Defensa y pérdida de nuestra soberanía económica (Capitulo V)
Por José María Rosa
LA ORGANIZACIÓN
"Y dejo rodar la bola
que algún día se ha 'e parar;
tiene el gaucho que aguantar
hasta que lo trague el hoyo
.
o hasta que venga algún criollo
en esta tierra a mandar".
LA ENTREGA
Cuando el 20 de febrero de 1852 - justamente el aniversario de Ituzaingó - los
batallones brasileños desfilaron por la calle de Perú con sus banderas
desplegadas, a nadie se le ocultaba que algo más importante que un hombre o un
partido acababa de caer.
Rosas había cumplido su programa: la unidad nacional era un hecho y la
independencia económica se había logrado; dejaba las bases para un completa
organización política Argentina y para el desarrollo de una poderosa riqueza
autóctona. Pero el liberalismo triunfante prefirió importar constituciones de
Norteamérica y vender económicamente el país al extranjero.
Poco después de Caseros comenzó la entrega. Las Misiones Orientales, la libre
navegación de los ríos y la independencia del Paraguay fueron la suculenta tajada
que sacó Brasil por su victoria (alevosa victoria del 3 de febrero). Y sobre todo la
caída de Rosas, que dio al Imperio hegemonía en la República Oriental y aún en
la nuestra. Pasamos a ser una colonia dejando de ser una nación. El mismo
desprecio a lo propio que llevara a los constituyentes del 26 a copiar leyes
unitarias francesas, hizo que los del 53 tradujeran a su turno el derecho federal
norteamericano: en lugar del constitucionalismo a lo Constant tuvimos el
constitucionalismo a lo Hamilton. Ello mientras se enajenaba conscientemente el
ser de la nación persiguiendo a la raza criolla, suprimiendo sus costumbres,
aniquilando su riqueza, rebajando, en fin, sistemática y oficiosamente, sus
condiciones intelectuales y morales.
Todo se hacía en nombre de la civilización o de la humanidad. Civilización - que
gramatical y lógicamente quiere decir "perteneciente a nuestra cives, a nuestra
ciudad" -, fue entendida en un sentido opuesto: como lo propio de extranjeros, y
barbarie -de bárbaros, extranjeros - vino a significar, a su vez, en el lenguaje liberal, "lo argentino" contrapuesto a "lo europeo". Los hombres que trastrocaban
el país comenzaban así por trocar la gramática. De la misma manera, en su
vocabulario fue tirano el más popular de los gobiernos habidos en el siglo
pasado, mientras llamaron democrático a sus oligarquías que gobernaron siempre
de espaldas al pueblo.
Terminaba el reinado de los hechos. Ahora comenzaría el régimen de las
fórmulas y la política de las frases (1). Se gobernó con palabras brillantes y con
períodos sonoros (constitución, progreso, libertad, gobernar es poblar, la victoria
no da derechos, América para la humanidad), sacrificando a ellas la realidad
espiritual, territorial y económica de la Argentina.
La enajenación económica fue paralela a la territorial y espiritual. En nombre de
la libertad de comercio se arrasó con la manufactura criolla, que tanto había
prosperado desde 1835. El libre cambio se tenia que imponer por dos motivos
esenciales: el espíritu liberal y el espíritu colonial.
La mayor parte de los vencedores eran, al menos por entonces, librecambistas.
Sarmiento, en el mismo libro que acusaba a Rosas de no haber hecho nada por la
industria, se manifestaba decidido partidario de la no industrialización del país:
"La grandeza del Estado - ha de decir - está en la pampa pastora, en las
producciones tropicales del norte y en el gran sistema de los ríos navegables cuya
aorta es el Plata. Por otra parte, los españoles (2) no somos ni industriales ni
navegantes, y la Europa nos proveerá por largos siglos de sus artefactos en
cambio de nuestras materias primas" (3). Y llevado por su entusiasmo describe
en este cuadro bucólico el por venir de la Argentina: "Los pueblos pastores
ocupados de propagar los merinos que producen millones y entretienen a toda
hora del día a millones de hombres, las provincias de San Juan y Mendoza
consagradas a la cría del gusano de seda" (4). A su turno, Mitre ha de decir: "El
estado más feliz posible para el desenvolvimiento de un pueblo sería aquel donde
no hubiese barreras aduaneras y en que todos los productos pudiesen entrar y
salir libremente" (5).
Albedi, en cambio, se manifiesta partidario de la industrialización, pero a su
manera. En su Sistema económico y rentístico dice que las leyes de Rosas,
protectoras de la pequeña industria, constituían una mala "herencia" del régimen
colonial español", y que el mejor medio para llenar el país de grandes industrias
consistía en "derogar con tino y sistema nuestro derecho colonial fabril... que
mientras esté en vigor conservará el señorío de los hechos" (6). En otras palabras,
proponía lisa y llanamente la apertura de la aduana para que la libre introducción
de mercaderías extranjeras barriera con las industrias criollas de telares
domésticos, que impedían el advenimiento de grandes manufacturas de capital,
de dirección técnica y hasta de mano de obra extranjeras. Lo curioso es que
Alberdi, como si viviera en Inglaterra, atribuye al librecambio la virtud de
facilitar el desenvolvimiento industrial, apoyándose para sus asertos en Adam
Smith. Lo cual era un liberalismo un tanto trasnochado para 1854 (7) y para un
país que no había llegado a la gran industria.
ABROGACION DEL PROTECCIONISMO
La nueva política económica empezó a los cuatro días del desfile triunfal de los
vencedores de Caseros. El 24 de febrero el gobernador delegado López decretaba
la "libre exportación de oro y plata" (8) que abrió las puertas de escape al metal
acumulado en 15 años. La onza de oro, que en diciembre de 1850 valía 225 pesos
papel, bien poco teniendo en cuenta las continuas emisiones de papel moneda
inconvertible que Rosas se encontró obligado a realizar (9), alcanzaría el año 53,
el siguiente de Caseros, a $ 311 3/8, para subir paulatinamente hasta $ 409 en
1862 (10). El oro se fue del país apenas encontró la puerta franca.
En 1853 las prohibiciones de la ley del 35 fueron reemplazadas por módicos
derechos del 10 y 15 %, rebajados del 24 al 20 % el aforo de azúcares, y de 35 al
25 % el de alcoholes.
Es curiosamente instructivo el debate a que dio lugar en la Legislatura de Buenos
Aires la nueva ley de Aduana. "La protección es un terreno falso", exclamará allí
Mitre ; "el talento, las aptitudes, la perfección, la baratura, en fin, la paz, el orden,
las franquicias comerciales son la mejor protección", dirá, haciéndole coro, el
diputado Montes de Oca; "llegaremos a exportar manufacturas dentro de mil
años", profetizará a su turno el diputado Billinghurst; mientras Vélez Sársfield,
retomando, quizá sin saberlo, uno de los argumentos que Roxas y Patrón
esgrimiera años atrás contra Ferré, argumentaría así en favor del liberalismo: "es
imposible proteger a los industriales, que son los pocos, sin dañar a los
ganaderos, que son los más". Al mismo tiempo, analizando la riqueza nacional,
afirmará rotundamente que la única existencia es la ganadera, pues la fabril no
exportaba sus productos, no había árboles en el país ni "merece protección el
trigo", pues no se podía ni soñar con exportarlo algún día (11).
