Defensa y pérdida de nuestra soberanía económica (Capitulo IV)
Por José María Rosa
LA RESTAURACION
"Yo he conocido esta tierra
en que el paisano vivía
y su ranchito tenía
y sus hijos y mujer...
Era una delicia el ver
EL PRIMER GOBIERNO DE ROSAS
Rosas fue al gobierno en 1829 como hombre "de orden". No era un político, y
llegaba a las posiciones públicas como consecuencia de sus actividades privadas.
Era el hombre serio, de trabajo y de acción, de quien se esperaba restauraría el
imperio de "las leyes" tan conculcadas hasta entonces. Sabíase que el
"Restaurador de las leyes" no toleraría ninguna infracción a ellas, de la misma manera que el estanciero de "Los Cerrillos" no aceptaba tergiversaciones a sus
reglamentos camperos.
Pero Rosas era algo más que un hombre de orden. Era el argentino por
excelencia, en quien se encarnaban todas las virtudes y todas las posibilidades de
la raza criolla. Al elegirlo gobernador en las difíciles circunstancias del año,
presentíase al único defensor posible de la nacionalidad, Rosas era el polo
opuesto de Rivadavia, hasta en lo físico: si éste fue hacedor de proyectos, aquél,
en cambio, construyó realidades; mientras uno soñaba con una Argentina
europeizada, el otro trataba de salvar la Argentina de siempre. Si reforma fue
palabra rivadaviana, restauración constituyó el lema rosista. Ambos términos son
sobradamente expresivos: la restauración se opuso a la reforma como lo nacional
a lo extranjero, como el propio Rosas, hombre de tierra, a Rivadavia, hombre de
especulaciones foráneas.
La política económica de Rosas tenía que diferir fundamentalmente de la de
Rivadavia. Rosas no era tan ingenuo como para creer en el desinterés de la ayuda
extranjera, ni tan escéptico que no tentara desenvolver, con recursos propios, las
posibilidades del propio país. Argentino de cuerpo y alma, creyó firmemente en
la capacidad y competencia de su raza. ¡Si el mismo era un ejemplo de las
grandes cualidades de trabajo y de progreso que tenía el criollo! Hombre de
empresa, había llenado la pampa con magníficas estancias productivas, fundado
saladeros y dispuesto de una flota de barcos que transportaba sus productos hasta
el mercado consumidor. Y todo ello sin la ayuda del crédito o la dirección técnica
extranjera. Al contrario, llevándose por delante la oposición de ésta.
En sus estancias el gringo era bien recibido, pero a condición de trabajar a lo
criollo; con lealtad hacia el patrón y los compañeros y sin hacerle asco a las
jornadas duras. Trabajo que ha sido llamado despectivamente "feudal", porque se
parece exteriormente a la estructura medieval - con su patrón y sus peones
formando una verdadera unidad, fundada en la ayuda y el respeto mutuo - más
que a la "capitalista", donde patrones y obreros son entidades distintas y
opuestas, vinculadas apenas por las necesidades imprescindibles de trabajo y
salario. Pero esta semejanza con el feudalismo es solamente superficial, pues la
"estancia" es una estructura capitalista como lo ha demostrado, entre otros,
Eduardo Astesano (1).
¡Notables establecimientos aquellos construidos sobre el modelo de "Los
Cerrillos" y ajustados a las "Instrucciones para la administración de estancias",
cuyos peones coreaban el rosario rezado por el patrón o se iban tras de él en una
patriada a restaurar las leyes ! Allí no se preguntaba a nadie de dónde venía, pero
podía quedarse si mostraba condiciones de trabajo y lealtad. No había lugar para
vagos ni enredadores: "ni cuzcos ladradores ni doctores", decían las mencionadas
instrucciones.
En cuanto al programa administrativo de Rosas en 1829, consistía nada más que
"en cumplir las leyes". Nada más, pero nada menos. Cumplir las leyes no
significaba ajustarse a la literatura legal rivadaviana, en mal momento importada
y pésimamente traducida. "Las leyes", en la acepción popular, no eran los textos escritos que podían anular por simple capricho de los detentadores del gobierno
todo el "ser" de una nación: era justamente las tradiciones, las costumbres, las
peculiaridades que daban a la Argentina su propia fisonomía y que constituían
precisamente ese ser no escrito, pero real y vivo. Y defender esa realidad
autóctona contra "cuzcos ladradores y doctores" fue el programa de la
Restauración.
Buenos Aires ha encontrado, ¡por fin!, a su caudillo. El litoral y el interior hacía
años que tenían los suyos: López y Quiroga. Y el formidable triunvirato se
aprestaba a batir los últimos restos del unitarismo - la liga encabezada por el
general Paz - y construir la república en base a las realidades provinciales, es
decir federalmente. Esa política llevó al Pacto Federal del 4 de enero de 1831,
LA POLÉMICA CON FERRE
Rosas no es aún, en este su primer gobierno, el hombre nacional que será luego.
Es todavía hombre de Buenos Aires y a ello débese la política económica que su
provincia, por boca y pluma de su delegado - don José María Roxas y Patrón -,
defenderá en oposición a la preconizada por el delegado de Corrientes, Pedro
Ferré. A Buenos Aires le conviene la libertad de comercio, porque la aduana
constituye el gran recurso de su presupuesto y las exportaciones pecuarias la base
de su economía; para el interior, en cambio, el sistema de 1809 significaba el
aniquilamiento de sus posibilidades industriales (2).
La ponencia discutida en concreto en Santa Fe - sede de las delegaciones de las
provincias federadas - fue la siguiente: "Que se prohíban o impongan altos
derechos a aquellos efectos extranjeros que se produzcan por la industria rural del
país" (3).
Roxas y Patrón se opuso argumentando, principalmente, con la necesidad de
mantener el sistema dadas las obligaciones nacionales (deudas de guerra,
empréstito Baring, sostenimiento de las relaciones exteriores), que pesaban sobre
Buenos Aires y que ' ésta cubría, o debería cubrir dentro de sus posibilidades, con
el producido de la Aduana. La base de su argumentación fue así de orden fiscal,
defendiendo también la libertad de comercio por las siguientes razones:
1°) que la protección, al restringir el comercio exterior, habría de producir
necesariamente la merma de la riqueza ganadera, la mayor del país y la
preponderante en las provincias litorales federadas ; 2°) que los sustitutos locales
de los productos extranjeros se- rían caros y malos, no bastando para satisfacer
"necesidades que hacen parte ya de la vida", y 3°) que sobrevendría una
competencia industrial entre las distintas provincias de la Confederación.
Ferré ha de pulverizar fácilmente los argumentos reunidos por Roxas y Patrón
con mayor habilidad dialéctica que convencimiento (4). "Considero - dirá
contestando el memorándum de éste - la libre concurrencia como una fatalidad
para la nación. Los pocos artículos industriales que produce nuestro país no
pueden soportar la competencia con la industria extranjera". Y punto por punto
contestará el alegato del representante de Buenos Aires. Manifiesta, así: 1°) que
las provincias "cuyas producciones hace tiempo dejaron de ser lucrativas" forman
la mayoría del país, pero que si así no fuera, siempre sería justo "imponerle privaciones parciales y no muy graves a la mayoría para no dejar perecer a una
minoría considerable" ; 2°) que tal vez "un corto número de hombres de fortuna
padecerán, porque se privarán de tomar en su mesa vinos y licores exquisitos",
que tampoco "se pondrán nuestros paisanos ponchos ingleses, no llevarán bolas y
lazos hechos en Inglaterra no revestiremos ropa hecha en extranjería y demás
renglones que podemos proporcionar, pero en cambio comenzará a ser menos
desgraciada la condición de pueblos enteros de argentinos y no nos perseguirá la
idea de la espantosa miseria y sus consecuencias a que hoy son condenados"; y
3°) que nada hacía suponer se promoviera entre las provincias una guerra
industrial, por las distintas especializaciones de cada una de ellas (5).
