Guerra del Pacifico. Después de la Batalla de Arica

Paz Soldán, Mariano Felipe. 1884. Narración histórica de la guerra de Chile contra el Perú y Bolivia. Buenos Aires: Imprenta y Librería de Mayo, pp. 494-503.

《La consigna del ejército chileno en este combate [de Arica] fue Hoy no hay prisioneros y se cumplió con un salvajismo no repetido en América después de la conquista.

Concluido el combate y consumado el degüello de los prisioneros, los vencedores descendieron del morro y unidos con el resto del ejército [chileno], que ya se encontraba en la población, emprendieron la obra de devastación; empezaron por las bodegas y tiendas de licores y víveres y embriagados con el alcohol mezclado con la sangre, continuaron el saqueo de casas, en donde no se respetó el pudor ni de las ancianas [...] cuanto hombre encontraban, fuera o no soldado, caía bajo el filo del alevoso corvo.

No se respetó ni los consulados de Inglaterra y Estados Unidos; los refugiados en estas casas fueron sacados en número de setenta, y conducidos a la plaza, en donde se les fusiló impunemente.

¡Qué episodios los que tuvieron lugar! Algunas de las víctimas trataban de huir y daban vueltas por la plaza, encontrando siempre segura muerte; otras subían las gradas de la iglesia, que ofrecían un aspecto conmovedor; multitud de cadáveres yacían en la gradería, la sangre corría a torrentes: muchos paisanos lograban llegar a la puerta de la iglesia, en donde caían muertos por la traidora bala de los araucanos.

Dos individuos pudieron introducirse en el pozo que hay en medio de la plaza, y vistos por los chilenos fueron muertos a pedradas. Concluida esta escena se pegó fuego a la casa de la señora MacLean. Después de incendiada ésta se continuó con otra de la esquina opuesta, propiedad de los comerciantes españoles Goyeneche.
El último cartucho. Óleo del pintor peruano Juan Lepiani  (1894)

Raros fueron los prisioneros tomados el día siete [de junio] en Arica; los que aparecieron como tales cayeron los dos días siguientes en los alrededores de la población.

El coronel Pedro Lagos que mandó en jefe el ataque, se distinguió, después del combate, por su ferocidad; ordenó o presenció la mayor parte de los asesinatos, logrando así que su nombre merezca eterno recuerdo. Desde ese infausto día, el nombre de Pedro Lagos infunde espanto en todo el Perú. Dejemos que descanse el corazón conmovido, y que otros se ocupen en detallar tantos y tan cruentos actos de barbarie.》