La mutación permanente de Venezuela

Gabriel Puricelli*
Le Monde Diplomatique

Aunque lejos esté de tratarse de escoger entre el original y la copia, la del 7 de octubre en Venezuela se presenta mucho más como una elección dentro del consenso neodesarrollista que como una opción entre éste y su antítesis. La dicotomía entre Hugo Chávez y Henrique Capriles es tan marcada como la que opuso antes al líder bolivariano con Henrique Salas Römer, Francisco Arias Cárdenas y Manuel Rosales, sus derrotados en las elecciones de 1998, 2000 y 2006, pero se destaca como una disputa más competitiva que las anteriores: muchas encuestas indican que el porcentaje de indecisos es mayor que la ventaja que el oficialismo le lleva a la oposición. Las elecciones parlamentarias de septiembre de 2010, en las que el Partido Socialista Unido de Venezuela y la oposición estuvieron separados por menos de un punto porcentual, son un antecedente a tener en cuenta. Varios factores hacen competitiva esta elección, entre ellos el desgaste natural de los 13 años en el poder del presidente Chávez, la erosión constante de una inflación elevada y los efectos de la recesión de 2009 y 2010.

Sin embargo, tal vez lo determinante sea la decisión de Capriles de situar su discurso y su práctica como gobernador del estado de Miranda y como alcalde de Baruta en unas coordenadas vecinas a las del chavismo, con su énfasis en la obra pública, la hiperactividad del Estado y la relación directa con la ciudadanía, sin mediaciones partidistas. El candidato antichavista no olvida nunca aludir a otra característica que también lo acerca a Chávez: no militó en los partidos que habían predominado en Venezuela en los 40 años anteriores al Caracazo. Se podría decir entonces que la amenaza electoral a Chávez proviene de una victoria estructural del chavismo, consistente en imponer una agenda política centrada en el acceso de las mayorías a los beneficios del crecimiento económico, que había estado ausente desde el agotamiento del boom petrolero de los tempranos 70.

Nada de esto indica que una victoria de la oposición no sería un cataclismo político dentro de Venezuela, con posteriores reverberaciones regionales. Una hipotética derrota de Chávez sería el primer traspié de un gobierno de la oleada de cambio que marcó la primera década del siglo XXI en el subcontinente. En cualquier caso, si es cierto que Capriles es competitivo porque ha aceptado participar de un consenso doméstico, no habrá que esperar tampoco que los acuerdos de política exterior sudamericanos se vean alterados radicalmente, como no lo han sido por la victoria de Sebastián Piñera en Chile o la llegada de Juan Manuel Santos al gobierno en Colombia. Por detrás de la retórica del cambio, operan mutaciones concretas que hacen difíciles los giros de 180 grados en la América del Sur de nuestros días.
* Presidente del Laboratorio de Políticas Públicas, www.lpp-buenosaires.net