Ezeiza. Casi un millón de personas marchaban a recibir al General. Se había construido un palco donde daría un discurso a la multitud congregada, pero no fue así: la organización y seguridad del acto quedaron bajo la influencia directa de López Rega. A través del secretario de Deportes, el general Osinde, se reclutaron bandas de matones contratados por la recién creada JSP (Juventud Sindical Peronista) y del CdeO (Comando de Organización), una fuerza de choque de corte fascista. La seguridad debía impedir que las columnas montoneras se acercaran al palco. Galimberti estaba junto a la Conducción Nacional de Montoneros en un micro oscuro de la Universidad de Buenos Aires que avanzaba en dirección al palco. Ya tenía alguna certeza de lo que podía ocurrir: “La derecha iba a reprimir a la izquierda del peronismo, para provocar una masacre y debilitar a Cámpora”. Según sus biógrafos, Larraquy y Caballero, “la información de Galimberti provenía de Juan Manuel Abal Medina, que mantenía diálogo con la UOM y Montoneros. Había integrado la Comisión del Regreso pero sin poder de decisión”.

Leonardo Favio era el locutor oficial del acto cuando empezaron los primeros disparos: “No se preocupen, son cohetes, fuegos artificiales. No pierdan la calma compañeros”. Era la primera vez que la derecha peronista esgrimía sus armas directamente contra la izquierda del movimiento. Fue una masacre, una cacería de militantes de la JP-Montoneros. Disparaban de todos lados con armas largas. Había comenzado el principio del fin del gobierno de Cámpora. Perón finalmente aterrizó en la base aérea Morón, no hubo fiesta popular. Perón habló por televisión al día siguiente: “Los que ingenuamente piensan que pueden copar nuestro movimiento se equivocan”. El golpe palaciego se había consumado, Cámpora y Solano Lima renunciaron a sus cargos el 13 de julio.

Aunque Galimberti no ejercía ninguna influencia en la Conducción Nacional de Montoneros, algunos fines de semana frecuentaba a sus jefes en un local semipúblico de Callao al 100 o se acercaba al departamento de Roberto Perdía en Avenida de Mayo y Salta. Les contaba acerca de sus años de militancia barrial; mezclaba relatos pintorescos que seguían cautivando a sus interlocutores después de alguna reunión de importancia. En una solicitada, las 62 Organizaciones advirtieron a las organizaciones armadas: “Los argentinos no sabemos arrugarnos a la hora de la verdad, aceptamos el desafío. Iremos a buscarlos uno por uno, porque los conocemos. Han rebasado la copa y ahora tendrán que atenerse a las consecuencias”. Era un grito de guerra frontal. Galimberti extremó sus condiciones de seguridad, ya que muchos de sus viejos compañeros de militancia de los años sesenta estaban actualmente enrolados en la derecha del movimiento. Vivía perseguido y sospechaba de todo el mundo. En el mes de septiembre de 1973, sentado en un bar de Callao y Bartolomé Mitre, vio entrar a un ex compañero de su colegio primario de Merlo. Cuando se le acercó a saludarlo fingió no conocerlo.

El triunfo de Perón y el quiebre con la "juventud maravillosa"

El 23 de septiembre, la fórmula Perón-Perón, con Isabel de vicepresidenta, ganó las elecciones con el 62% de los votos frente a la fórmula Balbín-De la Rúa, que alcanzó el 24,4%. A tan solo dos días de la asunción, Montoneros ejecutó al secretario general de la CGT, José Ignacio Rucci. Dante Gullo, que se enteró del hecho en una reunión con el General, culpó a la CIA. Galimberti pensó que se trataba de una acción del ERP. En la militancia había confusión y desconcierto. Como era de esperar, la Tendencia no logró incorporar en el nuevo gobierno a ninguno de sus hombres, solo quedaba Jorge Taiana en el Ministerio de Educación. El 12 de octubre se produjo la fusión de FAR y Montoneros en una misma organización político-militar. Mario Firmenich quedó a la cabeza de la organización seguida por Roberto Quieto, Perdía, Fernando Vaca Narvaja, quien era el referente de Galimberti en Rosario, y Marcos Osatinsky.

En noviembre de 1973, ya con Perón en el ejercicio del gobierno, Galimberti realizó su accionar gremial más osado. Según cuentan sus biógrafos, ocurrió cuando intercedió en forma personal en un conflicto con la empresa constructora Dorset, por la reincorporación de cuatro obreros despedidos y deudas de la empresa de parte de los salarios y asignaciones familiares pendientes. No había acuerdo posible hasta que llegó Galimba con algunos muchachos. Solucionó pronto el problema: saludó al gerente, se lo llevó de la reunión y le puso un revólver en la cabeza: “Si no reincorporás a los obreros y les pagás los sueldos, te vuelo la tapa de los sesos. Ahora”.´

A fines del 73 Galimberti tuvo su accionar gremial más osado. “Si no reincorporás a los obreros y les pagás los sueldos, te vuelo la tapa de los sesos”, le dijo al gerente de una empresa y así consiguió la reincorporación de cuatro obreros despedidos.

El gerente firmó todos los papeles sin vacilar. Ese era el clima que se vivía en aquellos tiempos convulsionados. Las Tres A comenzaban a amenazar y, en los sucesivos meses, a asesinar de forma recurrente militantes de izquierda, delegados gremiales de todas las tendencias de izquierda, así como a artistas reconocidos catalogados de “comunistas”, “bolches” o “trotskos”. El 17 de diciembre Galimberti se enteró de que su hermano Hugo se había pegado un tiro en la cabeza. Rodolfo estaba convencido de que no se había suicidado, sino que era una venganza contra él.


El 1 de mayo de 1974, en conmemoración del Día del Trabajador, Perón dio un discurso en la Plaza de Mayo. Fue el quiebre definitivo con la “juventud maravillosa” que había sabido ensalzar en años anteriores. El movimiento pendular de izquierda a derecha que había mantenido de forma estratégica, empezaba a crujir a medida que su enfermedad avanzaba y que los distintos actores agudizaban sus posturas; las contradicciones eran insalvables. En aquella plaza, que había sido un símbolo durante las primeras dos presidencias de Perón, ahora la juventud coreaba consignas contra Isabel: “No rompan mas las bolas, Evita hay una sola”; “Qué pasa General, que está lleno de gorilas el gobierno popular”. Los sectores ortodoxos del movimiento cantaban: “Perón, Evita, la patria Peronista” y la JP replicaba: “Vamos a hacerla montonera y socialista”. En ese marco, Perón lanzó un discurso en el que el péndulo se volcó hacia la derecha: “Esos dirigentes sabios y prudentes, esas organizaciones que se han mantenido inconmovibles a lo largo de los años, pese a esos estúpidos que gritan….”. Perón los trató de “mercenarios e infiltrados”. Los Montoneros, ante esas palabras, abandonaron la Plaza. 


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Parte V

En el verano de 1974 Rodolfo Galimberti empezó a transitar un nuevo camino ascendente dentro de Montoneros. Tenía, entonces, 26 años y se había mudado a la zona norte del Conurbano bonaerense, al partido de San Martín, para formar parte de la Columna Norte de la agrupación, después de haber empezado el camino orgánico desde cero en Rosario tras ser destituido por Juan Domingo Perón como delegado de la JP. Durante la Semana Santa de ese año, Galimberti fue incorporado al área de inteligencia de la Secretaría Militar de Montoneros. Mantenía rigurosos cuidados de seguridad; sabía que era considerado uno de los principales enemigos de los sectores peronistas ortodoxos.