Ferré continuó la prédica proteccionista aun sabiendo fracasado su proyecto,
Siendo gobernador escribiría en circular a sus colegas: "El objeto principal del
Congreso Nacional en proyecto debía ser alejar cuanto pudiese constituir estorbo
al desarrollo de la industria territorial, por medio de la prohibición de importar
artículos producidos en el país". Pensamiento que completa su diputado en la
Comisión Representativa de Santa Fe, Manuel Leiva, en carta al gobernador de
Catamarca oponiéndose a la política porteña: "Buenos Aires es quien únicamente
resistiría a la formación del Congreso porque perdería el manejo de nuestro
tesoro, y se cortará el comercio de extranjería, que es el que más le produce" (6).
La oposición de Buenos Aires había dejado en nada el generoso proyecto de
Corrientes. Lo que no se cumplió entonces se haría luego, cuando las
circunstancias políticas variarán y la incipiente unión del Pacto de 1831 se
consolidara en la férrea Confederación del año 1835 (7).
EFECTOS DE LA LIBERTAD DE COMERCIO
Veintiséis años de liberalismo económico habían producido el efecto imaginable.
En 1825, época de Rivadavia, las exportaciones (cueros, carnes salada, sebo),
totalizaban cinco millones de pesos fuertes mientras las importaciones (tejidos,
alcoholes, harinas), pasaban de ocho, la mitad provenientes de Gran Bretaña (8).
Con razón sir Woodbine Parish podía exclamar alborozado en 1829: "El Río de
la Plata debe considerarse como el más rico mercado que se nos ha abierto desde
la emancipación de las colonias españolas, si consideramos no sólo la cantidad de
nuestras facturas que aquel país consume, sino también las grandes cantidades de
materia prima de retorno, proveyendo a nuestras manufacturas de nuevos medios
de producción y provecho" (9).
La diferencia entre los ocho millones importados con los cinco exportados se
cubría en metálico. Claro está que se producía un drenaje continuo de oro y plata
(en barras solamente salieron del país en 1822 por valor de 1.350.000 pesos
fuertes) (10), pagados principalmente por el interior, que carecía de productos
que exportar. Debe tenerse en cuenta, también, que el valor de las importaciones
no revela su volumen real, pues las mercaderías inglesas vendíanse a bajo precio
con el objeto de liquidar totalmente la competencia autóctona. "Dudamos
muchísimo - dirán los hermanos Robertson - que la mercadería enviada a Sud
América haya producido a sus cargadores ganancias adecuadas" (11). Lo que
corrobora Parish: "Los precios módicos de las mercaderías inglesas les aseguran una general demanda, y ellas se han hecho hoy - 1829 - artículos de primera
necesidad de las clases bajas de Sud América. Tómense todas las piezas de su
ropa, y exceptuando lo que sea de cuero, ¿qué cosa habrá que no sea
inglesa?"(12).
No es solamente la industria manufacturera la única riqueza autóctona que barre
el empuje extranjero. Las harinas de Río Grande y de Norteamérica van
desalojando a sus similares criollas. Parish nos dice cómo la harina yanqui se
vende en Buenos Aires a 10 reales la arroba a fin de desalojar la mendocina
(Mendoza era el gran centro harinero de la época), cuyo precio, debido al
transporte por tierra, no podía ser inferior a 11 ó 12 reales (13). Lo mismo
sucedía con el vino o los alcoholes cuyanos, o con el azúcar que el obispo
Colombres industrializara en 1821 por vía de ensayo.
En 1816, según cuenta Alvarez (14), los viñateros de Cuyo se presentaron al
Director de las Provincias Unidas solicitando la prohibición de importar caldos
extranjeros porque "ni les era posible disminuir los gastos hasta la plaza de
Buenos Aires, ni con tales gastos podría hacerse competencia a los productos
similares a los del interior". En la sesión del Congreso Nacional de mayo 19 de
1817 se daba cuenta de una petición semejante del Cabildo de Mendoza (15).
Pero todo inútilmente, pues la política de la libertad de comercio era sostenida en
aquellos años con todo el fervor que merecía un dogma liberal. Las Heras, al
abrir el Congreso del 24, en oficio del 16 de diciembre de ese año, colocaba el
librecambio junto a los más sagrados derechos individuales: "Al lado de la
seguridad individual, de la libertad de pensamiento, de la inviolabilidad de la
propiedad, poned, señores - decía - la libre concurrencia de la industria de todos
los hombres en el territorio de las Provincias Unidas". Tampoco hablaban en
mejor tono los hombres de la Federación - excepto Ferré y los suyos -, y así,
Pedro de Angelis escribía en 1834: "Obligar con estímulos artificiales a que una
nación produzca los géneros que puede comprar más barato del extranjero, es
desconocer el poder y la utilidad de la división del trabajo" (16), eco erudito de
idénticas palabras, pronunciadas tres años atrás por Roxas y Patrón en la
comisión santafesina.
ROSAS, JEFE DE LA CONFEDERACION
En 1835 Rosas llega por segunda vez al poder. No obrará ahora como simple
gobernador de Buenos Aires, delimitando su esfera de influencia con los fuertes
señores feudales de Santa Fe y La Rioja. Quiroga acaba de caer en la encrucijada
alevosa de Barranca Yaco, mientras López, postrado por enfermedad mortal, ya
no es el poderoso Patriarca del año 20, que ataba su pampa famoso en la
Pirámide de Mayo e imponía su ley a media Argentina.
No es tampoco el gobernador de 1829, que tenía a Manuel José García como
ministro y buscaba sola- mente el "orden" interno. Ahora se ha dado plena cuenta
de la fuerza del imperialismo británico, y se apresta a batirlo en brecha.
Rosas será, cada vez en mayor grado, el señor absoluto de la Confederación. Los
satélites de Quiroga y López han de plegarse a la ley que ahora se dicta en Buenos Aires: Heredia, Echagüe, Ibarra reconocerán la jefatura del Restaurador y
con ella la preeminencia de lo nacional sobre lo local.
De allí la diferencia entre el Rosas de 1829 y el de 1835: aquel era simplemente
un gobernador de Buenos Aires; éste es el jefe indiscutible de la Confederación.
Actuará como hombre de la Argentina, decidido a terminar radicalmente con los
factores de desunión. La unidad comenzada en 1831 ha quedado establecida de
la única manera posible: sin constituciones importadas, sin leyes foráneas,
anudando pacientemente los pequeños centros políticos a una jefatura nacional:
de pluribus unum. Por una paradoja de la historia, los federales restauraban la
unidad nacional que los unitarios habían deshecho.
Pero no era bastante con la unidad política de los "pactos"; se hacía necesario
lograr la armonía económica entre las distintas partes de la Confederación. Y
Rosas comprendió que la restauración de la vieja riqueza industrial del virreinato,
al tiempo de significar la reconquista de la perdida independencia económica,
quitaría los recelos provinciales hacia Buenos Aires. Por ello dictó la ley de
Aduana del 18 de diciembre de 1835, que protegía los productos de fabricación
nacional.
Era la tesis correntina que se imponía después de cuatro años de haber sido
rechazada en Santa Fe. El articulado de la ley reproducía en parte el petitorio de
Ferré en 1831, mientras sus consideraciones halla- ` ron eco en los mensajes
firmados por su antiguo antagonista Roxas y Patrón,
Tal vez Rosas fue convencido por los argumentos de Ferré: saber escuchar es
condición de buen gobernante y es, sobre todo, condición de gran caudillo. Por
eso dirá Alberdi de Rosas en 1847: "Se le atribuye a él exclusivamente la
dirección de la República Argentina. ¡ Error inmenso ! El es bastante sensato
para escuchar cuanto parece que inicia; como su país es muy capaz de dirigir
cuando parece que obedece" (17).
La ley de Aduana terminaba con el liberalismo económico de 1809. Esto puso en
explicable conmoción a los cenáculos unitarios de Montevideo: ¿ El liberalismo
económico por el suelo ! ¡El bárbaro! ¿Qué diría Quesnay?
LA LEY DE ADUANA DE 1835 (18)
Un doble propósito tenía dicha ley: la defensa de las manufacturas criollas,
perseguidas desde 1809, y el renacimiento de una riqueza agrícola, casi
extinguida desde la misma fecha. En el mensaje del 31 de diciembre de ese año,
dando cuenta a la Legislatura de esa ley - dictada exclusivamente por el
gobernador en virtud de la suma del poder público -, decíase: "Largo tiempo
hacía que la agricultura y la naciente industria fabril del país se resentían de la
falta de protección, y que la clase media de nuestra población, que por la
cortedad de sus capitales no puede entrar en empleos de ganadería, carecía del
gran estímulo al trabajo que producen las fundadas esperanzas de adquirir con él
medios de descanso en la ancianidad y de fomento a sus hijos. El gobierno ha
tomado este asunto en consideración, y notando que la agricultura e industria
extranjera impiden esas útiles esperanzas, sin que por ello reporten ventajas en la forma y calidad . . . ha publicado la ley de Aduana, que será sometida a vuestro
examen por el Ministro de Hacienda" (19).
