El periodismo de guerra

 Por Ignacio Lizaso

Para Nacional y popular 

publicado el 2 de julio de 2022

Hace 90 años prácticamente no había rastros de notoria influencia de personalidades de Brasil sobre la cultura y mucho menos la situación política de Argentina.

La excepción podría ser Getulio Vargas, presidente en aquel momento, de larga y fecunda relación epistolar con Perón.

Remedio inconsciente a ese déficit, en noviembre de 1932 un poeta y periodista «gaúcho» escribió un par de versos, apenas siete palabras, y con una admirable capacidad de síntesis adelantó lo que hoy es un dato obsceno de nuestra realidad.

«Un clarín se oye, peligra la patria…», supo profetizar Alfredo Le Pera en la letra del tango «Silencio».

A punto de vencer (30 de junio) el período que establece la prohibición de efectivizar despidos ha trascendido que Clarín G. Magnetto proyecta reanudar el ejercicio de su vocación de dejar en la calle (Piedras) a una parte de sus empleados.

Actitud que no constituye novedad alguna: en sus 77 años de existencia se sucedieron rajes a la criolla, «purgas» con cierto sabor sovietizado y hasta desapariciones sólo referidas al terreno laboral.

Es hora de trazar un sucinto relevamiento de la conducta empresaria de Clarín en el plano político y el vínculo con sus empleados.

Las tapas y fake news golpistas armadas desde 2008 tienen antecedentes que muestran una continuidad en la inclinación a apoyar a los gobiernos de turno, sean democráticos o de facto, y manejar discrecionalmente a su personal.

El grosero zigzagueo comenzó a poco de su fundación, en 1945.

Un informe de la embajada yanqui pronosticaba que el diario prestaría adhesión al partido conservador, posición esperable, ya que en plena década infame, su fundador, Roberto Noble, había sido ministro de gobierno de Manuel Fresco en la provincia de Buenos Aires.

Diagnóstico que la voz del embajador Spruille Braden corregía 3 meses después: Noble iba a apostar por el peronismo en alarmante ascenso.

Hay muchos «pronazis» en el staff de Clarín, alertaba Braden.

Nada por aquí, nada por allá, en las elecciones de 1946 apoyó a la plural y efímera Unión Democrática.

Con Perón en el poder el diario insinuó una línea independiente, hasta que la expropiación de La Prensa (1951) lo llevó a manejarse con extrema cautela.

En el 55 era cantada su aprobación al levantamiento que derrocó a Perón.

De la galera del ilusionista podía asomar una paloma o un halcón. Ante la proximidad de los comicios de 1958 y la concreción del pacto entre el peronismo y la UCRI, Clarín se jugó por la candidatura de Arturo Frondizi.

Artífices del pacto fueron John W. Cooke, delegado de Perón, y Rogelio Frigerio, empresario que había fundado la revista Qué.

Se sabe que en las reuniones previas participaron figuras tan disímiles como Arturo Jauretche, Isidro Ódena, compañero de Frondizi y Frigerio en su breve paso por los cuadros de la Fede (juventud comunista), y salto al vacío como director nacional de radiodifusión nombrado por el general Eduardo Lonardi, y monseñor Antonio Plaza, defensor de los genocidas del Proceso de dictadura cívico-militar y cómplice de Ramón Camps en la represión bonaerense, sistema que llegó a cobrarse la vida de un sobrino de Plaza, que al margen de su enorme influencia no realizó la menor gestión a favor del joven.

Frigerio y sus comisarios pasaron a tener decisiva intervención en la línea editorial del diario.

En esa etapa hubo varias «purgas» dentro de la redacción.

Días en que la Editorial Abril no incluía en el staff a algún redactor peronista o comunista, curiosamente (o no) integraban el elenco de Clarín el editorialista Héctor Agosti y los poetas Raúl González Tuñón y José Portogalo, militantes del PC.

Nelly Casas, prestigiosa periodista y esposa de David Blejer, el primer ciudadano judío al frente de un ministerio del estado argentino, en este caso el de trabajo de Frondizi, se apartó de la corriente desarrollista denunciando el stalinismo de sus dirigentes adictos a la sumisión de los cuadros y en su defecto, a las purgas.

En 1972 fue designado jefe de redacción Octavio Frigerio, hijo de Rogelio.

También ingresó a la empresa de la mano del «Tapir» (apodo de Frigerio padre) el contador Héctor Magnetto, que «escaló posiciones» hasta convertirse en capo del Grupo Clarín, «el conglomerado de medios más grande del país», califica google en su wikipedia.

Imperio construído a partir de las desmesuradas ambiciones de Magnetto.