La tensión dentro del movimiento que, hasta ese momento Perón lograba apenas contener, se desató diez días después de que el líder del justicialismo echara a los Montoneros de Plaza de Mayo durante el acto del día del trabajador de 1974 cuando el grupo paramilitar denominado Triple A cometió su primer asesinato. El día 11 de ese mes, el sacerdote Carlos Mugica cayó asesinado a manos de la organización que encabezaba el entonces ministro de Bienestar Social, José López Rega, el ex policía que había logrado posicionarse junto a Perón durante su exilio en Puerta de Hierro, a través de su esposa, María Estela Martínez de Perón, Isabel. El hecho ocurrió en la parroquia San Francisco Solano, ubicada en Zelada 4771, de Villa Luro, a manos de una banda dirigida por Rodolfo Eduardo Almirón, un sicario de López Rega. El padre Mugica recibió 14 balazos y murió en el acto.

La Triple A y la muerte de Perón

Paralelamente, la salud de Perón se deterioraba a un ritmo acelerado. En contra de las recomendaciones que le daban sus médicos, por esos días, viajó a Paraguay en donde iba a ser condecorado por haber devuelto al país vecino los trofeos de la Guerra de la Triple Alianza, en una reparación histórica sobre el accionar que había tenido el Estado argentino junto con Brasil y Uruguay, por directivas del imperio inglés a partir de 1864. Lo cierto es que a su vuelta Perón estaba muy engripado por haber participado del evento en un día frío y lluvioso. Una vez en el país, tampoco aceptó permanecer demasiado tiempo en reposo. El 12 de junio dio su último discurso en Plaza de Mayo. El 18 tuvo un pequeño infarto y una complicación pulmonar que lo dejó aún más vulnerable. 

En sus últimos días de vida, como detalló Norberto Galasso en su biografía de Perón, El General tuvo dos lineamientos: por un lado intentó una reconciliación con la juventud y por otro, horas antes de su muerte, le ordenó a su secretario Legal y Técnico, Gustavo Caraballo, que hiciera lo posible para que Ricardo Balbín, el líder de los radicales en ese momento, lo sucediera en el poder. López Rega se encargó de obturar esa posibilidad, y de convencer a Isabel de que no acatara la última orden política de Perón: hacer todo lo que le dijera Balbín. El primero de julio a las 13:15 murió en la Quinta de Olivos.

Tras ser incorporado al área de inteligencia de la Secretaría Militar de Montoneros Galimberti mantenía rigurosas medidas de seguridad porque sabía que era considerado uno de los principales enemigos de los sectores peronistas ortodoxos.

Galimberti se enteró de la muerte del líder de casualidad. Por esos días se encontraba en una quinta que pertenecía a la familia de Julieta Bullrich, hermana de Patricia y su novia de aquel entonces, entrenado para operativos que comenzaban a realizar los Montoneros y que consistían en secuestros para recaudar dinero.

Muerto Perón, las fuerzas reaccionarias del movimiento estaban desatadas. El 31 de julio la Triple A asesinó al abogado Rodolfo Ortega Peña, a quién Galimberti conocía desde las épocas de la Juventud Argentina para la Emancipación Nacional (JAEN).

El secuestro de los hermanos Born

En agosto de 1974, Galimberti avanzó otro peldaño en la escala jerárquica de Montoneros, cuando fue designado por la Conducción como director de la publicación La causa peronista. Ante el nuevo escenario de violencia y persecución, en septiembre Montoneros pasó a la clandestinidad y luego a la resistencia activa. Ya en esa condición pusieron en práctica los secuestros extorsivos. Empezaron a buscar algún empresario que pudiera pagar un monto considerable por su libertad, y se definieron por Jorge Born, miembro de la familia y director general de la empresa Bunge y Born, la tercera más importante del continente. Galimberti participó del operativo que fue planeado y ensayado durante meses, y que implicó cortar la Avenida Libertador para que el auto de Born se desviara para luego interceptarlo y escapar con el empresario al sótano de una carpintería ubicada en la localidad de Carapachay, perteneciente al municipio de Vicente López, más exactamente en la calle Profesor Manuel García 5030/5050, entre Mariano Acha y Armenia. El lugar era propiedad de la Columna Norte y debajo de él se encontraba la denominada “Cárcel del Pueblo” conocida como “Piojo 1”. Pero durante el operativo surgió un imprevisto ya que se subió al Ford Falcon Deluxe de Jorge, su hermano Juan Born. Los Montoneros decidieron seguir con el operativo y secuestrar a ambos.

Galimberti tuvo un rol central en el secuestro, manejaba una de las camionetas que interceptó los autos en los que viajaban los Born y sus custodios. Como resultado del enfrentamiento Alberto Bosch, gerente de la empresa Molinos Río de la Plata y Juan Carlos Pérez, chofer del auto, murieron al instante. Una vez que llegaron a destino los militantes metieron a los empresarios en el sótano situado a 2,40 metros de profundidad en el que había dos celdas de tres metros de largo por dos y que los Montoneros habían preparado para que fueran acústicas con placas de telgopor. Los hermanos fueron encerrados en calabozos separados y no se vieron durante meses. Pocos días después los trasladaron a una segunda cárcel, Piojo 2, llamada La Pinturería, la cual María O’Donnell en su libro El Secuestro de los Born, sitúa primero en Villa Adelina, entre los partidos de San Isidro y Vicente López y después en Villa Ballester, más precisamente en Rivadavia 4832, jurisdicción de San Martín.

Galimberti formaba parte del grupo que se turnaba las guardias de 24 horas. Cuando le tocaba hacerlo se ponía de mal humor y para pasar el rato jugaba a las cartas y tomaba whisky con Jorge que tenía una actitud más abierta con los Montoneros que su hermano Juan, que rara vez salía de su celda y no quería hablar con nadie. Fue justamente el deterioro de las condiciones físicas y mentales de Juan lo que aceleró las negociaciones con la familia de los empresarios. 

Mientras hacía guardia donde Montoneros mantenían secuestrados a los Born, Galimberti jugaba a las cartas y tomaba whisky con Jorge, de quien luego fue socio comercial.

Al principio los Montoneros pidieron la suma de 100 millones de dólares para liberarlos. Jorge Born II, padre de los secuestrados, ofreció pagar 10 millones de dólares por sus hijos y ante la negativa de los secuestradores, Jorge hijo, logró un acuerdo por 30 millones para la liberación de Juan que, al día siguiente del acuerdo, fue liberado. A fines de marzo, Lo encapucharon, subieron a un auto y lo abandonaron en la estación La Lucila, donde lo pasó a buscar un ejecutivo de Bunge & Born. Luego, Juan se subió un avión y partió a Uruguay y de allí a Brasil. A Jorge lo liberaron el 2 de mayo.

La plata del secuestro era muchísima, cerca de 60 millones de dólares, lo máximo que se había obtenido en la historia mediante un secuestro. Gran parte del botín se entregó en Buenos Aires y otro tanto en Suiza. El grueso fue enviado a Cuba en valijas diplomáticas. Dieciséis de los cerca de 60 millones fueron entregados a David Graiver, a quien le decían “Dudi” y era un banquero cercano a la organización que tenía la tarea de blanquear el dinero en el mercado internacional. El 9,5 % anual de los intereses sirvieron para financiar las operaciones militares de Montoneros pero lo que fue entregado al gobierno cubano de Fidel Castro, nunca lo recuperaron. Muchos años después, pasada la dictadura, Galimberti y Jorge Born fueron socios comerciales.

