Los Golpes bajos de una manifestación “pacífica”

Luciano Viard
Agencia Mendocina de Periodismo Político



Miles de personas se convocaron, en distintos espacios públicos del país, para manifestarse en contra del gobierno encabezado por Cristina Fernández. Uno de los blancos -y herramienta- de las agresiones fueron las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo.

Agresión a la memoria


El pañuelo blanco en la cabeza de una señora –en Plaza de Mayo- pedía por la “reaparición del sistema republicano, desaparecido en 2003”. El símbolo de la lucha de las mujeres que perdieron hijos y nietos durante el genocidio perpetrado por la última dictadura cívico-militar, se vio burlado por una consigna sin base, que echó por tierra el valor cultural que los más de 35 años de lucha democrática les han otorgado a Madres y Abuelas de Plaza de Mayo.
 
Dos modelos de democracia se vislumbran. Por un lado, una señora que, sin escrúpulos -pero con desparpajo-, le falta el respeto al dolor y a la entereza. Por el otro, un grupo de mujeres que, con muchos condicionantes, muestran a una sociedad la necesidad de entender la memoria como base ineludible para su desarrollo justo.
 
María Assof de Domínguez -más conocida como María Domínguez- tiene 80 años y es referente de Madres de Plaza de Mayo en Mendoza. Luchó y lucha para que se haga justicia por los secuestros de 30 mil personas, entre ellas, su hijo Walter Hernán Domínguez y su nuera Gladys Cristina Castro.
 
Agemep le preguntó a esta referente de la lucha por los Derechos Humanos la impresión que le causó a nivel personal la manifestación en general, y esos sucios pañuelos en particular:
 
“Estamos tan acostumbradas a que nos ofendan, que una ofensa más no nos hace mella, y más cuando la ofensa viene de este tipo de personas que salen a la calle a protestar sólo cuando les tocan el bolsillo”, dijo María con la voz cordial que la caracteriza.
 
Assof reconoció que “falta mucho por hacer”, pero cree que “se está haciendo un poquito de justicia por los que menos tienen" y es eso "lo que les está molestando” a algunos sectores", que consideran que para que eso sea así, se les “quita beneficios” a ellos.
 
En cuanto a las diferencias de consignas, la respuesta es cabal: “Nosotras salimos a la calle a defender la vida, la memoria de nuestros hijos”. Es un reclamo alejado, ajeno, a las cuentas bancarias. Tiene que ver con la sangre sobre la cual se edificaron varios oligopolios económicos y mediáticos, entre otros.
 
Esa lucha por verdad, por justicia, por castigo, es la lucha de mujeres que no agredieron nunca a los violentos; y eso se ha entendido “desde este gobierno, porque los gobiernos anteriores no hicieron absolutamente nada. Por el contrario, sacaron leyes de olvido e impunidad”, afirmó la Madre de Plaza de Mayo.
 
Hoy “somos mujeres muy grandes y nos cuesta mucho estar en la calle, pero seguimos recuperando nietos y se sigue haciendo justicia. Así que a esta gente (por los manifestantes antidemocráticos y groseros), que Dios los perdone por las cosas horribles que están haciendo”, dijo María.
 
María es la segunda de 12 hermanos y desde los 11 años trabajó para ayudar a su madre. No pudo concluir sus estudios y se casó en 1951, tiempo después tuvo dos hijos.
 
Walter Domínguez trabajó desde los 14 años, y después de terminar el secundario “le dio por estudiar arquitectura”, según palabras de su madre. Hizo el servicio militar en el año 1976, se casó y con su pareja empezaron a trabajar “en lo que podían”. Él trabajó en la empresa de colectivos de la línea 70, que hoy forma parte del grupo 5.
 
Según sus vecinos, los secuestraron en su casa, una hora después de que Walter llegó del trabajo. Los secuestradores tenían puestos pasamontañas al momento del ilícito, motivo por el cual no se ha podido dar con sus identidades de manera fehaciente. Esto sucedió en diciembre de 1977.
 
El camino de dolor y justicia que María emprendió en 1977 tuvo distintas aristas y ningún trámite fue sencillo. Muchas veces la iglesia católica, por medio de sus representantes, se rió de ella, de las desapariciones que sufrió, de que no tuvo más a su hijo, de que no supo si tuvo un nieto o una nieta. Gladys estaba embarazada y hoy su hijo o hija tiene 34 años. María no pudo conocerlo, o conocerla.
 
A fines de 1978, María y un grupo de Madres empezaron a marchar en la plaza San Martín de la Ciudad de Mendoza. No eran más de 15 personas al principio, pero con el tiempo se empezaron a unir otras Madres. Ellas llevaron el pañuelo como símbolo de sus búsquedas personales que lograron unir en el tiempo, y así las transformaron en una búsqueda colectiva. Socializaron su maternidad.
 
Entre otras cosas, las Madres tuvieron que soportar la falta de interés y los desaires de los expresidentes Alfonsín, Menem y De la Rúa. María recalca, siempre que puede, que sólo en este gobierno -al que algunos manifestantes caceroleros le desean la muerte- se les abrieron las puertas y se comenzó a hacer justicia.
 
Varios intelectuales han dicho que no se debe generalizar el pensamiento de miles de personas sobre la base de expresiones individuales. Adolfo Pérez Esquivel, intelectual reconocido y respetado, instó al gobierno -al que los cacerolos desean tildan de “Diktadura”- a que escuche las protestas.
 
¿Podría Pérez Esquivel tolerar el embanderamiento de simbologías nazis, la invitación a la muerte (con risas), y el bastardeo de la lucha de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo?
 
Por otra parte, es notoria la defensa que distintos referentes políticos de la centro derecha argentina han desarrollado en torno a la marcha de los cacerolos. La palabra “pacífica” ha tenido una reversión nunca antes vista, porque se la ha circunscripto a “la no rotura del espacio público”.
 
Los peligros de la escalada de violencia que embate a la democracia no se pueden dejar pasar, porque no se levantan contra un gobierno, sino contra el trabajo mancomunado de toda la sociedad que ha sabido construir, esforzadamente, una democracia en vías de crecimiento.
 
Las operaciones políticas de los principales oligopolios mediáticos para enfrentar a los defensores y las defensoras de los derechos humanos no deben alejar el debate social de las cuestiones de fondo.
 
Hay sectores disconformes con medidas oficiales de coyuntura; pero la democracia y el bien común deben ponerse por delante de los intereses particulares.
 
A los agresores, los de ayer y los de hoy, las Madres siguen dándoles ejemplos. Dijo María Domínguez, con humildad y resignación: “Que Dios los perdone”.