México-EEUU: La expedición punitiva

Gerardo Peláez Ramos
Alejandria Revolucionaria


En la historia de las relaciones entre México y Estados Unidos, es decir, entre una ascendente potencia imperialista y un país dependiente y atrasado, se presentaron desencuentros y enfrentamientos muy importantes. El desarrollo capitalista de Norteamérica, implicó la conversión de Estados Unidos en una potencia transcontinental mediante la compra de territorios a Francia y España, la negociación territorial con Inglaterra y el despojo de territorios a México. En 1836, por medio del estímulo a elementos filibusteros, Texas fue cercenada de México; en la guerra de rapiña de 1846-1848 Estados Unidos arrebató a México Nuevo México, Arizona, Nevada, Utah, California y fracciones de otros estados, y en 1853 “compró” la Mesilla.

En el curso de la Revolución mexicana, el imperialismo norteamericano participó activamente en el derrocamiento del gobierno democrático de Francisco I. Madero, y luego de derrotado el gobierno golpista de Victoriano Huerta, facilitó la actividad en su suelo de elementos reaccionarios como Félix Díaz y otros conocidos derechistas. Entre marzo de 1916 y febrero de 1917, el gobierno de Estados Unidos, con Woodrow Wilson como presidente, realizó una intervención militar en México, conocida como Expedición Punitiva, dizque para perseguir a Francisco Villa, apresarlo y liquidarlo. Los objetivos reales eran otros: sabotear e impedir la promulgación de leyes sobre materia petrolera, agraria, laboral y religiosa. Naturalmente, estos objetivos sólo los pusieron al descubierto el patriotismo mexicano y el movimiento obrero estadounidense.

En repudio al reconocimiento del gobierno de Venustiano Carranza por la administración wilsoniana, Pancho Villa atacó con 360 hombres el 9 de marzo de 1916 la población de Columbus, Nuevo México. Durante la incursión prendieron fuego a varias casas, saquearon algunas tiendas, sustrajeron dinero del banco y de la oficina de correos y telégrafos, combatieron con la guarnición de la plaza y mataron ocho soldados y otro número igual de civiles. Cayeron muertos, heridos y prisioneros algunas decenas de villistas.

El asalto de Villa dio el pretexto al imperialismo norteamericano para intervenir en México con una fuerza de agresión llamada Expedición Punitiva, bajo la dirección del general John J. Pershing, apodado Black Jack, el mismo que comandaría el cuerpo expedicionario norteamericano en la I Guerra Mundial. Esta fuerza invasora tuvo como características centrales, en cuanto a armas y equipos, ser la última acción importante del ejército gringo en que se utilizó ampliamente la caballería y la primera en utilizar aviones y camiones. Las tropas yanquis cruzaron la frontera por Palomas y Ciudad Juárez, Chihuahua, inicialmente con alrededor de 5 mil oficiales y soldados. Posteriormente, estos contingentes fueron aumentados y llegó un momento en que eran alrededor de 20 mil los participantes en la intervención.

La Expedición Punitiva se integraba, al principio, con la 1ª Brigada, al mando del coronel James Lockett, compuesta por el 11º Regimiento de Caballería, el 12º Regimiento de Caballería y un Batallón de Artillería de campaña; la 2ª Brigada, al mando del coronel John J. Beacon, compuesta por el 6º Batallón de Infantería, el 16º Batallón de Infantería, dos Compañías de Ingenieros, una Compañía de Ambulancias, un hospital de campaña, un cuerpo de señales, un escuadrón aéreo y dos Compañías de Transportes. Tiempo después, estas unidades fueron reforzadas convenientemente.(1)

Las masacres, persecuciones y control de movimientos de los lugares por donde pasaban las tropas gringas, despoblaron de mexicanos las ciudades y rancherías. Por cierto, en las cifras de caídos villistas contabilizados por los jefes de la Expedición Punitiva hay que descontar a sencillos habitantes que fueron asesinados sin ninguna razón.

