Dialéctica y marxismo: Mariátegui, filosofía y combate
Por Juan Dal Maso
para La Izquierda diario
publicado el 28 de mayo de 2017
publicado el 28 de mayo de 2017
José Carlos Mariátegui (1894-1930) es un pensador fundamental para entender América Latina y la trayectoria del marxismo en nuestro subcontinente. Asimismo, sus escritos recorren un amplio abanico de temas, en el cual tienen un especial lugar las cuestiones de la literatura, el arte y las vanguardias, junto con los principales hechos políticos de la primera posguerra y la segunda mitad de los años 20. En estas líneas intentaremos introducirnos en otro aspecto de su pensamiento, que es el filosófico. Buscaremos resaltar su lectura sobre la cuestión de la dialéctica, presente en sus reflexiones sobre los rasgos distintivos del marxismo.
En primer lugar, recordemos que su lectura del marxismo contiene un diálogo fluido con pensadores más o menos ajenos a la órbita cultural de las tradiciones del marxismo alemán y ruso, predominantes en la II y III Internacional respectivamente.
Expresión de esta peculiaridad, es la influencia en Mariátegui del pensador neo-hegeliano Benedetto Croce (directamente unas veces y otras a través de temas en los que Croce intervino de alguna manera) o del fundador del sindicalismo revolucionario francés Georges Sorel.
Esto no quiere decir exactamente que Mariátegui fuera “soreliano” o “croceano” sin más, sino que su lectura del marxismo se realiza o puede comprenderse mejor teniendo en cuenta el diálogo que establece Mariátegui con ellos. Sorel será para Mariátegui un punto de referencia contra el evolucionismo lineal y el positivismo, mientras Croce un antídoto contra la asimilación del marxismo con el materialismo vulgar.
Para Mariátegui, la Revolución Rusa abre el camino a una época caracterizada por una “concepción heroica y voluntarista de la vida” y es al calor de esta definición que reivindica el marxismo como una “filosofía de la acción” en polémica con las interpretaciones mecanicistas y vulgares, dentro y fuera del marxismo.
Haciendo una relectura de Sorel, que había postulado la idea de la Huelga General como mito contra el racionalismo evolucionista de la II Internacional, Mariátegui propone entender la revolución social como un mito. El mito de la revolución social es el único capaz de dar al proletariado la fe combativa que el evolucionismo y el positivismo habían extirpado de la cultura occidental. Esta mirada no impedirá a Mariátegui cierta reivindicación de una racionalidad histórica. Frente a las tendencias decadentistas y reaccionarias del pensamiento burgués, el marxista peruano sostiene que el proletariado sucede a la burguesía en la empresa civilizatoria, cuando la burguesía decide retroceder en la historia y la filosofía hacia posiciones reaccionarias.
En este contexto, la dialéctica aparece en el pensamiento de Mariátegui como una relación entre sujeto y objeto, pero no limitada al campo del conocimiento, sino en el plano histórico y social, como una relación entre la voluntad política y la circunstancias objetivas.
En un artículo publicado en Variedades, el 2 de enero de 1926, Mariátegui reseña el libro La agonía del Cristianismo de Miguel de Unamuno, polemizando con cierta lectura desprovista de sutileza mediante la cual el pensador de Salamanca atribuía a Marx la idear de que las cosas hacen a los hombres. Contra esa posición, destacaba que había que estudiar a Marx en Marx mismo y afirmaba que la idea de Unamuno de que la religión se elevaba a política y política a religión coincidía con la de los marxistas revolucionarios para quienes “el marxismo es lucha, agonía”.
Esta lectura, por demás audaz y asimismo discutible, resaltaba la importancia de la acción política revolucionaria contra las lecturas de tipo “objetivista” que para Mariátegui caracterizaban a la Segunda Internacional, a quienes el marxista peruano llamaba “pedantes profesores tudescos”.
Esta temática se retoma en una serie de artículos escritos entre julio de 1928 y junio de 1929, publicados primero en las revistas Mundial y Variedades, republicados luego en Amauta y preparados para publicar como libro antes de su muerte en 1930. El libro se llama Defensa del marxismo. Polémica revolucionaria y debate contra otro libro que es Más allá del marxismo de Henri De Man, en ese momento el referente del socialismo “revisionista” belga (posteriormente fue colaborador con la ocupación nazi en su país).