El fomento de la industria fabril se realizaba por la protección decidida a los
talleres de herrería, platería, lomillería y talabartería prohibiendo introducir
manufacturas en hierro, hojalata, latón y artículos de apero para caballos, y
recargando con fuertes derechos de 24 y 35 % ciertas producciones en cuero,
plata, cobre o estaño; igualmente a las carpinterías y fábricas de carruajes, por el
aforo de 35 % a la importación de coches y prohibiendo la de ruedas para los
mismos; y a las zapaterías, libradas de la competencia extranjera con el altísimo
gravamen de 35 % a los zapatos. A las tejedurías criollas se les entregaba sin
competencia el mercado de ponchos, ceñidores, flecos, ligas y fajas de lana o
algodón, como también de jergas, jergones y sobrepellones para caballos,
artículos éstos cuya introducción quedaba totalmente prohibida; se gravaba con
un fuerte derecho de 24 % la importación de cordones de hilo, lana y algodón, así
como de pabilo, y con uno prohibitivo de 35 % las ropas hechas, frazadas y
mantas de lana. También algunas pequeñas manufacturas criollas, como la
elaboración de velas de sebo; peines y peinetas de carey, artículos de hueso, boj o
talco y la fabricación de escobas, eran libradas absolutamente de toda
competencia. La introducción de sillas de montar, que no era ramo de talabartería
criolla, quedaba permitida como artículos de lujo con el enorme recargo del 50
%.
En el rubro agrícola: los productos de granja, como toda clase de legumbres y
también la cebada y el maíz, se prohibían totalmente; las papas, cuya producción
no era bastante para satisfacer el consumo, quedaban recargadas con un 50 % de
su valor; lo mismo los garbanzos, de producción insuficiente, gravados en un 24
%. La introducción de harinas y trigo no se permitía mientras su precio no pasase
de 50 pesos la fanega. Las yerbas y el tabaco del Paraguay (cuya independencia
no se había declarado), Corrientes y Misiones pagaban un módico derecho,
puramente fiscal, del 10 % ; cuando la yerba provenía del Brasil su aforo
alcanzaba al 24 % ; así como también los sucedáneos del mate (café, te, cacao) ,
que al ser recargados con igual porcentaje podían solamente consumirse como
artículo de lujo: el tabaco que no fuera de procedencia Argentina oblaba el
prohibitivo gravamen de 35 %.
El azúcar era aforado con un 24 por ciento. Los alcoholes (vino, vinagres,
aguardientes y licores) con el 35 por ciento ; sus sucedáneos, la sidra y la
cerveza, prohíbanse con fuertes impuestos del 35 y 50 por ciento,
respectivamente. También las frutas secas (pasas de uva e higo), productos
cuyanos, se defendían con un derecho de 35 %; igual pagaban los quesos
extranjeros. La leña o carbón de leña, proveniente de Santa Fe o Corrientes, no
abonaba derechos si se transportaba en buques nacionales, mientras el carbón de
piedra extranjero pagaba el 5 por ciento.
Esto en cuanto a las importaciones, Las exportaciones sufrían, en general, la
módica tasa del 4 por ciento a los solos efectos fiscales, que no se aplicaba a las
manufacturas del país, a las carnes saladas embarcadas en buques nacionales, a las harinas, lanas y pieles curtidas. Pero los cueros, imprescindibles a la industria
extranjera y cuyo mercado casi único era el Río de la Plata, abonaban el fuerte
derecho de ocho reales por pieza, que equivalía más o menos a un 25 por ciento
de su valor.
Las mercaderías sacadas para el interior eran libra- das, como lo había pedido
Ferré en 1831, de todo gravamen.
La ley no se limitaba a favorecer los intereses argentinos. De acuerdo con la
política de solidaridad hispanoamericana, que es uno de los rasgos más notables
de la gestión internacional de Rosas, los productos de la Banda Oriental y Chile
se favorecían directamente: las producciones pecuarias del Uruguay se
encontraban libres de derechos y no se recargaban tampoco los reembarcos para
"cabos adentro"; de la misma manera no eran imponibles las producciones
chilenas que vinieran por tierra.
A la marina mercante nacional se la beneficiaba de dos maneras: la carne salada
transportada en buques argentinos no pagaba derecho alguno de exportación (20),
y la leña y carbón de Santa Fe y Corrientes, en las mismas condiciones, también
se hallaban exentos de impuestos. Pero si eran traídos en buques extranjeros
oblaban el 17 por ciento, no pudiendo competir por lo tanto con el carbón de
piedra importado, cuyo aforo apenas alcanzaba al 5 por ciento.
Es fácil comprender el porqué de las diversas escalas de aforos: la prohibición
absoluta aplicábase a aquellos artículos o manufacturas, cuyos similares
nacionales se encontraban en condiciones de satisfacer el consumo, sin mayor
recargo de precio. Se gravaban en cambio con un 25 por ciento aquellos otros
cuyos precios era necesario equilibrar con la producción nacional para permitir el
desarrollo de ésta; así como los sucedáneos extranjeros (café, té, cacao,
garbanzos) de productos argentinos. Con el 35 por ciento se aforaban aquellos
cuyos similares criollos no alcanzaban a cubrir totalmente el mercado interno,
pero que podrían lograrlo con la protección fiscal. Y con el 50 por ciento,
finalmente, algunos productos (como las sillas inglesas de montar), tratados
como artículos de lujo, por no llenar necesidades imprescindibles de la población
(21).
RESTAURACIÓN DE LA RIQUEZA POR LA LEY DE ADUANA
La ley de Aduana fue completada el 31 de agosto de 1837 con la prohibición -
provisional, pero que duró hasta 1852- de exportar oro y plata en cualquier forma
que fuere. La continua evasión de metálico, ya mermada por la ley de Aduana al
restringir las importaciones, quedó completamente detenida. Los importadores de
aquellos artículos no prohibidos debieron llevar en productos del país el valor de
sus transacciones.
La ley del 35 significó en gran parte la recuperación económica de la Argentina.
En el mensaje del 1Q de enero de 1837 el gobierno daba cuenta a la Legislatura
que "las modificaciones hechas en la ley de Aduana a favor de la agricultura y la
industria han empezado a hacer sentir su benéfica influencia... Los talleres de
artesanos se han poblado de jóvenes, y debe esperarse que el bienestar de estas
clases aumente con usura la introducción de los numerosos artículos de industria extranjera que no han sido prohibidos o recargados de derechos... Por otra parte,
como la Ley de Aduana no fue un acto de egoísmo, si no un cálculo generoso que
se extiende a las demás provincias de la Confederación, también en ellas ha
comenzado a reportar sus ventajas".
Con esta ley la manufactura criolla, moribunda, y la producción de harinas,
azúcares, alcoholes y productos de granja, que amenazaba extinguirse, recibieron
la saludable reacción imaginable. Volvieron a florecer las industrias del interior,
y Buenos Aires se llenó de fábricas algunas de las cuales alcanzaron gran
adelanto técnico (22).
La ordenanza de 1809 y la total apertura en 1812 del puerto de Buenos Aires
habían aniquilado - como hemos visto - los antiguos talleres de los tiempos
virreinales. Claro está que no era fácil tarea modificar la estructura económica
impuesta por 26 años devastadores de liberalismo económico. Tal vez si la
continua atención del gobierno no se hubiera visto embargada a partir de 1838
por la defensa territorial del país, la política de recuperación económica habría
llegado a desenvolverse en toda su amplitud. No era suficiente con la sola ley de
Aduana, y la protección a los artesanos criollos debió ampliarse poniendo a la
industria nacional, técnica y económicamente, en las condiciones necesarias para
afrontar con éxito la competencia europea en los demás mercados de América
latina. Y debió aumentarse, también, en la medida de lo posible, el rubro de
artículos de introducción prohibida. Así, al mismo tiempo de lograr totalmente el
mercado interno, ciertas manufacturas argentinas - zapatos, talabartería, algunos
tejidos - hubiesen desbordado por los vecinos países de América. Pero no debe
olvidarse que desde 1838 a 1852 los enemigos de Rosas y los del país no le
dieron a aquél un solo día de paz en el cual preparar su obra.