El gobierno de Carranza protestó por la intervención, e hizo los preparativos para hacerle frente tanto en el terreno militar como en el político y el diplomático. En la Ciudad de México y otras poblaciones, el pueblo celebró manifestaciones y mítines de repudio a la agresión estadounidense. El 12 de marzo, el Primer Jefe del Ejército Constitucionalista lanzó un manifiesto al pueblo mexicano, publicado en La Opinión, de Querétaro, en el cual planteaba que no permitiría la entrada de tropas extranjeras a territorio nacional, y que si ésta se producía “el pueblo mexicano sabrá cumplir con honor su deber, sin reparar en los sacrificios por los que haya que pasar, para defender sus derechos y la soberanía de México”. (2)

La administración carrancista reaccionó en forma rápida, y nombró al general Álvaro Obregón como secretario de Guerra y Marina, y al general Cándido Aguilar como secretario de Relaciones Exteriores. Apunta uno de los principales estudiosos de la política internacional de México: “Confió el Primer Jefe las responsabilidades mayores, después de la suya, a los dos hombres más destacados y aptos en su ejército para tales cargos... La organización militar en previsión de todo, quedó confiada al vencedor de Villa; y la defensa diplomática en manos de un jefe que había dado prueba de entereza patriótica”. (3)

En San Isidro, Chihuahua, se enfrentaron, el 29 de marzo, guerrilleros villistas y fuerzas norteamericanas, de las 11:00 a las 16:00 horas. Los estadounidenses tuvieron 93 muertos y 34 heridos, además de dejar 110 fusiles máuser. El 3 de abril se produjo un combate en Aguacaliente, Chihuahua, entre norteamericanos y seguidores de Pancho Villa, entre las 4:00 y las 17:00 horas. Los invasores tuvieron 108 bajas. (4)

La disposición de lucha del pueblo mexicano era elevada. En Parral se escenificaron importantes acontecimientos el 12 de abril. Las tropas norteamericanas penetraron a la ciudad, y grande fue su sorpresa cuando contemplaron a las masas, iracundas, encabezadas por la señorita Elisa Griense, llenándolos de improperios, y señalándoles el camino para que abandonaran inmediatamente la población.

Los hombres, las mujeres y hasta los niños recorrían las calles en demanda de armas y municiones para arrojar de allí a los invasores. Entonces la población enfurecida se arrojó sobre la guardia del cuartel, se apoderó de los fusiles colocados en el armero, y se abalanzó sobre la columna de soldados norteamericanos, al grito de ¡Viva Villa!, ¡Viva México! El pueblo persiguió a la columna invasora hasta Santa Cruz de Villegas, hiriendo y matando a los soldados de Estados Unidos. (5)

El oficial norteamericano Robert L. Twye fue atacado, el 13 de abril, por el coronel villista Acosta. Hubo muertos y heridos de la Expedición Punitiva. El día 18, los villistas repelieron a los estadounidenses, que sufrieron 124 bajas, en Puerto de Varas, Chihuahua. El 22 de abril, el coronel Jorge H. Dodd atacó a Tomóchic defendido por Miguel Baca Valles y Domínguez, cuyas fuerzas le hicieron 8 muertos y 6 heridos. (6)

Empero, la guerra no se declaró y se iniciaron tratativas. Entre el 29 de abril y el 11 de mayo, se celebraron conferencias en El Paso, Texas, y Ciudad Juárez, Chihuahua, entre los generales Álvaro Obregón y Jacinto B. Treviño, por México, y los generales Frederick Funston y Hugh L. Scott, por Estados Unidos, para tratar sobre la retirada de las tropas de la Expedición Punitiva. Los representantes yanquis querían incluir en la agenda temas que no estaban vinculados con la salida de sus tropas, con la intención de intervenir en los asuntos internos nacionales. Las negociaciones fracasaron y no se acordó la retirada inmediata de las tropas expedicionarias.