La enorme mayoría librecambista aplastará la débil voz de los defensores del
proteccionismo. Estévez Seguí ha de rebatir con facilidad las afirmaciones
geográficas y económicas de Vélez, demostrando no solamente que el país
producía trigo para su consumo, sino también que lo exportaba; que los árboles
de Santa Fe, Tucumán y Corrientes daban leña; carbón y maderas para
construcciones en abundancia. Y reconociendo - sin nombrar al promotor - el
desarrollo industrial de la Argentina ha de decir: "Este país ha sido primero
pastor, y después agricultor y juntamente fabril. Será conveniente la colmada
aplicación de los principios, y no destruir enteramente lo uno por participar en lo
otro".
Alsina llama a la cordura a sus colegas: ¿no comprendían acaso que abastecerse
en el extranjero arruinaría la única riqueza de las provincias interiores?
"No estamos en un estado aislado (aludía a la momentánea segregación de
Buenos Aires) ni somos solamente pastores y agricultores. Tenemos mucho de
ambos ramos y también algo de fabril y a todo debe darse lo que conviene de
protección", decía contestando los argumento da Vélez. Y el ministro Peña,
solicitando que por lo menos se elevaran hasta el 25 % los derechos del 15 %
propuestos por la mayoría librecambista, diría: "Una sola factura de ropa hecha
en Buenos Aires da que ganar a 2000 costureras, y es bien claro que esto tiene
efectos morales e impide que se laxen las costumbres. Los artesanos ganan bien poco. Deben ampararse los intereses existentes porque de otro modo se
arruinarían los artesanos y no vendrían otros" (12).
Todo fue inútil: el proyecto quedó convertido en ley (13). Y la libre concurrencia
extranjera acabó por aniquilar la riqueza industrial que tanto se había
desarrollado en tiempos de Rosas. Los maestros talleres emigraron en gran
número. La "Revista del Plata" transcribe la carta que uno de ellos, instalado en
Copiapó, dirigía a su padre, incitándolo a seguirlo en la emigración: "En fin, si he
de serte franco - dice en uno de sus párrafos - ¿cuál es la protección, el estímulo
que dan las autoridades bonaerenses a la industria? ¿No se ha dicho en plena sala
legislativa que era pernicioso el protegerla? ¿Y que si los industriales no podían
acomodarse con ésta ninguna protección que se fuesen nomás, que no los
necesita Buenos Aires? ¡Oh, fatua elocuencia!. No, tata, estos hombres
retrógrados no quieren persuadirse que para conservar la libertad es preciso
fomentar el trabajo, y al que tiene un barreno, un formón en la mano, no
arrancárselo, De allí nacen los prodigios y las empresas gigantescas que honran a
este país, y ante los cuales esos pigmeos son a la verdad bien insignificantes,
porque saben más hablar que obrar" (14).
ANIQUILAMIENTO DE LAS INDUSTRIAS
En 1855, por nueva ley de Aduana (15), los aforos fueron disminuidos aún más.
Los modestos talleres nacionales cerraron sus puertas, emigrando - como hemos
visto - sus maestros y oficiales a tierras no tan propicias, como la Argentina postCaseros, la palabrería insustancial y el coloniaje real, Mientras los "pálidos
proscriptos de la tiranía" regresaban a sus lares dispuestos a convertir en realidad
las lecturas filosóficas penosamente digeridas en el exilio, otra emigración oscura
y silenciosa tomaba el camino del destierro: hombres que no peinaban ondulantes
melenas románticas ni cargaban libros franceses en sus bagajes, pero que tenían
el rostro quemado por el fuego de las fraguas y las manos encallecidas en el
trabajo rudo, ¡ Curioso trueque éste de artesanos laboriosos por políticos más o
menos trasnochados !.
Los talleres que no cerraron, languidecieron en una indigencia cada vez mayor.
Los tejedores de Catamarca y Salta quedaron reducidos a fabricar ponchos para
colocar entre los turistas como cosas típicas, como artículos de tiempos ya
muertos. "La industria del tejido - escribe Martín de Moussy en 1859 (16) -
disminuye día a día a consecuencia de la abundancia y baratura de los tejidos de
origen extranjero que inundan el país, y con los cuales la industria indígena,
operando a mano y con útiles simples, no pueden luchar de manera alguna".
Apenas si se hilaba en algunas partes para hacer pabilos de vela.
La disminución del 24 al 20 % sobre el aforo del azúcar y la disposición
constitucional prohibiendo las aduanas interiores habían producido el paradójico
efecto - recalcado por Moussy - de que el azúcar extranjero valiera menos que el
tucumano en el propio Tucumán. ¿Por qué, pese a ello, se salvó la industria? ¿Por
qué consiguió salvarse, igualmente, el vino de Cuyo cuando después del 52 todo,
todo se puso en contra de ambos? ¿Por qué para el azúcar y para el vino la
prosperidad comenzada en el 35 siguió en aumento? No fue el régimen aduanero precisamente, no fue tampoco el ferrocarril, que en vez de facilitar la salida de
los productos criollos, llevó al interior la invasión incontenible de los similares
extranjeros. Es necesario, pues, reconocer que el arraigo cobrado en los diecisiete
años de régimen protector había consolidado suficientemente los ingenios
tucumanos y las bodegas cuyanas. O admitir el consabido milagro de Dios que es
criollo.
Pero únicamente el azúcar, el vino y algunos productos agrarios resistieron la
marea desatada por la ley del 53. Los algodonales y arrozales del norte se
extinguieron casi por completo. En 1869, el primer censo nacional revelaba que
provincias enteras apenas si malvivían madurando aceitunas o cambalacheando
pelo de cabra. Los viejos telares criollos han ido cediendo poco a poco el campo
a las manufacturas extranjeras. Todavía ese año se mantienen 90.030 tejedores
(que sobre una población total de 1.769.000 habitantes da aproximadamente un 5
% ). Pero en 1895 - segundo censo nacional - ya no existen ni la mitad de esos
tejedores argentinos, no obstante el crecimiento de la población total (39. 380
para una población de 3.857.000: poco más del 1 %).
¡Qué se hundan las provincias, pero que se salven los principios!, parecían querer
los denodados defensores del librecambio en aquellos años en que se jugaba el
porvenir económico de la nación. Los hombres de Buenos Aires - y algunos del
interior - vivían, con raras excepciones, en la euforia de su liberalismo. Todo se
hacía en esos años para y por la libertad de comercio: invocándola, los
presidentes abrían Congresos; en su nombre concedíanse líneas ferroviarias; para
enseñarla se creaban cátedras de Economía Política; hasta la guerra se hacía para
extender sus beneficios a los vecinos. Parece un despropósito, pero uno de los
motivos de la guerra del Paraguay - según lo revela el propio general en jefe de
nuestro ejército - fue hacer conocer a los paraguayos la economía de Adam Smith
y de Cobden: "Cuando nuestros guerreros vuelvan de su larga y gloriosa
campaña a recibir la merecida ovación que el pueblo les consagre - decía Mitre
en 1869 - podrá el comercio ver inscriptas en sus banderas los grandes principios
que los apóstoles del librecambio han proclamado para mayor gloria y felicidad
de los hombres" (17). Lo que quiere decir, hablando en plata, que hicimos la
guerra a un país hermano para quitarle lo que ganaba una tejedora de ñanduty y
dárselo a los fabricantes ingleses de Liverpool y Manchestar, ¡Para esto sí que "la
victoria dio derechos" !.
Contra ese coro unísono que clamaba en nombre de la humanidad o la
civilización por una política económica de dependencia, habiase alzado desde
1853 la voz desentonante y sabia del ingeniero Carlos Enrique Pellegrini en una
inútil defensa de los talleres nacionales. Señalaba en su "Revista del Plata",
publicación que emprendiera para defender "los intereses materiales argentinos",
el absurdo a donde nos arrastraba la política superior a Caseros, de querer ser "un
pueblo preocupado de grandes teorías, haciendo esfuerzos gigantescos para
asemejarse políticamente a las naciones más cultas; pero que por abrazar, tal vez,
una vana sombra, deja caer en el olvido los verdaderos elementos de su
grandeza" (18). La prédica de Pellegrini cayó en el vacío, en la incomprensión y hasta en la burla.