Las diferencias con la conducción de Montoneros

Luego del secuestro de los Born, la Columna Norte empezó a manifestar diferencias con la conducción de Montoneros y a la cabeza de esos reclamos estaba el Loco Galimba. La jefa de la Columna Norte y responsable de Galimberti era Amalia D’Ippolito, una de las mujeres que, junto a Norma Arrostito, llegaría a los cargos más altos dentro de la organización. La actitud de Galimberti la irritaba pero era la enviada de la conducción para lidiar con El Loco y mantener la Columna alineada orgánicamente.

Galimberti se esforzaba por romper las estructuras y ridiculizar a la conducción constantemente entre sus compañeros. Empezó a liderar una banda que operaba sin autorización de sus superiores. Un ejemplo de esto fue el secuestro a la hija de 24 años de un ejecutivo extranjero de una empresa multinacional que, según Marcelo Larraquy y Roberto Caballero, biógrafos de Galimberti, tuvieron tres días encerrada en un armario. Con el rescate obtenido, la banda de Rodolfo compró armas que nunca fueron declaradas ante la conducción y pagó a cuadros propios que estaban en la clandestinidad. 

Las diferencias entre la conducción y la Columna Norte cada vez eran más extremas, y un grupo grande de militantes comenzó a apoyar a Galimberti, en parte por coincidir con sus reclamos y en parte porque, a diferencia de las cúpulas, El Loco sí ponía el cuerpo durante los operativos armados. En ese marco se realizó un Congreso Nacional Montonero, en donde se pusieron en discusión las formas de organización del movimiento. La Columna Norte reclamaba mayor independencia económica y de acción, pero la postura de las cúpulas fue intransigente, reconocer los reclamos era para ellos una derrota política y una pérdida de poder que no estaban dispuestos a conceder.

Desde la Columna Norte de Montoneros Galimberti se esforzaba por romper las estructuras y ridiculizar a la conducción constantemente entre sus compañeros.

En marzo de 1975 a la crisis de violencia que se vivía en el país se le sumó la profundización de la recesión económica. La situación crítica comenzó cuando López Rega puso como ministro de economía a Celestino Rodrigo, cuyo número dos era Ricardo Mansueto Zin. Fueron ellos los protagonistas de la aplicación del primer programa neoliberal en Argentina, que rápidamente tuvo consecuencias drásticas: hiperinflación y un aumento sin precedentes de las tarifas de servicios. Ese ajuste fue denominado el “Rodrigazo” y provocó un estallido social que se condensó en el primer paro general realizado a un gobierno “peronista”. Rodrigo finalmente renunció el 17 de julio, y dos días más tarde López Rega abandonó el país. Isabel, en tanto, quedó encerrada en una situación en la que el avance de las fuerzas armadas era cada vez más acelerado.

La situación cada día era más drástica. En septiembre Galimberti se despidió de sus padres y de su hermana Liliana en una confitería del barrio porteño de Belgrano. Fue un encuentro breve, de apenas quince minutos. Rodolfo no exageraba, esa fue la última vez que vio a sus padres en la vida. 

Durante la semana siguiente Montoneros dio un paso más en el enfrentamiento con las estructuras de poder, cuando definió empezar a realizar operativos contra las fuerzas armadas, tal como ya lo venía haciendo el Ejército Revolucionario del Pueblo, ERP. Amalia D’Ippolito armó un grupo especial para una acción en la provincia de Formosa, el asalto del Régimen 29 de Infantería de Monte, que consistió en el secuestro del vuelo 706 de Aerolíneas Argentinas, con 102 pasajeros y 6 tripulantes a bordo; el copamiento del Aeropuerto El Pucú; el ataque al Regimiento de Infantería de Monte 29 y la posterior fuga de los guerrilleros en el Boeing 737-200 de Aerolíneas y en un Cessna 182 de cuatro plazas. El saldo fue trágico para la organización, durante el hecho murieron doce integrantes del Ejército –en su mayoría soldados que estaban realizando el servicio militar obligatorio–, nueve integrantes de Montoneros y un policía.​ Al día siguiente, el entonces presidente provisional Ítalo Luder, quien estaba a cargo de la presidencia por licencia de Isabel, dictó los llamados Decretos de aniquilamiento, 2771/75 y 2772/75, extendiendo a todo el país la orden de “aniquilar el accionar de los elementos subversivos”, ya establecida con el Operativo Independencia para la provincia de Tucumán. Galimberti no fue seleccionado para viajar a la provincia del norte porque la conducción ya no confiaba en él.

El golpe de Estado

En noviembre ya circulaba, entre los generales del Ejército, almirantes y brigadieres, un documento titulado “Orden de Batalla del 24 de marzo”. El golpe de Estado estaba a la vuelta de la esquina y tenía fecha fijada. Gracias a las tareas de inteligencia que realizaba Rodolfo Walsh, el documento fue filtrado y las cúpulas de Montoneros tuvieron acceso al mismo. Pero la lectura de los dirigentes de la organización fue, lejos de alarmarse, considerar que la toma del poder por parte de los militares iba a dejarle claro al pueblo quién era su verdadero enemigo.

A fines de 1975, Galimberti fue ascendido a capitán dentro de la Columna Norte, lo que implicaba tener a un conjunto de soldados y aspirantes a su mando. La nueva posición le daba mayor margen de maniobra, aunque no le alcanzaba para conducir a la Columna por completo, cómo él quería. Otro de los cambios fue el reemplazo de Amalia, que fue movida a la Columna Sur, por Eduardo Pereira Rossi, “Carlón”. Se trataba de un cuadro orgánico de Montoneros, que no iba a desobedecer las órdenes de la conducción, cómo sí lo hubiera hecho el Loco Galimba.

En diciembre, la Columna Norte pondría en marcha dos acciones, una fallida y otra exitosa. La primera fue realizada el día 14. El objetivo fue el comandante general de la Armada, el almirante Emilio Massera. El operativo consistió en poner una bomba subacuática en su barca, “Itatí”, que estalló, pero no logró hundir la nave. En suma, Massera no se encontraba en ella. El plan que sí tuvo éxito fue el 17 de diciembre y consistió en el asesinato del intendente de San Martín, Alberto Campos, hombre de la derecha sindical vinculado a la Triple A. Esta vez Galimberti fue el jefe de la operación. Nuevamente interceptaron a la víctima con una camioneta, tal como lo habían hecho para el secuestro de los Born, pero esta vez, simplemente, abrieron fuego lo que provocó no sola muerte de Campos sino también de sus dos acompañantes, el chofer oficial, Carlos Álvarez, y un funcionario municipal llamado Carlos Fermin.

Tras el golpe de Estado Galimberti sostenía que los cuadros más conocidos de Montoneros debían replegarse y volvió a discrepar con la cúpula, que promovía el enfrentamiento con las fuerzas armadas.

Once días más tarde, el 28 de diciembre cayó detenido el número dos de Montoneros, Roberto “El Negro” Quieto, que se encontraba con su familia en playa La Grande, de la localidad de Martínez, situada sobre la calle Pacheco y hasta el día de hoy sigue desaparecido.