Elementos no identificados, a quienes los yanquis acusaban de estar avituallados y asesorados por generales mexicanos, asaltaron, el 5 de mayo, Glenn Springs, distrito de Big Ben, Texas, por lo cual murieron varios ciudadanos estadounidenses, incluidos algunos militares. El gobierno gringo se aprovechó de este incidente para incrementar el número de tropas de la Expedición Punitiva. Ocurrieron otros asaltos en la línea fronteriza entre los estados de Chihuahua y Tamaulipas con Texas. Muchos de ellos impulsados o permitidos por las autoridades norteamericanas, con el objeto de agudizar las contradicciones entre ambos países.

Se presentaron, asimismo, conflictos y actos hostiles en el mar y en algunos ríos, sobresaliendo los ocurridos en Mazatlán, Sinaloa; Guaymas, Sonora, y Minatitlán, Veracruz.

Cándido Aguilar se dirigió a Robert Lansing, secretario de Estado norteamericano, el 22 de mayo, para denunciar que 400 hombres del 8º regimiento del ejército yanqui se encontraban en territorio mexicano, habiendo cruzado la línea por el rumbo de Boquillas, aproximadamente del 10 al 11 de mayo, y se hallaban en la fecha del mensaje cerca de un lugar llamado “El Pino”, como a sesenta millas al sur de la frontera. Este hecho llegó a conocimiento de las autoridades mexicanas, porque el comandante mismo de las tropas norteamericanas que cruzaron la frontera dirigió al comandante militar mexicano de Esmeralda en Sierra Mojada, una comunicación en la cual le manifestaba que había cruzado la frontera en persecución de la banda de forajidos que asaltó Glenn Springs, por virtud de un acuerdo existente entre el gobierno norteamericano y el gobierno mexicano para el paso de tropas, y con consentimiento de un funcionario consular mexicano de Del Río, Texas, a quien decía haber dado conocimiento de la entrada de su expedición.

El gobierno mexicano no podía suponer que por segunda vez cometiera un error el gobierno norteamericano, ordenando el paso de sus tropas sin consentimiento del gobierno de México.
La explicación dada por el gobierno yanqui respecto del paso de las tropas en Columbus, nunca había sido satisfactoria para el gobierno constitucionalista; pero la nueva invasión del territorio nacional no era ya un hecho aislado, y venía a convencer al gobierno mexicano de que se trataba de algo más que de un simple error.

El gobierno mexicano no podía considerar este último incidente sino como una invasión de nuestro territorio hecha por fuerzas norteamericanas contra la voluntad expresa del gobierno de México; y era de su deber pedir, como lo hacía, al gobierno de Estados Unidos, que ordenara la inmediata retirada de estas nuevas fuerzas, así como se abstuviera por completo de enviar cualquier otra expedición de carácter semejante.

El gobierno mexicano creía llegado el caso de insistir ante el gobierno estadounidense, para que, retirando inmediatamente la nueva expedición de Boquillas, se abstuviera en lo sucesivo de enviar nuevas tropas. De todos modos, el gobierno mexicano, después de haber manifestado claramente su inconformidad con el paso de nuevas tropas yanquis a territorio nacional, tenía que considerar esto como un acto de invasión de su territorio, y en consecuencia, se vería en el caso de defenderse contra cualquier grupo de tropas norteamericanas que encontrara dentro del mismo.

El gobierno yanqui en todas ocasiones había declarado querer ayudar al gobierno constitucionalista a concluir la obra de pacificación y deseaba que esta obra se llevara a cabo en el menor tiempo posible. La actitud efectiva del gobierno de Estados Unidos en relación con estos deseos, resultaba enteramente incongruente, pues venía ejecutando desde hacía tiempo diversos actos que indicaban que no sólo no prestaba ninguna ayuda a la obra de pacificación de México, sino que por lo contrario, parecía poner todos los obstáculos posibles para que ésta se llevara a cabo. En efecto, sin contar con el gran número de representaciones diplomáticas que so pretexto de protección a los intereses norteamericanos establecidos en México embarazaban constantemente la labor del nuevo gobierno que pretendía organizar la condición política, económica y social del país sobre nuevas bases, un gran número de hechos hacía sentir la influencia del gobierno norteamericano contra la consolidación del gobierno mexicano a la sazón.