Sus sólidos argumentos de hombre práctico se estrellaron vanamente contra el
palabrerío hueco de dos gobernantes. Era de ley que necesariamente ocurriera así
(19).
LA INUTILIDAD DEL CRIOLLO
El gobernar es poblar de Alberdi corrió paralelo al educar al soberano de
Sarmiento. Ambas síntesis complementáronse admirablemente: poblar fue
despoblar de criollos y repoblar de europeos: educar, ascender a virtudes las
modalidades foráneas y bajar a vicios las autóctonas. Poblando y educando se
trataba de construir una patria nueva sobre las ruinas de la Argentina criolla, tan
reacia al imperialismo anglosajón. La patria formal, sustituyó a las
"instituciones" políticas. Se sacrificaba el fondo por la forma, el espíritu por la
letra. La nueva patria, sin arraigo en el suelo ni vinculación en la historia -
entelequia fuera del tiempo y del espacio - tendría como fundamento la vaga
terminología del liberalismo elevada a categoría de razón de ser nacional:
humanidad, civilización, instituciones (20).
Lugar común de esa política negativa fue la leyenda de la inutilidad del criollo.
No era una novedad, pues venía de Rivadavia; y tal vez de más lejos: del
desprecio a lo español de los iluminados de Carlos III. Convencidos de que la
patria eran las formas, los iluminados nuestros encontraron que la única solución
para aclimatar las "instituciones" políticas entre quienes se mostraban tan
opuestos a ella era sencillamente, cambiar la población. Con honda fe patriótica -
en su concepto de "patria" - se dieron a devalorar lo propio para construir una
Argentina sin argentinos (21).
La inutilidad del criollo, pretexto confesado de su desplazamiento, es una de las
grandes mentiras de los hombres de la llamada "organización nacional". Y de las
más fecundas, pues su repetición constante produjo el esperado efecto
psicológico de rebajar moralmente al argentino. Con ello su reemplazo se hizo
sumamente fácil.
Es curioso. El desconcepto sólo fue pronunciado por labios argentinos.
Justamente los primeros en protestar contra esa mentira fueron los propios
extranjeros: Parish escribía en 1829 - poco después de la euforia rivadaviana -.
"Apercíbanse de una vez los hijos de aquellos países de la importancia de sus
propios recursos, dejando a un lado la persuasión en que están de que son
incapaces por sí propios de plantear su beneficio y utilización. Esta idea, por
desgracia, es para aquellos países una de las maldiciones o calamidades
deparadas por el antiguo sistema colonial de la España... Es esa estéril idea la que
los ha inducido a preferir la creación de compañías o sociedades en Europa como
el mejor método para dar nombradía y cultivo a sus fértiles tierras" (22).
Que el criollo como trabajador era incansable, sobrio y fuerte, ya lo había dicho
Hernandarias de los "mancebos de la tierra" en los años lejanos de la conquista.
Y lo repitieron todos, todos los viajeros que visitaron la Argentina: "El más
robusto de los trabajadores ingleses de la mina de Cornwall - contará Parish (23)
- que acompañaron al capitán Head en su visita a la mina de San Pedro Nolasco, apenas si podía caminar con una carga de metal que uno de los naturales había
sacado de la mina subiéndola sobre sus hombros, mientras que otros de la
comitiva que intentaron alzarla del suelo no pudieron verificarlo, clamando que
se les rompía el espinazo". Allan Campbell, en su "Informe sobre un ferrocarril
entre Córdoba y el río Paraná", dirá en 1854 del trabajador argentino, desplazado
como gaucho malo por la política de Caseros: "En cuanto he tenido ocasión de
observar, estos peones son moderados, humildes y fuertes. Es cierto que muchos
de éstos son adictos a la vida nómade, pero no cabe duda que con buena
dirección y buen trato pueden hacerse muy eficientes" (24). Y Martín de Moussy
describirá así a nuestros modestos artesanos: "No son muy inventivos, tal vez,
pero tienen gran destreza manual y sólo les falta la instrucción industrial para ser
obreros realmente hábiles. Nos hemos asombrado de la buena y bella confección
de muchos objetos que a primera vista se hubieran creído importados de los
mejores talleres de ultramar. Hay entre los argentinos los elementos necesarios
para que la industria prospere" (25).
Moussy y Parish escribían en idioma extranjero y para uso de sus respectivas
naciones. ¿Qué se decía mientras tanto en español y en tierras de América? "Los
americanos se distinguen por su amor a la ociosidad y por su incapacidad
industrial" - sentenciaba Sarmiento, entre otras mil negaciones del criollo que
corren en su Facundo - con ellos "la civilización es del todo irrealizable, la
barbarie es normal". Y eso que Facundo es obra criollísima comparada a
Conflicto y armonía y a otros escritos posteriores del sanjuanino. Y eso,
también, que una cosa es Sarmiento escribiendo y otra es Sarmiento en la acción.
En la acción sería más explícito, como aquel consejo famoso que "no se
economizara sangre de gauchos, pues es lo único que tienen de humano" (26).
Alberdi, a su turno, reflexionaba que más vale "un francés o un inglés, aunque no
sepan ni la o" (27) que el más culto hombre de nuestro campo. La xenofilia del
autor de las Bases llega en su famoso libro a los extremos más lamentables: la
tierra debe ser entregada al extranjero porque la cultiva mejor, las industrias
deben pasar también a sus manos porque son más hábiles. Debemos entregar
todo, hasta "el encanto de nuestras mujeres" (28), que serán mejor fecundadas -
en su concepto - por el foráneo que por nosotros. Filosofía de marido
complaciente que, analizando un poco, constituye el gran fundamento ético de
nuestra política colonial.
Acabar con las cosas argentinas y con el hombre argentino, era la actividad
esencial del período de la "Organización". El criollo fue tratado como el gran
enemigo de la nueva patria: Martín Fierro no es, desgraciadamente, un simple
poema de imaginación. Y mientras no llegara "algún criollo en esta tierra a
mandar" la situación de muchos argentinos fue la de parias, en la propia tierra.
Algunas veces, muy pocas, el criollo despreciado y perseguido por quienes
hablaban mucho de leyes, instituciones o constituciones, alcanzaba a hacer oír su
voz. Como en aquel curioso Memorial que los "jornaleros y pequeños
hacendados" de Buenos Aires elevaron a la Legislatura algún tiempo después de
Caseros: "Queremos que en lugar del vano honor de elegir representantes para ese honorable cuerpo, y de servir tal vez de instrumento para que se perpetúe
algún mal gobierno, que en lugar de esa parodia insultante del sistema
representativo se nos acuerde el privilegio, mucho más inteligible para nosotros,
mucho más apetecible, de trabajar al lado de nuestras familias y de conservar lo
muy poco que nos ha quedado. Reclamamos para nosotros los americanos,
dueños y soberanos de estas tierras, una parte de los goces sociales que nuestras
leyes conceden a los extranjeros que vienen a poblar en medio de nosotros" (29).
No era con Memoriales como se salvaría la situación. Cuando los hijos de la
tierra se dieron cuenta que no eran más los dueños de la Argentina, ya era
demasiado tarde para recuperarla, pues profundamente había penetrado en el
alma criolla el virus de su inferioridad. Y la raza de los conquistadores, de los
héroes de la Independencia, de los bravos de la Restauración, fue languideciendo
en el ocio de las orillas. Y ya sin fe y sin moral, concluyeron sus hijos por medrar
malamente a costa de los nuevos dueños de la Argentina (30).