Dos episodios corroboran tal desmesura.

En el ocaso de la gestión de Raúl Alfonsín, Magnetto le dijo cara a cara que era «un obstáculo» que entorpecía la vigencia de la democracia.

Y cuando Carlos Menem, más obsecuente que ingenuo, le preguntó si aspiraba a la presidencia la respuesta fue: «es un puesto menor».

Menem se refugió en el mazo.

Su ministro más sólido, Carlos Corach, explicaba: «nosotros estaremos 4 años en el gobierno, Clarín se queda».

En 1981 se produjo el golpe de estado interno que encabezó el escalador y terminó con el reinado de los Frigerio.

Junto a Octavio se fue la segunda generación de comisarios, guardia de corps con espíritu policial.

Al frente de la redacción quedaron Marcos Cytrynblum y Joaquín Morales Solá.

«Total normalidad», tituló Cytrynblum el 25 de marzo de 1976.

En la nota central se justificaba la instauración de la dictadura por «el desgaste» del gobierno de Isabel Martínez de Perón.

«Renacen las esperanzas», alentaba Clarín.

Las de la oligarquía, la viuda de Noble, los Frigerio – que la dotaban de novios, primero el general Juan Enrique Guglialmelli, luego Oscar Camilión – y en fila 6, punta de banco, de Magnetto.

En 1981 Morales Solá firmaba un editorial pontificando que el pueblo debía «entender los silencios del General».

El General a secas era Roberto Viola.

De servicial cronista de la salvaje represión de los generales Antonio Bussi y Acdel Vilas en Tucumán a supremo asesor de Viola, Morales Solá ha sabido conservar esa categoría que le sirve de placet para vivir en el Kavanagh.

En aquel 1981 este cronista coprotagonizó un operativo urdido para castigar a redactores díscolos de Clarín.

El horario de trabajo se extendía en términos generales de 16 a 22, sin fichar por reloj.

Fichan los de mameluco, nosotros no, se discriminaba a los laburantes del taller.

Obligados a un profundo cambio de rutina, los sancionados debían fichar a las 8 y (quizás vistiendo un mameluco imaginario) retirarse a las 14, y se los relevaba de realizar tareas.

Permanecer encerrado 6 horas frente a la Olivetti lexikon color aceitunado (la pobre estaba de duelo) sin nada que hacer era penoso, humillante.

En el argot clarinesco eso era ser mandado «a Siberia» , alusión directa al stalinismo desenmascarado por Casas.

Siberia era un establecimiento penal de Clarín y la temporada en sus pagos podía durar meses.

Si yo quiero no existís.

Podés seguir cobrando, pero lo tuyo no interesa, no sirve.

A ver si tenés güevos para irte.

Ese era el mensaje tácito.

A mediados del 81 los pobladores de Siberia eran precisamente los mejores escribas del diario.

Convivían Oberdán Rocamora, seudónimo del «Turco» Asís, la firma más vendedora; Emilio Petcoff, pluma refinada, aún desde la sección policiales; Ricardo Zelarrayán, novelista y autor de un extraordinario reportaje a Antonio Di Benedetto; el cuentista Luis Soto y Carlos Begue, premio Casa de las Américas de narrativa.

Al margen de que Asis aprovechando la «beca» escribió «Diario de la Argentina», novela en la que desnudó intrigas y culebrones del mundo secreto de Clarín – propietarios, jefes y tropa -, el operativo logró su propósito hiriente.

La estadía en Siberia dejaba visibles cicatrices.

La ilusoria invasión de las Malvinas obró a favor de los siberianos.

El 2 de abril Cytrynblum cursó la orden de retornar a San Petersburgo con la misión de volver a escribir nuestras columnas y el 14 de junio nos trasladaron de nuevo a Siberia.

Concluido el desigual enfrentamiento se produjo una diáspora.

Sólo Petcoff siguió en Clarín.

A principios de los años 70 Osvaldo Bayer fue víctima de un ensayo de lo que sería la reclusión en Siberia.

Lo tomaron como redactor de renombre.

Una de sus más sentidas notas abordaba un tema candente: los pibes de la vida que para dormir tenían como aguantadero la terminal ferroviaria de plaza Constitución.

Entonces secretario de redacción, el citado Camilión cuestionó el texto alegando que «comprometía la posición del diario».

Octavio Frigerio no aceptó la protesta de Bayer, que de rebote pasó a colaborar con el suplemento cultural hasta que el propio Frigerio levantó tres notas críticas de Bayer y las reemplazó por textos que sostenían exactamente lo contrario.

Destino siguiente, corresponsal viajero.