El apoyo decidido que en un tiempo tuvieron elementos anticonstitucionalistas de parte del general Scott y del Departamento de Estado mismo, fueron la causa principal de que por muchos meses se prolongara la guerra civil en México. Más tarde, el apoyo continuo al clero católico mexicano que trabajaba incesantemente contra el gobierno constitucionalista, y las constantes actividades de la prensa intervencionista gringa y de los hombres de negocios de aquel país, eran cuando menos un indicio de que el gobierno norteamericano no quería o no podía evitar todos los trabajos de conspiración que contra el gobierno constitucionalista se efectuaban en Estados Unidos.

El gobierno norteamericano reclamaba incesantemente del gobierno mexicano una protección efectiva de sus fronteras, y sin embargo, la mayor parte de las bandas que tomaban el nombre de rebeldes contra el gobierno carrancista, se proveían y armaban, si no es que también se organizaban, en el lado norteamericano, bajo la tolerancia de las autoridades del estado de Texas, y podría decirse que aun de las autoridades federales de Estados Unidos. La leninidad de las autoridades gringas hacia estas bandas era tal que en la mayor parte de los casos, los conspiradores, que eran bien conocidos, cuando habían sido descubiertos y se les llegaba a reducir a prisión, obtenían su libertad por cauciones insignificantes, lo cual les había permitido continuar en sus esfuerzos.

Los emigrantes mexicanos que conspiraban y organizaban incursiones del lado norteamericano, tenían a la sazón más facilidades de causar daño que anteriormente, pues sabiendo que cualquier nueva dificultad entre México y Estados Unidos prolongaría la permanencia de las tropas estadounidenses, procuraban aumentar las ocasiones de conflicto y de fricción.

El gobierno yanqui decía ayudar al gobierno constitucionalista en su labor de pacificación y reclamaba urgentemente que esa pacificación se llevara a cabo en el menor tiempo posible y que la protección de las fronteras se efectuara del modo más eficaz. Y sin embargo, había detenido en diversas ocasiones los cargamentos de armas y municiones compradas por el gobierno mexicano en Estados Unidos, que deberían ser empleados para acelerar la labor de pacificación y para proteger más eficazmente la frontera. Los pretextos para detener el embarque de municiones consignadas al gobierno constitucionalista habían sido siempre fútiles y nunca se había dado una causa franca; se había dicho, por ejemplo, que se embargaban municiones por ignorarse quién sería el verdadero dueño o por temor de verlas caer en manos de partidas de Pancho Villa.

El embargo de pertrechos consignados al gobierno mexicano, no podía tener más interpretación que la de que el gobierno norteamericano deseaba precaverse contra la emergencia de un conflicto futuro y, por lo tanto, trataba de evitar que vinieran a manos del gobierno mexicano armas y parque que pudieran emplearse contra las tropas norteamericanas mismas. El gobierno estadounidense estaría en su derecho de precaverse contra esa emergencia, pero en ese caso no debería decir que estaba tratando de cooperar con el gobierno carrancista y hubiera sido preferible encontrar una mayor franqueza en sus procedimientos.

O el gobierno gringo deseaba decidida y francamente ayudar al gobierno mexicano a restablecer la paz, y en ese caso no debía impedir el paso de armas, o los verdaderos propósitos del gobierno norteamericano eran prepararse para que en el caso de una futura guerra con México, este país se encontrara menos provisto de armas y parque. Si fuere esto último, preferible era decirlo.