LAS INDUSTRIAS Y EL TRANSPORTE
Algún escritor ha imputado a barbarie y espíritu de atraso el hecho de no haberse
construido ferrocarriles hasta mucho tiempo después de Caseros. Otros afirman
que todo el "progreso" material de nuestro país data de la construcción de
ferrocarriles, y como en parte lo fueron por empresas de capital extranjero,
adjudican al capital extranjero el papel primordial en nuestro desenvolvimiento
económico (31).
Conviene analizar uno a uno estos juicios. Ante todo, cuando el general Urquiza
se pronuncia contra Rosas el 10 de mayo de 1851, apenas si en América Latina se
habían extendido unos cuantos kilómetros de vías férreas para transportar,
generalmente a sangre, minerales. Para el tráfico de pasajeros y mercaderías
recién empezaban a construirse largas líneas ferroviarias en Europa y Estados
Unidos, pues la gran época ferroviaria comienza apenas a partir de 1843, año en
el cual quedan establecidas las líneas París-Orleáns y Nueva York-Lago Erie, Por
otra parte, ¿era imprescindible la construcción de ferrocarriles en la Argentina?
Es cierto que el tráfico interno en tiempo de Rosas era bien intenso: en 1851, de
Córdoba solamente, salieron 2. 500 carretas cargadas con productos del interior
destinadas a Buenos Aires; el mismo año, Salta, Tucumán y Santiago enviaban
mil carretas al mismo destino (32). También era grande el transporte a lomo de
mula, así como el tráfico desde Mendoza y San Juan hasta el río de la Plata.
Pero el flete en carretas o en mulas por tierras argentinas era sumamente barato,
quizá el más barato del mundo. Pellegrini calculaba en 182 reales el transporte de
una tonelada por legua de distancia en el trayecto Buenos Aires-Mendoza,
mientras que el promedio en Europa de la misma carga y a idéntica distancia
alcanzaba a 410 reales (33). Maeso indica que el flete por arroba costaba, en
carreta y desde Buenos Aires, 2 reales hasta Córdoba, 9 a Tucumán o Santiago
del Estero y 13 a Salta; en viaje de vuelta el transporte desde Córdoba era 1 ó 2
reales más caro - lo cual demuestra el mayor tráfico de productos cordobeses
para Buenos Aires que de mercaderías extranjeras o artículos elaborados en Buenos Aires, para Córdoba -, sucediendo a la inversa en Tucumán, Santiago del
Estero o Salta (34).
No obstante la baratura del flete, el transporte ferroviario desalojaría en algún
momento a la carreta. Ello hubiera ocurrido necesariamente, por simple
gravitación, debido al relativo poco costo de los ferrocarriles de llanura - como
serían la mayor parte de los argentinos - lo cual incidiría en el menor precio del
flete, y por la necesidad de obtener una mayor velocidad, sobre todo para el
transporte de pasajeros. Sin contar que el considerable tráfico interno nuestro
prometía buenas ganancias a quien quisiera tentar la empresa: no había necesidad
alguna de acelerar artificialmente la construcción de líneas férreas por
concesiones exorbitantes y ruinosas.
Que el ferrocarril, en la forma que se concedió y por el resultado de su
explotación, significó entre nosotros un motivo de progreso, es sumamente
discutible. El ferrocarril fue antes que nada un factor de aniquilamiento
industrial; un autor llega a decir que "el establecimiento del transporte a vapor,
lejos de facilitar la salida de los productos industriales del interior, llevó hasta sus
últimos reductos la avalancha de mercaderías europeas. El telar a vapor y la
locomotora destruyeron los últimos vestigios del telar a mano, apoyado en la
clásica carreta tucumana" (35).
Esta curiosa inversión del papel preponderante que en otras partes juegan los
ferrocarriles en el desenvolvimiento industrial, no ha sucedido solamente entre
nosotros. Es propia de los países coloniales, donde las líneas férreas tienen como
única misión lograr y mantener la hegemonía económica de la metrópoli.
Las tarifas ferroviarias ayudaron la obra de las tarifas aduaneras. Mientras estas
últimas, inspirándose en el liberalismo, permitían la entrada libre de cualquier
mercadería, las ferroviarias protegieron decididamente a los productos
extranjeros contra la competencia de sus similares argentinos. El ferrocarril fue
así, entre nosotros, un hábil instrumento de dependencia económica, regulando a
voluntad la producción Argentina (36).
El tipo de concesiones ferroviarias argentinas permitió esa política. Consorcios
extranjeros fueron dueños a perpetuidad de servicios públicos. Como la
"perpetuidad" es característica esencial de la propiedad, no es equivocado decir
que nuestras concesiones ferroviarias se regularon más por el derecho privado
que por el administrativo: debe hablarse de donaciones, no de concesiones. Es
cierto que el liberalismo en boga, cuando se iniciaron las líneas férreas en
Inglaterra y en Estados Unidos, impuso esta anomalía como norma; pero allí, por
lo menos, las empresas fueron dadas a nacionales, y además, el control del
Estado se ejerció siempre con gran eficacia. De cualquier manera, este
precedente no quita significado al hecho de entregar perpetuamente a extranjeros
servicios públicos de tan capital importancia. Con igual fundamento el Estado
pudo haberse desmenuzado íntegramente entregando a perpetuidad - es decir,
enajenando - todas sus actividades.
¿Por qué se creó este monopolio virtual del tráfico en manos extranjeras? ¿Por
qué se abandonaron las concesiones ferroviarias al capital foráneo? (37). No fue por falta de capitales autóctonos, que si no sobraban, tampoco eran
escasos. No fue tampoco por falta de iniciativa, como tanto se ha repetido. Lo
prueba la fundación del ferrocarril Oeste por un grupo de capitalistas argentinos.
No está de más recordar que, sin contar el Sur y algunas líneas provinciales, casi
todos los ferrocarriles fueron obra de la iniciativa - particular o fiscal - Argentina.
La misma línea eje de nuestra red - la de Rosario a Córdoba había sido estudiada
y proyectada por el gobierno de la Confederación, proponiendo su perito - el
ingeniero Campbell - que se formara una compañía argentina para explotarla. El
capital necesario no era muy elevado - cuatro millones y medio de pesos -, pero
inútilmente un consorcio criollo, encabezado por Aarón Castellanos, solicitó
dicha concesión. El gobierno le impuso el depósito de una garantía lo
suficientemente elevada para hacerlo desistir de sus propósitos: garantía que no
fue obligada a depositar la empresa extranjera, a quien en definitiva se le entregó
la línea. En cambio todo fue allanado al capital extranjero: tuvieron las
facilidades más amplias, se le dieron los campos que atravesarían sus líneas y les
fue concedida hasta la exención de toda clase de impuestos (aun los de aduana, y
las contribuciones provinciales y tasas municipales). El propio Estado se
encargaba de construir líneas - supeditadas al eje Rosario-Córdoba, en poder de
una compañía extranjera - que luego, si eran productivas, enajenaba para su
explotación a consorcios foráneos. Así se hizo con el Central Córdoba, así
también con el Andino (luego Pacífico). Y en 1889 se completaba la enajenación
con la extraña venta del ferrocarril Oeste, propiedad hasta entonces de la
provincia de Buenos Aires (38).