No obstante, sin llegar a abastecer totalmente el mercado interno, la
potencialidad industrial de la Argentina en tiempos de Rosas alcanzó un grado
notable gracias a la política de su ley de Aduana.
Martín de Moussy, viajando por la Confederación, de 1841 a 1859, nos dice de
Buenos Aires: "Consume los artículos manufacturados en su capital, que es un
gran taller industrial" (23). Pues no obstante la preponderancia, siempre
creciente, de su riqueza ganadera (24), la ciudad porteña se ha llenado de talleres,
los cuales fabrican productos que compiten en buena ley con los importados. La
industrialización del "aceite de pata", iniciada en 1829 por el químico francés
Antonino Cambaceres, ha de desarrollarse después del 35 de manera tan
considerable que dará origen al poblado de Barracas (hoy Avellaneda); de 1851 a
1854 llégase a exportar a Europa y a las naciones del Pacífico, 7.077 toneladas de
este aceite (25). Por otra parte, el censo de 1853 nos demuestra el floreciente
estado industrial de la ciudad de Buenos Aires a la caída de Rosas. Existían en
ella 1.065 fábricas montadas (entre ellas: 2 fundiciones, 1 de molinos de viento, 1
de tafiletes, 8 de velas, 7 de jabones, 4 de licores, 3 de cerveza, 3 de pianos, 2 de
carruajes, 1 de billares, además de 9 de distintas maquinarias); 743 talleres (110
carpinterías, 108 zapaterías, 74 herrerías, 49 tahonas - molinos de trigo -, 26 platerías, 23 talabarterías, 14 lomillerías, 12 mueblerías, etc.); además de 2.008
casas de comercio (26).
Córdoba y Tucumán fueron los centros manufactureros mejor dotados del
interior. La primera llegó a elaborar zapatos y tejidos, teniendo estos últimos
gran renombre. Maeso comenta que "los tejidos fabricados en lana y algodón por
las cordobesas tienen nombradía merecida, aventajando, cuando son esmerados,
cuanto se importa del extranjero" (27). La cal de las canteras de Córdoba se
llevaba a las demás provincias, compitiendo favorablemente, por su mejor
calidad y precio, con la cal entrerriana. Las pieles de cabra curtidas en Córdoba
lo eran con tal grado de perfección que se exportaban a Francia, y esta nación
tuvo que prohibirlas para proteger su industria local (28).
Tucumán, famosa por sus trabajos de ebanistería - consumidos principalmente
por las provincias cuyanas - producía también cueros curtidos, tintes y tabaco,
solicitado este último desde Chile, Bolivia y Perú. La incipiente explotación de la
caña de azúcar se afianzaría mediante la doble protección que le significaba el
arancel del 24 % de la aduana de Buenos Aires, y el derecho de 2 por arroba a la
introducción de azúcares extranjeros que señalaba su ley local. Iniciada la
industria en 1821, languidecerá hasta 1825, para crecer después de ese año hasta
contar en 1850 con trece ingenios, abasteciendo, además del consumo local, a las
provincias de Santiago, Catamarca y en parte Salta, y llegando a competir con el
azúcar extranjero en el propio Buenos Aires. El gobernador Gutiérrez ha de decir
en 1845, en ocasión del tercer censo provincial: "Hay de ella (de la caña de
azúcar), numerosas plantaciones y su producto es ya considerable. Consiste en
azúcares, aguardiente, tabletas, chancacas, alfeñiques y guarapo, todo de calidad
superior. Se consume en el país y el sobrante se extrae con aprecio para las
provincias limítrofes y hasta Buenos Aires... y prometen (los establecimientos
industriales) ser con el tiempo un manantial de riqueza y prosperidad para el país,
cuyos habitantes ven con placer circular entre ellos, el dinero que en los ramos de
azúcar y aguardiente salía anualmente, y presentar estos productos de calidad
superior en los mercados limítrofes y aun en el principal de Buenos Aires" (29).
Palabras pronunciadas el mismo año que Sarmiento aseguraba en su novelesco
Facundo que Quiroga había "echado sus caballadas en los cañaverales y
desmontado", por pura maldad, "los nacientes ingenios" (30).
Salta llegó a ser otro importante centro manufacturero, Maeso refiere cómo "las
salteñas son hábiles y laboriosas y se expiden por sí mismas en muchos objetos
de industria" (31). Se hilaba el algodón, fabricábanse cigarros (llamados
tarijeños), de mucha demanda en Bolivia, "tan buenos como los que se venden en
Buenos Aires" (32), hacíanse también objetos de alfarería, suelas y becerros,
curtidos, y en menor porcentaje harina y vinos. Catamarca siguió abasteciendo a
las provincias vecinas de grandes cantidades de algodón, "que tiene fama de ser
mucho mejor que el de las demás, para sus manufacturas y tejidos" (33),
produciendo también vinos y aguardiente que 'exportaba a Córdoba
principalmente. En San Luis - dice Maeso (34) - "una parte de los habitantes se
ocupa también en tejidos. Fabrícanse ponchos de lana de excelente calidad y una bayetilla que tiene mucho consumo en aquella provincia y en la de Mendoza.
Trabajábanse también buenos tafiletes y cordobanes, que se extraen generalmente
para las provincias vecinas". Moussy encuentra en 1856, en esta provincia, una
fábrica de finísimo marroquín (35).
En Mendoza los viñedos llegaron a abarcar en 1850 más de quinientas hectáreas;
sus vinos y aguardientes, como los de San Juan, eran solicitados en toda la
Confederación, sin otra competencia que los alcoholes locales de Salta, Tucumán
o Catamarca, o los vinos caros franceses que se seguían importando para el
consumo de las clases acomodadas. Producían también las provincias cuyanas
harina, trigo, frutas secas y jabón. Con las moreras de Mendoza, introducidas por
el norteamericano Thorndike, se llegaron a fabricar muy buenos hilados de seda
(36). Las provincias cuyanas exportaban a Chile, además grandes cantidades de
ganado en pie, cobre, frutas secas, jabón, charque, sebo y cueros.
Santa Fe, preponderantemente ganadera, tuvo también plantaciones de algodón y
algunas tejedurías. Lina Beck-Bernard (37) alcanza a describir en 1857 los
últimos telares santafesinos, cuyos productos "serían toscos, tal vez, pero duraban
toda la vida". Maderas y carbón de leña también se extraían de sus bosques del
norte, consumiéndose principalmente en Buenos Aires, Moussy nos habla de las
embarcaciones que se construían en las "carpinterías de ribera santafesinas", así
como sus fábricas de ruedas para carretas (38).
Corrientes reconstruyó sus antiguas y renombradas "carpinterías de ribera",
produciendo también maderas de construcción, tabaco, almidón, naranjas y un
poco de algodón. Entre Ríos, cueros curtidos, postes de ñandubay para cercos,
maderas para quemar, y su cal, inferior a la cordobesa, pero que se usaba en el
litoral por ser menor el precio de su transporte.
LAS PROVINCIAS Y LA LEY DE ADUANA
El bienestar económico se dejó sentir inmediatamente después de dictada la ley,
especialmente en las provincias del interior, que tan castigadas fueran por la
ordenanza de 1809, Salta votaba el 14 de abril de 1836 una ley de homenaje a
Rosas, entre cuyos considerados se decía: ". . . 3°) Que la ley de Aduana
expedida en la provincia de su mando consulta muy principalmente el fomento
de la industria territorial de las del interior de la República, 4°) Que dicha ley es
un estímulo poderoso al cultivo y explotación de las riquezas naturales de la
tierra, 5º) Que el comercio interior es por ella descargado de un peso
considerable, a que será consiguiente su fomento y prosperidad. 6º) Que ningún
gobierno de los que han precedido al actual de Buenos Aires, ni nacional ni
provincial, han contraído su atención a consideración tan benéfica y útil a las
provincias interiores" (39).