En ese carácter escribió 26 columnas, con escenarios de Jujuy a Chubut.

Ninguna fue publicada.

Bayer tenía güevos.

Brevísimo diálogo final con Frigerio. «Me voy».

«Es lo que estábamos esperando».

Despido envuelto para regalo.

Al morir Bayer, Clarín le dedicó una conceptuosa necrológica simulando que era hombre de la casa y reprodujo con orgullo la nota sobre los pibes de Constitución.

Sí, la misma que le había costado peregrinar sobrevolando las estepas siberianas.

«¿Camilión culminó su carrera como ministro de Videla, no?», preguntaba a menudo Bayer.

Resulta esclarecedor desarrollar una cronología de los despidos dispuestos por el grupo Clarín.

1976 – Días de vino y rosas, previos a la entrega de Papel Prensa.

«La subversión, en franca retirada», titulaba el diario.

De entrada, 60 ejecuciones, más los delegados gremiales.

Entre julio y agosto, cerca de 600.

Se descubrió que la empresa había infiltrado a cuadros de inteligencia.

Prohibición de toda actividad gremial.

1989 – Paro por despidos, con el delegado Pablo Llonto a la cabeza.

La justicia menemista los acusó de usurpación.

1999 – Llonto fue despedido sin que pesaran las manifestaciones de rotunda adhesión del personal.

En heroica resistencia, a lo largo de más de un año se presentaba todos los días a trabajar y como se le impedía entrar al edificio de Piedras al 1700 levantaba un acta ante escribano.

Solidario con Llonto, Diego Maradona se negó durante 2 años a hablar con enviados de Clarín y otros medios del grupo.

2000 – La comisión interna conducida por Ana Ale, pretendiendo rechazar el despido de 117 compañeros y todos los delegados, bloqueó la salida del diario.

La ministra de seguridad Patricia Bullrich movilizó a la Guardia de Infantería.

No hubo marcha atrás con las ejecuciones.

2004 – Se reeditó la ola de despidos, que esta vez trepó a 119 empleados.

Fallos judiciales dispusieron su reincorporación, mandato que no fue cumplido.

Ya entrenada para estos menesteres la Guardia de Infantería accionó con camiones hidrantes y helicópteros.

2017 – Un choque más entre las fuerzas de la empresa, léase la Guardia amiga, y el personal. Gases y balas de goma.

Bullrich reforzó la defensa con efectivos de la Gendarmería.

2019 – Los despidos fueron 56, pero el ejercicio del poder no reconoce fronteras, sí súbditos y sometidos.

Solidarias con los despedidos las comisiones internas de Página 12 y Télam denunciaron que ni el diario, ni la agencia habían informado esta grave medida.

Silencio en la noche – primer verso del tango de Le Pera – que resulta sorprendente.

El conflicto agrario por las retenciones marcó en 2008 el inicio de las hostilidades entre Magnetto y los Kirchner.

Cómo olvidar el «qué te pasha, Clarín».

Jorge Fontevecchia aportó su definición: «Clarín era la agencia de noticias de Kirchner, se rompió el pacto y en su estilo va a sacar el máximo provecho de gobiernos crédulos que confían en que pueden dominar al grupo».

En la otra trinchera Julio Blanck confesaba en 2016: «hicimos periodismo de guerra, fuimos buenos en eso, llegamos vivos al final, al último día».

«La topadora que honró a la profesión», llamó Clarín a Blanck en su necrológica.

Lo de «llegamos vivos al final, al último día» es un juicio ruin y cargado de jactancia que apuntaba al extinto Néstor Kirchner, el único protagonista que «no llegó vivo».

La topadora se equivocó, y fiero, al determinar en tono de festejo que se había arribado a un final. un último día.

Le tocó la muerte en septiembre de 2018 y un año después volvía al gobierno el movimiento liderado por CFK.

Se puede consultar – está impresa en la biografía escrita por Martín Sivak – una declaración que provocó estupor.

Bajando unos segundos la guardia Magnetto se permitió fantasear con que habrá una última edición de Clarín.

Redondeó la idea diciendo que ese fenómeno acontecerá en el año 2029.

Y modestamente admitió que no cree que él esté presente.

Expresada con la autoridad de quien ocupa «el puesto mayor», rogamos al Señor de turno y a la mano de obra desocupada entre los dioses que semejante visión se haga realidad.

Hay que corear a toda voz un ¡aleluya!.

Estaríamos a apenas 7 años de que la patria deje de peligrar por el sonido del instrumento que viene feikñusando Héctor Magnetto.

Será sólo el último día de una época infame.

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