La “tipología inflacionaria”en las Jornadas Monetarias del Banco Central
Eduardo Luis Curia
Diario BAE
Las recientes Jornadas
Monetarias del Banco Central ofrecieron un marco de análisis importante con
relación a la crisis mundial, cuyas secuelas aún discurren. Fueron enfocadas
tanto la naturaleza del fenómeno como su etiología, despliegue y las perspectivas
hacia adelante. Por lo demás, se hizo factible apreciar una óptica de índole
más heterodoxa.
En
el seno de las exposiciones no faltaron las referencias respecto del régimen de
inflation targeting (RIT) o de metas de inflación. Esto es comprensible por
cuanto dicho régimen, en versión tácita o explícita, constituyó el andamiaje
teórico y práctico en lo macroeconómico que signó el período anterior a la
crisis.
Como
es sabido, ahora, en las propias filas de la ortodoxia y afines, el RIT es
sometido a cierto debate. Se alude a determinadas limitaciones o a una
“incompletud” que habrían caracterizado la evolución del mencionado régimen,
aspecto que habría incidido en la decantación de la crisis y en restricciones
para enfrentarla. Entonces, mientras hay quienes revalidan enfáticamente el RIT
sin necesidad alguna de adecuación, otros, incluso dentro de la ortodoxia,
reclaman ampliar en alguna medida tanto los objetivos como los instrumentos,
como, por ejemplo, la recomendación de ciertos economistas en el sentido de
elevar el guarismo de la meta de inflación, eje del RIT, con vistas, se aduce,
a otorgar más plasticidad para lidiar contra situaciones capaces de derivar en
instancias de “trampa de liquidez” o de cosas por el estilo.
Adicionalmente,
el RIT juega como un esquema que resalta el control de la inflación a través de
la concentración en la regulación de la demanda, echando mano, como instrumento
principal, de las tasas de interés de corto plazo. Otro supuesto concurrente
del esquema es la noción de un producto potencial de la economía predado o
predeterminado. A la postre, lo resultante de todo esto es lo que en varios
trabajos llamamos la “matriz de 3x3”, o sea: a la vez que se impone un target o
meta de inflación bien acotado, del 2 o 3%, la confirmación misma del planteo
se asocia con una tasa de crecimiento “normal” modesta, de alrededor del 3% del
PIB (con la noción del producto potencial correlativa).
Suponiendo
la inflación por el lado de la demanda, se considera, en principio, que el
adecuado “ajuste hacia arriba” de la tasa de interés pinta óptimo, por lo cual
la mayor inflación, si éste fuera el caso, “se reabsorbe” sin secuelas
negativas en cuanto a la marcha de la actividad económica. En tanto se
experimente una inflación de costos, siendo que el instrumento corrector no
deja de operar, de alguna forma sí puede advertirse cierto perjuicio, aunque
transitorio, en términos de actividad.
El
aspirar a superar una expansión un tanto bucólica del 3% anual, con vistas a
acelerar el crecimiento, puede derivar en presiones inflacionarias algo
mayores, también detectables en los índices respectivos. La aludida matriz,
así, se ve tensionada en su totalidad.
De
todos modos, uno de los disertantes en las jornadas, Erinc Yelden, refiriéndose
a la posibilidad de avanzar en términos de aceleración del crecimiento, recordó
el trabajo de Pollin y Zhu “Inflation and Economic Growth”, en el sentido de
que el mismo refleja que aquella posibilidad tiende, en general, a coincidir
con el rebasamiento de umbrales de inflación muy achatados en naciones de
ingreso bajo o medio, siendo asociable a inflaciones con umbrales de un dígito
alto (hablamos de inflación efectiva). En ocasiones, cabe un umbral algo más
alto.
Naturalmente,
una concepción más amplia de la inflación conduce a incorporar en el examen
factores responsables que van más allá de las causales, puramente, de orden
monetario o concernientes a la demanda a secas. En rigor, aun en los países más
desarrollados es factible hallar enfoques que reconocen en algún grado la
incidencia de resortes “no convencionales”. Véase el caso, por ejemplo, del
célebre “viejo keynesiano”, ganador del Nobel, J. Tobin. Con su recordado
concepto de grease in the wheel (grasa en las ruedas), aludía a que un cierto
nivel (desde ya moderado) de inflación permitía lubricar más fluidamente
determinadas fricciones de ingresos relativos que se insinuaban en la esfera
económica.
