Para qué se niega el Holocausto y se justifica a los nazis?

Por Pedro Salmerón Sanginés
para La Jornada (México)
Publicado el 24 de febrero y el 10 de marzo de 2015
Parte I 

Hace unos años, cuando la caída del socialismo real abrió paso a los discursos que proclamaban el fin de la historia (según el cual el capitalismo es inevitable y eterno), Pier Paolo Poggio ( Nazismo y revisionismo histórico, Madrid, Akal, 2006, en italiano en 1997) mostró cómo las versiones seudohistóricas que niegan o minimizan el Holocausto, banalizan Auschwitz y reivindican el nazismo como mal menor frente a la barbarie asiática, no son únicamente curiosidades ideológicas, sino piezas del nuevo discurso neoconservador:

El revisionismo histórico es funcional u orgánico a la cultura política neoconservadora hoy día en posición preeminente en todos los países occidentales; su objetivo específico consiste en la normalización del nazismo y el fascismo.

En su posición extrema, este revisionismo dice que el Holocausto no existió; lo que implica, necesariamente, un antisemitismo abierto o disfrazado, y una invención ideológica posmoderna: Los negacionistas de derechas y de izquierdas encuentran en el antisemitismo la única forma permanente de anticapitalismo porque, a sus ojos, se ha hecho plenamente realidad una coincidencia, una identificación: los judíos son el capitalismo y el nazismo fue el único que intentó combatirlo de verdad. Así, el sionismo pasa a ser el enemigo principal y el antisemitismo, el frente de batalla común de los que luchan contra el capital (y se construye la paradoja del antisemitismo de izquierdas que, además, resulta útil a los discursos más derechistas dentro del Estado de Israel, como hemos explicado: http://elpresentedelpasado.com/2014/

“La identificación del judío con el dinero es capaz de alimentar sin cesar nuevas formas de antisemitismo en la era de la globalización de las finanzas; de hecho, esta evolución puede atribuirse a los judíos, confirmando su extraordinario poderío: no sólo resistieron la solución final –una invención suya en su propio beneficio–, sino que son los organizadores ocultos de la financiarización de la economía.”

La política del Estado de Israel hacia los palestinos refuerza y da sustancia a las calumnias historiográficas tipo Werner Sombart, quien inventó que los judíos financiaron el colonialismo y la trata de esclavos, por lo que hay que culparlos a ellos (y exculpar a las naciones arias, dirían sus continuadores).

Los negacionistas se presentan a sí mismos como los heroicos combatientes contra la verdad oficial (cualquier parecido con nuestros falsificadores de la historia no es coincidencia) y acusan a toda historiografía no revisionista de ser mentirosa y de estar al servicio de los sionistas. Al mismo tiempo, rompen con la dicotomía izquierda-derecha, porque su verdad es compartida y propugnada por hombres de ambas alineaciones. Los negacionistas inventan así algo que Poggio llama el socialismo de los imbéciles, que identifica al capitalismo financiero con los judíos, y van en busca del verdadero anticapitalismo, encontrándolo muchos de ellos en el nazismo. No importa una vez más que todas las evidencias demuestren fehacientemente al carácter capitalista del nazismo y la brutal explotación de la mano de obra esclava por la gran burguesía alemana del periodo nazi. Los negacionistas son una secta posmoderna fruto del encuentro de los nostálgicos del nazismo con los epígonos del extremismo de izquierdas.

¿Cómo sostienen sus tesis los negacionistas? Omitiendo la peculiaridad del antisemitismo nazi, muy distinto del racismo colonial clásico, con el que pretenden identificarlo para probar que el Holocausto no ocurrió, porque es ilógico. Inventando –a base de potentes cañonazos a la realidad– el supuesto carácter anticapitalista del nazismo. Resucitando el anticomunismo. Disfrazando el antisemitismo de antisionismo. Y a través de una lenta construcción seudocientífica de patrañas historiográficas que Poggio exhibe y desmonta cuidadosamente, en las que se mezclan el relativismo histórico posmoderno, que privilegia el enfoque narrativo, practica el refinamiento de la deconstrucción y a fin de cuentas busca el olvido, la superación de la historia (seguro que no los leyó EPN, pero sí sus asesores); con una posición ultrapositivista que finge que no hay pruebas sólidas del Holocausto.

No importa que el capital carezca de nacionalidad (y raza). No importa tampoco que al negar el Holocausto, el revisionismo histórico llegue a límites extremos de falsificación de la historia. Lo que buscan es colocar a la historia entera bajo sospecha de ser mentira (al servicio del imperio o del sionismo), y declarar que la verdad es patrimonio de unos pocos elegidos (los que conocen la conspiración judía o conspiraciones más espeluznantes, de las que la judía es sólo fachada).