Tucumán, el 20 de abril del mismo año, votaba una ley análoga: "Considerando...
que impelido de sentimientos en tan alto grado nacionales y filantrópicos, ha
destruido ese erróneo sistema económico que había hundido a la República en la
miseria, anonadado a la agricultura y a la industria, con lo que ha abierto canales
de prosperidad y de riqueza para todas las provincias de la Confederación, y muy
particularmente para la nuestra (40). Catamarca, por ley de agosto 17, decía a su vez: "Considerando... 2)° Que la ley
de Aduana expedida en su provincia (la de Rosas) refluye poderosamente en el
aumento de la industria territorial de la República. 3°) Que dicha ley puede
considerarse como la base o fundamento de muchas mejoras que puedan recibir
las producciones del interior.." (41).
La Argentina prosperó enormemente en la época de Rosas. Poco ha costado
demostrar esta verdad, que para muchos lectores de una historia falsificada
parecerá paradójica. No debe extrañarse que Alberdi, en uno de sus frecuentes
rasgos sinceros, escribiera en 1847: "Si digo que la República Argentina está
próspera en medio de sus conmociones, asiento un hecho que todos palpan; y si
escribo que posee medios para estarlo, no escribo una paradoja (42). Palabras que
Sarmiento criticaba, pues era "darle armas a Rosas ensalzarlo, enaltecerlo" (43).
Para éste, la mejor política era negarlo todo, y por eso en su Facundo estampaba
esta curiosa negación, que todavía hoy algunos toman al pie de la letra: "En 15
años no ha tomado (Rosas) una medida administrativa para favorecer el comercio
interior y la industria naciente de nuestras provincias" (44), Negación
conscientemente falsa e inspirada por una finalidad política, como lo reconocería
el propio Sarmiento al decir de su libro "que era un arma de combate lleno de
inexactitudes a designio" (45).
MODIFICACIONES A LA LEY DE ADUANA
A lo largo de su vigencia - entre 1835 a 1853 la Ley de Aduana sufrió algunas
modificaciones a consecuencia de los conflictos internacionales. Entre 1838 y
1844 quedaron rebajados los aforos aduaneros como necesidad ante el bloqueo
francés y medida a fin de burlarlo. En noviembre de 1844, apenas firmada la paz
de Mackau, se volvió al régimen arancelario de la ley, con un aumento del 2 %
para "cubrir el déficit del presupuesto motivado por la guerra". En diciembre de
1841 fueron suprimidas las prohibiciones al ingreso de algunas mercaderías (no
de todas como dice por error Miron Burgin (46) a fin "de que se provea el
ejército y la población de algunos artículos que han escaseado enteramente", Se
trataba de hierro, latón, ruedas para carruajes, sillas de montar, y efectos
necesarios para la guerra.
En 1845, debido al nuevo bloqueo - el anglo francés - se estableció el mismo
régimen de emergencia de 1838-40, En 1847, al levantar Howden el bloqueo
inglés, y no obstante continuar el francés, se volvió al régimen proteccionista.
Por la ley de Aduana en tiempo de paz, o por el bloqueo en el de guerra, la
Argentina tiene un régimen proteccionista de su industria y agricultura entre
1835 y 1852.
EL COMERCIO EXTERIOR EN TIEMPO DE ROSAS
La política económica de Rosas, que protegía las industrias locales, lejos de
disminuir el volumen del tráfico internacional, logró aumentarlo.
En 1825, en tiempos de la Reforma, hemos visto que se importaban artículos
extranjeros por valor de ocho millones de pesos fuertes aproximadamente,
exportándose productos nacionales tan sólo por cinco millones de la misma
moneda, lo cual dejaba un saldo de tres millones contra nuestro país. A partir de la ley de Aduana de 1835 las exportaciones van a ir subiendo vertiginosamente,
mientras las importaciones lo harán en una proporción inferior. En 1851, en las
vísperas de Caseros, el monto de aquéllas sobre éstas es ya favorable a la
Argentina: 10.550.000 de artículos extranjeros importados para 10.663.525 de
productos nacionales exportados. La balanza comercial había sido nivelada (47).
Este aumento notable del valor de las exportaciones, se encuentra lejos de acusar
su real crecimiento en volumen, pues el precio a que se pagaban en 1851 los
productos pecuarios en los mercados europeos era más o menos la mitad del
pagado en 1825 (48). De allí que, en líneas generales, puede calcularse que la
Argentina cuadruplicó la cantidad de sus exportaciones, mientras aumentaba
solamente en un 20 %, poco más o menos, sus importaciones.
Si analizamos el rubro y la procedencia de estas importaciones, encontramos que
mientras los tejidos y lozas inglesas han prosperado poco, los géneros finos,
sedas y vinos franceses se han quintuplicado, así como las especialidades de
quincallería y comestibles del norte de Europa. Más o menos estacionarios, o
acusando ligeras disminuciones, encontramos los productos alimenticios de
Brasil, Cuba, España y la manufactura ordinaria norteamericana. Como se ve, la
mayor parte de las importaciones son artículos de lujo, o por lo menos de
prescindible necesidad. Lo cual, si demuestra por una parte el grado de bienestar
económico alcanzado por la población, por la otra revela que en lo necesario la
Argentina se abastecía a sí misma. Como lo había supuesto Rosas en su trascripto
mensaje de 1836. "El bienestar de las clases industriales aumentará con usura los
numerosos artículos de industria extranjera que no habían sido prohibidos o
recargados de derechos" (49).
Además de este comercio marítimo por la aduana de Buenos Aires, existía el
terrestre, que se efectuaba a lomo de mula con Chile, Bolivia y hasta el Perú. Las
exportaciones por Mendoza de ganado en pie, jabones, cobre, frutas secas y sebo,
eran considerables (50). Bolivia compraba también en Salta, Tucumán y Jujuy
ganados, artículos manufacturados de talabartería, tabaco y jabón (51). Ambos
transportes dejaban margen de ganancia a la producción Argentina, sobre todo el
de Bolivia, que inundó de plata potosina - los bolivianos - nuestro mercado
monetario.
LAS INTERVENCIONES EXTRANJERAS Y EL DESENVOLVIMIENTO ECONÓMICO
La apreciación de los actos políticos de Rosas ha de constituir siempre un
quebradero de cabeza para quienes interpretan la historia con restringido criterio
materialista. ¿En virtud de qué móvil económico Rosas, hacendado y exportador
de carnes, realizará una acción de gobierno que beneficia sobre todo a los
industriales y agricultores? ¿Qué política de clase lo llevó a no doblegarse en
1838 - ni en 1845 - ante las pretensiones extranjeras, no obstante paralizar el
bloqueo sus negocios de estanciero? (52).
Es que para Rosas no existió un problema en la oposición de sus propios
intereses con los superiores del país. En 1835, movido por el bienestar
económico nacional, dictaba la ley de Aduana que mejoraba a los modestos industriales y agricultores, y quitaba a sus compañeros, los hacendados, la
preeminencia gozada desde 1809 como única clase productora del país. En 1838,
llevado por la defensa de la soberanía Argentina, aceptaba el conflicto con
Francia, cuya consecuencia inmediata sería el bloqueo del puerto y el sacrificio,
por lo tanto, de quienes como los hacendados, vivían de la exportación de sus
productos. Lo mismo en 1845 con Francia e Inglaterra.
Claro está que para acompañarlo en ambas patriadas se hacía necesario poseer
una dosis suficiente de patriotismo, que no se encuentra al alcance de todos,
desgraciadamente.
Por eso en 1838 se quedó casi solo frente al invasor extranjero. No solo, pues el
pueblo, que no entiende de móviles mezquinos, lo acompañó fiel y firmemente.
Pero frente a él tomaron posiciones, junto con los bloqueadores, los antiguos
rivadavianos unitarios, los jóvenes liberales de la "Asociación de Mayo", para
quienes la lucha entre Francia y su patria era de "la civilización contra la
barbarie", y sobre todo, muchos estancieros de Buenos Aires que anteponían la
riqueza a la Patria. A ninguno importábale la integridad nacional, pero sí, y
mucho, que el oro y los cañones franceses desalojaran del Fuerte ese bárbaro que
se negaba a civilizar su patria, o que prefería la patria a los intereses de su clase.
