Entrevista al historiador Francesc Martínez Gallego sobre la figura y obra de Eric Hobsbawm

Por Enric Llopis
para Rebelion (España)
26 de octubre de 2012

El historiador Francesc Martínez Gallego imparte clases de Historia de la Comunicación en la Facultad de Filología, Traducción y Comunicación de la Universitat de València. Se declara un “admirador” y “alumno a distancia” de Eric Hobsbawm, a quien conoció personalmente a finales de los 90, en un curso sobre el recientemente fallecido historiador británico organizado por la revista “Historia Social”.
Autor o colaborador en más de una veintena de libros de historia, Martínez Gallego participó en un monográfico sobre Hobsbawm de la citada revista, con un artículo que analizaba su síntesis de la Historia Universal Contemporánea en cuatro volúmenes: “La era de la revolución (1789-1848); “La era del capital (1848-1875)”; “La era del Imperio (1875-1914)” y “La era de los extremos: el corto siglo XX (1914-1991). Por sus contribuciones a la historia total y desde abajo , la apertura a los aportes de las diferentes ciencias sociales o las investigaciones a cerca de la clase obrera en su conjunto, Martínez Gallego considera a Hobsbawm “un gran renovador de la historia social y de la historiografía marxista”.


¿Opinas que con la muerte de Hobsbawm desaparece uno de los últimos grandes paladines de la razón crítica, en contraposición a la postmodernidad?

Te diría, de entrada, que Hobsbawm tiene un libro, más bien una joya , absolutamente vigente hoy: “Política para una izquierda racional” (Ed. Crítica). El título es ya, por sí sólo, una declaración de principios. Hobsbawm se mostró, a lo largo de toda su obra, como un gran partidario de la razón crítica, de la ilustración y de la modernidad –tronco común que comparten, por lo demás, el marxismo y el liberalismo democrático-, al tiempo que fue muy crítico con las visiones postmodernas y postestructuralistas. Compartía, de todos modos, algunas de las críticas que pudieran formularse a la modernidad. Pero recordaba que avances muy notables en el mundo del conocimiento, la neurociencia o la genética -herederos de la razón, la ciencia y la modernidad- no pueden rechazarse en nombre de planteamientos postmodernos.

¿En qué términos se plantea esta crítica a la filosofía de la postmodernidad?

Desde la década de los 80 del siglo XX, y singularmente de los 90, la izquierda comienza a retroceder en todo el mundo, pero sobre todo en Europa. Por descontado, esto tiene mucho que ver con la caída del socialismo realmente existente . Los intelectuales que se habían dedicado hasta ese momento a pensar en alternativas al capitalismo, dejan de creer en estas alternativas y se integran poco a poco en el sistema. La vía de integración es la postmodernidad. Empiezan por una condena de los grandes relatos , por ejemplo, del marxismo. A estos intelectuales ya no les sirven las explicaciones globales del pasado ni del presente. Piensan, por el contrario, que todo es relativo y sobre todo que todo depende del lenguaje. En otros términos: el lenguaje no sólo deja de tener una referencia en la realidad sino que, además, construye realidades. Foucault y Derrida son dos de los máximos exponentes de esta manera de filosofar. Pues bien, es posible que el sueño de la razón moderna haya podido construir monstruos, como el estalinismo; pero no por ello deja de ser monstruosa la postmodernidad.

¿Qué parte destacarías de la vasta obra de Eric Hobsbawm?

En primer lugar, los cuatro volúmenes en los que sintetiza la Historia Contemporánea desde 1789 hasta hoy: “Las revoluciones burguesas”; “La era del capitalismo”; “La era del imperio” y “La era de los extremos: el corto siglo XX”. Demuestra en esta parte de su obra una portentosa capacidad de síntesis. Además, destaca su dedicación a la historia de la clase trabajadora, campo en el que tiene aportaciones muy originales que ayudaron a cambiar la perspectiva de la Historia Social. De hecho, desde Hobsbawm la historia social se hace desde abajo . No sólo estudia e investiga, como se hacía anteriormente, al conjunto de trabajadores afiliados a sindicatos o partidos obreros. Hobsbawm amplía el campo de mira al conjunto de la clase trabajadora, también a la marginada. “Trabajadores. Estudios de Historia de la Clase Obrera”; “El mundo del trabajo”; “Rebeldes primitivos” o “Bandidos” adoptan esta perspectiva.

¿Y en cuanto a la metodología?

Hay una cuestión decisiva. Hobsbawm mira y analiza la política desde el punto de vista de la Historia Social, no como un fenómeno aislado. En el campo de la reflexión historiográfica, Hobsbawm apostó además por una relectura de la obra de Marx y por repensarla, con el objetivo concreto de desacralizarla y dejar de considerarla un catecismo . Este principio lo llevó a la parte de su obra dedicada a la renovación de la Historia Social. Destacaría, además, si me permites, su magnífica obra autobiográfica “Años interesantes: una vida en el siglo XX”, en la que aproxima y atrapa al lector con sus vivencias personales en lenguaje claro y estilo directo.

