Marcha del 63. El sueño de King cumplido a medias

Por María Ramírez
para El Mundo (España)
Publicado en agosto de 2013

Cuando a Martin Luther King le tocó subir al podio del Monumento a Lincoln el 28 de agosto de 1963, la muchedumbre se empezaba a dispersar. Eran casi las cuatro de la tarde. Los primeros trenes cargados de manifestantes habían llegado a Washington a las ocho de la mañana y muchos emprendían la vuelta. La Cruz Roja distribuía cubitos de hielo y llevaba horas atendiendo desmayos de calor. El reverendo era el último de diez oradores tras horas de caminata y actuaciones musicales ante más de 200.000 personas.

King no era el líder de la marcha, sino A. Philip Randolph, un sindicalista que intentaba organizar la protesta desde 1941 y que hizo un discurso denso y duro, como la mayoría de los oradores. El de King también arrancaba con un tono amargo: «El negro vive en una isla solitaria de pobreza en medio de un vasto océano de prosperidad material», decía al poco de empezar. Pero a la mitad del discurso, con ganas de animar a la multitud agotada y acalorada, King soltó los papeles y terminó con la declaración más optimista del día. Una cantante de gospel, Mahalia Jackson, le sugirió: «Háblales del sueño, Martin». Él había utilizado 'el sueño' en varios discursos desde 1961. Y así empezó a improvisar: «Aunque afrontemos las dificultades de hoy y de mañana, todavía tengo un sueño. Yo tengo un sueño de que este país se levantara un día y vivirá el significado auténtico de su credo: 'Afirmamos estas verdades evidentes, que todos los hombres son creados iguales'».
Los espectadores aplaudieron con fuerza y el mensaje caló. «Pasará mucho tiempo hasta que Washington olvide la voz melódica y melancólica del reverendo Martin Luther King Jr. gritando sus sueños a la multitud», decía el análisis de The New York Times al día siguiente. Aun así, en la crónica principal del diario el nombre de King no aparecía hasta el decimonoveno párrafo. «El discurso no se hizo tan famoso hasta después de su asesinato. Entonces se popularizó porque era optimista y ayudaba a superar la tristeza. Él mismo había adoptado antes de su muerte un tono más duro», explica a ELMUNDO.es William Jones, autor de 'The March on Washington', publicado para el 50 aniversario. «Nos gusta recordar a King de la manera más feliz», dice también a este diario David Garrow, historiador y biógrafo del reverendo activista. Antes de su asesinato, King repitió que su sueño se había convertido «en una pesadilla».
Jones subraya que 'I have a dream' fue el discurso menos representativo de la manifestación, cuyo lema era «For Jobs and Freedom». El autor insiste en la importancia de los contenidos de la marcha que King obvió y que influyeron en la legislación de Lyndon Johnson entre 1964 y 1968. El presidente hizo caso de las demandas laborales y, por ejemplo, obligó a los contratistas oficiales a aplicar la discriminación positiva. «Es cierto que sin el asesinato de Kennedy la legislación de derechos civiles tal vez no se hubiera aprobado tan pronto, pero la que consiguió Johnson iba mucho más allá y reflejó algunas de las demandas de la marcha», asegura.
Una de las consecuencias que se suelen olvidar de la marcha es, además, elaumento de afroamericanas en el movimiento feminista. Las mujeres negras habían tenido un papel muy activo desde los años 30 en la lucha por los derechos civiles, pero los líderes de la marcha apenas las dejaron hablar. Marginaron hasta a Rosa Parks. «Ese momento supuso una ruptura para muchas mujeres negras que decidieron poner su compromiso con la causa de la igualdad entre hombres y mujeres por encima de su alianza con el movimiento de derechos civiles. Muchas empezaron a denunciar el sexismo», explica Jones.
Algunos de los eslóganes de la marcha pacífica siguen siendo actuales. «Potencialmente, son muy relevantes hoy. En especial la agenda de justicia económica», dice el historiador Garrow, que lleva 25 años escribiendo sobre la experiencia de los afroamericanos. La discriminación legal es historia, pero no sus consecuencias. Los negros aún son más pobres, viven en barrios más inseguros, acaban más a menudo en la cárcel y mueren antes que los blancos.
Según un estudio de Pew, los afroamericanos ganan ahora un 59% de lo que ingresan los blancos. En 1967, era el 55%. La brecha es de casi 64.000 euros en cuestión de riqueza si se cuentan propiedades y otros bienes. Negros y blancos suelen completar el instituto casi por igual y el 38% de los jóvenes negros está en la universidad (hace 50 años apenas llegaba al 5%). Aun así, hay un 13% menos de posibilidades de que un afroamericano consiga un título universitario.
Uno de cada nueve hombres negros entre 20 y 34 años está en prisión mientras las nuevas generaciones crecen en casas con un progenitor. En 2011, el 72% de los niños negros nacieron de una madre soltera, un fenómeno nuevo y que distancia las razas (es el 29% en el caso de las madres blancas). Una de las pocas tendencias donde los negros han superado a los blancos es en el voto. En las presidenciales 2012, por primera vez en la historia, la participación de los afroamericanos fue más alta que la de los blancos: un 67% comparado con un 64%.
El gran hito político para el país es la elección del primer presidente afroamericano. Pero aun así Barack Obama ha tenido una experiencia muy alejada de la mayoría de líderes afroamericanos. Él tenía dos años recién cumplidos en agosto de 1963, pero sobre todo creció en un ambiente muy diferente al del resto de su generación, criado entre Hawái e Indonesia por una madre blanca de Kansas. El historiador Garrow, concentrado en escribir una biografía de Obama, cuenta a ELMUNDO.es que rebuscando en sus discursos de Illinois no se encuentra ninguna referencia a la raza. Su experiencia personal es distinta por nacer en Hawái, muy diferente culturalmente del continente. «Me gustaría que Obama hablara menos de su propia historia y más de la de los demás», dice Garrow.

Fuente: elmundo.es