Pero Rosas se mantuvo firme. Obligado a desenvolverse y a guerrear con un
presupuesto sin mayores recursos - por la no recaudación de la aduana suprimió
empleos, redujo sueldos, abolió subvenciones y expropió la renta que daban las
propiedades de los franceses y sus aliados. "Ese fue el terror de Rosas", recalcará
Carlos Pereyra (53). Y con oficiales y soldados sin paga logró resistir, acabando
por triunfar.
Ambos bloqueos - el francés de 1838-40 y el franco-inglés de 1845-47 -
produjeron, por la habilidad y política económica de Rosas un efecto contrario al
buscado. El bloqueo es un acto de beligerancia que tiende a debilitar una
situación política, provocando un fuerte malestar económico. Pero ni Rosas cayó
ni la economía fue perjudicada. Todo lo contrario: el peligro extranjero unió
estrechamente al pueblo argentino con su jefe, mientras el bloqueo -
imposibilitando el comercio exterior - favorecía indirectamente la política
iniciada en 1835 (54). Con gran desesperación de sus enemigos todas las
circunstancias se tornaban favorables al Restaurador. Florencio Varela lo
comprobaba con pesadumbre en sus escritos, mientras Herrera y Obes escribe
resignadamente el 22 de marzo de 1849: "Buenos Aires sigue en un pie de
prosperidad admirable. Es hoy el centro de todo el comercio del Río de la Plata,
favor que Rosas debe sólo a la intervención . . . Su país prospera, su poder se
afirma cada día más" (55). Andrés Lamas también contempla asombrado cómo
"pese al bloqueo, o tal vez a causa de él, los recursos de Rosas se hacen
inmensos" (56).
Ingleses y franceses acabaron por aceptar, con más resignación que
complacencia, el hecho Rosas, con gran indignación de Sarmiento a nombre de
los intereses extranjeros. ¿Cómo era posible esa transigencia por parte de
Inglaterra, "tan solícita en formarse mercados para sus manufacturas . . . ? ¿Habremos de creer que la Inglaterra desconoce hasta ese punto sus intereses en
América? ¿No quiere la Inglaterra consumidores, cualquiera que el gobierno de
un país sea?" (57), bramaba, con indignada pasión imperialista, en su Facundo.
POLÍTICA AGRARIA DE ROSAS: "LA TIERRA PARA QUIEN QUIERA
TRABAJARLA"
En 1836, Rosas resolvió desconocer la "hipoteca" a favor de los ingleses que
pesaba sobre la tierra pública. El 10 de mayo dispuso la venta - por ley - de 1.500
leguas. Casi todas ocupadas con enfiteutas; a quienes daba preferencia,
advirtiendo que después de 1838 - vencía el plazo de diez años de las
concesiones de enfiteusis - el cánon se aumentaría al doble. El precio de venta
era de $ 5.000 la legua al norte del Salado, $ 4.000 entre el Salado y las sierras de
Tandil, y $ 3.000 al sur de Tandil. Si los enfiteutas no compraban la tierra, ésta se
vendería en "suertes" de estancias de media legua por legua y media con
facilidades para el pago.
Solamente los pequeños enfiteutas (poseedores de una o dos "suertes" de
estancias) compraron la tierra, Los grandes, se hicieron los sordos. En 1838,
Rosas sacó en venta sus concesiones, pero la situación de los negocios agrarios,
debido al bloqueo francés y a la posibilidad de la caída de Rosas, alejó a los
compradores.
Por una nueva ley de 28 de mayo de 1838, Rosas dispuso la entrega de la tierra a
quienes la trabajaran en "suertes" que iban de seis leguas (a los jefes militares y
altos funcionarios) a un cuarto de legua. La propiedad se perfeccionaba con el
trabajo de la tierra concedida. Era una ley de colonización, no de especulación.
Por eso los antirrosistas dicen que. "Rosas malbarató la tierra pública",
expresión", aceptable en un conservador como Lucio V. López, pero inexplicable
en antirrosistas de izquierda que copian la crítica de López sin advertir que
"malbaratar" la tierra era darla a quien la trabajaba.
La Casa de Moneda facilitaba la colonización dando en préstamo la cantidad
necesaria con la sola garantía o fianza personal del Juez de Paz del partido.
NOTAS:
(1) E. ASTESANO, Rosas. Bases para una política nacional.
(2) Las siguientes palabras de las Memorias de FERRE explican cómo Buenos
Aires entendía que su interés estaba en la libertad de comercio: " ..y hablando
conmigo (Roxas y Patrón) sobre el particular (el proyecto de proteccionismo),
me dijo francamente, que estaba persuadido que si consentía en tal arreglo en
favor de las provincias, hasta los muchachos de Buenos Aires lo apedrearían por
las calles. Todo esto le creí al señor Rojas porque con esa misma opinión nacen y
se crían los hijos de Buenos Aires" (Pág. 54).
(3) Dos fueron las proposiciones de Ferré, según el Memorándum de Roxas y
Patrón: "Primera: el que Buenos Aires no perciba derechos por los efectos
extranjeros que se introducen a las provincias litorales del Paraná, y por
consiguiente a las del interior; Segunda: el que se prohíban o impongan altos
derechos a aquellos efectos extranjeros que se producen por la industria rural o
fabril del país" (FERRE, Memorias, Pág. 366). Ambas proposiciones se
contemplan en la ley de 1830.
(4) Ferré da la impresión en sus Memorias de que Roxas y Patrón no era un
librecambista muy convencido "El señor Rojas hizo la más fuerte oposición,
escudándose con las instrucciones que tenía de su gobierno, sin que por esto
dejase de confesar que tenían razón las provincias para hacer aquel reclamo (Pág.
64). Ello podría explicar no solamente la firma de Roxas y Patrón a la ley 1835,
sino también la gran similitud entre esta ley y las opiniones y proyectos de Ferré.
(5) Roxas y Patrón se refería a este último punto con las siguientes palabras:
"Además de que la prohibición puesta al principio contra el extranjero, bien
pronto habría de ser la señal de alarma para una guerra industrial entre las
mismas provincias. Santa Fe no admitiría las maderas, algodón y lienzo de
Corrientes que se introducen y fabrican en su territorio. Corrientes se negaría a
recibir los aguardientes de San Juan y Mendoza y los frutos del Paraguay.
Buenos Aires también, porque al sur, en los campos de sierra nuevamente
adquiridos, y en las costa patagónica, estarán sus bodegas con el tiempo.
Asimismo los granos de Entre Ríos, que se producen abundantemente en todo su
territorio". (Memorándum de Roxas y Patrón en Memorias de FERRE, Pág. 369).
Ferré contesta así: "Por mi parte no temo la guerra industrial que se cree debe
seguir al establecimiento del sistema restrictivo. No estando más adelantada la
industria en Corrientes que en Santa Fe, no ganarán nada los correntinos en traer
a Santa Fe lienzos, algodones y maderas, de las que Santa Fe produzca, ni las
traerán. No habría por tanto necesidad de prohibición. Los aguardientes de San
Juan y Mendoza no harán cuenta en Corrientes y buscarán otro mercado. Si
Buenos Aires llega a tener sus bodegas en las tierras adquiridas (que no verá este
ramo más de industria en su territorio mientras siga su sistema presente), Cuyo
no le enviará sus vinos, y todo estará en el orden natural". (Memorias, Pág. 374).
(6) A. SALDIAS, Historia de la Confederación Argentina, t. II, Pág. 126, entre
otras.
(7) Pocas veces pueden encontrarse personalidades tan opuestas como la de
Rosas y la de Ferré, pero pocas veces también tan notables coincidencias. Ambos
iniciadores del Pacto Federal divergen tanto en rasgos físicos como en
condiciones de carácter. Aquél tenía en la sangre la paciencia y el respeto a la
jerarquía de los castellanos; éste, nacido en hogar catalán, la independencia y el
amor propio de los suyos. Pero son distintos, sobre todo, sus tipos políticos: el
estanciero de Buenos Aires es un caudillo nato que sabe identificarse con la
multitud y expresar sus deseos e ideales; el carpintero de ribera correntino no
tiene ni podrá tener jamás partidarios entusiastas; es solamente el primero, por su
capacidad y honestidad, en la pequeña oligarquía provinciana. Pero los asemeja algo más importante que el carácter y las condiciones políticas:
el amor a la tierra. Por ese sentimiento, Rosas, que era partidario de la libertad de
comercio en 1831, se ha de convertir en 1835 al proteccionismo de Ferré. Y éste,
sostenedor en los años del Pacto de la inmediata organización constitucional y de
la libre navegación de los ríos, ha de darle la razón a Rosas en el ocaso de su
vida, negándose en el Congreso del 63 a votar la Constitución; y acabará siendo
expulsado del mismo por no querer discutir los tratados extranjeros en los cuales
se renunciaba a la soberanía Argentina de los ríos.