LAS INDUSTRIAS EN LA ACTUALIDAD (39)
Fuera del alcance de las tarifas ferroviarias, en las zonas de los puertos, y
especialmente en los alrededores de Buenos Aires (40), se mantendrán o han de
surgir pequeñas fábricas conexas con las actividades agrarias (saladeros,
jabonerías, fábricas de velas de sebo, molinos harineros, o con el ramo de
construcciones (hornos de ladrillos, etc. ). A ellas se reducirán casi
exclusivamente las actividades industriales argentinas en los años posteriores al
80. Estas fábricas han de encontrarse únicamente en las zonas de Buenos Aires o
Rosario: por excepción uno que otro horno de ladrillos importantes y algunos
molinos harineros han de abastecer las necesidades de las ciudades del interior.
Mientras tanto, contra viento y marea, las bodegas de Cuyo y los ingenios de
Tucumán consiguen sobrevivir.
Por otra parte, los extranjeros fueron los dueños de la mayor parte de los nuevos
establecimientos industriales. El censo de 1895 dará un porcentaje de 85 por
ciento de propietarios de industrias no argentinos. Hasta la industria típicamente
criolla de los saladeros cayó en sus manos (41).
No pueden ni considerarse como "establecimientos industriales argentinos" las
sucursales de fuertes consorcios extranjeros que, a partir de la guerra del 14,
fabrican aquí los mismos productos que antes importaban. Esta emigración de
industrias - con capital, dirección administrativa y técnica extranjera, y muchas
veces hasta extranjera la mano de obra - es una forma modernísima y de las más peligrosas del imperialismo económico. Estas filiales de poderosos e influyentes
trust internacionales, amparándose en recientes disposiciones que protegen la
industria nacional, y sellando como argentinos sus productos, no tienen otra
misión que eludir las leyes de aduana e impedir el crecimiento y desarrollo de
toda auténtica manufactura local. Estas mercaderías extranjeras, elaboradas más
acá de la aduana, no pueden ser perseguidas ya por el medio clásico de elevar las
tarifas de avalúos.
NUESTRA DEPENDENCIA ECONOMICA (42)
Sin auténticas industrias de importancia, viviendo casi exclusivamente de la
exportación de la carne y los cueros en un principio, de la lana más tarde, y del
trigo últimamente (43) la Argentina se ha ido convirtiendo, por la obra
combinada de los intereses foráneos y el liberalismo autóctono, en una verdadera
colonia económica: "Un mercado para la venta de mercaderías industriales, que
provee a su vez materias primas y víveres".
Nuestro país depende para vivir de la colocación del saldo de su producción
agropecuaria. Y por lo tanto del precio que quieran imponerle los compradores
de nuestros productos, los fabricantes de los productos que consumimos y los
transportadores (ferroviarios o marítimos) o de ambos.
¿Cómo podría resistir la Argentina de hoy pendiente toda su economía del
comercio exterior, cualquier ingerencia de las grandes potencias extranjeras? En
1838 y 1845, Rosas pudo imponerse a Francia e Inglaterra por cuanto el estado
de la Confederación le permitió prescindir - sobre todo durante el segundo
bloqueo, por haberse consolidado la industrialización del país - del comercio
internacional. Es curioso: la Argentina de Rosas con 900.000 habitantes, armada
con cuatro cañoncitos herrumbrados y otros tantos barquichuelos que se
acordaban de la Independencia; era considerablemente más fuerte que la de hoy,
con su población enunciada en millones, su material de guerra y sus poderosos
acorazados.
Era más fuerte, porque económicamente era menos vulnerable: hoy se vería
obligada a eludir la misma situación que hace cien años pudo afrontar con éxito:
Antes era una nación pequeña; hoy es una colonia grande.
Una de las curiosas paradojas del liberalismo, es que sirvió para enajenar nuestra
libertad. Ni la Argentina puede usar hoy, en pleno goce, de su soberanía ni los
argentinos somos dueños de una parte suficiente siquiera, de la riqueza de nuestra
tierra. Dejando aparte las frases hechas, ¿qué papel real desempeñamos nosotros
en nuestra patria? ¿Tenemos en realidad patria?.
No importaría carecer de independencia económica, si el espíritu patriótico se
mantuviese firme y dispuesto a acometer las mayores empresas. ¿Tendríamos
acaso los argentinos de hoy - pese a la mala prédica de cien años corruptores - el
suficiente amor a la Patria y el bastante desprecio a los bienes materiales para
seguir aquella famosa indicación de San Martín? Recuérdese el hecho: en 1819,
la Santa Alianza amenazaba bloquear totalmente a la América latina
insurreccionada, a fin de recuperar para España su imperio colonial. Y fue
entonces cuando San Martín, habiendo repasado la cordillera con el Ejército de los Andes para acudir en ayuda del Río de la Plata, proclamó a las gloriosas
tropas de Chacabuco y Maipo con las siguientes palabras, que algún día deberán
ser esculpidas en oro:
"La guerra la tenemos que hacer del modo que podamos. Si no tenemos dinero:
carne y un pedazo de tabaco no nos han de faltar. Cuando se acaben los
vestuarios nos vestiremos con las bayetitas que trabajen nuestras mujeres, y si no,
andaremos en pelota como nuestros paisanos los indios. Seamos libres, y lo
demás no importa nada" (44).
Pero ya no corren los días heroicos del Gran Capitán.
En los años actuales comprendemos que es necesario, imprescindible, para
mantener y consolidar la independencia política, que se haya logrado, juntamente
con la sana afirmación del espíritu nacional, una suficiente independencia
económica.
Todo lo demás es literatura.
NOTAS:
(1) "Rosas ha sustituido la cosa a la palabra, el hecho a la fórmula: ¿No era ésa, en efecto, la necesidad más imperiosa? Donde fallan el orden público y la autoridad ¿es otra cosa la libertad que la ciencia?", escribía GIRARDIN en "La Presse" el 24 de septiembre de 1844 (trascripto por el "Archivo Americano"). (2) Tratándose de instituciones políticas o de ideas religiosas, los argentinos no éramos españoles para SAMIENTO. Sí, lo éramos, cuando hablábase de afianzar la industria. Por otra parte, la afirmación que los españoles no son industriales ni navegantes - ¡ tan luego negar el carácter de navegantes al pueblo que conquistara América ! - no puede ser sostenida, a menos en el sentido absoluto que le da SARMIENTO. Los españoles han tenido valerosos navegantes y competentes artífices, pues es un pueblo de valientes de artistas. Pero han carecido ellos - y nosotros - de condiciones mercantiles, al menos en el mismo grado que otros pueblos. (3) D.F. SARMIENTO, Facundo, Pág. 225. (4) D.F. SARMIENTO, ob. cit., Pág.. 237. un año antes de su muerte, Sarmiento pronunció un inesperado discurso proteccionista que sirvió para desconcertar más a sus admiradores. (Conferencia en la "Unión Industrial Argentina", 1887). (5) BARTOLOME MITRE, Arengas, t. III, Pág. 1 (ed. "La Nación). (6) J. B. ALBERDI, Sistema económico y rentístico de la Confederación Argentina. Respecto a la escuela librecambista que - en su concepto - había adoptado la Constitución de 53, dice: "A esta escuela la libertad (La de Adam Smith), pertenece la doctrina económica de la Constitución Argentina, y fuera de ella no se deben buscar comentarios ni medios auxiliares para su sanción" ( Pág. 12 ).