Por último, las autoridades de Nueva York dizque a moción de una sociedad neutral de pacifistas, habían ordenado la detención de algunas piezas de maquinaria que el gobierno mexicano trasladaba a México para la fabricación de municiones, la cual no se concebía que pudiera ser empleada sino algunos meses después de traerla a nuestro país. Este acto del gobierno yanqui, que tendía a impedir la fabricación de municiones en un futuro remoto, era otro indicio claro de que sus verdaderos propósitos hacia México no eran de paz, pues mientras se exportaban diariamente millones y millones de dólares en armas y parque para la guerra europea sin que las sociedades pacifistas de Estados Unidos se conmovieran ante el espectáculo de esa guerra, las autoridades de Nueva York se mostraban dispuestas a secundar los propósitos de esas humanitarias sociedades cuando se trataba de exportar a México maquinaria para la fabricación de armas y parque.

México tenía el indiscutible derecho, como lo tenía Estados Unidos y como lo tenían todas las naciones del mundo, de proveer a sus necesidades militares, sobre todo cuando se hallaba frente a una tarea tan vasta como era la de lograr la pacificación del país, y el acto del gobierno yanqui al embargar maquinaria destinada a la fabricación de municiones, estaba indicando, o que Estados Unidos deseaba poner obstáculos para la completa pacificación, o que este acto era sólo uno de los de la serie de los ejecutados por las autoridades norteamericanas en previsión de una proyectada guerra con México.
El pueblo y el gobierno mexicanos tenían la absoluta seguridad de que el pueblo norteamericano no deseaba la guerra con México. Había, sin embargo, fuertes intereses yanquis y fuertes intereses mexicanos empeñados en procurar un conflicto entre ambos países. El gobierno mexicano deseaba firmemente mantener la paz con el gobierno norteamericano, pero para ese efecto era indispensable que el gobierno gringo se sirviera explicar francamente sus verdaderos propósitos hacia México.

El gobierno mexicano invitaba, pues, formalmente al gobierno de Estados Unidos a hacer cesar esta situación de incertidumbre entre ambos países y a apoyar sus declaraciones y protestas de amistad con hechos reales y efectivos que convencieran al pueblo mexicano de la sinceridad de sus propósitos. Estos hechos, en ese entonces, no podían ser otros que la retirada de las tropas yanquis que se encontraban en territorio nacional. (Este documento, sienta, en parte, algunos de los principios básicos de la política exterior de los gobiernos surgidos de la Revolución mexicana y que, hoy día, han abandonado los gobiernos neoliberales, especialmente durante las gestiones de Ernesto Zedillo Ponce de León, Vicente Fox Quesada y Felipe Calderón Hinojosa.(7) Este documento aparece, por cierto, en muchos libros, además de los citados).

La opinión antimperialista de Estados Unidos estaba vigilante y activa. El New York Call planteó: “Los capitalistas norteamericanos no quieren que los mexicanos dispongan de sus yacimientos de oro y plata, de sus fuentes de petróleo, de su henequén, sus bosques y sus tierras [...] Si este país comienza la guerra contra México, no será a causa del ataque a Columbus [...] El motivo lo será las enormes riquezas de México. Si los soldados norteamericanos van a morir a México, será para que los capitalistas yanquis puedan disponer de las colosales riquezas de México”.

Times sostenía: “Mientras más avanza el general Pershing se palpa con más evidencia que el pueblo apoya a Villa”.(8)

En junio los villistas tuvieron enfrentamientos con las tropas yanquis en Rincón de la Serna, Salitrera y otras poblaciones de Chihuahua, mientras en Tamaulipas los generales Emiliano P. Nafarrete y Alfredo Ricaut distribuían rifles, pistolas y parque a hombres, adolescentes y mujeres, que llegaron a ser más de 1,500 bajo las órdenes del ejército mexicano. Cerca de 200 rancheros, con caballada y armas, se pusieron a disposición de las fuerzas armadas mexicanas. Del territorio norteamericano volvieron mexicanos para ofrecer sus servicios a los generales y jefes militares de México. En esas condiciones, no fue difícil rechazar las incursiones de las tropas norteamericanas cuando se aventuraron a traspasar la frontera. En la reserva, había más de 500 hombres desarmados pero organizados militarmente.(9)