Mariátegui rebate los argumentos de De Man, que reproducían muchos de los planteos que hoy pueden considerarse lugares comunes universales contra el marxismo: determinismo económico, excesivo materialismo que no asigna importancia a las cuestiones espirituales, concepción teleológica de la historia, etc.
El marxista peruano va a señalar que el llamado “determinismo económico” de Marx es una deformación de sus críticos y que Marx se proponía una política realista para lo cual “extremó la demostración de que el proceso mismo de la economía capitalista, cuanto más plena y vigorosamente se cumple, conduce al socialismo; pero entendió, siempre como condición previa de un nuevo orden, la capacitación espiritual e intelectual del proletariado para realizarlo, a través de la lucha de clases […] El carácter voluntarista del socialismo no es, en verdad, menos evidente, aunque sí menos entendido por la crítica, que su fondo determinista”.
En ese contexto argumentativo, debatía la imagen del marxismo como un producto del Siglo XIX, según De Man en crisis junto con el positivismo y el cientificismo.
Señalaba que la concepción filosófica del marxismo no tenía nada que ver con esas doctrinas y que había creado un nuevo tipo de intelectual que Mariátegui llamaba “ideólogo realizador”: “Marx inició este tipo de hombre de acción y de pensamiento. Pero en los líderes de la revolución rusa aparece, con rasgos más definidos, el ideólogo realizador. Lenin, Trotsky, Bukharin, Lunatcharsky, filosofan en la teoría y la praxis. […] ¿Y en Rosa Luxemburgo, acaso no se unimisman, a toda hora, la combatiente y la artista?”.
En el mismo trabajo, hay un comentario crítico del libro de Max Eastman La ciencia de la revolución, en el que el autor norteamericano denunciaba como negativa la influencia de Hegel sobre Marx. En esa crítica, Mariátegui establece una relación directa entre la dialéctica y la productividad teórica del marxismo.
Luego de señalar que en su batalla contra la dialéctica, Eastman practica una resistencia de norteamericano formado en el pragmatismo, señala que lo que reprocha realmente Eastman a Marx no es no haberse liberado de Hegel, sino no haber abandonado toda filosofía, pero que fue precisamente el desarrollo de su pensamiento teórico por encima de los problemas del movimiento obrero de su tiempo tal cual se presentaban empíricamente lo que le permitió sentar las bases de un movimiento socialista mundial.
Para profundizar este argumento, Mariátegui reivindicaba las Tesis sobre Feuerbach, que Eastman citaba en su libro sin comprender y el pasaje de Marx sobre la diferencia entre su método y el de Hegel, en sus palabras finales a la segunda edición alemana de El Capital, escritas en enero de 1873, concluyendo que el error fundamental de Eastman era considerar que todo era reducible a ciencia y que la revolución no necesitaba filósofos sino técnicos.
Esta conclusión, que está en el último de los capítulos que llegó a dejar compilados para la publicación del Defensa del marxismo (los posteriores capítulos fueron editados por sus hijos en base a anotaciones del autor), resulta muy interesante porque permite trazar una mirada más de conjunto sobre la posición de Mariátegui.
Sintetizando, podríamos decir que el marxista peruano propone una comprensión del marxismo en términos de una filosofía de la acción en la que la teoría condensa la práctica pasada y anticipa la futura, una lectura que hace hincapié en la necesaria relación de voluntarismo y determinismo para comprender el pensamiento de Marx y una reivindicación de la dialéctica como clave para comprender los procesos históricos y el marxismo mismo, en polémica con otras corrientes filosóficas.
Esta lectura del marxismo permitió a Mariátegui formular una estrategia para la revolución en Perú que partía de reconocer las problemáticas específicas como las de los pueblos originarios y la tierra así como la necesidad de orientar la revolución en un sentido socialista aunque se iniciara por tareas democrático-burguesas no resueltas previamente, contra las concepciones “populistas” que sostenía en Perú el dirigente del APRA (Alianza Popular Revolucionaria Americana) Víctor Raúl Haya de la Torre o las fórmulas canónicas de la Internacional Comunista burocratizada, que en su primera Conferencia Comunista Latinoamericana en 1929 definiría los países latinoamericanos como “no maduros para el socialismo” y por ende como “democrático-burguesa” la revolución latinoamericana.
Fuente:laizquierdadiario.com
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