Tres meses después, se concretó el golpe de estado cívico/militar al gobierno de Isabel Perón. En la Columna Norte, que había sido una de las más dinámicas durante el pasado verano en cuanto a su entrenamiento militar, consideraron que el golpe iba a provocar un exterminio. La propuesta de Galimberti apuntaba al repliegue de los cuadros más conocidos y el fraccionamiento de las columnas en pequeñas células. Pero las cúpulas no pensaban lo mismo. Sostenían que el enfrentamiento contra las fuerzas armadas debía continuar de la misma manera que venía sucediendo.


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Parte VI
publicado el 2 de junio de 2020

El 24 de marzo de 1976 los militares cerraron la tercera experiencia de gobierno peronista. La Sociedad Rural formuló su diagnóstico: “Durante el periodo 75-76 el país presenció posiblemente su más grande convulsión social, política y económica desde la época de la Organización Nacional. Estos trastornos, consecuencia de un régimen demagogo y populista, llevaron al país al borde de la disolución, desgracia que pudo ser evitada debido a la intervención militar del 24 de marzo, destinada fundamentalmente a reencauzar el país en el camino de la ley, de la responsabilidad, de la verdad”.

La conducción de Montoneros interpretó el golpe como el “último desatino de los militares”. La cúpula de la organización empezaba a mostrar cada vez más su postura sectaria y mesiánica de la coyuntura, mezclando un optimismo ingenuo con una rigidez verticalista y extrema que no daba márgenes para la crítica interna. En la Columna Norte, el grupo del Rodolfo Galimberti, que bordeaba los 30 años, tenía una visión diferente de los acontecimientos, con la certeza de que existía un plan de exterminio sistemático que iba a terminar por aniquilarlos a todos. La disparidad de fuerzas militares era notoria.

Los meses posteriores al golpe de Estado

El Loco Galimba tenía el rango de Capitán de la Columna Norte con subordinados a cargo. Su estrategia sobre cómo encarar el conflicto con las fuerzas militares y de seguridad chocaba con la decisión verticalista de la Conducción de continuar con la lucha frontal, una “guerra de aparato a aparato”. Es decir, una guerra con dos ejércitos. El nuevo gobierno centralizó la represión en los aparatos de seguridad del Estado, como dijo Rodolfo Walsh en su Carta Abierta a la Junta Militar: “Las tres A son ahora las tres armas”. El Ejército, la Marina y la Fuerza Aérea. Se trabajaba de forma coordinada. A pocos días del Golpe, el Comando IV del Ejército, más las brigadas policiales de Martínez, San Martín y Tigre empezaron a actuar sobre las estructuras sindicales de zona Norte. En abril ya habían caído varias comisiones internas de fábricas, con la complicidad de los gerentes, que confeccionaban las listas negras junto a los sindicalistas de derecha.

En mayo de 1976, Mario Herrera, el militante cristiano que había acompañado a Galimberti en sus tiempos de JAEN, fue secuestrado en su casa de San Telmo y asesinado por el Ejército. La Conducción de Montoneros había llegado a la conclusión de que con el golpe militar la cuestión había quedado bastante clara: por un lado estaban las fuerzas populares, representadas por la Organización, y por el otro, las fuerzas oligárquicas de la reacción, representadas en la Junta Militar. Según ese razonamiento, finalmente la mayoría de la población se iba a volcar en favor de las organizaciones armadas. Pero esa misma clase media que en algún momento no vio con malos ojos, y hasta a veces con cierta simpatía, el accionar de la guerrilla en esta oportunidad vería el caos como una amenaza a su tradicional estilo de vida. El “Orden” era una palabra corriente entre vastos sectores de la población. La derecha había logrado resignificar el conflicto social.

Si bien la Conducción preveía que durante todo 1976 caerían una sensible cantidad de cuadros, también pensaba que, mediante la “resistencia popular” contra el nuevo gobierno, la Organización se regeneraría y volvería a golpear a la dictadura, como en tiempos de Lanusse, hasta derrocarla. Luego se podría instaurar un gobierno popular revolucionario. Veía la posibilidad de un proceso similar a lo ocurrido entre 1955 y 1973, aunque condensado en el tiempo. Con este diagnóstico, Montoneros tomó la decisión de realizar operaciones armadas de alto impacto contra fuerzas de seguridad, con el objetivo de llegar a la opinión pública. Pero pese a los cálculos de Mario Firmenich, principal jefe de la organización, la sociedad ya no los acompañaba, y la opinión pública estaba cooptada por los grandes medios de comunicación, afines al discurso de los militares.

Durante el otoño de 1976, Galimberti estuvo en riesgo al chocar con su auto en la Avenida del Libertador. Bajó de un salto, se disculpó con el conductor, le mostró su “carnet de policía”, dijo que estaba en un operativo y desapareció como ráfaga del lugar.

A mitad de año, todas las estructuras de Columna Norte se fueron haciendo añicos por la represión. Durante el otoño de 1976, Galimberti estuvo en riesgo por un accidente de tránsito sobre Avenida del Libertador. Su Peugeot 404 blanco se estrelló contra un poste de luz, antes de chocar contra otro auto. El Loco bajó de un salto, se disculpó con el conductor, le mostró su “carnet de policía”, dijo que estaba en un operativo y desapareció como ráfaga del lugar. Las Fuerzas Armadas continuaron con la metodología de la Triple A, que torturaba a los militantes populares y tiraba los cuerpos a la vía pública. La diferencia era que los métodos eran más sistemáticos y organizados, y, por otro lado, los apresados no iban a la cárcel a disposición del Poder Ejecutivo.

Los centros clandestinos comenzaron a poblarse. En junio, “la banda” de Galimberti sufrió su primera baja: Sergio Puiggrós, hijo de Rodolfo Puiggrós, militante político, escritor y periodista de la Izquierda Nacional, que había sido nombrado rector de la Universidad de Buenos Aires durante la presidencia de Héctor Cámpora. Su padre le había ofrecido exiliarse en México junto a su hermana Adriana, pero primaron su compromiso moral con sus compañeros caídos y la causa de la lucha. No quiso exiliarse. En aquellos días, la muerte era moneda corriente.

Las caídas eran incesantes. No había dinero para dar cobertura clandestina a la militancia de superficie. Desde la Conducción se decía: “Que se refugien en el seno del Pueblo”. Era una carta de defunción. La desprotección de la militancia de base que operaba en villas y barrios se hizo evidente. En agosto de 1976, casi sin recursos materiales, la Columna Norte estaba a punto de sucumbir. El Loco, que se caracterizaba por un comportamiento solidario hacia sus subordinados, entraba en conflicto para que la Conducción liberara armas y recursos durante la represión. Galimba suplía las faltantes apelando a sus vínculos con armeros locales. “Un FAL no tiene precio. Aunque valga un millón de dólares hay que tenerlo. Un FAL te salva la vida”, decía, según sus biógrafos Marcelo Larraquy y Roberto Caballero.