(8) SIR W. PARISH, Buenos Aires and the Provinces of the Rio de la Plata, Pág.
352 (ed. inglesa).
(9) W. PARISH, ob. cit., Pág. 368.
(10) W. PARISH, ob. cit., Pág. 353.
(11) J. p. y G. P. ROBERTSON, La Argentina en los primeros años de la
revolución, Pág. 252 (traduc. española).
(12) W. PARISH, ob. cit., Pág. 367.
(13) W. PARISH, ob. cit., Pág. 330.
(14) J, ALVAREZ, Estudio sobre las guerras civiles argentinas, Pág. 115.
(15) VICENTE FIDEL LOPEZ, en la Cámara de Diputados de la Nación, el 27
de junio de 1873 (Diario de Sesiones, Pág. 261):
"Si tomamos en consideración la historia de nuestra producción interior y
nacional, veremos que desde la revolución de 1810, que empezó a abrir nuestros
mercados al librecambio extranjero, comenzamos a perder todas aquellas
materias que nosotros mismos producíamos elaboradas, y que en nuestras
provincias del interior que tantas producciones de esas tenían la riqueza y la
población comenzó a desaparecer, a término que provincias que antes eran ricas
y que podían llamarse emporios de industrias incipientes, y cuyas producciones
se desparramaban en todas partes del territorio, hoy están completamente
aniquiladas y van progresivamente en el camino de la ruina, perdiendo hasta su
entidad social, y por supuesto su valor político y su valor comercial y
económico".
(16) P. DE ANGELIS, Memoria sobre la Hacienda Pública, Pág. 191
(17) J. B. ALBERDI, La República Argentina 37 años después de su Revolución
de Mayo, Pág. 5.
(18) Ver la ley en el apéndice.
(19) Mensaje abriendo las sesiones de la II. Legislatura (diciembre 31 de 1835).
(20) Esta disposición también regía en las leyes de aduana.
(21) Callar o tergiversar - más tergiversar que callar - ha sido la actitud corriente
de los antirrosistas sistemáticos. La ley trascendental del 18 de diciembre de
1835 fue olvidada, o tergiversada, por nuestros historiadores.
La sola excepción que conocemos es la de JUAN ALVAREZ, quien en un
documentado Estudio sobre las guerras civiles argentinas menciona la ley y glosa
el Mensaje del 31 de diciembre en la parte que se refiere a la misma: "Rosas
comprendió" - dice Alvarez - que no era posible limitar a los estancieros la
protección oficial, y en su Mensaje de 1835 hizo público que la nueva Ley de
Aduana tenía por objeto amparar la agricultura y la industria fabril, porque la
clase media del país, por falta de capitales, no podía dedicarse a la ganadería, en
tanto que la baratura de los productos extranjeros cerraba otros caminos.
Coincidían con esta política los aplausos de las provincias del interior cuyos
gobiernos volvieron a confiar al de Buenos Aires la dirección de la guerra y las
relaciones exteriores de Confederación" (Pág. 132).
(22) La primera máquina de vapor - la del Molino San Francisco - se estableció
en 1846 (R. J. GUTIERREZ, La introducción de la máquina a vapor en Buenos
Aires). Por un error, correcta- mente salvado por el Ing. Gutiérrez en esta
publicación, Carlos E. Pellegrini da como fecha inicial el año siguiente. ("Rev.
del Plata", marzo 1861, Pág. 100).
(23) MARTIN DE MOUSSY, Description de la Confédération Argentine, t. II,
Pág. 519.
(24) En tiempos de Rosas fueron introducidos los primeros vacunos Shorthorn,
comenzó el alambrado de los campos y se extendieron - por la conquista del
desierto - las explotaciones ganaderas.
(25) M. BALCARCE, Buenos-Ayres: Sa situation présente. Ses progrès
commerciaux et industriels (París, 1857). Este autor cita, como fuente de las
cifras estadísticas que expone, un trabajo de M. Chaubert en la "Revue
Contemporaine", sin indicar la fecha.
(26) Censo de la ciudad de Buenos Aires, en 1853. La mitad, más o menos, de
los industriales de Buenos Aires eran extranjeros. Ello debíase a la ignorancia en
que hallábanse los hijos del país, de artes que hasta entonces no se habían
explotado. Pero los aprendices criollos de maestros extranjeros iban poco a poco
ocupando los talleres de éstos, cuando la legislación posterior a Caseros terminó
con el industrialismo argentino.
(27) JUSTO MAESO, traductor y comentarista de la obra de SIR WOODBINE
PARISH, en 1853. La cita se encuentra en la 1º traducción española de la obra de
PARISH, t. II, Pág. 100.
VICENTE FIDEL LOPEZ, en Diario de Sesiones de la Cámara de Diputados,
1873, Págs. 261 y ss., decía a este propósito: "Residía yo, en 1840, en Córdoba.
Y lleno de gusto al ver los tejidos de lana que allí se hacían, me he vestido
perfectamente bien y hasta con elegancia con las telas que mandaba hacer a mi
gusto a las gentes del pueblito. Estoy informado que hoy, ya no se puede hacer
esto".
(28) Afirmación del Ministro de Hacienda de Buenos Aires, Juan Bautista Peña,
en el debate sobre Ley de Aduana (2 de noviembre de 1853).
(29) Citado por EMILIO J. SCHLEH, La industria azucarera en su primer
centenario (Buenos Aires, 1921), Pág. 64.
(30) D.F.SARMIENTO, Facundo, Pág. 142. Sobre esta afirmación de Sarmiento,
que todavía se repite como si su imaginaria biografía fuera la cartilla de la
historia Argentina, dice SCHLEH en su obra citada anteriormente: "Según
Sarmiento, Facundo echó sus caballadas en los cañaverales, y desmontó gran
parte de los nacientes ingenios, afirmación que constituye un error indudable,
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pues en Tucumán es tradicional que Quiroga no sólo hizo respetar los trapiches o
ingenios del doctor Colombres, sino que hizo resguardar con sus propias fuerzas
los cañaverales existentes para evitar que fueran destruidos" (Pág. 59).
(31) J. MAESO, en W. PARISH, ob. cit., t. II, Pág. 204.
(32) W. PARISH, ob. cit., t. II, Pág. 205.
(33) W. PARISH, ob. cit., t. II, Pág. 160 (trad. española). Como PARISH escribe
su libro en 1829, la afirmación se refiere a las pocas manufacturas que - según el
propio PARISH - había por entonces. Maeso, comentando a PARISH. en 1853,
menciona los vinos y aguardientes catamarqueños, que califica "muy buenos"
(ob. cit., t. II, Pág. 166).
(34) MAESO, ob. cit., t. II, Pág. 249.
(35) M:DE MOUSSY, ob. cit., II, Pág. 480.
(36) Thorndike había introducido en 1829, 874 plantas de morera. En 1845 -
según cuenta MAESO - existían en Mendoza dos millones de plantas, y había
comenzado, en pequeña escala, a industrializarse la seda. Pero una epidemia
extinguió totalmente los gusanos del año 1850. Sarmiento, que describe en su
Facundo esta industria, hace en su edición de 1851, culpable a la tiranía del
exterminio de los gusanos.
(37) LINA BECK-BERNARD, Cinco años en la Confederación Argentina, Pág.
264 (trad. de J. L. Busaniche). Agrega esta escritora que "en Santa Fe se
construyen las mejores embarcaciones y goletas de la Confederación y sus
constructores de barcos pasan por ser los más hábiles del litoral. Una de las
actividades comerciales de la ciudad consiste en la venta de curvas y tablones de
madera para las mismas construcciones, de cuyos materiales hacen provisión en
los bosques cercanos", Pág. 269.
