La Unión Europea, en la encrucijada (primera parte)

Aldo Ferrer
Diario BAE


La Unión Europea (UE) adolece de dos problemas fundacionales: uno, estructural; el otro, sociopolítico. El primero se refiere a las asimetrías entre los países miembros. La ampliación de la integración de Europa, desde los seis países fundadores de la Comunidad Económica del Carbón y del Acero hasta los veintisiete miembros de la UE de la actualidad, incorporó, al espacio comunitario, realidades nacionales muy distintas. Son, en efecto, muy marcadas las diferencias en los niveles de desarrollo y las capacidades de las dirigencias, privadas y públicas, de gestionar el conocimiento y administrar los recursos. El país con la economía más grande y avanzada, Alemania, tiene un PBI per cápita cuatro o más veces superior al de los países menos industrializados y un elevado superávit comercial, frente a los otros miembros de la UE y el resto del mundo, del orden de 200.000 millones de euros.
El segundo problema radica en la solidaridad. Como se sabe, por la experiencia histórica, la superación del atraso relativo requiere de Estados nacionales fuertes y sólidas políticas de transformación, gobernabilidad, crecimiento e inclusión social. En la UE, los Estados miembros han delegado su soberanía en el manejo de cuestiones críticas, incluyendo, en el caso de los adheridos al euro, la moneda. En tales condiciones, la solidaridad de los miembros de mayor dimensión y desarrollo económico es esencial para erradicar las asimetrías y difundir los beneficios del mercado ampliado a la totalidad de los miembros de la UE. Dada la debilidad de la solidaridad dentro de la UE, para asumir, como problemas de todos, los que se plantean en cada país, los países vulnerables viven en el peor de los mundos posibles: soportan sus problemas, carecen de instrumentos propios (por ejemplo, el ajuste del tipo de cambio) para resolverlos y no cuentan con la suficiente solidaridad de sus socios.
En la UE, la figura del Estado incorpora una dimensión transnacional. El contenido de sus acciones caracteriza su naturaleza. Si las políticas comunitarias, están decisivamente influenciadas por los mercados, se configura un Estado supranacional neoliberal. En sentido contrario, si esas políticas conservan autonomía decisoria para promover el crecimiento, el empleo, la equidad y la integración, existe un Estado supranacional comunitario.
De este modo, la crisis del régimen neoliberal, derivada de la hegemonía financiera, abarca, simultáneamente, a los países y a la misma UE, es decir, el Estado supranacional. Esta convergencia es lo que complica tanto la situación europea. Los miembros deben atender, simultáneamente, los aspectos nacionales de los problemas y las reglas comunitarias. Los países adheridos al euro, con severos desequilibrios macroeconómicos, no cuentan con una política monetaria propia ni la posibilidad de devaluar. El único instrumento disponible es la reducción del déficit fiscal y la deflación para bajar los costos internos, principalmente, los salarios, con algún apoyo de la UE para aliviar el ajuste.
En el Estado supranacional de la UE, la ausencia de suficiente solidaridad entre sus socios, determina que la población de cada uno de los países miembros se hace cargo de sus propios problemas y los resultantes del cumplimiento de las normas comunitarias. Prevalece en la opinión pública y en la conducta de los gobiernos de los países con mayores recursos la resistencia a contribuir, en medida suficiente, al salvataje de los países vulnerables y al impulso de su desarrollo. En resumen, los países vulnerables de la UE soportan las consecuencias negativas resultantes de sus propias políticas, multiplicadas por las restricciones adicionales impuestas por el régimen comunitario y agravadas por la insuficiencia de la solidaridad. La vulnerabilidad del sistema se refleja, por ejemplo, en el hecho de que los problemas de un país como Grecia, de gigantesca influencia en la cultura occidental, pero cuya economía es una ínfima parte de las de la UE y el mundo, provoque una gran perturbación.
La realidad demuestra cuán difícil es sostener una moneda común y someter a las mismas normas a países con economías tan distintas, como los que integran la UE. La integración definitiva del espacio europeo es imposible sin armonizar la totalidad de la conducción económica. Aun más, cuando prevalecen estrategias que subordinan la autoridad de la esfera política a los dictados de la financiarización, es decir, a la hegemonía de la especulación financiera sobre las necesidades de la economía real de la producción, la inversión y el empleo. Esta situación, propia del Estado neoliberal predominante en los países miembros y el Estado supranacional, impide alcanzar los objetivos propuestos por los fundadores de la integración europea, durante la temprana posguerra.
La crisis de deuda en varios países miembros de la UE ha destapado la vulnerabilidad del régimen comunitario. La subordinación de las políticas públicas a los mercados se reflejó, primero, en la desregulación de la especulación financiera en las fases iniciales del proceso de financiarización. Luego, frente a la crisis global desatada en el 2007, en la aplicación de masivos fondos públicos para rescatar a los agentes financieros. Por último, se manifiesta en la respuesta de los gobiernos de preservar los intereses de los operadores financieros y ganar su confianza. El rescate de las entidades comprometidas en las burbujas de financiamiento público, la actividad inmobiliaria y el apalancamiento de la especulación, demandó gigantescos recursos fiscales, aumentó el déficit y generó incertidumbre en los mercados. Como resultado, se redujo el crédito para la actividad económica real y encareció el financiamiento de la deuda de los países vulnerables.
En vez de recuperar el comando de las políticas públicas frente a los intereses de la financiarización y las calificaciones de las agencias evaluadoras de riesgo, el objetivo predominante de la política fiscal es actualmente la “regla de oro”, aplicando severas políticas de ajuste, para reducir el déficit fiscal, incluyendo la reducción de las prestaciones sociales. Esta estrategia prolonga el estancamiento, la inestabilidad de los mercados y las altas tasas de desempleo. Lo que está en crisis en la UE no es la integración, cuyos objetivos fundacionales siguen vigentes. La crisis radica en los Estados nacionales y supranacional neoliberales.
La UE no logra encontrar una respuesta realista a la crisis de deuda de varios países, problema que contagia a la totalidad de la región. Atrapada en la lógica del Estado neoliberal y el predominio de los intereses de la financiarización, la UE se niega a admitir que el núcleo del problema es la excesiva magnitud de la actividad financiera respecto de la economía real, la consecuente existencia de un gigantesco mercado especulativo y, como contrapartida, un nivel de deuda pública y privada incumplible, deuda focalizada en varios países, sectores (principalmente el inmobiliario) y entidades excesivamente apalancadas. El problema del endeudamiento excesivo es agravado por la insuficiencia de las normas y la solidaridad de las reglas comunitarias.