La salida del país

Galimberti casi no circulaba por la calle. Reagrupaba a sus cuadros, se encerraba en una casa durante uno o dos días manteniendo la costumbre de no parar de hablar. Su verborragia casi ininterrumpida seguía eclipsando al grupo con historias y anécdotas de militancia. Seguía conservando ese magnetismo que lo caracterizaba en las charlas; también sabía escuchar e interpretar las ideas de cada uno. Hacia la segunda mitad de 1976, recibió la orden de la Cúpula de Montoneros de viajar a Rosario, pero no la cumplió. De un momento a otro, desapareció. No asistió a las citas. En la Columna Norte pensaban que el Loco había caído. Pero no era así: estaba recluido en una villa de Saavedra en el hogar de un conocido peronista. Su novia Julieta Bullrich se encontró con un compañero y le dijo la verdad. La versión de Galimberti fue que había tenido un enfrentamiento y que había sido herido en la cabeza por el roce de un proyectil. El relato no sonaba muy verosímil, pero la verborragia e ímpetu con que narraba los sucesos, el grado de detalles de su relato, lo hacía hasta convencerse a él mismo de acontecimientos que tal vez no eran exactamente como los relataba. Finalmente, en diciembre de 1976, la Conducción decidió sacarlo del país. Rodolfo perdió contacto con sus subordinados y quedó vinculado con Carlos Alberto “el Oveja” Valladares, del Servicio Internacional, para que le dieran documentación oficial.

En el mes de enero de 1977 las caídas seguían en aumento. La Secretaría Militar de Columna Norte tuvo quince bajas. La militancia quedó dispersa, mendigando recursos y escapando de la represión. A fines de febrero, Galimberti se fue de la Argentina con documentación falsa provista por la Organización. Tomó un barco en el puerto de Buenos Aires; era un día gris y lluvioso. Larraquy y Caballero reconstruyeron esos días y destacaron la melancolía del Loco. Se sentía muerto en vida. De Colonia viajó a Montevideo y se hospedó en un hotel cinco estrellas. En medio de un clima de derrota, el líder montonero Mario Firmenich aseguraba: “Somos la opción política más segura para el futuro inmediato de la Argentina”. Galimberti cruzó la frontera en micro desde Montevideo para llegar a Brasil y se instaló en Río. Una semana después llegó su novia Julieta y retomó contactos con el jefe del Servicio Internacional, Fernando Vaca Narvaja, para sondear las posturas de la Organización.

En abril de 1977, Galimberti viajó de Brasil a Italia para reincorporarse a Montoneros desde el exilio. En Roma se estaba organizando el lanzamiento del Movimiento Peronista Montonero (MPM). El mismo mantenía su postura revolucionaria pero señalando que en esta nueva etapa priorizaría la política sobre los “fierros”. El 20 de abril, Firmenich anunció la constitución del MPM y de su Consejo Superior. Miguel Bonasso fue nombrado secretario general de Prensa y el poeta Juan Gelman secretario adjunto. El Loco fue elegido secretario general de Juventud. Era su reingreso formal al aparato montonero.

Hacia la segunda mitad de 1976, Galimberti desapareció por un tiempo. Dijo que había sido herido en la cabeza por el roce de un proyectil en un enfrentamiento. No sonaba verosímil, pero la verborragia y los detalles de su relato lo hacían convencerse a él mismo.

Viajó a México con el objetivo de organizar la Juventud Peronista Montonera en el exterior. Se instaló en una enorme casa de tres plantas para facilitar reuniones con varios cuadros de la Conducción Nacional. Se reunía con Rodolfo Puiggrós, Bonasso y Ricardo Obregón Cano -ex gobernador de la provincia de Córdoba en tiempos de Cámpora-, entre otros. El Loco se diferenciaba de ellos por su crítica sin tapujos hacia la Conducción de Montoneros. Los cuadros más jóvenes que asistían a sus sermones y análisis de la coyuntura quedaban obnubilados. Había logrado un prestigio y admiración importantes entre la nueva militancia más joven. Galimberti terminó forjando una JP rebelde respecto a la línea oficial. Quería construir una base de poder propia. Las diferencias con la Conducción siempre resultaron conflictivas para él. Sintió por ellos un odio irreductible cuando se enteró que el botín del secuestro de los Born, del que había participado de forma determinante, estaba resguardado en la isla caribeña de Cuba.


Mientras tanto, en la Argentina asediada por la dictadura, la Columna Norte desfallecía por la escasez de suministros. Se debatía a cada minuto si debía o no seguir en la Organización. Sin embargo, el Loco se movía políticamente de forma oscilante, no terminaba de cortar del todo. En agosto de 1978 viajó a Cuba para asistir al Congreso Mundial de la Juventud, aunque siempre había renegado de los comunistas y de la postura de la URSS en los temas nacionales.

En el último trimestre de 1978, Galimberti armó base en París. Lo acompañó su novia Julieta, junto a su madre. Su cuñada, Patricia Bullrich, “La Piba”, de veintiún años, se hizo responsable de la JP en Madrid. Galimba empezó a trabajar sobre las desavenencias e inconformismo de los exiliados montoneros con la Conducción, buscando construir poder, canalizando esa situación en su favor. Pero también, frente a esos “exiliados”, se transformó en un comisario político. Sentía cierto desprecio y desconfianza por los que se habían fugado o habían sido liberados. “Mientras los compañeros fueron exterminados, ellos sobrevivieron. No podemos confiar en los chupados”, afirmaba. El Loco sostenía que los liberados seguían controlados por los Servicios de Inteligencia Naval (SIN).

La renuncia a Montoneros

En enero de 1979, la cúpula montonera, luego de deliberaciones, aprobó en un plenario la llamada “Contraofensiva” que se estaba planeando desde hacía unos meses para derrocar a la dictadura. Galimberti voto a favor de la misma, al tiempo que empezó a boicotear la operación por detrás. En su fuero íntimo estaba convencido de que era una locura mesiánica y suicida ideada por Firmenich y su grupo. Conversando con uno de sus conocidos de la organización que dudaba si valía la pena poner el cuerpo en semejante operativo, le dijo: “No vuelvas porque te van a matar. Los van a hacer mierda a todos apenas entren al país. No tienen idea a donde se están metiendo…” Finalmente, el 22 de febrero de 1979, anunció su renuncia a Montoneros, denunciando el sectarismo y la burocratización, el errado resurgimiento militarista y foquista de la Organización en todos sus niveles.

Pero la ruptura con la cúpula de Montoneros no significó la renuncia de Galimberti a la militancia peronista. El Loco se dedicó desde entonces a armar su propia versión de la organización, a la que denominó Peronismo Montonero Auténtico. Hacia abril de 1979, puso en marcha el Operativo Retorno, para volver a la Argentina. Una de las principales herramientas con las que contaba el galimbertismo era la revista Jotapé, que se seguía distribuyendo en las fábricas y entre militantes. Fue en esa plataforma que se publicaron, por primera vez, los documentos críticos de Walsh a las cúpulas de Montoneros, que el escritor desaparecido había escrito entre agosto de 1976 y enero de 1977.

Tras su salida de la cúpula de Montoneros Galimberti continuó su militancia peronista y se dedicó desde entonces a armar su propia versión de la organización, a la que denominó Peronismo Montonero Auténtico.

El dinero de los Born era una de las cosas que más fastidiaba a Galimberti. La Columna Norte había llevado adelante el audaz operativo para secuestrar a los empresarios, y el nuevo escenario encontraba al galimbertismo sin recursos económicos. Para sortear esta dificultad, Galimberti contactó por medio de Héctor Gambarotta a Oscar Braun Seeber. Este último, familiar de los acaudalados Braun dueños del Banco Galicia y de importantes porciones de la Patagonia, manejaba un instituto de investigaciones sociales en La Haya, Holanda. La propuesta de Galimberti y Gambarotta era abrir una sede de la institución académica en París, para dar trabajo a los Montoneros exiliados.