Woodrow Wilson declaró, el 1 de junio de 1916, que no tenía intenciones de retirar la Expedición Punitiva. En respuesta, Carranza decidió ejercer presión directa sobre las tropas gringas. El 16 de junio, el general John J. Pershing recibió una nota en la que se le informaba que todo movimiento de sus tropas, salvo en dirección al norte, tropezaría con resistencia y que el ejército mexicano atacaría. El general Jacinto B. Treviño le planteó a Pershing: “Tengo órdenes de mi gobierno para detener por medio de las armas toda nueva invasión a mi país por fuerzas americanas, así como para evitar que aquellas tropas actualmente se encuentran en Chihuahua, se muevan al Sur, Este u Oeste del lugar que actualmente ocupan. Lo que comunico a usted para su conocimiento y para que tome nota de que sus fuerzas serán atacadas por las mexicanas si esta disposición no es atendida”(10). Pershing respondió: “...En contestación dése usted por notificado que mi gobierno no ha impuesto tales restricciones a los movimientos de las tropas americanas. Por lo tanto, usaré de mi criterio para lo que concierne a cuando y en qué dirección deba mover mis tropas para perseguir bandidos o para obtener información tocante a bandidos. Si dentro de estas circunstancias las tropas mexicanas atacan mis columnas, la responsabilidad con sus consecuencias recaerá sobre el gobierno mexicano”(11). El general gringo hizo caso omiso de la advertencia del gobierno constitucionalista y se produjo un choque franco entre tropas norteamericanas y mexicanas en El carrizal, Chihuahua, el 21 de junio. Fue éste el incidente más grave desde la incursión de Villa y amenazó con provocar el temidísimo estallido de la guerra entre México y la potencia del norte(12).

Los yanquis tuvieron 12 muertos y 22 prisioneros. En la acción de El Carrizal cayeron los héroes mexicanos: general Félix U. Gómez, capitán primero Francisco Rodríguez, teniente Daniel García, subteniente Juan Lerma, sargento José Vázquez, cabos Valente Armendáriz, Ángel Torres, Juan Armijo, Leonardo Flores y Aurelio Estudiante, soldados José Perales, Telésforo Gómez, Guadalupe Hernández, Pablo Martínez, Antonio Nerolimo, José Bejarán, Gregorio Banaza, Miguel Martínez, José González, Atanasio Rodríguez, León Jiménez, Rafael López, Marcos Meza, Ramón Aguayo, Salvador Vera, Lorenzo Acuña, Faustino Balmaceda, Antonio Delgadillo y Ambrosio Rodríguez.

El botín de guerra recogido al enemigo, incluía: treinta y un fusiles máuser, tres mil cartuchos máuser 8 mm., treinta y un caballos ensillados y un aparejo. La derrota de los expedicionarios de Estados Unidos, en este combate, fue completa y abandonaron el campo de batalla corriendo como venados(13).

La posibilidad de que se declarara la guerra formal, señala una historiadora mexicana, fue muy seria y el gobierno mexicano propuso que se dilucidara el problema internacional por medio de unas conferencias entre comisionados de ambos gobiernos. Las conferencias se iniciaron el 6 de septiembre y tuvieron lugar en las poblaciones norteamericanas de New London, Atlantic City y Filadelfia(14), entre Luis Cabrera, Alberto J. Pani e Ignacio Bonillas, por México, y Franklin K. Lane, George Gray y John R. Mott, por Estados Unidos. No se logró la salida inmediata de la Expedición Punitiva, pero se impidió que el gobierno norteamericano se arrogara el derecho de representar a empresas y gobiernos extranjeros, a definir qué hacer en materia de propiedad y religión, esto es, a “cubanizar” México, al estilo de la enmienda Platt. Con gran desparpajo, los delegados yanquis llegaron a proponer: “...pasemos a la consideración de estos tres puntos: 1º Protección de las vidas y propiedades de los extranjeros en México. 2º Establecimiento de una Comisión de Reclamaciones. 3º Tolerancia religiosa...”(15) Las conferencias terminaron el 15 de enero de 1917.