(7) También rectificaría ALBERDI con los años su librecambismo ingenuo, como rectificó tantas otras cosas cuando, en el destierro y la pobreza comprendiera todo el sentido antiargentino de la política "organizadora" a la cual él más que nadie había contribuido. (Conf- J.M. Rosa. Iniciación Sociológica de Alberdi. (8) Decreto N° 2889 (R.O.). (9) JOSE A. TERRY, Finanzas, ha dicho de la política monetaria de Rosas, calificada por algunos, superficialmente, de "empapelamiento": "Durante su larga administración se quemaron fuertes cantidades de papel moneda y se amortizaron muchos millones de fondos públicos en cumplimiento de las respectivas leyes. Esta conducta impidió la desvalorización del papel moneda y colocó a la plaza en condiciones de fáciles reacciones en los momentos en que las vicisitudes de la guerra lo permitían. El comercio y el extranjero tenían confianza en la honradez administrativa del gobernador" (Pág. 417). Compárese este juicio de TERRY, quien por tradición familiar y por vinculaciones políticas pertenecía a los antiguos círculos unitarios, con el concepto que la actuación pública de Rosas merece a MITRE: "Tengo a Rosas por un autómata en materia de administración, que no hizo en el gobierno sino continuar la forma externa de la rutina burocrática, sin alcanzar ni siquiera a comprender su mecanismo ( ! ): y como administrador de los caudales públicos lo tengo por un ladrón". (Carta a SALDIAS, a propósito de la Historia de la Confederación Argentina, de éste). (10) La onza de oro valía a la par 16 pesos fuertes. Por una ley de 1826 (época de Rivadavia) el peso fue declarado inconvertible, y desde allí comenzó su desvalorización (11) Es curioso el discurso de VELEZ SARSFIELD, no tanto por sus objetables afirmaciones económicas, como por el denodado porteñismo de que hace gala. Tan se sentía "ciudadano del Estado de Buenos Aires", que arremete contra su Córdoba natal quejándose que ésta "inunda de tejidos a las provincias, incluso a Buenos Aires". (12) El debate de la ley se realizó en las sesiones del 28 y 31 de octubre, 2, 4 y 7 de noviembre del año 1853. (13) Ley de Aduana del 10 de noviembre de 1853 (R. O. Nº 46 del Estado de Buenos Aires). (14) Revista del Plata", número de agosto de 1854. La transcripta carta es fechada en Copiapó el 24 de mayo de 1854 y firmada con las iniciales "A. N. F.". (15) Ley de Aduana de 31 de octubre de 1855 (R. O. N° 117 del Estado de Buenos Aires). (16) M. DE MOUSSY, ob. cit., t. I, Pág. 200. (17) MITRE, Arengas, t. I, Pág. 277 (ed. "La Nación"). (18) "Revista del Plata", Nº 1 (septiembre de 1853), artículo titulado "Prospecto". (19) Años después surgiría en Buenos Aires un notable grupo de defensores del proteccionismo industrial: Vicente Fidel López, Amancio Alcorta, Lucio V, Mansilla, Carlos Pellegrini (hijo del ingeniero homónimo), etc. En el debate del Congreso Nacional sobre cuestiones económicas, en el año 1875, este último, después de citar la frase despectiva hacia los países sudamericanos del inglés Cobden: "Inglaterra sería la fábrica del mundo y América la granja de Inglaterra", expuso su pensamiento proteccionista en la siguiente síntesis: "Todo país debe aspirar a desarrollar su industria nacional: ella es la base de su riqueza, de su poder, de su prosperidad". No obstante, el librecambismo siguió en boga con el mismo palabrerío de siempre: "Aumentar los derechos de aduana es especular con el hambre del pueblo", clamaba enfáticamente un legislador respondiendo al discurso de Pellegrini. (20) "Instituciones" no tiene ni gramatical ni lógicamente, el significado que en general le ha sido dado por los escritores liberales: "institución" es lo "instituido", las formas sociales que existen fuera de la voluntad de los hombres, que preexisten y subsisten a éstos: ¿Qué es una "institución"? - se preguntan MAUSS y FAUGONNET en el artículo "Sociologie" de la "Grande Encyclopedie" - sino un conjunto de actos o de ideas que los individuos encuentran delante de ellos, y que se imponen a ellos? (21) ALBERDI, Bases, Pág. 139, dice: "Si hemos de componer nuestra población para nuestro sistema de gobierno, si ha de sernos más posible hacer la población para el sistema proclamado, que el sistema para la población es necesario fomentar en nuestro suelo la población anglosajona". No se creaba una forma de gobierno para la población, sino una población para la forma de gobierno que convenía a la política imperialista. Y si mejor era la "democracia anglosajona", era necesario entregar a los anglosajones nuestro suelo; "La libertad es una máquina, que como el vapor requiere para su manejo maquinistas ingleses de origen. Sin la cooperación de esa raza es imposible aclimatar la libertad y el progreso material en ninguna parte" (Pág., 143), dice más adelante. (22) W. PARISH, ob. cit., t. II, Pág. 189. (23) W. PARISH, ob. cit., t. II, Pág. 191. (24) Informe del Ing. ALLAN CAMPBELL del 5 de septiembre de 1854. (Citado por R. SCALABRINI ORTIZ, Historia de los ferrocarriles argentinos). (25) M. DE MOUSSY, ob. cit., t. 11, Pág. 485. (26) Carta de Sarniento a Mitre felicitándolo por Pavón. (209-61). (27) J. B. ALBERDI, Bases, Pág. 173. (28) J. B. ALBERDI, Bases, Pág. 143. (29) Este documento, de cuño y espíritu rosista, figura publicado en la "Revista del Plata" con el título "Memoria descriptiva de los efectos de la dictadura sobre el jornalero y pequeño hacendado de la provincia de Buenos Aires, escrita a poco tiempo de Caseros bajo la forma de una petición a la H. Legislatura" (número de agosto de 1854). Este título es para disimular la índole de la publicación, pues - salvo uno que otro agregado - la Memoria no hace referencia alguna a la época de Rosas, y sí - y mucho - a las penalidades que comenzaron para el criollo después de Caseros. (30) R. SCALABRINI ORTIZ, Historia de lo ferrocarriles argentinos, Pág. 89, dice, refiriéndose a los arrieros, boyeros y troperos desplazados por el ferrocarril: " . . fue otra clase de argentinos aniquilados por la inactividad. Las orillas de los pueblos los acogieron piadosamente a todos, donde con frases capciosas sus virtudes se tergiversaron en vicios; su valor en compadrada; su estoicismo en insensibilidad; su altivez en cerrilidad. Los campos que eran de todos, acabaron siendo de nadie, siendo de seres incorpóreos que viven en lejanas comarcas de ultramar". (31) BARTOLOME MITRE entre ellos. En la inauguración de las obras del ferrocarril del Sud, que hiciera como gobernador de Buenos Aires en 1861, pronunció las siguientes palabras: "Démonos cuenta de este triunfo pacífico, busquemos el nervio motor de estos progresos (el desarrollo de la agricultura), y veamos cuál es la fuerza inicial que lo ponen en movimiento. ¿Cuál es la fuerza que impulsa ese progreso? ¡ Señores: es el capital inglés !" (Arengas, t. I, Pág. 192). (32) J. MAESO, ob. cit., t. II, Pág. 87. (33) Revista del Plata", N° 4 (diciembre de 1853). (34) J. MAESO, ob. cit., t. II, Pág. 87. (35) A. DORFMAN, Evolución de la economía industrial Argentina, Pág. 45. (36) E.J. SCHLEH, ob. cit., Pág. 316, dice así de la obra destructora de los fletes ferroviarios: "Los altos fletes establecidos por las empresas, que ya se ha visto a qué porcentaje se elevan en pocos años, denotan con toda precisión una tendencia marcada a sacar el mayor provecho posible de la industria, en mengua no sólo de ésta, sino del consumidor del litoral, y evidencian, dada la uniformidad de las mismas al fijar las alzas continuas a que se procede, la existencia de algo así como una entente cordial para la expoliación de una fuente