¿Consideras, por tanto, que en la obra de Hobsbawm hay una apuesta clara por la historiografía marxista?

Sí, pero como te decía, por un marxismo no catequístico . Lo sustantivo de Marx en la obra de Hobsbawm son el pensamiento dialéctico y el materialista. Pero, cuidado, sin que se confunda “materialismo” con “economía”. Hay que entender el “materialismo” como un conjunto de relaciones sociales, que incluyen desde el trabajo en la fábrica hasta las manifestaciones espirituales o las emociones. Es por ello, por ejemplo, por lo que Hobsbawm estudió por qué parte de la clase trabajadora se afiliaba a sectas religiosas, como los cuáqueros. Quiero decir que nunca aisló objetos de estudio, como política, economía, sociedad, cultura o religión. No los consideraba en modo alguno como esferas autónomas. Se trataba, muy al contrario, de buscar la relación entre todos estos ámbitos.

Es la noción de historia total, acuñada por Pierre Vilar

En efecto. Hobsbawm siempre hacía historia total. Nada en la realidad sucede por una sola causa, sino por un conjunto de acciones que interactúan. Esta idea le llevaba a Hobsbawm a rechazar de lleno el determinismo económico, pero no así la mutua determinación de los hechos, es decir, la dialéctica. Te comentaba que el pensamiento dialéctico está muy presente en su obra. Por ejemplo, al trasladar la mirada de la economía a la política y, en una relación dialéctica, volver de la política a la economía. De hecho, según Marx, “la historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases”. Dialéctica y contradicción en estado puro. También puede apreciarse esta idea de historia total en el estudio de la clase obrera. Se pregunta en sus investigaciones por qué hay obreros que votan a la derecha, se afilian a sectas religiosas o buscan soluciones individuales en la rebeldía y el bandolerismo; pero también como se socializan en las tabernas o la incorporación de las mujeres al mundo del trabajo.

¿Consideras a Eric Hobsbawm un renovador el marxismo en el campo de la Historia?

El mayor renovador del marxismo del siglo XX, por encima de E.P. Thompson, sobre todo porque éste dedicó parte de su vida al activismo político. Por el contrario, Hobsbawm se dedica a una ininterrumpida labor de renovación del marxismo desde la historiografía. Ahora bien, si en “Miseria de la teoría” Thompson arremete con fuerza contra el estructuralismo francés, singularmente contra Althusser, Hobsbawm no era tan partidario de entrar en estos debates. Tampoco contra los filósofos postmodernos. Decía que él escribía libros de historia, mientras que Foucault y Derrida, no. Respecto al estructuralismo, Hobsbawm subrayaba que la historia la hacen los hombres y las mujeres, no las estructuras. Pero también reconocía que entre individuos y estructuras existe una relación dialéctica. Por lo demás, fue un gran lector de Marx y de Gramsci; incorpora, de hecho, las aportaciones de Gramsci al marxismo. La historia total y desde abajo , el diálogo interdisciplinar: son todos ellos sustantivos elementos de renovación.

Otra cuestión es la transversalidad , el diálogo entre la historia y el resto de las ciencias sociales, en la que también destacan Hobsbawm y los historiadores británicos

En Francia, tras la Segunda Guerra Mundial, la Escuela de Anales aboga por una historia con influencias de la Sociología y la Economía, primero, y, a partir de los años 60 del siglo XX, por la Antropología. La Escuela de Annales derivó, al contrario que la historiografía británica, hacia una historia de corte cultural, en la que la cultura quedará como una instancia aislada de las otras esferas (económica, social o política). La escuela marxista británica liderará la historia social, en buena parte gracias al prestigio de Hobsbawm (también de otros, como Thompson o Rodney Hilton). Realmente consiguen salvar la historia social, y eso a pesar de ser historiadores marxistas, algo que no está precisamente muy bien visto en la academia. Pero es que nadie podía negarles su prestigio obtenido como grandes investigadores (siguiendo la mejor tradición empirista de Bacon), con horas y horas de archivo, hemeroteca y trabajo con fuentes primarias.

Y dentro de la escuela historiográfica marxista, la revista “Past and Present”

El grupo de historiadores marxistas británicos crean, a principios de la década de los 50, una revista, “Past and Present”, en la que participan Hobasbawm, Thompson, Hill, Rudé o Hilton, entre otros muchos. No sólo participan contemporaneístas, sino también medievalistas, prehistoriadores o modernistas. Demuestran, por lo demás, que no son sectarios. Su marxismo procede de los frentes populares de la década de los 30 y del partisanismo . En “Past and Present” se da la bienvenida a todos los planteamientos críticos y renovadores. Pienso, por ejemplo, en historiadores liberales no marxistas, pero que entienden la historia como historia social. Y, en cuanto a la transversalidad , también están abiertos a antropólogos, demógrafos, sociólogos o economistas, con los que entran a dialogar.