(38) M. DE MOUSSY, ob. cit., t. II, Pág. 625.
(39) Esta ley se encuentra transcripta en la recopilación Rasgos biográficos del
General Rosas, publicada por la Legislatura de Buenos Aires. El considerando 6º,
con su mención de los gobiernos que administraban el país de espaldas a la
realidad, recuerda la anécdota que el Archivo Americano (1a serie, t. I; Pág. 43),
atribuye a Rivadavia: "Un ministro le aconsejaba fuera a dar un paseo por los
arrabales y se fijara en la gente de campo que venía a abastecernos. - Y para qué?
- le contestó -. Para que usted tenga un mejor punto de arranque en sus planes de
reformas económicas".
(40) Citada en la misma recopilación.. Es curioso que esta ley fuera firmada por
Salustiano Zavalía como presidente de la Sala Legislativa. Con Zavalía ya hemos
mencionado a tres de los futuros constituyentes de Santa Fe - los otros son Pedro
Ferré y Manuel Leiva -, ninguno de los cuales encontró ocasión de defender en el
Congreso Constituyente el sistema protector hacia el cual habían manifestado
devoción anteriormente. (Ver J. M. Rosa .Nos los representantes del pueblo).
(41) En la recopilación citada.
(42) B. ALBERDI La República Argentina 37 años después de su Revolución de
Mayo, Pág. 8.
(43) D. F. SARMIENTO, Las ciento y una, Ob. Compl., t. XV, Pág. 162.
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(44) D. F. SARMIENTO, Facundo, Pág. 232.
(45) Carta de D.F. Sarmiento al general Paz, reproducida en facsímil por R.
FONT EZCURRA, La unidad Nacional, Pág. 64.
(46) M. BURGIN, Aspectos económicos del federalismo argentino, Pág. 310.
(47) Comparación de las importaciones entre 1825 y 1851 (cálculos de W.
PARISH, en la 2º ed. de su libro, 1852):
Procedencia 1825 1851
Inglaterra ......................... 4.000.000 4.500.000
Norte de Europa .................... 425.000 850.000
Francia ............................ 550.000 2.500.000
España y Mediterráneo .............. 575.000 600.000
Estados Unidos ..................... 900.000 1.000.000
Brasil, Habana y etc. .............. 1.375.000 1.100.000
Total .............................. 7.825.000 10.550.000
Principales rubros importados en 1851 (PARISH, t. II, Págs. 340 y siguientes ):
Inglaterra:
géneros de algodón, 34.994.004 yardas;
loza, 1.260.707 piezas;
géneros de hilo, 1.156.104 yardas,
etc.
Francia:
sederías, 4.221.873 francos;
géneros de lana, 3.300.752 francos;
géneros de algodón, 1.299.718 fr.;
vinos, 1.181.879 fr.
Norte de Europa:
Prusia:
géneros finos, especialidades en ferretería y quincallería.
Holanda:
quesos, manteca.
Westfalia:
jamones. (PARISH no indica cantidad ni valor).
Países del Báltico:
hierro, jarcias, lonas.
España:
vinos de Cataluña.
Estados Unidos:
géneros ordinarios, muebles y maderas, jabón, velas de esperma, conservas;
etc.
Brasil:
yerba mate, café, tabaco, comestibles.
Cuba:
azúcar, alcoholes. Comparación entre las importaciones y las exportaciones de Estados Unidos
(cifras de PARISH para los años 1849 y 1860, completadas por MAESO hasta el
53):
AÑO Importación Exportación
1849 ............................... 767.594 1.709.827 (pesos fuertes)
1850 ............................... 1.064.642 2.653.877 " "
1851................................ 1.000.181 2.790.599 " "
1852 ............................... 659.915 1.861.187 " "
1853 ............................... 497.853 1.672.932 " "
Lo cual señala un saldo favorable a nuestro país, que en algunos años llega a ser
considerable.
(48) Cuadro de las exportaciones en distintos años (cálculos de PARISH):
AÑO Frutos del Pais Metálico
1822 ............................... 3.641.186 358.814 (pesos fuertes)
1825 ............................... 3.980.079 1.151.921 " "
1829 ............................... 4.477.045 722.955 " "
1838 ............................... 4.959.210 677.828 " "
1849 ............................... 2.537.821 prohibida (libras esterlinas)
1851 ............................... 2.126.705 prohibida " "
Es de hacer notar que el cálculo para los años 1849 y 1851 se encuentra en libras
esterlinas, cuya cotización era de cinco pesos fuertes la libra.
Precio, por unidad, de los principales artículos exportados por la Argentina
(PARISH):
ARTICULO 1822 1829 1835 1850
1 Cuero vacuno ............. $ 4.00 4.00 4.00 2.50
1 quintal carnes salada .. $ 4.00 2.00 2.50 2.00
1 millar de astas .......... $ 70.00 60.00 60.00 27.50
Comparación entre las exportaciones de los principales productos argentinos al
iniciarse y al concluir el gobierno de Rosas (cifras de PARISH y adiciones de
MAESO):
Cueros: Cantidad exp.en 1837 800.000 piezas
" " " " 1851 2.400.000 "
Sebo: Valor " " 1837 159.000 pesos fuertes
" " " " 1851 1.000.000 " "
Lana: Cantidad " " 1837 4.000.000 de libras
" " " " 1851 16.000.000 " "
(49) Mensaje de 10 de enero de 1836 a la H, Legislatura.
(50) En 1850 salieron de Mendoza para Chile (PARISH):
Frutas secas .................... 629 cajas Jabones ......................... 1.546 "
Charque ......................... 106 "
Sebo ............................ 264 "
Cueros .......................... 50 "
Cobre ........................... 303 "
Vacas ........................... 2.336 animales
Caballos ........................ 1.297 "
Mulas y burros .................. 362 "
(51) Potosí solamente compró a las provincias argentinas del norte, en 1846, por
valor de 246.000 pesos fuertes, distribuidos así:
5.000 mulas ............................... a $ 20 $ 100.000
800 caballos ............................ a $ 16 $ 12.000
4.600 borricos ............................ a $ 16 $ 27.600
3.000 vacas ............................... a $ 10 $ 30.000
Lomillos, recados, riendas, estribos por $ 28.000
Jabón, Tabaco, etc, por .............................. $ 48.400
Total ................................................ $ 246.000
MAESO (t. II, Pág. 206), autor de esta planilla, calcula en 500.000 pesos fuertes
el valor de los productos argentinos consumidos en los departamentos del norte
de Bolivia.
(52) Rosas liquidó todos sus negocios en la sociedad "Rosas y Terrero" al asumir
en 1829 el gobierno. No era por lo tanto saladerista en 1835. Pero dependía de la
exportación de productos pecuarios en su calidad de propietario de estancias.
(53) CARLOS PEREYRA, Rosas y Thíers, Pág. 97.
(54) "Las operaciones de las escuadras aliadas no perjudican de ninguna manera
a Rosas, y solamente parecen dirigidas contra los comerciantes británicos", decía
el Mornining Chronicle de Londres, el 2 de diciembre de 1845 (trascrito por el
Archivo Americano). A propósito del bloqueo y de la consiguiente
industrialización del país, JOSE INGENIEROS - quien tampoco puede ser
sospechado de rosismo -, escribió los siguientes párrafos: "Le cerraron (a Rosas)
el camino del mar; él acepta la enclaustración e intenta milagros para que la
provincia se baste a sí misma.
"Como no puede exportar frutos del país, mejora la situación de los
consumidores locales. Mucha gente de estancias y mataderos se consagra a las
pequeñas artes e industrias urbanas para proveer a las necesidades internas". (La
Restauración, página 313). Este autor no menciona la ley de aduana de 1835
como causa del desarrollo industrial.
En Rosas y la defensa contra el imperialismo, hago un estudio detenido de la
diplomacia usada por Rosas para vencer a Inglaterra y Francia.
(55) M. HERRERA Y OBES, Correspondencia del sitio de Montevideo, Carta a
John Le Long, t. II, Pág. 55.
(56) M. HERRERA Y OBES, ob. cit. Carta de Andrés Lamas.
L
(57) D. F. SARMIENTO, Facundo, Pág. 224.
Fuente: La Baldrich - Espacio de Pensamiento Nacional Biblioteca Digital www.labaldrich.com.ar