En ciertos momentos, los comisionados gringos amenazaron con la guerra a los representantes mexicanos.

Entretanto, las fuerzas de Pancho Villa, escribe su principal biógrafo, no sólo no fueron decisivamente derrotadas ni dispersadas por la expedición de Pershing, sino que aumentaron en forma fenomenal mientras los norteamericanos permanecieron en suelo mexicano. Villa se convirtió en el símbolo de la resistencia nacional contra los invasores extranjeros y su popularidad aumentó vertiginosamente (16). El Centauro del Norte se recuperó de las derrotas que le había infligido Álvaro Obregón y fue capaz de ocupar plazas muy importantes en Chihuahua y Coahuila.

Por muchos estados de la Unión Americana se extendió el movimiento de solidaridad con México, que tenía como centro a la clase obrera como principal impulsora y participante. En las ciudades más importantes de Estados Unidos se organizaron mítines para protestar por el envío de la Expedición Punitiva y la política de agresión. En un mitin celebrado en San Francisco, California, un orador manifestó: “Dejad a los capitalistas que están urgiendo la preparación para ir a México, que peleen ellos para proteger las tierras que han arrebatado a los campesinos de aquel país”.

Bajo la consigna de “Ningún hombre para la guerra contra México”, se realizó una concentración masiva en Nueva York a la que asistieron intelectuales, obreros, socialistas, pastores protestantes, universitarios y otros núcleos de ciudadanos norteamericanos. En los discursos se condenó la política de agresión. “El que continúen las tropas americanas en territorio mexicano es una vergüenza nacional”, se dijo. Un orador socialista expresó: “Si los mexicanos persiguieran a los saqueadores de México, no se detendrían sino hasta Wall Street”. Se constituyó en Washington un comité para evitar la guerra contra México, encabezado por el ministro de Bolivia, señor Ignacio Calderón, y en el que participaban los representantes diplomáticos de las repúblicas latinoamericanas (17).

La intervención norteamericana en México provocó una ola de indignación y expresiones de solidaridad con el pueblo mexicano en varios países de América Latina. Ejemplo de ello fue un mitin de protesta efectuado en Buenos Aires, en el que participaron 10,000 personas (18). De manera ferviente repudiaron al gobierno de Estados Unidos José María Vargas Vila, Manuel Ugarte, Rufino Blanco Fombona y otros escritores latinoamericanos, tanto prominentes como otros menos famosos.

La intervención norteamericana perseguía como objetivos: impedir la aprobación de los artículos patrióticos de la Constitución General de la República, en especial del 27 que afectaba y afecta la propiedad de tierras, minas y petróleo; arrogarse el privilegio de representar a empresas norteamericanas y de otros países, así como de gobiernos extranjeros; permitir la intervención estadounidense en toda la frontera sin permiso del Estado mexicano; intervenir en asuntos de religión, y otros de exclusiva competencia de las autoridades y ciudadanos mexicanos. En esto no prosperaron sus objetivos.

La proximidad de la participación de Estados Unidos en la I Guerra Mundial y el aislamiento de la política wilsoniana, obligaron a dar término a la intervención en México. El 5 de febrero de 1917, el gobierno de Washington reconoció al de México como gobierno de iure. Los últimos elementos de la retaguardia de las tropas que integraban la Expedición Punitiva abandonaron tierras de Chihuahua y se internaron en territorio norteamericano. Terminó, así, la intervención militar de Estados Unidos en México.

A 90 años de la salida de las tropas norteamericanas del territorio mexicano, vale la pena recordar tales hechos.

Notas:

1 Luis Garfias Magaña, Historia militar de la Revolución mexicana, México, INEHRM, 2005, p. 351.

2 Alfonso Taracena, La verdadera Revolución mexicana. Cuarta etapa (1915 a 1916), México, Ed. Jus, 2ª ed., 1973, p. 170. 

3 Isidro Fabela, La victoria de Carranza. La política interior y exterior de Carranza, est. prelim. de Romana Falcón, Toluca, Inst. Mex. de Cult., 1994, p. 645. 