Jefe de un pelotón de la OLP

El plano de la vida afectiva de Galimberti también era turbulento. Su relación con Julieta Bullrich era por momentos conflictiva y estaban cada vez más distanciados. En París, el Loco conoció a Marie Pascal Chevance Bertin, francesa, hija de un general de la resistencia y ex esposa del actor argentino Norman Briski. Se habían vuelto amantes en la ciudad del amor. Pero la inquietud de Galimberti interrumpió también ese affaire. La tranquilidad del exilio europeo lo molestaba, no quería ser un “exiliado de café”, cómo él repetía, según sus biógrafos. Decidió, entonces, enrolarse en el Líbano. Para ello se puso en contacto con el responsable de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). Fue nombrado jefe de un pelotón multinacional de voluntarios, con el rango de oficial.

Aún estando en otro rincón del planeta, Galimberti no podía dejar de pensar en Argentina. Hasta que un día un elemento de su pasado en Montoneros se le presentó en Medio Oriente. Fue una situación por demás extraña, en la que tenía que decidir sobre la libertad o la muerte de un hombre. Se trataba de un joven francés de 24 años llamado Xavier Capdevielle, que era oficial de Inteligencia de la Fuerza Aérea del país galo. Cuando el Loco le dijo que era argentino, Capdeville le contestó en un español perfecto que él había vivido en Buenos Aires y que a su padre, un empresario poderoso, unos “guerrilleros comunistas” le habían volado las manos con un sobre bomba. Todo era cierto, menos que los guerrilleros eran comunistas; eran peronistas, miembros de Montoneros, de la Columna Norte. Galimberti no le dijo nada, y le salvó la vida.

Una noche, se levantó para ir al baño en su tienda de campaña y recibió un balazo en las costillas que le perforó un pulmón. Su cuadro clínico era grave, por lo que fue trasladado a Damasco. Allí lo visitó un hombre que tenía el poder para trasladarlo a Francia para que el gobierno de ese país se encargara de su salud. Era Xavier Capdevielle. Le devolvió el favor de salvarle la vida. Una vez en París, Galimberti le contó que había participado en el operativo que había explotado las manos de su padre. La reacción de francés fue más de desconcierto que de enojo. Días más tarde Capdevielle padre lo invitó a conversar a su casa. El Loco fue, conversó un largo rato con el empresario mutilado, que terminó perdonándolo.

En junio de 1980 Galimberti dejó París. Viajó a Holanda y luego a México con Julieta. En el país centroamericano se reencontró con la colonia de exiliados por la dictadura. La dictadura se quebraba entre las internas de las tres armas y una crisis económica que se volvía endémica. La Guerra de Malvinas, iniciada el 2 de abril de 1982, fue como un manotazo de ahogado en busca de legitimidad, y tuvo un efecto breve. Hacia el año 1983 la vuelta democracia estaba más cerca que nunca. El galimbertismo se organizaba en una oficina de la calle Uruguay, en lo que era el Centro de Estudios para la Democracia Argentina (Cendra). El instituto había sido fundado por Roberto “el Vasco” Mauriño - viejo amigo de Galimberti -, Patricia Bullrich y Daniel Llano. Galimberti estaba convencido de que el peronismo encabezado por Ítalo Luder iba a perder las elecciones.


Faltaban pocos meses para las elecciones cuando el 24 de agosto de 1983 Galimberti tuvo un accidente de auto a las afueras de París. Él sufrió heridas no demasiado graves, pero su novia Julieta murió en el acto. La hermana de Patricia tenía 28 años. Desde allí volvió a México. El horizonte de la democracia era una promesa, y el Loco esperaba que viniera de la mano de su indulto. Eso tampoco sería tan fácil. El 20 de octubre el radical Raúl Alfonsín se impuso en las urnas con más del 51 por ciento de los votos. 

Fuente

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Parte VII
publicado el 6 de junio de 2020

Cuando el 10 de diciembre de 1983 el radical Raúl Alfonsín asumió como primer presidente de la vuelta de la democracia, Rodolfo Galimberti estaba todavía exiliado en México. Había roto con Montoneros en 1979 y a partir de entonces organizó su propia agrupación, ya que consideraba que él y los suyos eran los Montoneros auténticos. Después recorrió Europa en moto, combatió en Medio Oriente con la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) -en donde casi pierde la vida-, y de vuelta en París murió su novia Julieta Bullrich en un accidente automovilístico. El Loco creía que la democracia le traería alguna oportunidad, que tenía un lugar predestinado en la vida política. Pero lograr salir de la clandestinidad no sería nada sencillo.

El 5 de mayo de 1984 Galimberti cumplió 37 años. Dos semanas después viajó a Brasil. Consiguió una casa en Búzios, frente al mar. Desde allí viajó hasta Foz de Iguazú, tomó una lancha y, ya en el lado argentino, un micro hasta Buenos Aires. Volvió a la ciudad tras seis años de exilio. Su identidad clandestina era César Shaffer. No tenía dinero y su reconocimiento político era escaso. La única carta con la que contaba era la revista Jotapé, con cierto prestigio entre la militancia peronista; se había encargado de conseguir los derechos por medio de un hombre de confianza. La revista tenía una tirada de cerca de ocho mil ejemplares por número y se regalaba en las unidades básicas.

A mediados de ese año se realizó en el Luna Park el primer encuentro de la Juventud Peronista (JP) unificada. Habían pasado diez años desde el último acto de esas características. La primera oradora ante las 40 mil personas que llenaban el estadio fue una joven de 27 años que pertenecía al galimbertismo y había sido cuñada del Loco: “La Piba”, Patricia Bullrich. A las 22 horas llegó al acto uno de los pujantes líderes del peronismo, el riojano Carlos Saúl Menem. Pero el centro de atención era La Piba, que había entrado al peronismo bajo el ala de Galimberti, pero ya tenía vuelo propio. La caída de Ítalo Luder ante Alfonsín había desarticulado las estructuras del peronismo. Bullrich empezaba a perfilarse dentro de Intransigencia y Movilización, una corriente fundada por el senador catamarqueño Vicente Leónidas Saadi.

El "tiempo de la reconciliación"


En 1985 Galimberti recibió un llamado inesperado de Roberto Perdía, quien había sido uno de los líderes de Montoneros con los que se había enfrentado el Loco. Lo invitó reunirse en Brasil, en donde seguía exiliado, para proponerle una tregua entre bandos. Para Galimberti era un tiempo de reconciliación, y no solamente en relación a sus ex compañeros de militancia. 

Tras seis años de exilio, Galimberti regresó en forma clandestina a la Argentina en mayo de 1984, sin dinero y con escaso reconocimiento político; un par de años después tenía una productora en Las Cañitas y ostentaba un BMW.

A través de Alejandro “el Gallego” Álvarez, uno de los fundadores de la agrupación peronista de derecha Guardia de Hierro, Galimberti conoció a Jorge Radice, delegado de la Marina y ex secretario del comandante Emilio Massera en la ESMA. Según los biógrafos del Loco, Marcelo Larraquy y Roberto Caballero, el encuentro se concretó en Mundo Marino, San Clemente, y Radice dijo: “Maté a mucha gente, a muchos compañeros tuyos”. La respuesta de Galimberti fue que él también se había “mandado cagadas”, pero que todo pertenecía al pasado. Así, hacia fines de 1986, había logrado entablar un vínculo con los militares, que todavía tenían poder desde los sótanos de la democracia.