¿Cómo conjugó Hobsbawm su labor historiográfica con su militancia política?

Hobsbawm militó en el Partido Comunista hasta el final, en contraposición a lo que hizo gran parte del grupo de historiadores marxistas británicos. En ello mostró una gran coherencia intelectual. El historiador había luchado contra el fascismo durante la Segunda Guerra Mundial en el servicio secreto británico. Tuvo una gran capacidad, asimismo, para distanciarse de los cánones oficiales, del marxismo soviético y de los estructuralismos. Señalaba que los comunistas europeos que él había conocido dieron la vida por el antifascismo y la libertad de Europa. Y agregaba que ese era su camino. Por lo demás, hay una, a mi juicio, gran frase de Hobsbawm que modestamente hago mía: “si alguien te pregunta si está superado el marxismo, dile que sí, pero por los marxistas”. Hizo compatible su militancia en el Partido Comunista con el hecho de pedir el voto para el laborismo en diferentes elecciones. Y esto lo hacía porque consideraba que, mientras el objetivo de la revolución permaneciera lejano, había que centrar los esfuerzos en la defensa del Estado del Bienestar. Precisamente era esta una de sus grandes obsesiones: la mejora de la calidad de vida de la clase trabajadora.

¿Le considerarías un historiador militante?

Sí, y lo demuestra en el intento de hacer llegar su interpretación materialista y dialéctica de la historia al lector medio. Pienso que sus cuatro libros de síntesis de la Historia Contemporánea son una forma de militancia y, a mi juicio, muy radical. Hobsbawm hizo un gran esfuerzo en el lenguaje para hacerse comprensible por el gran público. Por cierto, en materia de estilo, es el historiador que mejor ha escrito del siglo XX. Y he decirte que hacer lo contrario es pecar de elitismo, algo en lo que incurre demasiadas veces la izquierda. Pienso, en resumen, que todo esto supone un gran esfuerzo de militancia.

No se le puede considerar, por tanto, un historiador neutral

Hobsbawm nunca se escondió ni tampoco fue neutral. Siempre que escribía un libro contaba e incluía en el texto lo que pensaba, dónde militaba, es decir, se metía en sus trabajos. Así conseguía algo muy importante: que el lector se distanciara críticamente de sus libros y no se sintiera engañado. Desde el prólogo te mostraba sus presupuestos de partida. Es decir, ser militante y no neutral, en el caso de Hobsbawm, no podía confundirse con pretender llevarse al huerto al lector. Al contrario, quería que el lector aprendiera a razonar de manera crítica. Su obra hay que entenderla, en ese sentido, como una apuesta por el pensamiento crítico. Y por eso Hobsbawm es, también, un hijo de la modernidad.

También trabajó en la cuestión de los nacionalismos. ¿Lo consideras un especialista en este campo?

Efectivamente lo era. Estudió la cuestión en profundidad. En “Las revoluciones burguesas” y “La era del Capitalismo” ya trataba los nacionalismos del periodo 1789-1848, fase álgida de la construcción de los estados-nación en Europa, aunque no sólo en el viejo continente. Lo que ocurre es que Hobsbawm siempre arriesga en las interpretaciones. En ese sentido no era un positivista. Nos dice que hasta finales del siglo XIX, en los estados-nación, la política se organiza en torno a los ejes izquierda (clase obrera, primeros sindicatos y radicalismo democrático pequeño burgués) y derecha (burguesía conservadora). Pero este segundo eje percibe que va perdiendo terreno frente a la izquierda. A finales del XIX surge un nuevo nacionalismo –y los sucesos de la Comuna de París explican en buena medida el fenómeno- de carácter horizontal o transversal, en lo que lo esencial es el sentido de pertenencia (de “lealtades sectoriales”). Surge este nacionalismo, en opinión de Hobsbawm, para frenar al socialismo y al movimiento obrero en sus aspiraciones de revolución social. Así, muchos obreros se sentirán antes de su nación que de su clase.

Por último, ¿Por qué un joven historiador piensas que debería leer a Hobsbawm? Y, en tu condición de profesor de periodismo, ¿deberían leerlo también los que quieran dedicarse a este oficio?

En primer lugar, creo que las profesiones de historiador y periodista son en gran medida concomitantes. El periodista viene a ser como un historiador del presente, mientras que historiar puede asimilarse a un periodismo retrospectivo. Pero en ambos casos han de saber hacer bien su trabajo, es decir, no sólo responder a las preguntas de “cuándo”, “cómo” y “dónde” sino, sobre todo, el porqué de los hechos. No sólo contar algo, sino explicarlo e interpretarlo. Si así lo hacen, serán discípulos de Hobsbawm aunque no lo sepan. Y esto es así por una razón: el porqué es la cuestión clave de la ilustración, de la modernidad y de la ciencia.