¿A quién le sirven todas estas patrañas conspiranoicas? En el libro de Poggio queda claro: al sistema mundo, es decir, el capitalismo financiero, y a su cultura política neoconservadora. Termino recordando que una reseña es una invitación a leer.

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Parte II 

Las respuestas que recibió mi anterior artículo, sobre la negación del Holocausto, prueban cuan vigoroso es el antisemitismo en México y muestran que estoy en lo correcto al denunciar las formas y los orígenes de esa variante de racismo, que Hanna Arendt definió como un insulto al sentido común.

La primera réplica a mis críticos consiste en explicar algo elemental: mi artículo anterior y los dos precedentes sobre los crímenes del Estado de Israel en Palestina, son reseñas, es decir, la presentación de algunas ideas centrales de los libros y la invitación a leerlos. Debe entenderse, entonces, que las pruebas y los fundamentos están en aquellos libros, no en las reseñas que invitan a leerlos.

En segundo lugar, es completamente antihistórico suponer que una atrocidad elimina por sí misma la verdad de otra atrocidad. Pensar que los crímenes de lesa humanidad del Estado de Israel contra el pueblo palestino (posteriores a 1948) invalidan el Holocausto (1941-1945) es, por lo menos, un insulto a la inteligencia. En fin, el argumento según el cual los nazis únicamente defendieron a Alemania de la amenaza sionista y del racismo judío es igualmente antihistórico, además de profundamente racista. Quizá habría que hablar de ello, pero es otro el tema en que quiero detenerme hoy.

Una vez más con base en Pier Paolo Poggio (Nazismo y revisionismo histórico) quisiera invitar a leer sobre los mecanismos mediante los cuales algunos revisionistas niegan el Holocausto: el negacionismo no es más que la radicalización fanática de una postura que ha gozado siempre de un consenso muy amplio, que incluye a cuantos niegan las políticas de exterminio (no sólo de judíos) a manos de la Alemania hitleriana. En sus orígenes está basado en su totalidad en la presentación sugerente de datos cuantitativos ­inventados.

El documento más antiguo, que citan todos los negacionistas, es un cómputo oficial inexistente de la Cruz Roja, según el cual el total de víctimas de la persecución racial, política y religiosa de los nazis no habría superado 300 mil. Entre 1946 y 1950 en diversas revistas, algunas de ellas con supuestas fuentes judías, se jugó con esa cifra, extendiéndola hasta no más de un millón 500 mil. Con ese documento falso (y aunque no hubiese sido falso), los pro nazis lanzaron una campaña de desinformación basada en la cifra de 300 mil. La operación tiene éxito, porque numerosos periódicos y revistas retoman la cifra aparentemente de buena fe, a pesar de los desmentidos del Comité Internacional de la Cruz Roja. En los años setenta, otros negacionistas, fundados en cifras oficiales de la ONU (falsas, una vez más), rebajan la cifra a 200 mil.

La técnica de los negacionistas es muy eficaz ante un público desinformado y prejuicioso: Se construye una fuente alternativa, recubierta de neutralidad y objetividad, y no se dejan de repetir sus supuestas afirmaciones hasta que se vuelven aparentemente parte integrante del material documental, ya sin necesidad de remontarse al original. A la falsificación y su repetición, se suman testimonios posteriores igualmente falsificados o que presentan una parte como el todo. Así, se construye una realidad paralela, alucinatoria y fantasmagórica, que retroalimenta los prejuicios antisemitas.

A eso le siguen ejercicios intelectuales más complejos, que Poggio desmonta cuidadosamente. La relativización de la historia (y la negación de la posibilidad de verdad) permite minimizar el Holocausto y justificar al nazismo, con una intencionalidad política muy precisa: la versión de la historia de estos nuevos radicalismos nacionalistas busca acabar con Auschwitz y la particularidad del Holocausto, y colocarse por encima de la izquierda y la derecha tradicionales presas de una crisis de identidad sin salida. Así, la normalización histórica del nazismo toma distancia de la ultraderecha neonazi, porque busca la confrontación y el diálogo constantes con la izquierda, sobre la base del anticapitalismo y el rechazo al sistema liberal-democrático, así como un fuerte discurso nacionalista étnico que, con un lenguaje aparentemente progresista, revive el racismo y confluye con la ultraderecha en su relanzamiento de la conspiración judía como el enemigo a vencer.*

Ahora bien: por supuesto que el Holocausto ha sido usado desde 1948 por el Estado de Israel, y desde 1967 por los lobbies judíos en Estados Unidos, para justificar los crímenes de lesa humanidad cometidos por israelíes en los territorios palestinos. Pero esa es otra historia, que requiere su propio espacio.


* Ya hemos mostrado la irrupción de ese discurso en México

Fuente: Parte I          Parte II