Al año siguiente, Galimberti tenía una productora en Las Cañitas que le servía de pantalla, y ostentaba un BMW, con el que llegaba a la oficina. Una de las secretarias que trabajaba allí era Dolores Leal Lobo, hija de un antiguo gerente de Ford. En su nuevo trabajo conoció al enérgico Shaffer, de quien desconocía su verdadera identidad. Después de varias citas, el Loco le contó quién era realmente y le regaló libros para que aprendiera sobre su vida, como si se tratara de un personaje histórico.

Deslumbrado con Rico y los carapintadas

En Semana Santa de 1987 la calma democrática fue asediada por un intento de golpe de Estado, con el levantamiento de los carapintadas en Campo de Mayo. El presidente Alfonsín manejó la situación con entereza; habló ante una Plaza de Mayo colmada en defensa de la democracia y al atardecer inmortalizó la frase “la casa está en orden”, con los golpistas ya reducidos. Sin embargo, su mandato estaba herido de muerte, y el levantamiento dejó tres consecuencias: aceleró la sanción de la Ley de Obediencia Debida, la cual se concretó el 5 de junio de 1987; licuó su capital político, que terminó de caer con la crisis económica que desembocó en la hiperinflación; y cristalizó una profunda división en el seno del Ejército, entre los nacionalistas, que respondían a los carapintadas, los “liberales”, oficiales superiores que ocupaban la conducción de la Fuerza, y los “profesionales”, que buscaban una mayor eficiencia en el Ejército a través de una reestructuración. Galimberti estaba deslumbrado con la figura de uno de los carapintada que protagonizaron el intento de golpe: Aldo Rico. El ex comando formaba parte del sector del ejército “nacionalista”. A pesar de que seguía clandestino, el Loco quiso ir a visitar a Rico a la cárcel de Campo de Mayo, para lo cual consiguió un salvoconducto, gracias a sus contactos con los militares.

En 1987 Galimberti sufrió una herida personal, con la muerte de su padre, a quien no veía desde que se despidieron antes de la dictadura. Fue el año también en que el peronismo volvió al éxito electoral. El 6 de septiembre Antonio Cafiero se impuso por 46,48 por ciento de los votos, contra el 39,66 del candidato radical Juan Manuel Casella, y se convirtió en el nuevo gobernador de la Provincia de Buenos Aires. La Piba Bullrich era el nexo entre Galimba y Cafiero, de modo que al ex montonero se le abría una nueva punta en el escenario político. Esto se vio reflejado en la línea editorial de Jotapé, que mostró un apoyo inusitado al flamante gobernador.


Mientras tanto, Galimberti seguía montando su heterogéneo edificio de contactos. Hacia fines de año tuvo un encuentro en el Delta con Julio Bárbaro, en el que conoció a José María “el Gallego” Menéndez, un hombre fuerte de Bunge y Born. El Loco estaba recién dado de alta de una internación en el Hospital de Vicente López, al que llegó con un fuerte dolor en el brazo izquierdo. Luego de un electrocardiograma, fue diagnosticado como un ataque al corazón que casi se cobra su vida. De todos modos, no le impidió retomar sus reuniones al poco tiempo de haber dejado la clínica.

Su contradictorio crisol de allegados había trascendido el límite de lo imaginable: Galimberti empezaba a entablar una relación con los empresarios que había secuestrado con la Columna Norte de Montoneros en 1975. Menéndez, que había sido el encargado de negociar la liberación de Juan y Jorge Born, formaba parte del Grupo Olleros, vinculado a su vez con los carapintadas. El Grupo era el centro de operaciones del establishment que digitaba la desestabilización del ya debilitado gobierno radical de Alfonsín. Julio Bárbaro, Jorge Triaca y Juan Bautista Yofre llevaron a Menem a un desayuno del grupo en la sede de Bunge y Born, del cual participaron los más poderosos empresarios del país: Francisco Macri, Pérez Companc, Martín Blaquier (Ledesma), representantes de las empresas Bagó, Fate y Bridas. El 10 de julio de 1988 Menem fue elegido como precandidato a presidente en la interna del Partido Justicialista.

El reencuentro con Jorge Born

Galimberti no creía en Menem. La convocatoria de Bárbaro para que formara parte del grupo tenía otros motivos. Bárbaro había localizado a Patricia Bullrich, por pedido de Menéndez, ya que éste se había enterado de que Alfonsín pensaba indemnizar a la familia de David “Dudi” Graiver, víctima de la confiscación de todos sus bienes por parte de los militares, por ser el contador de Montoneros y el encargado de llevarse la plata del secuestro de los Born. En el Grupo Olleros había un plan para recuperar el dinero del holding, licuado entre los bienes de Graiver. Para ello necesitaban a alguien que hubiera estado del otro lado, es decir, del lado de Montoneros. El indicado era Galimberti. Jorge Born lo convocó personalmente a sus oficinas de San Pablo. El Loco se entrevistó en secreto con el empresario. Hablaron sobre el secuestro, y después fueron al asunto que los convocaba. Born necesitaba que Galimberti declarara que los Montoneros le habían dado la plata del secuestro a Graiver, de modo que parte de la fortuna de este último pertenecía a Born. “Si usted lo hace se lleva su parte”, le dijo Born, según la reconstrucción de Larraquy y Caballero.

A mediados de 1988 Galimberti empezó a ocupar el cargo de asesor en American Security International S.A, una empresa que en los papeles se dedicaba a la venta de software. Uno de sus dueños era Carlos Dalla Tea, un general retirado que fue quien contactó a Galimberti, y que a su vez estaba vinculado a Aldo Rico. La empresa le vendía sistemas a la SIDE. Los esfuerzos del Loco apuntaban a cumplir el objetivo de recuperar la plata de los Born. Para ello un cambio político era fundamental.

Cuando se desató la hiperinflación, la revista Jotapé tuvo que cerrar. El 23 de enero de 1989 salió el último número. En mayo la situación social era crítica y comenzaron los saqueos en Buenos Aires, Mendoza y Tucumán. Alfonsín dictó el Estadio de Sitio, y por esos días circuló una noticia falsa de que Galimberti había sido detenido en Rosario. Si bien no había sido así, no se trataba de un error inocente. Los servicios de inteligencia vinculados al gobierno buscaban hacerle saber que lo tenían en la mira como uno de los autores del plan de desestabilización del gobierno, junto con los carapintada y los sectores empresariales nucleados en torno al Grupo Olleros. Pero ya era tarde. El 14 de marzo de 1989 Menem arrasó en las urnas y el 8 de julio asumió como presidente. El flamante jefe del Ejecutivo nombró como ministro de Economía a Miguel Roig, ex gerente de Bunge y Born. Galimberti quería aprovechar el nuevo escenario político para lograr salir de la clandestinidad. Le insistía a Yofre, quien había sido puesto a cargo de la SIDE, para que lo hiciera. Pero éste le tenía recelo porque era amigo de Firmenich. Las viejas tensiones seguían vigentes.