de vida a la que deben su sostenimiento permanente". (37) VICENTE FIDEL LOPEZ, en Cámara de Diputados de la Nación, 1873, Págs. 261 y ss.: "Un camino de fierro, señor Presidente, de los que nosotros favorecemos, representa un capital extranjero que tenemos que amortizar en un tiempo dado, llevando su valor a las plazas extranjeras y en beneficio del capitalismo extranjero. Tenemos además que abonar los intereses de los intereses, la proporción del descuento, con las comisiones y el valor de los otros servicios, que son indispensables cuando se pide un capital de plazas extranjeras. Esto quiere decir que nosotros pagamos en estos caminos la materia prima, la mano de obra, la venta de la tierra extraña, la renta del capital que importa el buque, los fletes y los servicios infinitos que todo esto trae consigo. Después pagamos todo el material y hasta los elementos del movimiento. De modo que puede decirse que en cada una de estas obras, cuya utilidad relativa no niego, arrendamos nuestro territorio y lo gravamos fuertemente con una verdadera hipoteca en favor de la riqueza extraña, Y esos caminos ganan, llevándose una parte vital de lo que producen, y no se nos diga en contra de estos datos que los Estados Unidos sacrifican también enormes caudales para ese mismo objeto. Allí se tiene el buen sentido de no desempeñarlos sino con capitales propios e internos". "Estos caminos (los de hierro) no son fuentes reales, sino fuentes ficticias que no representan el movimiento frecuente y barato de las mercaderías: que no representan sino el movimiento cómodo de los hombres que viajan; y si esto no da pingües ganancias a las empresas, es por la erogación pública que hacemos en favor de ellos, y no por el valor de la mercadería que se contrae, como en los Estados Unidos, al fomento de las fuentes mismas que están radicadas en el territorio." "¿Qué somos ahora? No somos sino agentes serviles y pagados a módico precio, de las plazas extranjeras." (38) Que el Procurador del Tesoro (Dr. Vicente López) calificó de coima con sus cinco letras (mayo 8 de 1910). (39) El título se refería a las industrias en 1941. Nota de la 2º edición. (40) La aglomeración de casi todas las actividades en la zona de Buenos Aires o Rosario ha producido el total desequilibrio del país. Como lo soñara Rivadavia, la República Argentina puede decirse hoy que es la región de Buenos Aires, o a lo sumo la del litoral. Demográfica, y sobre todo económicamente, ésta es una verdad indudable. La Argentina de hoy, es, por otra parte, la región menos poblada por argentinos. Los índices de la capacidad económica de cada provincia acusan desigualdades enormes y demuestra que en el país existen hijos y entenados, v, claro está la población criolla forma entre los entenados. Si indicamos con la cifra de 1.000 la capacidad económica media del hombre de Buenos Aires y sus alrededores, correspondería un índice inmediato menor - de 907 - para el habitante del resto de la provincia de Bueno. Aires, 745 al de Santa Fe, 680 al de Córdoba... y apenas 97 al criollísimo de Santiago del Estero. ó 95 al no menos argentino de Catamarca. (Cifras de A. E. BUNGE en Una Nueva Argentina). (41) No se encuentra en ello la tan solicitada prueba de la superioridad del extranjero sobre el argentino. El apoderamiento por parte de los extranjeros de las pocas industrias que existieron durante el período 1854-1926, tiene una explicación que no se basa, precisamente, en su mayor capacidad de trabajo. Los extranjeros se dedicaron en nuestro país preponderantemente al comercio, mientras los argentinos a la producción agropecuaria. Según cifras de A. E. Bunge, de 1917 el 62 % de las personas dedicadas al comercio eran extranjeras, porcentaje que se invertía tratándose de la producción, lo cual hace exclamar a este autor: "Estos hechos revelan que, en términos generales, los argentinos se dedican a la producción y los extranjeros a comerciar con la producción". Las industrias de Buenos Aires o Rosario surgieron en su mayor parte como prolongación de actividades comerciales. Sus iniciadores fueron comerciantes que ampliaron su negocios con la faz elaboradora de sus mercaderías: de allí la explicable mayoría extranjera. (42) El título se refiere a 1941 (nota de la 2º edición). (43) Un error repetido quiere que la primera exportación de trigo argentino a Europa se realizara durante la presidencia de Avellaneda. En justicia, hay que reconocerle este hecho a Rosas. El año 1850 se embarcaba para Inglaterra el primer cargamento de trigo compuesto de 3.800 quaters (PARISH, t. II, Pág. 345). (44) Proclama al Ejercito de los Andes, en Mendoza, el año 1819: El borrador es de puño y letra de San Martín. (Documentos del Archivo de San Martín. t X. Pág. 461).
APÉNDICE LEY DE ADUANA DE 1836
Ministerio de Hacienda. - Buenos Aires, diciembre 18 de 1835 - Año 26 de la Libertad, 20 de la Independencia y 6 de la Confederación Argentina. El Gobierno en uso de las facultades extraordinarias que inviste ha tenido a bien promulgar la siguiente ley de aduana. Capítulo I De las entradas marítimas Artículo 1º: Se suprime el derecho de cuatro por mil, que bajo la denominación de Contribación Directa, se exijía a los capitales á consignación, tanto nacionales como extranjeros. Art. 2º: Desde el 1º de Enero de 1836, serán libres de derechos a su introducción a la Provincia, las pieles crudas ó sin manufacturar, la cerda. crin, lana de carnero, pluma de avestruz, el sebo en rama y derretido, las astas, puntas de astas, huesos, carnes tasajo y el oro y plata sellada. Art. 3°: Pagarán un cinco por ciento las azogues, máquinas, instrumentos de agricultura, ciencias y artes; los libros, grabados, pinturas, estatuas, imprentas; lanas y peleterías para fábrica; telas de seda, bordadas de oro y plata, con piedras o sin ellas, relojes de faltriquera, alhajas de plata y oro, carbón fósil, salitre, yeso, piedra de construcción, ladrillo, maderas; el bronce y acero sin labrar, cobres en galápagos ó duelas, estaño en planchas ó barras, fierro en barras, planchas ó flejes, hojalatas, bejuco para sillas, oblon y soldadura de estaño. Art. 4º: Pagarán un diez por ciento las armas, piedras de chispa, pólvora, alquitrán, brea, cabullería, seda en rama ó manufacturada y arroz. Art. 5º: Pagarán un veinticuatro por ciento el azúcar, yerba mate, café, té, cacao, garbanzos, y comestibles en general; las bordonas de plata, cordones de hilo, lana y algodón, las obleas y pabilo. Art. 6º: Pagarán un treinta y cinco por ciento los muebles, espejos, choches, volantas, las ropas hechas, calzados, licores, aguardientes, vinos, vinagres, cidra, tabacos, aceite de quemar, valijas de cuero, baúles vacíos ó con mercancías, betún para el calzado, estribos y espuelas de plata ó platina, látigos, frazadas ó mantas de lana, fuelles para chimeneas ó cocinas, fuentes de estaño ó peltre, geringas ó geringuillas de hueso, marfil ó estaño, guitarras y guitarrillas, semillas de lino, terralla, máquinas para café, pasas de uva y de higo, quesos y la tinta negra para escribir. Art. 7º: Pagarán un cincuenta por ciento la cerveza, los fideos y demás pastas de masa, las sillas solas para montar, papas y sillas del estrado.Art. 8º: Pagarán un diez y siete por ciento todos los demás frutos y manufacturas que no sean espresados en los artículos anteriores. Art. 9º: Se esceptúan de esta regla: 1º Los sombreros de lana, pelo ó seda, armados ó sin armar que pagarán trece pesos cada uno. 2º La sal estrangera que pagará ocho reales por fanega. Art. 10º: El derecho de eslingaje será cuatro reales por