4 Datos proporcionados por Alfonso Taracena, en su obra antes citada.

5 Los tres párrafos anteriores son casi textuales de la obra de Miguel Alessio Robles, Historia política de la Revolución, México, Com. Nal. para la Celebr. del 175 aniv. de la Ind. Nal. y 75 aniv. de la Rev. mex., 1985, pp. 215-216. 

6 Datos de A. Taracena. 

7 Mario Contreras y Jesús Tamayo, México en el siglo XX. 1913-1920. Textos y documentos, t. II, México, UNAM, 1976, pp. 218-232, y La Revolución mexicana. Textos de su historia, t. III. Acción revolucionaria, Graziella Altamirano y Guadalupe Villa (inv. y comp.), México, SEP Instituto Mora, 1985, pp. 475-492. 

8 Vivian Trías, Historia del imperialismo norteamericano, t. I, Buenos Aires, A. Peña Lilo Ed., 1975, pp. 192-193. 

9 Véase Labor internacional de la Revolución constitucionalista de México (Libro Rojo), México, Ed. de la Com. Nal. para la Celebr. del Sesquicentenario de la Proclamación de la Ind. Nal. y del Cincuentenario de la Rev. Mex., 1960, pp. 210-214. 

10 Isidro Fabela, Historia diplomática de la Revolución mexicana, II, Toluca, Inst. Mex. De Cult., 1994, pp. 323-324, y Emilio Portes Gil, Autobiografía de la Revolución mexicana, México, Inst. Mex. De Cult., 1964, p. 221. 

11 Documentos históricos de la Revolución mexicana, vol. XII, Expedición punitiva, t. I, fundador: Isidro Fabela, publicados bajo la dirección de Josefina E. de Fabela, México, Ed. Jus, 1967, p. 372, y Alberto Salinas Carranza, La Expedición Punitiva, México, Ed. Botas, 2ª ed., 1937, p. 275. 

12 Párrafo casi textual de Esperanza Durán, Guerra y revolución. Las grandes potencias y México 1914-1918, México, El Colmex, 1985, p. 137. 

13 Francisco R. Almada, La Revolución en el estado de Chihuahua, t. II. 1913-1921, México, INEHRM, 1965, pp. 318-320, Documentos históricos de la Revolución mexicana, vol. XIII, Expedición punitiva, t. II, fundador: Isidro Fabela, publicados bajo la dirección de Josefina E. de Fabela, Ed. Jus, México, 1968, pp. 9-12, y Juan Barragán Rodríguez, Historia del ejército y de la Revolución constitucionalista, 3ª época, México, INEHRM, 1986, p. 258-260.

14 Véase Berta Ulloa, “La lucha armada (1911-1920)”, en Historia general de México, t. 2, México, El Colmex, 2ª reimpr., 1988. 

15 Alberto J. Pani, Mi contribución al nuevo régimen. 1910-1933, México, Ed. Cultura, 1936, p. 231, y Adolfo Manero Suárez y José Paniagua Arredondo, Los tratados de Bucareli. Traición y sangre sobre México!, t. I, México, s. e., 1958, p. 96. Volver arriba

16 Friedrich Katz, La guerra secreta en México. 1. Europa, Estados Unidos y la Revolución mexicana, trad. de Isabel Fraire, José Luis Hoyo y José Luis González, México, Ed. Era, 2ª ed., 1983, p. 351.

17 Mario Gill, Nuestros buenos vecinos, México, Ed. Azteca, 4ª ed. ampl., 1959, pp. 190-191. 

18 M. S. Alperóvich y B. T. Rudenko, La Revolución mexicana de 1910-1917 y la política de los Estados Unidos, trad. de Makedonio Garza, Armén Ohanián, María Teresa Francés y Alejo Méndez García, México, ECP, 12ª reimpr., 1984, p. 226