El indulto de Menem

Sin embargo, el 8 de octubre el Loco logró por fin dejar la ilegalidad, cuando Menem firmó su indulto. Había pasado 16 años en la clandestinidad. Ese mismo día también fueron indultados los carapintada, el General Santiago Riveros y otros militares procesados por causas de violación a los derechos humanos durante la dictadura. En ese marco, Galimberti se juntó en el hotel Lancaster, en avenida Córdoba y Reconquista, con Jorge Born, pero esta vez sin secretos. Se sacaron una foto que buscaba representar la pacificación nacional que el gobierno necesitaba. Era la tercera vez que se veían, pero la primera que se hacía pública.

Todos los elementos para salir a buscar la plata de los empresarios estaban ahora disponibles. Con Menem en el gobierno Galimberti tenía una herramienta de negociación fundamental para lograr que los Montoneros que pudieran saber algo sobre el dinero del secuestro declararan como quería Born. Esa herramienta era el indulto. Galimberti viajaba para negociar con antiguos compañeros con esa carta. Un ejemplo que relatan los biógrafos de Galimberti es la visita a Juan Gasparini, que había trabajado en la parte de las cuentas de Montoneros, y todavía estaba exiliado en Ginebra. Al momento de recibir a Galimberti, el periodista estaba por publicar el libro El crimen de Graiver, que contaba cómo el dinero del secuestro había pasado a manos del banquero. Gasparini se comprometió a ratificar lo que había escrito en el libro en el marco de la causa judicial. Fue así que finalmente el 26 de abril de 1990 declaró en la causa Born. El 14 de agosto de ese mismo año, Menem lo indultó. El 27 de diciembre, el fiscal Juan Martín Romero Victorica -pieza clave del mecanismo- citó oficialmente a Gasparini como testigo. Al día siguiente Menem concedió el indulto a Jorge Rafael Videla, Emilio Massera y Mario Firmenich.


A partir de la asunción de Hugo Anzorreguy como secretario de Inteligencia, Galimberti pasó a colaborar en forma plena con la SIDE, mientras aprovechaba el neoliberalismo de los 90 para hacer negocios.

Ese mismo 28 de diciembre, Galimberti se divorció de Mónica Trimarco, su primera mujer, con quien seguía casado a pesar de que se había separado de ella hacía años y entablado una relación larga con Julieta Bullrich. Lo hizo para poder casarse con Dolores Leal Lobo. La fecha del casamiento fue el 11 de enero de 1991 y el lugar escogido Punta del Este. Al evento asistieron empresarios, personalidades del Poder Judicial y de los servicios de inteligencia. Jorge Antonio, el empresario que había sido sostén económico de Perón durante su exilio, fue padrino de la boda. Al poco tiempo Born le consiguió trabajo a Galimberti en su empresa Caldenes S.A, y si bien en los papeles Galimberti cobraba el sueldo mínimo, el trabajo servía de pantalla para los otros “asuntos” que realizaba para el empresario.

El 30 de enero de 1990, el abogado Hugo Alfredo Anzorreguy asumió como secretario de Inteligencia. Con ese cambio de esquema, Galimberti empezó a colaborar en forma plena para la SIDE. Pero esa no fue su única actividad. El contexto neoliberal abierto en los años noventa fue aprovechado por Galimberti para hacer negocios. A mediados de la década conoció a un joven diseñador, con experiencia en actividades empresariales vinculadas al marketing, pero quebrado económicamente luego de una serie de proyectos frustrados. Su nombre era Jorge “Corcho” Rodríguez, y conocer al Loco representaba para él una nueva oportunidad. Al poco tiempo Galimberti, a quien el joven le había caído muy simpático y compartían la pasión por las Harley Davidson, lo llevó a conocer a Born, y juntos, en octubre de 1995 fundaron la empresa Hard Communications. La empresa era la nueva plataforma desde la cual Galimberti hacía negocios y contactos de todo tipo.

Entre Susana Giménez y la CIA

En 1996 el Corcho fue a visitar a una vieja amiga del ambiente publicitario, Claudia Segura Reynals. Rodríguez le contó acerca de Hard Communications y la invitó a trabajar en un proyecto: un concurso telefónico para el programa de Susana Giménez, asociado con alguna fundación que le diera un fin benéfico. Segura Reynals era el eslabón necesario para que Hard llegara a la diva. Para Galimberti, la oportunidad de dar un salto a través de Susana era fundamental porque generaría plata propia, es decir, por fuera de sus ingresos opacos, relacionados a ex militares y servicios de inteligencia. Finalmente lo lograron: en abril de 1997 firmaron un contrato con Telefé y con la conductora. Con la garantía de Born, consiguieron un préstamo de 8 millones de dólares para impulsar el proyecto. El programa fue un éxito en rating y en recaudación.

Para su cumpleaños de 50, el 7 de mayo de 1997, Galimberti montó una fiesta lujosa, en la que su socio Rodríguez le regaló la inscripción al Buenos Aires Golf Club, que había logrado gracias a la aprobación por parte del empresario Mauricio Macri, entonces dueño del club. El capital simbólico que significaba esa credencial para Galimberti era un escalón importante en la construcción de su nuevo semblante. Por su parte, el Corcho llegó a ser más que socio de Susana Giménez. Comenzaron un romance que provocó la separación de la diva del polista Huberto Roviralta.

Los negocios rendían cada vez más frutos con el recurso de las llamadas, que también tenían el fin benéfico de colaborar con la Fundación Felices Los Niños, dirigida por el sacerdote Julio Grassi, el mismo que años después fue condenado a 15 años de prisión por abuso sexual infantil, por una causa que había comenzado en 1991. Pero al poco tiempo se reveló que el negocio era una estafa. En febrero de 1998 se inició una investigación que reveló que de los tres pesos más IVA que cada participante pagaba por su llamada, el porcentaje que recibía la fundación beneficiada era mínimo. La fiscalía descubrió que, en total, de 18.500.000 pesos que se facturaron por las más de 6 millones de llamadas que se hicieron al programa, Felices Los Niños sólo habría recibido unos 400 mil pesos. Por esas irregularidades, fueron procesados Born, Galimberti, Rodríguez, Susana y directivos de Telefé, que fueron absueltos en septiembre de 2002.

En junio de 1999 Galimberti puso la firma para la creación de otra empresa, esta vez dentro del rubro de seguridad. Universal Control entraba al negocio de la inteligencia privada, por esos años en auge en Argentina, y con socios idóneos en el área: dos ex oficiales de la CIA, David Manners y Frank Anderson, y otro del Servicio Secreto del Departamento del Tesoro, Ronald Luziana. La empresa abrió una oficina en Washington, y empezó a operar en Argentina en el año 2000, ya bajo la presidencia de Fernando De la Rúa. El principal cliente de Universal Control era el grupo Exxel, fondo manejado por el uruguayo Juan Navarro, quien designó a la empresa de Galimberti la custodia de sus empresas controladas OCA, Edcadassa, Interbaires y MasterCard. Según los biógrafos del Loco, su vinculación con la CIA no se limitó a Universal Control. En una conversación con un amigo suyo y funcionario del gobierno, Javier Martina, le confirmó el rumor que ya circulaba en el ámbito empresarial: Galimberti era “contratado” de la CIA.


Esa fue la última “aventura” del ex montonero, exiliado, combatiente de la OLP, conciliador con los torturadores de sus ex compañeros, empresario, estafador, servicio de inteligencia. El 12 de febrero de 2002, Rodolfo Galimberti murió por una afección en la aorta abdominal durante una operación, en el Sanatorio San Lucas de San Isidro. Tenía 54 años. 

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