Resortes no convencionales. El
caso de la restricción externa. Precisamente, en el cierre de la lista de
expositores de las mencionadas jornadas, el venezolano Leonardo Vera abordó las
categorías “alternativas” de captación del fenómeno inflacionario a través del
documento intitulado “Desequilibrio estructural y conflicto distributivo:
algunas enseñanzas de las inflaciones latinoamericanas”, temática sobre la que
ha desarrollado varios y meritorios trabajos.
El
economista citado pasó revista a una serie de conceptos acerca de la inflación
que emergieron preferentemente al compás de la realidad latinoamericana, con un
gran aporte de economistas oriundos del continente (un caso destacado es el del
eminente economista argentino Julio Olivera), sin mengua de otras
contribuciones. En rigor, las formulaciones alternativas en cuestión pivotan
sobre el criterio no ortodoxo de “dinero pasivo”, en virtud del cual
(interactuando con otros resortes, como determinadas rigideces), factores no
dinerarios –asociados a elementos de cariz estructural, a los ligados con
alteraciones de precios relativos y a los vinculados con la puja distributiva,
sumando manifestaciones inerciales– son los que básicamente disparan, por un
motivo u otro, el empuje inflacionario, ante lo cual, la dinámica monetaria,
simplemente, se adapta, jugando, así, pasiva y no activamente. Es verdad que un
monetarista estricto, apelando a su “caja negra”, aduciría que, de una forma u
otra, la inflación es un fenómeno monetario al final de la historia. El dinero
terminaría “viabilizando” la suba de precios. Obviamente, en cuanto fuera
evitable, sin más, aquella conducta de adaptación mencionada arriba, se
tendería a forzar la recesión.
En
la inflación estructural, tallan limitaciones de oferta de los diversos
sectores, que traban respuestas de oferta elásticas ante determinadas
estimulaciones que inciden en los precios específicos. Entonces, tienden en ese
plano a instalarse precios más elevados. Con precios esencialmente rígidos a la
baja, posibles reacciones de otros precios buscando “recuperar posiciones”, se
perfilan siempre en una dirección global alcista, accionando mayor inflación.
El dinero, pasivo, se adapta al proceso. Siguiendo una acepción más general,
cabe una instancia de modificación de los grandes precios relativos de la
economía (vgr., el tipo de cambio) y de potenciales reacciones, incubándose un
pressing inflacionario al que, otra vez, el dinero concluiría acomodándose.
El
otro enfoque a computar, pasible de interactuar con los anteriores a modo de
movimiento de “segunda” o de “más vueltas”, es el de la puja distributiva, que
posee un capítulo crucial en la relacionada a la “pulseada” precios-beneficios
y salarios. Aquí pesa una lógica que combina aspiraciones de ingresos
sectoriales y decisiones tendientes a concretarlas, y que puede rechazar una
visión “conciliada” entre las partes en fricción, con lo que se concluye
instigando inflación. Asimismo, este espectro es capaz de proyectarse en una
dinámica inercial, donde la inflación corriente se erige en función de su
propia historia. En el asunto, el dinero reafirmaría su pasividad, acomodándose
a los factores no dinerarios. Sin embargo, experimentos que atacaron la
inflación inercial –como el Plan Austral de 1985–, además de abordar el “núcleo
duro”, también encararon correctivamente andariveles ansiosos de emisión
monetaria, como el sector público.
Vale
señalar que Vera cerró su exposición enfocando el caso de una economía abierta
sometida, por diversas razones, a la restricción externa, algo desde ya no
adjetivo en nuestra historia. El colega, tomando una devaluación como
respuesta, advirtió sobre los posibles efectos de tenor inflacionario y de daño
al salario real. El procedimiento, pues, luce estresante. Pero, ¿ello es
evitable, cómo y con qué consecuencias? Contestar es difícil. Pensando en la
hipótesis de una restricción externa debida a razones endógenas, quizás la
opción mejor es prevenirla, justamente, para no caer irremisiblemente en el
estrés; respecto de dicha opción, puede contribuir el mantener un cambio
competitivo. Nos encontramos, así, con la eterna cuestión: ¿qué es lo primero:
el huevo o la gallina?