bulto, en proporción de su peso y tamaño. Art. 11º: La merma acordada a los vinos, aguardientes, licores, cervesa en caldo y vinagre, será calculada por el Puerto de donde tomó el buque la carga, debiendo ser del diez por ciento de los Puertos del otro lado de la línea; del seis de los de este lado y tres de cabos adentro. Capítulo II Efectos prohibidos Artículo 1º: Queda prohibida la introducción en la Provincia de los efectos siguientes: herrajes de fierro para puertas y ventanas, alfajías, almidón de trigo, almas de fierro para bolas de campo y belas hechas, toda manufactura de lata ó latón, argollas de fierro y latón, argollas de fierro y bronce, azadores de fierro, arcos para calderos ó baldes, espuelas de fierro, frenos, cabezadas, riendas, coronas, lomillos, cinchas, cojinillos, sobrecinchas, maneadores, fiadores, lazos, bozales, bozalejos, rebenques y demás arreos para caballos; batidores o peines escarmenadores de talco, box ó carey, botones de aspa, hueso ó madera, y hormillas de uno ó cuatro ojos del mismo material; baldes de madera, calzadores de talco, cebada común, cencerros, cola de cueros, cartillas, y catones, escobas de paja, eslabones de fierro ó acero, espumaderas de fierro, estaño ó acero, ejes de fierro, ceñidores de lana, algodón ó mezclados, flecos para ponchos y jergas, porotos; lentejas, alverjas y legumbres en general; galletas, sunchos de fierro, acero ó metal para baldes ó calderos, herraduras para caballos, jaulaa para pájaros, telas para jergas, jergas y jergones para caballos, ligas y fajas de lana, algodón ó mezclada, maíz; manteca, mates que no sean de plata ú oro, mostaza en grano ó compuesta, perillas, peines blancos que no sean de marfil, tela para sobrepellones, ponchos y la tela para ellos, peinetas de talco ó carey; pernos de fierro, rejas para ventana, romanas de pilón, ruedas para carruajes, velas de sebo, hormas para sombreros y zapateros. Art. 2º: Queda, igualmente prohibida la introducción de trigo y harinas extrangeras, cuando el valor de aquél no llegue a cincuenta pesos por fanega. Art. 3º: En pasando de cincuenta pesos, el Gobierno concederá permiso a todo aquel que lo pida, debiendo determinarse en la solicitud el tiempo en que se ha de hacer introducción. Art. 4º: Sin embargo de la prohibición del Art. 2º, se admitirán a depósito las harinas estranjeras por tiempo indefinido, para que puedan ser reembarcadas sin derecho alguno. Art. 5º: En su descarga, recibo y reembarco, se observará el mismo orden que en los demás efectos que se introducen en el mercado. Art. 6º: Los almacenes en que se depositen, serán de cuenta del interesado, y se tomarán con reconocimiento del Colector: una de las llaves, de las dos que deben tener, quedará en poder del Alcaide de la Aduana, y la otra en mano del introductor ó consignatarìo. Art. 7º: La Aduana no es responsable de ninguna clase de deterioros, ni cobrará eslingaje, pues ningún gasto es de su cuenta. Art. 8º: El Colector deberá visitar los almacenes y confrontar el número de barricas una vez al mes, y además siempre que lo crea conveniente. Capítulo III De la salida marítima Artículo 1º: Los cueros de toro; novillo, vaca, becerro, caballo y mula, pagarán por único derecho ocho reales por la pieza. Art. 2º: Los cueros de nonato pagarán dos reales por pieza. Art. 3º: El oro y la plata labrada ó en barras pagará el uno por ciento sobre el valor de plaza. Art. 4º: El oro y plata sellada pagará el uno por ciento en la misma especie. Art. 5º: Todas las producciones del país que no sean expresadas en los artículos anteriores, pagarán a su esportación por único derecho el cuarto por ciento sobre valores de plaza. Art. 6º: Son libres de derecho a su esportación, los granos, miniestras, galleta, harina, las carnes saladas que se esporten en buques nacionales, la lana y piel de carnero, toda piel curtida, los artefactos y manufacturas del país. Art. 7º: Los efectos de entrada marítima, el tabaco en rama o manufacturado, y la yerba del Paraguay, Corrientes y Misiones su trasbordo, pagarán la quinta parte de los derechos que les correspondiesen introduciéndose en la Provincia, y el dos por ciento a su reembolso. Art. 8º: Se permite el trasbordo ó reembarco en los buques menores de la carrera para los puertos situados de cabos adentro, de los efectos siguientes: caldos, tabaco y yerba, tanto estrangeros como del país, arroz, fariña, harina, comestibles en general, sal, azucar, todo artículo de guerra, alquitrán, brea cabullería, anclas, cadenas de buques, motones, cuadernales, obenques y demás de esa especie para proveer buques; pudiendo hacerse el transbordo y reembarco para los expresados puertos y en los mencionados buques, sin necesidad de abrir registro. Capítulo IV De la entrada terrestre Artículo 1º: La yerba mate y el tabaco del Paraguay, Corrientes y Misiones pagarán a su introducción el diez por ciento sobre valores de plaza. Art. 2º: Los cigarros pagarán el veinte por ciento. Art. 3º: La leña y el carbón beneficiado de ella que venga en buque estrangero, pagarán el diez y siete por ciento. Art. 4º: Serán libres de derecho todos los efectos que no se espresan en los artículos anteriores: como igualmente las producciones del Estado de Chile que vengan por tierra.
CAPITULO V
De la salida terrestre Artículo Único: Los frutos y mercaderías que se estraigan para las Provincias interiores serán libres de todo derecho, con la obligación de sacar la guía correspondiente. Capítulo VI De la manera de calcular y recaudar los derechos Artículo lº: Los derechos se calcularán sobre los valores de plaza por mayor. Art. 2º: En caso de que entre el Vista y el interesado se suscite una diferencia, que pase de un diez por ciento sobre el valor asignado, arbitrarán ante el Colector General, tres comerciantes, con presencia de los precios corrientes de plaza. Art. 3º: Los comerciantes árbitros serán sacados a la suerte de una lista de doce, que se formará a prevención en cada año por el Tribunal del Consulado. Art. 4º: Los árbitros reunidos no se apartarán sin haber pronunciado su juicio, que se ejecutará sin apelación. Art. 5º: En caso de confirmarse el juicio del Vista, pagará el que apeló otro tanto de la diferencia litigada. Art. 6º; Los comerciantes aceptarán letras pagaderas por iguales partes a tres y seis meses prefijos, en pasando de quinientos pesos el adeudo. Art. 7º: A ningún deudor de plazo cumplido se le admitirá despacho en la oficina de Aduana. Art. 8º: Esta ley será revisada cada año. Art. 9º: Las alteraciones que se hagan en los derechos de Aduana, si son en recargo no tendrán efecto sino a los ocho meses de su publicación oficial, respecto de las espediciones procedentes del otro lado de los cabos San Martín y Buena Esperanza; de cuatro meses de las que procedan de la costa del Brasil y del Este de Africa; y de treinta días respecto de las que procedan de cabos adentro. Art. 10º: Las alteraciones que se hagan disminuyendo los derechos, tendrán su cumplimiento desde el día inmediato siguiente al de su publicación oficial en los diarios. Art. 11º: Todo artículo de comercio satisfará los derechos correspondientes con arreglo a la ley que existiese el día de la llegada a puerto del buque que los conduce, y según lo prevenido en los artículos anteriores. Art. 12º: Esta ley, que deberá regir desde primero de Enero de 1836, será sometida al examen y deliberación de la Honorable Junta de Representantes de la Provincia. Art. 13º: Publíquese y comuníquese a quienes corresponde, - JUAN M. ROSAS - José María Roxas.
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